domingo, 3 de julio de 2011

CAPÍTULO DIECISIETE.

Tres semanas más tarde.


Adara está sentada en su cama. Los médicos consideraron que no le hacían falta más que unos pocos días de observación y enseguida le dieron el alta. Por suerte para ella, lo único que sufrió con el accidente fueron unos cuantos arañazos y un par de contusiones, pero nada serio. Lucas le acaba de despertar, llevándole el desayuno a la cama. Desde que salió del hospital ha estado muy pendiente de ella, tal vez incluso ha llegado a agobiarla, pero Adara sabe de sobra que no puede reprocharle nada, que lo hace por ella, porque le quiere y porque está preocupado. Mientras se come una tostada recuerda los tres días que estuvo en el hospital, y los primeros tras el regreso a casa. Todo eran visitas constantes, no tenía ni un minuto a solas. Emilia, Stella, Julia, Rebeca, Daniela, Bruno...incluso Danel ha pasado a verla. Pero ahora, excepto por las visitas esporádicas de Paola, que no duran mucho tiempo y en la que no se intercambian muchas palabras, y los cuidados de su hermano, Adara pasa casi todo el día sola, con demasiado tiempo para pensar. Aunque los médicos aseguran que puede hacer vida normal ella no se atrave a salir de casa, no tiene fuerzas para hacerlo.
Sabe que salir conllevaría el hecho de enfrentarse con la cruda y dolorosa realidad.
Se inclina con lentitud, sacudiendo la cabeza y, sin darse cuenta, explota en un mar de lágrimas saladas que le recuerdan lo sucedido. La mirada de aquel niño que penetra violentamente en la suya. Pero no puede hacer nada más que llorar, sabiendo que ese niño está luchando por su vida en esos mismos instantes, en un combate frío y complejo con la propia muerte.
Avergonzada y arrepentida, no para de repetirse a sí misma que todo es culpa suya. No puede dejar de vislumbrar la escena del atropello.
Recuerda a un niño risueño, con unos grandes ojos color miel, corriendo impaciente en busca de su pelota. Es extraño, pues apenas sabe nada de él. Desconoce su nacionalidad, su edad. Ni siquiera sabe cuál es su nombre. Tan sólo es consciente de que está sumido en un coma. Sólo sabe que su familia no es capaz de descansar, preocupada por la delicada situación del pequeño. Las lágrimas no cesan; es más, Adara llora muchísimo más dolorida que antes.
Se levanta de la cama, retirándose bruscamente las lágrimas de la cara, y anda despistada hasta su armario. Lo abre y saca de él una camiseta negra. Se la pone por encima, contemplando su terrible cambio delante del espejo. Tiene el pelo enmarañado; los ojos tristes, hinchados y enrojecidos; ha adelgazado a causa de la insípida comida que le ofrecían dentro del hospital, y las marcas de los moratones han desaparecido, pero no completamente. Al mirar las marcas casi inexistentes de su cuerpo, un recuerdo del primer día que pasó consciente en el hospital le golpea de manera desprevenida.






Estaba tumbada en la cama, observando los rayos de luz que entraban por la ventana. Sonreía al contemplarlos, pues, aunque su vida estuviera sumida en la absoluta oscuridad, en el exterior seguía existiendo la luz y, de alguna manera, ese hecho la tranquilizaba.
El doctor entró por primera vez. Se presentó y le contó que tendría una visita al día por su parte durante todo el tiempo que ella pasase allí metida.
Adara intuyó que aquel médico quería que su estancia allí fuese más llevadera, ofreciéndole su simpatía, pero ella no le devolvió el favor.
Tras entablar unas escasas palabras, el doctor le observó los moratones y las marcas.

-¿Qué es esto?- Le preguntó él, entre el asombro y la incertidumbre.
-Son moratones, nada más- Contestó Adara, ocultando el nerviosismo que empezaban a reflejar sus palabras. Estaba segura de que no eran marcas del accidente. Sabía de sobra que no podía dar el nombre del culpable que las había ocasionado. La mataría.

El médico continuó observándolas con detenimiento hasta que Adara se tapó con la sábana.

-Ya está bien,- dijo ella, en un hilo de voz frío y cortante- esto es sólo fruto del accidente que yo provoqué. Es lo mínimo que me merezco.

A él, las palabras de Adara no acabaron de convencerle. Algo le decía que esas marcas no habían aparecido a causa del accidente, pues estaba claro que las tenía desde hacía más tiempo. Pero calló, y decidió que se ocuparía de ese tema más tarde, con su familia. Decidió intentar suavizar la relación que establecía con su paciente, aunque sabía que iba a ser un trabajo bastante complejo.
Se sentó en el borde de la cama, mirándola directamente a los ojos.

-¿En qué pensaste?

Adara reaccionó sorprendida, devolviéndole la mirada.

-Usted...
-Tutéame, por favor.- Le interrumpió él.
-Tú eres mi médico, no mi psicólogo. Vienes aquí, te cercioras de que mi salud está en buenas condiciones y te marchas. Así no hace falta que tú intentes ser mi amigo y yo no necesito hablar.

El médico empezó a reirse, y la miró de nuevo.

-Tienes razón, no soy tu psicólogo.-Se levantó de la cama, dirigiéndose a la salida- Tan sólo pensé que quizás necesitabas entablar una conversación con alguien que se preocupa de verdad, al fin y al cabo, los psicólogos hablan con sus pacientes porque ése es su trabajo, ¿no crees?

Le dedicó una última sonrisa a Adara, y salió por la puerta de la habitación. Ella retiró la sábana, cruzándose de brazos. Emitió un bufido porque sabía que él tenía razón, pero no le apetecía hablar con nadie. Aunque en realidad, sabía que aquel médico estaba preocupado de verdad. Se dio cuenta de que era una de las pocas personas que habían intentado hablar con ella, y se sintió un poco mejor. Desde aquel día, las conversaciones con él se hicieron un poco menos incómodas, y llegó a cogerle un poco de cariño. Pasaban los días, y llegó a conocerle. Se llamaba Adrián, y tenía una vida un poco ajetreada. Ser médico era su mayor vocación, lo hacía porque sabía que había nacido para serlo. Salía del trabajo y, sin entretenerse con nada ni con nadie, se iba directamente a casa, donde le esperaba su mujer y su hijo pequeño, de casi cuatro años. Cada día hablaban un poco más que el anterior, aunque Adara jamás le contó lo de las palizas de Luís. Aclaró el tema de los moratones diciéndole que había tenido una pelea en el instituto. Él la creyó.

Un día, Adrián le contó el motivo del interés que tenía en ella.

-Intenté mostrarte mi confianza desde el primer día, Adara.
-Sí, lo sé.-Contestó ella, dedicándole una media sonrisa- Y me extrañó mucho. Pensé, ¿por qué a mí?
-Realmente fue instintivo. Cuando crucé esa puerta y te ví, supe que tenía que hacerlo. ¿Sabes por qué?

Adara frunció el ceño. Todo le parecía confuso, no entendía nada. No apartó la mirada, y le observó mientras empezaba:

-Quizás te llegue a parecer tétrico, o macabro, pero no es así, de verdad. Yo tuve una niña, una hija preciosa. Tenía el pelo larguísimo, y era rubia.
-Nunca me lo has contado...
-Sé que no te lo he contado-Le interrumpió Adrián, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa triste- Murió cuando cumplió catorce años, en un accidente de moto. Al parecer, el piloto no tenía carné y simplemente quería impresionar a mi hija. Jamás llegué a saber si eran novios, si se querían o si únicamente fue pura locura. Murieron los dos. Él murió en el momento del accidente, al instante.
Yo estaba recogiendo mis cosas para irme a casa, salí muy tarde. Recuerdo el sonido de la sirena de la ambulancia, y también recuerdo la sensación que me invadió, pues los oídos empezaron a pitarme bruscamente. La sirena sonaba muchísimo más alta que de costumbre, y parecía que mis piernas andaban solas. Vi a algunos compañeros empujando una camilla, llevaban a una chica preciosa...ensangrentada. Sólo pude observar la larga melena que se caía por los bordes de la camilla. Enseguida la seguí corriendo, gritando su nombre. No paré de llamarla, <<¡Laura, Laura!>> Todos mis compañeros intentaron pararme, tranquilizarme, pero los esquivé con violencia...Sólo quería ver a mi hija.
La vi, vi cómo moría. Vi su cuerpo convulsionándose con brusquedad. Su corazón dejó de latir, y con él el mío.- Intentó recuperar el aliento. Volvió a recordarlo todo de nuevo, el día del accidente, la imagen de Laura yéndose. Sacudió la cabeza, retirándose las lágrimas, y volvió la mirada hacia Adara.- Eres tan guapa como ella. Me dijeron que sufriste un accidente de coche y me acordé de mi hija, pero cuando te vi...No podía dejar de pensar en ella.

Adara no se dio cuenta, pero ella también estaba llorando. No supo qué decir, y supuso que eso era lo mejor. Nada podía estropear ese momento, cualquier palabra mal dicha rompería en mil pedazos esa escena. No habló, actuó sin más. Se acercó a Adrián y le ofreció sus brazos. Ese abrazo, de alguna manera, les tranquilizó a los dos. Las palabras de él volvieron a inundar la habitación:

-Eres joven, aprovecha todo lo que te ofrezcan. No cometas errores de este tipo, Adara. Cuando te quieres dar cuenta, lo has perdido todo. Aún no es tarde para volver a vivir.

Y, en ese momento, comprendió lo que realmente necesitaba recuperar, aunque no sabía cómo.
Necesitaba recuperar a Paola.
 
 
 
Adara pestañea, y vuelve de nuevo a su habitación. Echa de menos a Adrián y sabe que le debe muchas cosas. Que gracias a él aprendió a quererse y a apreciar la vida un poco más.
Pero hay algo que aún no ha podido enseñarle. Adara no sabe cómo afrontar el miedo. El miedo a caminar sola por la casa, a salir de su habitación. No soportaría encontrarse a solas con Luís, no podría sobrevivir a otra de sus palizas. Recuerda asqueada que su padre no pasó ni un sólo día con ella en el hospital, ni siquiera una visita. Tampoco se ha preocupado por ella desde que está en casa, no ha pasado por la habitación a preguntarle como está. Sabe que se levanta temprano y se va al bar, y vuelve de noche, cuando todos están durmiendo. No sabe ni dónde come, como se gasta el dinero ni en qué ocupa su tiempo, pero tampoco le importa. Solo quiere tenerlo lejos. Pero todas las noches le oye llegar, pasar por delante de su puerta para dirigirse a su habitación y el pequeño corazón de Adara se encoge de pánico y angustia, y desea estar en la cama de su hermano, abrazarlo, y sentir sus brazos protegiéndola en la oscuridad.
Mientras intenta hacer algo con su pelo, desenredarlo y darle un poco de brillo, recibe un mensaje. Es de su madre. Le desea suerte y le asegura que todo va a salir bien, que es mejor que esté tranquila. La relación con su madre se ha ido estrechando un poco más desde que Adara entró en el hospital, pues ella iba todos los días a visitarla, hablaban e incluso a veces, en su compañía, Adara llegó a sonreir. Pero todavía le guarda algo de rencor a Miriam, por haberla abandonado cuando más la necesitaba y por no ayudarle con lo de los maltratos de Luís, pues Miriam sigue esquivando el tema cada vez que se encuentran.

La puerta de la habitación se abre con un leve chirrido, y tras ella aparece Lucas.

-¿Estás lista?.
-Sí.-Adara se sienta en la cama, y le hace un gesto a su hermano para que se siente a su lado.-Todavía falta un rato.¿Podemos hablar?.-Lucas nota el nerviosismo en su hermana e intenta tranqulizarla.
-Tranquila, ¿Vale?. Todo va a salir bien, estoy seguro.
-Eso es lo que decís todos, pero yo no estoy tan segura, hace tiempo que nada sale bien. Aunque no es eso de lo que quería hablarte. ¿Como está Paola?
-¿Qué?-A Lucas la pregunta le pilla desprevenido, pues es la última que se esperaba, y tarda un rato en reaccionar.-Pues supongo que está bien, hablé con ella hace un rato.¿Pero a qué viene esta pregunta ahora?
-Es que, como hace dos días que no viene, y creo que tú tampoco has salido mucho con ella últimamente porque estás siempre conmigo, pues sentía curiosidad.-Aunque ella no lo diga, Lucas nota como tras las palabras de su hermana hay más que simple curiosidad, ve la preocupación y también la añoranza.
-Está bien, enserio. Lo que pasa es que pensó que te molestaba viniendo todos los días a verte, que tú no querías verla a ella. Pero le preocupas, y te aseguro que, aunque no viene, cada vez que hablamos por teléfono me pregunta por ti. Venga, vámonos, que se hace tarde.

Y mientras entran en el coche, y se va acercando más la hora, Adara siente que poco a poco se va haciendo más fuerte, que esto, de alguna forma le ha cambiado la vida, no a mejor ni a peor, sino que la ha hecho diferente, y se da cuenta de que está lista para afrontar cualquier situación que se le presente.