viernes, 12 de agosto de 2011

CAPÍTULO DIECINUEVE.

Adara y Roberto caminan por dentro el hospital. Después de haber dejado atrás la recepción, donde había un poco más de revuelo, pasearon por los pasillos, que permanecían en calma. Apenas alguna enfermera que corría apresurada, o el llanto sinlencioso de alguna madre que rezaba porque su hijo se recuperara de algún tipo de accidente.

-Así que tú me vas a vigilar, ¿es eso?- Adara mira a su compañero con algo de ironía, y mueve la cabeza.
-Sí, se podría decir que sí. Yo tengo que dar parte de lo que haces. Comprobar que cumples con tu trabajo.
-Pues vaya.
-¿Pues vaya? ¿Qué pasa, te parece mal?- Roberto la mira con el ceño ligeramente fruncido.
-No sé. Mal no, pero es lo que hace un médico, ¿no? Y tú eres muy joven para haber acabado la carrera de medicina.
-Tienes razón, no soy médico. Ni siquiera estudio medicina. Yo estoy aquí como voluntario. Llevo ya muchos años.
-¿Y eso? ¿Desde cuándo?
-Desde que acabé el instituto. Hice bachiller, y cuando lo acabé no quise ir a la universidad. Conocí a una chica que trabajaba en este hospital, y me consiguió sitio como voluntario aquí, con los niños.
-O sea, si no me equivoco, tienes unos veintirés años, no tienes que estudiar, supongo que porque tienes dinero, no te hace falta trabajar y pierdes tu tiempo aquí. ¿Tú estás loco, o qué te ocurre?- Pregunta ella, incrédula.
-No vas mal encaminada, pero no estoy loco. Lo hago porque me gusta.- Adara ve un brillo de alegría en sus grandes ojos azules, que contrastan de forma perfecta con su pelo oscuro, y entonces comprende lo que significa este lugar para él.

Entran en una gran sala que ahora está vacía. El suelo está cubierto de alfombras de colores vivos. Mesitas y sillas de plástico, de un tamaño muy reducido, están repartidas por toda la habitación. Hay estanterías y muebles llenos de libros infantiles, juguetes, y una gran pizarra para pintar situada en la pared central. Todas las demás paredes están decoradas con miles de dibujos. La del fondo es una gran cristalera, que cuando tiene las persianas subidas deja ver un inmenso jardín con toboganes, columpios, cajones de arena para jugar. En la pared situada en el lado derecho, cerca de la puerta, hay una mesa y justo detrás, sentada en una silla plateada, se encuentra una mujer, que levanta la cabeza al oírlos entrar:

-Roberto, ¡qué bien que hayas llegado!- la mujer se quita las gafas y se acerca a ellos.
-Hola, Candela.- Roberto la saluda, dándole un cálido abrazo- Ella es Adara- dice, señalando a su compañera.
-Sí, la del accidente. Encantada.- Adara enrojece mientras le devuelve el abrazo. Obversa a Candela, una mujer pequeña, no muy delgada, con el pelo corto y unos grandes ojos oscuros. Adara sonríe. Le recuerda a su abuela.
-Siento haber llegado tan tarde, tuve un pequeño problema.- Adara mira a Roberto, deseando que él no cuente que en realidad estaba llorando.- ¿No hay nadie?
-Estás impaciente por empezar, ¿eh? Llegarán ahora mismo, cuando acabe la hora de la siesta.- Candela se da la vuelta y se vuelve a sentar en la silla plateada.

Adara y Roberto cogen dos sillas y se sientan entorno a la mujer de las gafas. Ella tiene mil preguntas que hacer y a cada segundo se le ocurre otra, convencida de que Candela se las podrá responder todas.
Candela lleva años ahí y lo sabe todo. Le cuenta que los niños están ingresados en el hospital pasan las tardes en aquella sala. Necesitan voluntarios para entretenerles, y por eso están ahí. A veces, incluso van algunos payasos a divertirles. Y, cuando se lo permiten, sacan a los niños de excursión: al campo, a la feria...

-Por cierto, ¿qué te pasó esta mañana, Roberto? Me dejaste sola con los niños- pregunta Candela, examinando atentamente a aquel que se sienta a su derecha.
-Lo siento, me he quedado dormido. Me he levantado tan tarde que no he podido ni comer.- Un ruido casi imperceptible surge del estómago de él, afirmando por casualidad lo que acaba de decir, y todos ríen.

El tiempo pasa volando. Adara está tan a gusto en aquel lugar que no se da cuenta del pasar de las horas, hasta que la habitación se empieza a llenar de niños. La sala ya está llena del todo. Habrán unos quince niños de entre cuatro y doce años. Dos de ellos se acercan a Roberto.

-¡Rober! Jo, tío, hacía ya un montón que no venías. Desde el fin de semana pasado.- El que habla es un chico pelirrojo, con muchísimas pecas que cubren su piel blanca. Parece el más mayor de todos, de unos once o doce años. A su lado hay un niño un poco más pequeño y moreno, tanto de piel como de cabello, que asiente rápidamente con la cabeza.
-¿Y tú, por qué dices que sí, Teo? Ya os dije, a tí y a Sergio, que no podría venir antes. Pero mirad, os he traído un regalito- Roberto saca dos piruletas de su bolsillo- Pero no tenéis que decir nada, ¿eh?- En los rostros de los niños se ve la felicidad ante aquel simple gesto, y chocan las manos con las de Roberto cuando éste las extiende.

De detrás de los niños aparece otra niña, de aparentemente unos cinco o séis años de edad, de rostro muy dulce y un largo cabello rubio, que mira a Roberto con los ojos iluminados.

-¿Y para mí no hay?- pregunta, con una voz cantarina y tan dulce como sus facciones.-Roberto coge a la niña y la sienta en su regazo.
-Claro Lucía, para ti siempre tengo algo.-Saca otra piruleta y se la da a la niña que le mira con ojos emocionados y le da un beso en la mejilla.

Adara contempla curiosa la escena. Le resulta interesante obsevar como la vida sigue. Estos niños, que no han vivido ni disfrutado la mitad de lo que ella lo ha hecho, y que probablemente estén peor, son capaces de seguir con sus vidas; y ella, en cambio, se encerró en su propio mundo sin hacer otra cosa que no fuera llorar y quejarse. De repente escucha la voz de la dulce Lucía, sacandola de sus pensamientos.

-¿Ella es tu novia?.-Le pregunta la niña a Roberto.-Porque está triste y no debes hacerla llorar porque es muy guapa.-Esto último lo dijo bajando la voz, casi en el oido de Roberto, aunque Adara puede oirlo y no consigue evitar sonreir.
-¿Mi novia?. ¡Qué va!. Es una amiga. Va a venir aquí a estar con vosotros.

Todos gritan '¡Bien!' al unísono, les encanta que gente nueva vaya a verlos. A Adara esto le hace reir, por fín es capaz de hacer feliz a alguien y solo con su simple presencia.
Su primera tarde en el hospital se le pasa volando. Adara se ha pasado la mayor parte del tiempo jugando con Lucía, que no la soltaba ni un segundo. Han cantado, jugado a las muñecas, a las cocinitas y han hecho un monton de dibujos. Y al final, en la despedida Lucía le ha hecho prometer a Adara que volverá al día siguiente.
Antes de irse Roberto invita a Adara a tomar un café. Minutos más tarde los dos están sentados en una mesa de la cafetería, uno en frente del otro, tomando sus respectivas consumiciones. Llevan ahí un rato, pero no hablan, no saben que decir y apenas se miran. Pero a pesar de ello el silencio que les envuelve no es tenso ni incomodo. Adara se siente agusto en presencia de Roberto, sus claros ojo claros le recomfortan y el silencio le ayuda a pensar. Pensar en el tiempo pasado, en como ha cambiado su vida en los últimos meses. Y aunque se siente mal y triste al recordar como era todo antes, por primera vez no llora.

-Necesito saber más cosas de ti.-Adara levanta la cabeza de su taza de chocolate y mira a Roberto, que acaba de hablar y le mira sonriente
-¿QuÉ?.-Adara enrojece y baja la vista otra vez.
-Siento curiosidad. No se, eres indescifrable.
-¿Como un jeoroglífico?.
-Algo así.-A Roberto le ha hecho gracía la comparación y ates de volver a hablar le dedica a Adara la más grande de sus sonrisas.-Es que te he estado observando hoy. A veces pareces fria y superficial, como si todo te diera igual y nada fuera contigo, en cambio, otras veces parece que seas tan sensible y tan fragil que da la sensación de que te vas a romper en mil pedazos con una sola mirada.
-Vaya, que cantidad de conclusiones en un solo día. Eso me recuerda a una película que vi ayer por la noche, trataba de...

Roberto se da cuenta de que Adara intenta cambiar de tema y la interrumpe, devolviendo la conversación a lo que a él le interesa.

-CuÉntame cosas obre ti, venga.
-¿Como qué?.-Adara recuerda a aquella parte del libro que le regalaron las dos navidades, Crepúsculo, en la que el vampiro hace mil preguntas a la chica para saber todo sobre ella. Adara imagina a Roberto brillando bajo la luz del sol, como el protagonista del libro, y se ríe.
-No sé, ¿Tu color favorito?
-Me da igual, todos los colores son iguales.-Adara decide que ya que va a tener que contestar, hacerlo lo más rápido posible, y sin dar demasiados detalles.
-¿Flor preferida?
-No se, ¿Las rosas?
-¿Animal favorito?
-No me gustan los animales.
-Me lo pones difícil, ¿Eh?. Déjame que piense más preguntas.-tras una larga pausa, continúa- Ya está ¿Qué te hace feliz?
-Paso palabra.
-Vale, ¿Pues qué te asusta? A todo el mundo le asusta algo.

Adara no responde. Mira a Roberto y como sus ojos la observan fijamente. "Mejor será acabar cuanto antes", piensa, y decide ser sincera y poder escapar de ahí cuanto antes para refujiarse de nuevo en su habitación.

-El amor.-Contesta en apenas un susurro y enrojece cuando los ojos de su acompañante la observan con incredulidad.
-¿El amor?¿Cómo te puede asustar el amor?
-No sé, me asusta y ya está.-Ahora el tono de su voz es un poco más borde.
-El amor no te puede asustar pues es lo más bonito que existe. El amor es sonreír y estar feliz sin motivo aparente, sólo por ver a la otra persona. El amor es ese brillo en los ojos, esas miradas furtivas, las mariposas en el estomago. El amor no da miedo, eso es imposible.
-El amor da mucho miedo.-Adara mira a Roberto a los ojos y este puede ver en ellos la tristeza y el dolor, justificación de ese miedo.-Sí, el amor es felicidad, sonrisas y miradas tontas. Pero todo eso que tú has dicho esconde detrás la soledad, la tristeza y el dolor. Sólo es un fino velo que esconde la verdadera realidad, que te ciega. Y después, cuando todo acaba, naufragas, sientes que te hundes y que caes en un agujero negro. Y un insoportable dolor te oprime el pecho impidiéndote repirar hasta el punto que deseas morir. Y después tocas fondo, y ya no hay nada más. Ya no ves el vaso medio vacío, sino que no ves nada dentro del vaso. Y sientes que has muerto, que caminas, hablas, respiras, pero que estás muerto por dentro.
-Has sufrido mucho ¿no?.-Roberto espera una respuesta por parte de Adara que nunca llega.-¿Pues sabes una cosa? yo prefiero haber vivido un sólo día de amor y después mil años tristes de esos que tú dices a no haber sentido nunca nada. Eso si que es un verdadero infierno.

martes, 2 de agosto de 2011

CAPÍTULO DIECIOCHO.

Lucas y Adara salen del juzgado cogidos de la mano, y seguidos de mucha gente desconocida, agena a la situación que ellos acaban de vivir, con sus propios problemas en la cabeza. Detrás del seat rojo de Lucas está aparcada una Derbis Atlantis azul, y apoyada en ella una chica con una larga melena oscura que Adara reconoce al instante. Se suelta de la mano de su hermano y va corriendo hacia donde está la moto, y sin preguntar ni pedir permiso la abraza fuertemente y rompe a llorar. Paola le devuelve el abrazo con una gran sonrisa y le acaricia la cabeza, intentando consolarla.

-Shh. Vamos, Adara, ya pasó. Cálmate.
Lucas se acerca a ellas sorprendido y le da un beso en la mejilla a Paola. Adara se separa de su amiga, pero en ningún momento le suelta las manos.

-Lo siento, de verdad. No sé que me pasó...No quiero que te vayas, no quiero perderte.-Adara habla sin dejar de llorar, y sus palabras son apenas un susurro ahogado entre sollozos.
-No pasa nada, de verdad, entiendo que...-Paola no puede acabar de hablar y se echa a llorar.
-Venga, vámonos chicas.-Lucas abre la puerta del coche. Adara le dedica a Paola una dulce sonrisa a través de las saladas lágrimas, y le suelta las manos para meterse en el vehículo. Lucas abre la puerta del copiloto, haciendo señas para que Paola entre, pero ella niega con la cabeza:
-Ir vosotros, yo os sigo con la moto.-Paola sonríe y se pone el casco, retirándose cuidadosamente las lágrimas de la cara.
 
Minutos más tarde están los tres en casa de Lucas y Adara, sentados en el sofá. Mientras él busca algo para beber, las dos chicas hablan para intentar arreglar la situación.

-Sí, bueno... al principio me sentó mal, yo sólo quería ayudarte, y tú me rechazabas.- Paola frunce el ceño, intentando olvidar tiempos no tan lejanos.
-Lo sé, y lo siento. No sé por qué lo hice. Estaba mal. Pensé que...No sé ni que pensé. Lo siento, de verdad.-Adara se tapa la cara con las manos, y deja escapar de su boca un leve suspiro- Deberás pensar que soy imbécil.
-No pienso eso, Adara.- Paola le coge las manos con delicadeza- Sigo sin entender por qué confiaste más en ellas que en mí. Yo jamás formaría parte de su grupo, debiste saberlo.

Adara asiente con la cabeza, mirándola fijamente a los ojos y sintiendo cómo la recorre una extraña sensación. La sensación de confianza que su amiga le transmite vuelve de nuevo a su vida.
Lucas vuelve al salón con una bandeja que contiene tres refrescos fríos, y la deja en la mesita que hay en frente del sofá. Se sienta al lado de Paola y le da un dulce beso en los labios. Adara puede ver en los ojos de su hermano amor y cariño cuando él mira a Paola, y también seguridad, la misma que le transmitía a ella durante el juicio. Al recordar el juicio, también recuerda la sentencia, aunque no las palabras exactas del juez. Sólo recuerda vagamente las miradas acusadoras de la gente, las lágrimas recorriendo las mejillas de su madre, que fue al juicio, y la seguridad de Lucas, contrastando con el resto del mundo. La sentencia ha sido clara, es menor de edad, no tiene antecedentes, se ha librado de una buena. Pagar una enorme cantidad de dinero como multa e indemnización, y hacer trabajos sociales. Pensaba que tendría que hacer cosas como limpiar baños públicos o barrer la calle, pero tuvo suerte y le ofrecieron algo mejor, una opción más aceptable. Un hospital infantil. De repente suena su móvil y Adara, disculpándose, va hacia la cocina para poder hablar con más tranquilidad.

-¿Sí?
-¡Ady!, ¿Cómo estas?.-Desde el otro lado de la línea llega la voz de Stella, un horrible coro que grita "Hola" y palabras sin sentido procedentes del resto de las chicas, que supuestamente estarán con Stella.
-Bueno, bien... creo. ¿Y tú?
-Genial.¿Cómo fue el juicio?
-Mejor de lo que pensaba, pero podríais haber venido a verme.- Adara sabe que su voz mantiene un tono enfadado, pero no intenta disimularlo. Está algo molesta con sus supuestas amigas.
-Si, pero no sabíamos dónde era, ni a qué hora y bueno, temíamos molestar.
-Claro, si lo entiendo.-Adara sabe que todo son excusas, o lo intuye, pero prefiere dejar el tema, pues no le apetece discutir.- Pero las amigas no molestan, normalmente. ¿Querías algo en especial? Es que estoy cansada, la verdad.
-No, sólo saber cómo estabas, te dejamos descansar. Te llamo otro día y quedamos. Adiós.
-Adiós.- Y antes de colgar oye otro coro como el de antes, de voces chillonas, pero que esta vez dicen '¡Te queremos!'

Adara sale del salón con cara de pocos amigos, y Paola no duda en preguntar, utilizando un tono de voz medio burlón:

-¿Tus amigas?

Adara resopla, sin apartar la mirada de los ojos de ella.

-Sí, ésas mismas.
 
 
 


Cinco días más tarde.

Lucas aparca el coche que le prestó Bruno, pues el suyo sigue en el taller, y mira a su hermana. No puede evitar sentirse decepcionado. A pesar de toda la seguridad y tranquilidad que intentó mostrarle durante el juicio y los días siguientes, incluso ahora mismo, no puede evitar reprocharle a su hermana lo que hizo. Observa cómo ella se baja del coche y se aleja. Antes de volver a arrancarlo, baja la ventanilla.

-¡Adara! ¿A qué hora vengo a por tí?.-Le pregunta cuando ella se da la vuelta.
-Ya te llamo yo.-Cuando habla intenta sonreír, demostrar confianza, pero a su hermano no consigue engañarle, pues percibe la tristeza de su voz, de sus ojos.
-Buena suerte.-Lucas intenta animarla. Sonríe, arranca el coche y se va.

Nunca creyó que su hermana, esa chica que él veía tan inocente, tan buena, fuera capaz de hacer tal locura. Pero si de algo está seguro Lucas es que esta experiencia tendrá algo positivo para Adara: la hará madurar.

Adara ve como su hermano se aleja, y una vez que el coche desaparece en el horizonte, se derrumba. Se sienta en el suelo, apoyada en una pared, y esconde la cabeza entre las manos. No puede evitar llorar. Su vida ha desaparecido, nada es como ella recuerda. Y le gustaría desaparecer con ella. No le gusta lo que vive ahora. Y sigue ahí, llorando desconsoladamente, sin poder mover ni un solo músculo. Está apoyada en la pared del hospital infantil, cerca de la entrada. Siente la pared rugosa del gran edificio blanco clavándose en su espalda con cada sollozo. Todo el mundo que entra y sale del edificio, que cruza las puertas automáticas, la mira, pero nadie es capaz de ayudarla, acercarse a ella y darle consuelo. Y eso es lo que ella más anhela, unos brazos que la envolvieran en un cálido y fuerte abrazo, que le sirvieran de refugio hasta que no tuviera más lágrimas que derramar. Con Lucas ya no es suficiente, ni su mejor amiga le sirve ya, pues siente que lo hacen por obligación. Y ella quiere algo más. Algo que antes tenía. Algo que perdió en un solo día. Sin poder superarlo. A su madre y a Danel. A su madre la odia, la odia por haberse ido, haberla abandonado cuando más la necesitaba, sin darle a penas la oportunidad de despedirse. Pero ahora ella está intentando arreglar las cosas, y aunque todavía le guarda un poco de rencor sabe que la necesita y que cuando no está la echa de menos. Y también, aunque se esfuerce en negarlo, extraña a Danel. Se repetía día tras día que él la había abandonado, le había traicionado, que no quería verlo más; y aunque su cabeza lo odiara, ella sabía que en el fondo de su corazón lo seguía queriendo. Y lo sabía por el dolor que le producía recordarle y por lo que sintió, para su sorpresa, cuando lo vio en el hospital. Anhela sus labios, sus besos y su risa. Sigue llorando, en la misma posición, escondiendo la cara para que nadie la vea cuando empieza a oír una música estridente y un frenazo brusco. Pero prefiere seguir llorado, sumida en sus pensamientos, y permanecer ajena a todo lo que pase fuera de su desgraciado mundo.
 
 
 
 
Unos minutos antes.

Roberto pisa el acelerador, pero se ve obligado a frenar en seguida, pues el atasco es enorme. Está inquieto, nervioso y enfadado. Nunca le han molestado especialmente los atascos ya que siempre los ha considerado como un buen momento para reflexionar. Pero en este momento el atasco le está desquiciando. Se ha quedado dormido y llega media hora tarde. El teléfono no para de sonar, pero no lo puede coger, y eso todavía le pone más nervioso. Ha tenido que salir tan rápido de casa que no le ha dado tiempo a desayunar y se muere de hambre, por no poder no ha podido ni arreglarse, se ha puesto la ropa del día anterior y ha salido casi sin peinarse. Por fín la grúa que había causado tal atasco al ir a recoger un coche accidentado se va, permitiendo al resto del mundo continuar con sus vidas. Sin perder ni un segundo, Roberto pisa otra vez el acelerador de su Megan Dci. Cuando llega a su destino, baja la música y aparca el coche. Contesta al móvil, que sigue sonando, mientras baja del coche.

-Sí, tranquila. Ya estoy aquí. Ahora entro y me cuentas.-hace una pausa, poniendo los ojos en blanco- ¡Sé que llego tarde, pero había un gran atasco!

Cuelga el teléfono, lo guarda en su bolsillo y corre hacia la puerta. Está a punto de entrar cuando su mirada se posa en una chica, no muy lejos de allí, que parece estar llorando. Sabe que tiene prisa y no puede perder más tiempo, pero siente que algo tira de él hacia ella, necesita consolarla. Se parece a las niñas que él cuida en el hospital y no puede dejarla ahí. Decide acercarse.

-Toma.-Adara levanta la cabeza y ve que alguien le entrega un pañuelo.
-Gracias.

Mientras Adara se seca las lágrimas, el desconocido se sienta a su lado. Sabe que su madre no aprobaría que estuviese allí con alguien que no conoce, pero necesita compañía más que nunca.

-Me llamo Roberto.
-Adara.-Intenata sonreír sin que parezca un intento muy forzado.
-Tranquila, ya verás como se pone bien, no será nada.

Adara no entiende nada.¿Qué está diciendo? Al principio llega a pensar que el tal Roberto está loco, pero poco a poco entiende que la que debe parecer una loca llorando en la puerta de un hospital es ella.

-No, te equivocas. No tengo a nadie ahí dentro. No conozco a ningún enfermo, ni nada parecido.
-¿Entonces, qué te pasa?.-Roberto aparta un mechón de pelo de la cara de Adara y se lo coloca detrás de la oreja.-Así está mejor.
-En realidad, yo he venido a hacer trabajos sociales, con niños y demás.-Aunque al principio duda, al final contesta. Sabe que no tiene que estar avergonzada, fue un error y todo el mundo comete errores.
-Entonces creo que no llego tan tarde.-Dice, soltando una pequña risa.