martes, 2 de agosto de 2011

CAPÍTULO DIECIOCHO.

Lucas y Adara salen del juzgado cogidos de la mano, y seguidos de mucha gente desconocida, agena a la situación que ellos acaban de vivir, con sus propios problemas en la cabeza. Detrás del seat rojo de Lucas está aparcada una Derbis Atlantis azul, y apoyada en ella una chica con una larga melena oscura que Adara reconoce al instante. Se suelta de la mano de su hermano y va corriendo hacia donde está la moto, y sin preguntar ni pedir permiso la abraza fuertemente y rompe a llorar. Paola le devuelve el abrazo con una gran sonrisa y le acaricia la cabeza, intentando consolarla.

-Shh. Vamos, Adara, ya pasó. Cálmate.
Lucas se acerca a ellas sorprendido y le da un beso en la mejilla a Paola. Adara se separa de su amiga, pero en ningún momento le suelta las manos.

-Lo siento, de verdad. No sé que me pasó...No quiero que te vayas, no quiero perderte.-Adara habla sin dejar de llorar, y sus palabras son apenas un susurro ahogado entre sollozos.
-No pasa nada, de verdad, entiendo que...-Paola no puede acabar de hablar y se echa a llorar.
-Venga, vámonos chicas.-Lucas abre la puerta del coche. Adara le dedica a Paola una dulce sonrisa a través de las saladas lágrimas, y le suelta las manos para meterse en el vehículo. Lucas abre la puerta del copiloto, haciendo señas para que Paola entre, pero ella niega con la cabeza:
-Ir vosotros, yo os sigo con la moto.-Paola sonríe y se pone el casco, retirándose cuidadosamente las lágrimas de la cara.
 
Minutos más tarde están los tres en casa de Lucas y Adara, sentados en el sofá. Mientras él busca algo para beber, las dos chicas hablan para intentar arreglar la situación.

-Sí, bueno... al principio me sentó mal, yo sólo quería ayudarte, y tú me rechazabas.- Paola frunce el ceño, intentando olvidar tiempos no tan lejanos.
-Lo sé, y lo siento. No sé por qué lo hice. Estaba mal. Pensé que...No sé ni que pensé. Lo siento, de verdad.-Adara se tapa la cara con las manos, y deja escapar de su boca un leve suspiro- Deberás pensar que soy imbécil.
-No pienso eso, Adara.- Paola le coge las manos con delicadeza- Sigo sin entender por qué confiaste más en ellas que en mí. Yo jamás formaría parte de su grupo, debiste saberlo.

Adara asiente con la cabeza, mirándola fijamente a los ojos y sintiendo cómo la recorre una extraña sensación. La sensación de confianza que su amiga le transmite vuelve de nuevo a su vida.
Lucas vuelve al salón con una bandeja que contiene tres refrescos fríos, y la deja en la mesita que hay en frente del sofá. Se sienta al lado de Paola y le da un dulce beso en los labios. Adara puede ver en los ojos de su hermano amor y cariño cuando él mira a Paola, y también seguridad, la misma que le transmitía a ella durante el juicio. Al recordar el juicio, también recuerda la sentencia, aunque no las palabras exactas del juez. Sólo recuerda vagamente las miradas acusadoras de la gente, las lágrimas recorriendo las mejillas de su madre, que fue al juicio, y la seguridad de Lucas, contrastando con el resto del mundo. La sentencia ha sido clara, es menor de edad, no tiene antecedentes, se ha librado de una buena. Pagar una enorme cantidad de dinero como multa e indemnización, y hacer trabajos sociales. Pensaba que tendría que hacer cosas como limpiar baños públicos o barrer la calle, pero tuvo suerte y le ofrecieron algo mejor, una opción más aceptable. Un hospital infantil. De repente suena su móvil y Adara, disculpándose, va hacia la cocina para poder hablar con más tranquilidad.

-¿Sí?
-¡Ady!, ¿Cómo estas?.-Desde el otro lado de la línea llega la voz de Stella, un horrible coro que grita "Hola" y palabras sin sentido procedentes del resto de las chicas, que supuestamente estarán con Stella.
-Bueno, bien... creo. ¿Y tú?
-Genial.¿Cómo fue el juicio?
-Mejor de lo que pensaba, pero podríais haber venido a verme.- Adara sabe que su voz mantiene un tono enfadado, pero no intenta disimularlo. Está algo molesta con sus supuestas amigas.
-Si, pero no sabíamos dónde era, ni a qué hora y bueno, temíamos molestar.
-Claro, si lo entiendo.-Adara sabe que todo son excusas, o lo intuye, pero prefiere dejar el tema, pues no le apetece discutir.- Pero las amigas no molestan, normalmente. ¿Querías algo en especial? Es que estoy cansada, la verdad.
-No, sólo saber cómo estabas, te dejamos descansar. Te llamo otro día y quedamos. Adiós.
-Adiós.- Y antes de colgar oye otro coro como el de antes, de voces chillonas, pero que esta vez dicen '¡Te queremos!'

Adara sale del salón con cara de pocos amigos, y Paola no duda en preguntar, utilizando un tono de voz medio burlón:

-¿Tus amigas?

Adara resopla, sin apartar la mirada de los ojos de ella.

-Sí, ésas mismas.
 
 
 


Cinco días más tarde.

Lucas aparca el coche que le prestó Bruno, pues el suyo sigue en el taller, y mira a su hermana. No puede evitar sentirse decepcionado. A pesar de toda la seguridad y tranquilidad que intentó mostrarle durante el juicio y los días siguientes, incluso ahora mismo, no puede evitar reprocharle a su hermana lo que hizo. Observa cómo ella se baja del coche y se aleja. Antes de volver a arrancarlo, baja la ventanilla.

-¡Adara! ¿A qué hora vengo a por tí?.-Le pregunta cuando ella se da la vuelta.
-Ya te llamo yo.-Cuando habla intenta sonreír, demostrar confianza, pero a su hermano no consigue engañarle, pues percibe la tristeza de su voz, de sus ojos.
-Buena suerte.-Lucas intenta animarla. Sonríe, arranca el coche y se va.

Nunca creyó que su hermana, esa chica que él veía tan inocente, tan buena, fuera capaz de hacer tal locura. Pero si de algo está seguro Lucas es que esta experiencia tendrá algo positivo para Adara: la hará madurar.

Adara ve como su hermano se aleja, y una vez que el coche desaparece en el horizonte, se derrumba. Se sienta en el suelo, apoyada en una pared, y esconde la cabeza entre las manos. No puede evitar llorar. Su vida ha desaparecido, nada es como ella recuerda. Y le gustaría desaparecer con ella. No le gusta lo que vive ahora. Y sigue ahí, llorando desconsoladamente, sin poder mover ni un solo músculo. Está apoyada en la pared del hospital infantil, cerca de la entrada. Siente la pared rugosa del gran edificio blanco clavándose en su espalda con cada sollozo. Todo el mundo que entra y sale del edificio, que cruza las puertas automáticas, la mira, pero nadie es capaz de ayudarla, acercarse a ella y darle consuelo. Y eso es lo que ella más anhela, unos brazos que la envolvieran en un cálido y fuerte abrazo, que le sirvieran de refugio hasta que no tuviera más lágrimas que derramar. Con Lucas ya no es suficiente, ni su mejor amiga le sirve ya, pues siente que lo hacen por obligación. Y ella quiere algo más. Algo que antes tenía. Algo que perdió en un solo día. Sin poder superarlo. A su madre y a Danel. A su madre la odia, la odia por haberse ido, haberla abandonado cuando más la necesitaba, sin darle a penas la oportunidad de despedirse. Pero ahora ella está intentando arreglar las cosas, y aunque todavía le guarda un poco de rencor sabe que la necesita y que cuando no está la echa de menos. Y también, aunque se esfuerce en negarlo, extraña a Danel. Se repetía día tras día que él la había abandonado, le había traicionado, que no quería verlo más; y aunque su cabeza lo odiara, ella sabía que en el fondo de su corazón lo seguía queriendo. Y lo sabía por el dolor que le producía recordarle y por lo que sintió, para su sorpresa, cuando lo vio en el hospital. Anhela sus labios, sus besos y su risa. Sigue llorando, en la misma posición, escondiendo la cara para que nadie la vea cuando empieza a oír una música estridente y un frenazo brusco. Pero prefiere seguir llorado, sumida en sus pensamientos, y permanecer ajena a todo lo que pase fuera de su desgraciado mundo.
 
 
 
 
Unos minutos antes.

Roberto pisa el acelerador, pero se ve obligado a frenar en seguida, pues el atasco es enorme. Está inquieto, nervioso y enfadado. Nunca le han molestado especialmente los atascos ya que siempre los ha considerado como un buen momento para reflexionar. Pero en este momento el atasco le está desquiciando. Se ha quedado dormido y llega media hora tarde. El teléfono no para de sonar, pero no lo puede coger, y eso todavía le pone más nervioso. Ha tenido que salir tan rápido de casa que no le ha dado tiempo a desayunar y se muere de hambre, por no poder no ha podido ni arreglarse, se ha puesto la ropa del día anterior y ha salido casi sin peinarse. Por fín la grúa que había causado tal atasco al ir a recoger un coche accidentado se va, permitiendo al resto del mundo continuar con sus vidas. Sin perder ni un segundo, Roberto pisa otra vez el acelerador de su Megan Dci. Cuando llega a su destino, baja la música y aparca el coche. Contesta al móvil, que sigue sonando, mientras baja del coche.

-Sí, tranquila. Ya estoy aquí. Ahora entro y me cuentas.-hace una pausa, poniendo los ojos en blanco- ¡Sé que llego tarde, pero había un gran atasco!

Cuelga el teléfono, lo guarda en su bolsillo y corre hacia la puerta. Está a punto de entrar cuando su mirada se posa en una chica, no muy lejos de allí, que parece estar llorando. Sabe que tiene prisa y no puede perder más tiempo, pero siente que algo tira de él hacia ella, necesita consolarla. Se parece a las niñas que él cuida en el hospital y no puede dejarla ahí. Decide acercarse.

-Toma.-Adara levanta la cabeza y ve que alguien le entrega un pañuelo.
-Gracias.

Mientras Adara se seca las lágrimas, el desconocido se sienta a su lado. Sabe que su madre no aprobaría que estuviese allí con alguien que no conoce, pero necesita compañía más que nunca.

-Me llamo Roberto.
-Adara.-Intenata sonreír sin que parezca un intento muy forzado.
-Tranquila, ya verás como se pone bien, no será nada.

Adara no entiende nada.¿Qué está diciendo? Al principio llega a pensar que el tal Roberto está loco, pero poco a poco entiende que la que debe parecer una loca llorando en la puerta de un hospital es ella.

-No, te equivocas. No tengo a nadie ahí dentro. No conozco a ningún enfermo, ni nada parecido.
-¿Entonces, qué te pasa?.-Roberto aparta un mechón de pelo de la cara de Adara y se lo coloca detrás de la oreja.-Así está mejor.
-En realidad, yo he venido a hacer trabajos sociales, con niños y demás.-Aunque al principio duda, al final contesta. Sabe que no tiene que estar avergonzada, fue un error y todo el mundo comete errores.
-Entonces creo que no llego tan tarde.-Dice, soltando una pequña risa.

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