miércoles, 16 de marzo de 2011

CAPÍTULO CATORCE.

Adara sonríe, abrazando a su madre con fuerza.
No puede creerse que esté ahí. Después de todo, pensó que jamás volverían a verse.
La mira con atención. Le da la impresión de que ha perdido kilos, y está mucho más delgada. La cara no le ha cambiado en absoluto, aún conserva dos ojos verdes intensos y una sonrisa preciosa.

-Pensé que no había nadie.-Míriam se echa para atrás, deshaciéndose del abrazo de su hija sin quitarle los ojos de encima.- Creía que estarías en casa de Paola, como siempre.
-No, mamá. Han pasado demasiadas cosas.
-¿Qué ha pasado?- pregunta con un claro tono de preocupación.
-No hace falta que te preocupes ahora. Me las he arreglado yo sola.- Adara se percata de que el comentario ha sonado más frío y tajante de lo que ella había imaginado, e intenta arreglarlo.- Pero bueno, ¿no vas a decirme dónde has estado?

Míriam observa a su hija con los ojos indecisos. Le da la impresión de que han pasado años desde la última vez que la vio.
Se da cuenta de que su hija ha crecido o, por lo menos, ha madurado. Ha madurado sola.

-Pues, Adara, he estado en muchos sitios- dice ella, intentando evadir el tema- Pero eso ahora no importa.
-Claro que importa. ¿Dónde has estado?-insiste Adara.
-He estado en casa de Aitana.

Adara la conoce muy bien, o, almenos, la conocía. Recuerda a esa mujer con una melena negra que le llegaba hasta los hombros, y una sonrisa grande afectada por el tabaco. Recuerda también que iba al parque con ella, cuando era más pequeña. Su madre siempre salía en compañía de Aitana. Eran amigas desde el instituto.
Ambas se miran y sonríen. Sonrisas felices pero un poco incómodas.
Míriam siente que la vergüenza le afecta cada vez más. La vergüenza de haberse encontrado con su hija en ese justo momento. En un momento inesperado e improvisado. Cree ser la peor persona del mundo por haber abandonado a una chica tan madura y tan consciente de la realidad; a su propia hija. Espera con ansiedad y con impaciencia el momento de marcharse de nuevo, y esa nueva idea hace que se sienta más cruel aún.
Adara se siente un poco malhumorada con su madre. Aún no ha aceptado su abandono. Pero el hecho de encontrarse con ella ha provocado que el sentimiento de enfado desapareciera casi por completo. Casi.
Por un lado, siente que la aparición de su madre es la única cosa positiva y justa que ha ocurrido desde hace demasiado tiempo. Por otro lado, no entiende por qué la dejó sola durante tantos meses, y no le cabe en la cabeza que se marchara sin despedirse.
Míriam decide romper el gélido silencio que amenaza con transformar la cálida habitación en un bloque de hielo.

-¿Qué tal está tu hermano?
-Lucas está bien.-Adara piensa y, por un momento, duda en contarle la última noticia. Y decide contárselo.- Está con Paola.
-¿Con Paola? ¿De verdad?- Míriam sonríe, llevándose las manos a la boca.
-No sé por qué te ríes, mamá. A mí no me hace ninguna gracia.
-Cariño, sé que no te gusta que tu hermano salga con tu mejor amiga, pero...
-Paola no es mi amiga- le interrumpe Adara con un tono de voz tajante.
-¿Cómo?- Míriam la mira incrédula y, tras pensar una buena respuesta, prosigue- No tienes que rechazarla por estar enamorada de Lucas, eso no es justo.
-No es por eso. Mis amigas dicen que Paola sólo sabe hacer daño, y ahora está jugando con Lucas.
-¿Qué amigas?
-Stella, Daniela, Julia y Rebeca.- Adara se cruza de brazos, resoplando y mirando a su madre con indiferencia.

Míriam la mira entrecerrando los ojos, sin comprender qué está diciendo su hija.

-¿Esas cuatro son tus amigas?- Al ver que Adara asiente, continúa- Dime que no son las que te hicieron llorar aquella vez.
-Sí, pero eso ha cambiado. Se han disculpado conmigo.
-Viniste a casa llorando, Adara. Esas cuatro víboras te hacían la vida imposible.
-Mamá, déjalo, tú no lo entiendes.- dice, suspirando y sacudiendo la cabeza.
-Voy a decirte una cosa.-Míriam traga saliva, cierra los ojos y empieza a hablar- Yo siempre he sabido que
Lucas estaba interesado en Paola. No me preguntes por qué, porque no sé que contestarte. Sólo sé que algo me decía que estaban enamorados.
-Pero, mamá...
-No, espera.-Le interrumpe con una sonrisa- Es lo último que quiero decirte. -Míriam coge las manos de su hija entre las suyas, dándoles calor, y le mira directamente a los ojos.- ¿Estás totalmente segura de que debes confíar más en unas chicas que siempre te han deseado lo peor que en Paola?

Adara guarda silencio. No sabe qué contestar, no sabe qué hacer, no sabe qué creer.
Decide que lo mejor es mantenerse callada y cabizbaja.
Míriam la observa y, sin pensarlo, la abraza.

-¡No tan fuerte, mamá!- Grita Adara.
-¿Qué pasa?- Míriam se sobresalta mirándola sorprendida.
-Me duele la espalda.
-¿Te has caído?

Mira a su madre, pensando qué debe contestarle. Decirle la verdad o mentir. Y sabe, con total claridad, que no tiene sentido mentirle.
Adara se levanta de la cama y, bajo la mirada desconcertada y confusa de su madre, se gira y se levanta con delicadeza la camiseta de seda blanca para dejar desnuda la espalda.
Míriam no cree lo que ve. La fina y suave espalda de su hija está totalmente cubierta por cardenales y oscuros moratones que forman dibujos desiguales a la ténue luz de la habitación.

-¡Quién te ha hecho esto!-Míriam se levanta, presa de un ataque de pánico, con los ojos desorbitados, y la agarra del brazo con suavidad.- ¡Quién!
-Luís.-La voz suena quebrada, demasiado débil y asustada.
-¡¿Tu padre?!
-No, él no es mi padre. Ya no lo es.
-¡No puedo creerlo!- Míriam se echa el pelo hacia atrás y esconde la cabeza entre las piernas.
-Mamá, ahora que tú estás aquí todo volverá a la normalidad. Se le pasará, supongo. Y si no, nos las arreglaremos sin él.-Adara acaricia el pelo de su madre, en un desesperado intento de consolarla.
-No.-Miriam se levanta de la cama con los ojos llorosos y sale corriendo de la habitación.
-¿A dónde vas?-Adara sale corriendo detrás de su madre. Teme perderla una vez más. La contempla correr escaleras a bajo.
-No me puedo quedar, no puedo.¡No tendría que haber venido!

Adara consigue coger el brazo de su madre antes de que abra la puerta. La mira a los ojos, pero cada vez es más dificil sostenerle la mirada.

-¿Qué dices, mamá?¿Te vas?
-Mira, yo no venía a quedarme, sólo a coger unas cosas. Se suponía que no tenías que verme, ¡nadie tenía que estar aquí!.-Miriam intenta soltarse de la mano de su hija, que cada vez le aprieta más.
-Pero mamá...No..No puedes irte...Tú..-Las palabras de Adara se ahogan en leves sollozos. Es incapaz de terminar una sola frase.
-No me puedo quedar. Tu padre me matará.
-Me matará a mí también si tú no estás aquí para protegerme. ¿No te importo?

Miriam abraza a su hija, quiere irse de esa casa antes de verla llorar, antes de empezar a llorar. Antes de soltarla le susurra al oído "Te quiero. De verdad que te quiero", y sale corriendo. Antes de caer desplomada al suelo y romper a llorar, Adara ve como su madre sube a un coche que arranca y se aleja a toda velocidad.
 
 
 
 
Lucas y Paola pasean por el parque cogidos de la mano. Llevan un rato callados, pero no les hacen falta las palabras. Están a gusto así, entendiéndose a base de miradas. Sienten que no pueden ser más felices que ahora.

-¿Te apetece un helado, princesa?-Le pregunta él, señalándole una heladería.
-Claro.-Paola sonríe. Le encanta Lucas y es como si estuviera viviendo un sueño. Tiene miedo a despertarse en cualquier momento.

Caminan hacia la heladería y ella se sienta en una mesa mientras Lucas va a pedir. Paola saca el móvil del bolsillo de su pantalón. Nada. Pensaba que tal vez Adara la hubiese llamado. Lucas le ha contado la conversación que tuvieron por la mañana, y le encantaría explicarle las cosas a su amiga, contarle como fue todo en realidad. En ese momento llega Lucas con dos helados de chocolate. Se sienta a su lado y entre risas y besos con sabores dulces se acaban los helados.

-¿Y ahora qué hacemos?.
-Vayamos a mi casa, tengo una sorpresa para ti.-Lucas besa a Paola y la arrastra fuera del local, corriendo.
 
 
 
 
Adara siente que se rompe en mil pedazos. Cuando pensó que las cosas mejorarían, todo acabó de la peor manera que habría podido imaginarse. Se siente más sola que nunca. Necesita que alguien la abrace, y llorar en su hombro hasta quedarse dormida.
Necesita a una amiga.
Sube a su habitación y, con las manos temblorosas, coge el móvil y marca el número de Stella. Apagado.
Lo intenta con Diana y también con Rebeca, pero ninguna de las dos le contesta. Su última opción es Julia. Un tono, dos.

-¿Sí?-La voz de Julia se oye lejana, rodeada de un montón de ruidos.
-Julia. Soy Adara.
-¡Ady! Estoy con las chicas en casa de mi primo, con unos amigos suyos. ¿Por qué no te vienes?
-No me encuentro muy bien. La verdad es que necesitaba hablar con alguien.-Adarase percata de que el tono de voz suena quebrado y está a punto de llorar
-Uff, pues si no vienes nada. Nos vemos el lunes en clase ¿Vale? ¡Chao!.-La conversación se ha acabado. Julia le ha colgado.

Llorando como hacía mucho que no lloraba, Adara es incapaz de no acordarse de Paola. Ella no le habría hecho eso. Paola siempre estaba ahí, cuando ella la necesitaba, con una simple llamada dejaba todo lo que estaba haciendo. Y aunque no quiere, la echa muchísimo de menos.
Adara se frota los ojos con brusquedad y empieza a gritar, haciendo que su voz rasgada tinte de negro cada rincón de la casa.
Tira el móvil al suelo con una fuerza casi sobrehumana, y sube corriendo los escalones para dirigirse a la habitación de sus padres.
Abre la puerta propinándole una patada, y entra con la cara casi desencajada por la furia y el dolor.
Busca en los cajones de la mesita de noche. Los vuelca y saca de ellos todas las fotos que quedaban de su madre.
Las coge con la mano izquierda, y con la derecha se echa el pelo hacia atrás mientras se aleja de ahí. Baja los escalones de dos en dos y lanza las fotos sobre la encimera de la cocina, que aterrizan con un golpe sordo.
Del cajón de la cocina saca el mechero plateado: el recuerdo que le dieron a Luís en la comunión de Miguel, el primo pequeño de Adara.
Se acerca de nuevo a las fotos de su madre, esparcidas por la encimera.
En cada una de ellas, Miriam luce las mejores sonrisas que Adara ha visto en su vida. Su madre siempre le había parecido una mujer realmente bonita, pero jamás se lo dijo.
Tan sólo se limita a apretar el botón del mechero y dejar que la potente y bailarina llama se esparza por todas las fotos, borrando la gran sonrisa de la que tiempo atrás fue una gran mujer.
Después de observar cómo las imágenes se convierten en cenizas, se siente mucho más furiosa. Quiere escaparse de allí, desvanecerse con el viento y desaparecer como una estrella fugaz en una noche oscura y siniestra.

Así que lo hace.

Corre hacia la entrada, cogiendo las llaves del SEAT Ibiza de Lucas.