viernes, 6 de mayo de 2011

CAPÍTULO DIECISEÍS.

Paola descansa encima del incómodo sofá que hay en la sala de espera del hospital. No puede parar de mover el pie izquierdo a una velocidad demasiado rápida, demasiado nerviosa. La cabeza de Lucas reposa sobre su regazo, y sus pequeñas manos acarician la rubia cabellera de él, intentando tranquilizarlo un poco, aunque sabe que será imposible. Con la mirada perdida, intenta tranquilizarse también y, una vez más, tiene la seguridad de que no lo logrará.
Inclina levemente la cabeza hacia delante, lo bastante como para observar la esbelta silueta del médico acercándose en su dirección.
Paola le da una palmada con suavidad en la cabeza a Lucas, haciendo que él se levante lentamente, con el ceño fruncido. Al darse cuenta de que el médico se dirige hacia ellos, se incorpora a la velocidad de un rayo.


-¿Cómo está?
-Está...-El doctor deja escapar un leve suspiro, creando un silencio casi insoportable, y se decide a continuar- estable.
-¿Estable?-Paola se cruza de brazos, enarcando las cejas- ¿No tiene nada más?, ¿viene a decirnos que está estable?
-La joven ha sufrido un golpe casi mortal en la cabeza, pero sigue viva. Es casi un milagro.
-Se va a despertar sola, no quiero que se despierte sin nadie a su alrededor.- Paola sacude la cabeza y comienza a andar, esquivando al médico. Desafortunadamente, él es más rápido que ella y la retiene cogiéndole el brazo con suavidad.
-Señorita, si vuelve a despertarse, será el segundo milagro en un mismo día. Mejor déjelo para más tarde.
-¿Qué quiere decir?-Lucas se acerca al doctor, mirándole a los ojos con la mirada cortante- ¡¿Qué está diciendo con eso?!
-Estoy diciendo que no sé cuándo se despertará su hermana. Es imposible saberlo.


Viendo como el médico se aleja, Paola estrecha la cara de Lucas con cariño entre sus manos, mostrándole protección y seguridad. Tras un suave beso en los labios, llega un susurro valiente que dice <<Ese médico es inútil. Se despertará temprano, como hace siempre, y tú lo sabes, ¿verdad?>>.
Las lágrimas para ambos no tardan en llegar, y se unen más que nunca en un abrazo miedoso e intranquilo, aunque lleno de sentimientos indescriptibles.
Otra silueta, al fondo de un pasillo cualquiera, le llama la atención a Paola.
No. No es el médico. Tampoco es ninguna enfermera. Es ella, no hay lugar a dudas.
Es Miriam.
Con los ojos como platos, y la cara pálida, apenas logra pronunciar:


-Cariño, hay alguien que viene a verte.


Lucas vuelve a fruncir el ceño, con expresión interrogativa, y Paola le contesta con un ligero movimiento de cabeza que le indica que debe girarse.
Y, cuando lo hace, su expresión no es mucho más distinta a la de Paola. Los ojos completamente desorbitados, la boca desencajada y el pulso a punto de dispararse por completo. Apenas puede mover un sólo músculo de su cuerpo, temiendo que pueda llegar a romperse.
Miriam se queda quieta delante de su hijo, mirándole directamente a los ojos, reflejando en su media sonrisa una amargura que apenas logra disimular.


-Hola, hijo.


Lucas no consigue articular palabra, y opta por un abrazo repentino aunque deseado. Llevaba tanto tiempo queriendo volver a sentirse protegido por su madre que ni siquiera recordaba la última vez que la tuvo entre sus brazos.
Paola le dedica una tímida sonrisa a Miriam y, con un guiño fugaz, se aleja del reencuentro para dirigirse hacia la habitación de Adara.
Realmente, no le hace falta buscar demasiado ya que ha observado durante horas cómo salían y entraban distintas enfermeras, y sabe perfectamente en qué habitación tiene que entrar.
Mirando atentamente las puertas, da con la que busca. Observa rápidamente a ambos lados, asegurándose de que no hay ningún médico que le impida entrar, y coge el pomo de la puerta sigilosamente.
El contacto de la mujer es casi imperceptible, así que se da la vuelta para afirmar su peor sospecha: se le había pasado por alto la enfermera rubia.


-Perdone, pero ahí no puede entrar nadie.- La voz de la enfermera es demasiado aguda para el gusto de Paola, pues le traspasa los tímpanos con demasiada fuerza.
-Verá, llevo tantas horas aquí que he perdido la cuenta. Sólo necesito ver a mi mejor amiga, por favor.
-Lo siento, pero está prohibido. Nada de visitas, almenos todavía.
-Sólo le estoy pidiendo cinco minutos. Sólo quiero entrar a verla.
-Lo siento.-finaliza la enfermera.


Paola le dedica una mirada gélida, llena de odio, y continúa.


-Se lo estoy pidiendo por las buenas. Si no me permite entrar, tendré que hacerlo por las malas.
-Escuche, señorita...
-¡Paola, mi nombre es Paola! -Le interrumpe, elevando la voz casi sin darse cuenta- ¿Se lo deletreo?


La gente que hay en el hospital clava los ojos de manera curiosa en la alterada conversación de las dos mujeres, pero a Paola parece no importarle, pues sigue gritándole a la enfermera, desesperada.


-Voy a tener que pedirle que abandone el hospital.- La enfermera agarra con fuerza el brazo de Paola, intentando llevarla lejos de allí, lejos de la frágil pared que la separa de su mejor amiga.


Y, en sólo un instante, lo tiene claro. Sólo un recuerdo hace falta para decidirse.
El recuerdo de dos niñas pequeñas jugando en un parque alborotado de gente. La niña de los ojos verdes persigue a la niña morena, y ambas ríen sin parar. La morena se llama Paola; la rubia, Adara. Son pequeñas, sí, pero parecen inseparables.


Inseparables.


Es suficiente. Suficiente como para que Paola se deshaga del agarre de la enfermera, y abra con brusquedad la puerta de la habitación.
La última imágen que ve antes de caer desplomada al suelo es el cuerpo débil y frágil de Adara, cubierto de heridas y rasguños.
 
 
 
 
-Paola, despierta.-El sonido de la voz de Lucas es lo único que suena en esa pequeña habitación.


Paola abre los ojos con lentitud, bastante confundida. Al inclinarse en la pequeña camilla, la cabeza le da un vuelco. Está a punto de explotarle en mil pedazos. Siente un fuerte dolor, casi insoportable.
Tan sólo puede reconocer a Lucas. Al lado de él, hay una pequeña mujer, tal vez sea una enfermera. Pero esta es morena.


-Lucas, ¿quién es?- Le mira extrañada, algo perdida todavía.
-Ella es una de las enfermeras que trata a Adara.


De repente, recuerda el cuerpo casi inerte de su mejor amiga o, más bien, la que fue su mejor amiga, y vuelve a palidecer.
La enfermera se percata, y sin dudarlo, se acerca para tranquilizarla un poco.


-Paola, ¿cómo te encuentras? Me llamo Rocío. -Paola sonríe. Por suerte, aquella enfermera mantiene un tono de voz neutral, y no le resulta tan insoportable.- Te has desmayado. ¿Recuerdas algo?
-Adara...-Paola se levanta de la camilla y siente que el mundo le da vueltas, pero continúa decidida, y empieza a andar hacia la puerta de la habitación.-Tengo que verla.
-Escucha, Paola.-Rocío posa una mano sobre su hombro, haciendo ademán de retenerla, y le dice- Has tenido una discusión con Ana, la enfermera que no te ha dejado entrar en la habitación de tu amiga. ¿Crees que así podrás entrar alguna vez?
-No era mi intención, pero tenía que entrar.


Lucas se acerca a Paola, rodeándole la cintura con los brazos, y le dedica un movimiento de cabeza a Rocío insinuándole que abandone la habitación.
Cuando lo hace, él acerca los labios al oído de Paola, y le habla con tranquilidad.


-Mi hermana tendría que haber visto cómo luchabas por entrar en su habitación. Habría confiado en tí de nuevo.
-Lucas, la quiero muchísimo. -Paola se gira con sumo cuidado, temiendo que él la suelte, y encuentra sus ojos verdes- Pero cuando despierte, todo seguirá como siempre.
-Tú no tienes nada que ver con Stella y ella debería saberlo.
-Desgraciadamente ha decidido creer en ellas antes que en mí.
-Sabes el gran poder de convencer que tienen, ¿verdad? -Lucas acaricia la suave melena de Paola sin apartar los ojos de los suyos.
-Pero Adara y yo nos conocemos desde pequeñas. Tendría que saber que yo no soy parte de ellas.
-Paola, Stella y su ejército tienen muchísimas personalidades. No sabes hasta qué punto pueden llegar a manejar a las personas. Hablaré con mi hermana, hablaré con ellas, pero esto se va a solucionar.


Paola no sabe qué decir, pero sí sabe qué debe hacer.
Se acerca con lentitud a Lucas, y le besa, intentando unirse más a él, aunque parece imposible. Cada beso le parece insuficiente y siente que necesita otro, y otro, y otro más. Ningún beso es lo bastante suficiente. Desea no separarse jamás de él, de sus labios. De sus abrazos, de sus palabras que consiguen tranquilizarla en cualquier momento.


-Te quiero, Lucas.
-Yo también, mi vida.


La música que desprende el móvil de Lucas les devuelve a la dura realidad. A la pequeña habitación de ese gran hospital.
Lo saca del bolsillo con rapidez, averiguando quién es el que quiere contactar con él, y resopla.


-Perdona, Danel. Me había olvidado por completo.- Contesta.


Paola se cruza de brazos, intentando escuchar qué es lo que dice desde la otra línea del teléfono, aunque no consigue escuchar mucho más que murmullos.


-Danel, no puedo ir. Estoy en el hospital, Adara ha tenido un accidente.


Esta vez, Paola puede escuchar con claridad la contestación de él : <<Enseguida estamos ahí>> 
 
 
 
Momentos tensos. Momentos que nadie puede describir porque cualquier palabra que intentara describirlos se quedaría corta, carecería del sentido adecuado. Momentos tan insoportables que no se los deseas ni a tu peor enemigo. A nadie, a absolutamente nadie. Porque tienes la seguridad de que ninguna persona sería lo bastante fuerte para soportarlos, para afrontarlos con valentía. Salvo tú, pues llegan sin avisar, sin permiso. Llegan y se quedan, y tienes que plantarles cara quieras o no, porque debes convivir con ellos y luchar para que algún día abandonen tu vida.


Esos momentos golpean con brutalidad a las cinco personas que esperan impacientes alguna noticia de cualquier médico. Esperan un <<Acaba de despertar>>, o tal vez un <<Ha mejorado>>.


Bruno le da unas palmaditas tranquilizadoras a Lucas en el hombro. Recuerda, cuando era un poco más pequeño, que Lucas siempre llevaba a Adara con él a todas partes. Recuerda también que le encantaba esa pequeña niña rubia llena de energía que siempre hablaba abiertamente con todo el mundo, y se agarra a ese último recuerdo, deseando con todas sus fuerzas que esa niña vuelva a dirigirse a él con una energía descomunal.


Danel se pasa las manos por la cabeza, e intenta disimular la nerviosidad que le está mordiendo el estómago. Sí, le fue infiel y se comportó de una manera egoísta con Adara pero, aun así, espera con impaciencia el momento de verla sonreír de nuevo.


Paola deambula de aquí para allá, intranquila, esperando a alguien, pero ni ella misma sabe quién es ese alguien. Tan sólo quiere recibir noticias de Adara, noticias positivas. Unas cuántas imágenes atraviesan su mente. Imágenes que reflejan una infancia perfecta al lado de su mejor amiga, y llora deconsoladamente reclamándole al cielo que suelte de sus garras la vida de Adara.


Miriam sigue consumiendo cafés amargos en la cafetería situada a pocos metros de las personas que esperan, tan nerviosos e impacientes como ella. Por un momento se siente cobarde, no sabe qué es lo que hace ahí. Hace unas horas su hija le pidió ayuda, pues no podía soportar las insufribles palizas de su padre, y ella no fue capaz de ayudarla. Tan sólo volvió a irse. Volvió a huir como hizo siempre. Se pregunta una vez más qué es lo que hace ahí. Quiere a su hija, pero no se ve con fuerzas para ayudarla a escapar del infierno que está viviendo. Y vuelve a pensar en la idea de huir de ese hospital, de escapar de nuevo para no volver jamás. Aunque, por la falta de sueño y de fuerzas, decide dejar esa pequeña idea para más tarde y se limita a seguir removiendo ese insípido café.


Lucas apenas puede ver con claridad, a través de esas gruesas lágrimas que le empañan los ojos. Sólo quiere volver a ver a su hermana, abrazarla. Llamarla pequeñaja de nuevo. Darle consejos, llevarla en un futuro a la universidad. Decirle que ese chico la mira demasiado, o que ese otro no es bueno para ella. Quiere recuperarla para no dejarla jamás.


-¿La familia de Adara García?- Los cuatro vuelven inesperadamente a la sala de espera, y se levantan casi a la vez.- Sigue igual. Pero puede entrar una sola persona a verla, si lo desean.


Todos se miran, y Bruno y Danel deciden sentarse de nuevo. Saben que Lucas o Paola tienen más derecho que ellos dos.
Miriam sigue en la cafetería, y parece ser que no se ha percatado del aviso del médico.
Paola mira a Lucas, y le susurra que debe ser él quién vaya a verla, pero él niega con la cabeza, dirigiéndose hacia el médico.


-Vamos a ir ella y yo.
-Puede entrar tan sólo un familiar.- contesta el doctor en un hilo de voz casi imperceptible.
-Se lo ruego.-añade Lucas- por favor.


Tras unos segundos de silencio, el médico asiente con un movimiento de cabeza, y les indica que deben seguirle.
Al llegar a la habitación, Paola entra rápidamente, agarrándole cuidadosamente una mano a Adara, dejando que las lágrimas escapen de sus oscuros ojos sin preocuparse por intentar disimularlas.
Lucas se tapa la boca, y cierra los ojos, recordando cómo debe respirar. Poco después de recomponerse casi por completo, se sitúa al otro lado de Adara, acariciándole el brazo con suavidad.
Los dos se quedan en silencio, observando el pequeño cuerpo que reposa encima de la cama.
Está completamente cubierta de heridas no muy profundas, pero que dejarán marca si no se curan bien. El aspecto es casi irreal.
Las ojeras oscuras y marcadas repasan el contorno de sus ojos. Los labios, de un color púrpura apagado, están llenos de pequeños cortes y sus mejillas están rodeadas de cortes, rasguños y heridas.
Paola empieza a tararear una nana tranquilizadora, sin soltarle la mano. Le acaricia con la otra la frente, apartándole el pelo enmarañado repleto de nudos.
 
 
 


Las horas pasan, a veces más rápido de lo que creemos. A veces, más rápido de lo que deseamos.
Lo que duele, realmente, son los segundos. Porque cada uno de ellos se acerca demasiado a tí, a tu cuerpo, a tu corazón. Y, algunos de ellos, muerden, y provocan dolores insoportables.
A veces, sin darte cuenta, pasan burlándose. Pero no puedes hacer nada para pararlos. Aún no tienes ese poder, esa manera de detenerlos. Y es algo que te quema por dentro.
Paola y Lucas a penas se han movido, aunque están realmente incómodos, pues han perdido la cuenta del tiempo que llevan en el hospital.
Paola empieza a sentir pinchazos en el brazo, pero no deja de acariciar la frente de Adara, intentando que esté más cómoda aunque ni siquiera sabe que las dos personas que más la quieren en el mundo están ahí con ella. Pero la joven no se da por vencida.


-Vuelve, enana.- Le dice Lucas, en un tono de voz que refleja desesperación.-Vuelve, enana, por favor. -repite, una y otra vez.- Vuelve, enana.
 
 
 
 
 
 
 
 
-¡Vuelve, enana!


Adara empieza a reírse y le enseña la lengua a Lucas sin parar de correr, sintiendo la cálida arena entre los pequeños dedos de los pies. Está caliente, pero no impide que ella siga corriendo por la playa, riendo y gritando.
Casi sin darse cuenta, apoya el pie en una pequeña roca escondida bajo la fina arena y cae al suelo. Rápidamente se observa el pie para asegurarse de que no se ha hecho ningún rasguño, y se lo masajea entre algunas lágrimas de dolor.
Nada más levantar un poco la mirada hacia el cielo, enmedio de un suave pelo mojado, ve la cara de Lucas mostrando preocupación.


-¡¿Pequeñaja, estás bien?!
-Me he hecho pupa.
-Ven aquí.- Lucas la coge y apoya el pequeño cuerpo de su hermana encima del suyo, masajeándole la suela del pie con cuidado. De repente, escucha su risa chillona, y vuelve la cara hacia ella.- ¿Qué pasa, tienes cosquillas?


Adara se muerde los labios, intentando ocultar una sonrisa, pero es casi inevitable.


-Así que mi pequeñaja tiene cosquillas...-Lucas agarra con fuerza el pie derecho de la niña, y lo toca con la punta de los dedos de la misma manera que toca un guitarrista a su querido instrumento musical.


Las risas de la pequeña invaden cada rincón de la playa. Empieza a sacudirse, intentando deshacerse del abrazo de Lucas, pero no lo consigue.
Pasan los segundos y ella sigue ahí, encima de su hermano mayor, siendo atacada por unas cuantas cosquillas que a penas sí puede soportar.
Cuando cree que ya ha sufrido bastante, decide que es momento para dejarla en libertad y la suelta. Pero, como es propio de una niña pequeña, ella no huye. Se queda encima de él, observándole con una mirada que dice << A ver si te atreves a atacarme de nuevo>>.
Lucas se percata, y le dedica a su hermana una media sonrisa.


-Adara, ¿tienes hambre?
-No, no quiero irme a comer. ¡Quiero jugar!
-Me da igual. Mamá y papá estarán sacando la comida, así que...¡a comer!


Adara niega con la cabeza y se cruza de brazos, pero Lucas, manteniendo la sonrisa en la boca, la coge por los pies y se la cuelga del hombro, como si de un saco se tratase.
Ella empieza a patalear y a darle pequeños puñetazos en la espalda, pero a él le son indiferentes. ¿Qué daño puede hacerte una niña de siete años cuando tú le sacas algunos más?
Lucas se desliza fácilmente por la arena, que empieza a quemarle las suelas de los pies. Decide darse un poco más de prisa. Tiene un hambre indescriptible y la quemazón empieza a empeorar, así que poco a poco deja de andar y empieza a correr.
Cuando llega a la tienda de campaña, tira a Adara encima de su toalla rosa y se sienta en la azul.


-¿Dónde estabais?- Miriam saca dos bocadillos, uno claramente más grande que el otro, y dos latas de refresco.
-Déjales, cariño. ¿No ves que estamos en la playa?
-Ya, Luis, pero la playa es inmensamente grande.- Miriam mira los ojos de su marido y sacude la cabeza, volviéndose de nuevo a sus dos hijos.- No os alejeis tanto, ¿vale?
-Vale, mamá.- Lucas coge los dos bocadillos y le entrega a Adara el más pequeño, acompañado por su refresco.


Adara retira el papel albal de su pequeño bocadillo, descubriendo que éste está relleno de crema de cacahuete, y sonríe ampliamente. Rápidamente lo muerde con brusquedad, sintiendo la suave textura en el paladar. Decide coger el bocadillo con las dos manos, olvidando que, con la izquierda, sujetaba la lata de refresco, que cae al suelo con un golpe sordo.


-¡Adara, cuidado con eso! ¡menos mal que no lo habías abierto!
-Se me ha caído. Perdona, mamá.
-Bueno, tampoco es para tanto. Ves a la orilla del mar y quítale la arena, anda.-Le dice Lucas, restándole importancia con una sonrisa.


Adara deja el bocadillo encima de la toalla, y corre hacia la orilla. Por un segundo, duda si debería meter los pies, pues el agua le resulta demasiado fría aunque, al final, decide entrar. Sentir el frío del mar en los pequeños pies le parece agradable, más de lo que había esperado.
Se agacha para sumergir cuidadosamente la lata, y con ella su diminuto cuerpo.
Cuando sale al exterior, coge aire por la boca y se aparta el pelo mojado que se le ha quedado pegado en la frente. Se ríe y vuelve a sumergirse, una y otra vez, disfrutando esa pequeña diversión en soledad. Aunque está menos sola de lo que cree.


-Hola.


Adara da un respingo y se tambalea, pero logra mantenerse en pie.
Un niño con un pequeño cubo colgado del brazo está justo a su lado, mirándola indeciso.


-Hola.-Adara también le mira, aunque le llama más la atención el cubo verde sujeto a su brazo.-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Alejandro, ¿y tú?
-Me llamo Adara, ¿quieres que seamos amigos?
-¡Vale!-El niño sonríe y llena el cubo de agua. Cuando se da cuenta de que pesa demasiado, decide vaciarlo un poco. Adara encuentra sus ojos inesperadamente, y frunce el ceño. Ese color...parece irreal.
Adara le dice que se va a comer, que su madre estará muy preocupada por su tardanza, y que después se verán para jugar un rato con ese cubo que tanto le ha llamado la atención a ella.
Sube, con la lata ya limpia, en dirección a la tienda de campaña.


-¡Peque, la próxima vez voy yo!-Lucas le grita desde su toalla, aunque Adara se da cuenta de que no son gritos bañados en enfado, y sonríe aliviada.-¿Tanto cuesta limpiar una lata de refresco?
-Es que estaba con mi amigo Alejandro.
-¿Alejandro?
-Sí.- Adara regresa a su toalla, recuperando su querido bocadillo, y propinándole otro mordisco. Con él en la boca, sigue hablando- ¡Tiene un cubo verde!
-¿Un cubo verde? ¡Hala, que bien! -Lucas sacude la cabeza sin dejar se sonreír, y continúa mordisqueando su bocadillo, el cual ha dejado casi por la mitad.


Adara asiente con la cabeza, e intentando que sus padres no se percaten, se acerca a Lucas y le habla en un hilo de voz casi inaudible.


-Te voy a contar un secreto.
-Tú dirás, peque.
-Alejandro no tiene ojos.
-¡¿Qué?!-Lucas la mira con incredulidad, y frunce el ceño.-Adara, ¿qué te he dicho sobre las mentiras?
-No, tete, no son mentiras. Alejandro no tiene ojos.
-¿Y por qué dices eso, a ver?
-Porque son de mentira.-Adara alza las cejas y sigue asintiendo con la cabeza. Al ver que su hermano sigue sin entender nada de lo que dice, insiste- Porque el color no existe, es como...como...-Busca algo alrededor, algo a lo que referirse, y sólo encuentra la crema de cacahuete. Bueno, podría valer- Es como si fuese crema de cacahuete.
-Querrás decir que son marrones, Ada.
-¡No, porque Paola tiene los ojos marrones, y no son así!
-Paola tiene unos ojos marrones muy oscuros, peque. Él los tendrá más claros.-Lucas empieza a reírse, recordando lo que su hermana ha llegado a pensar.- Quizá son parecidos a la miel.
-¡Sí! -Adara pega un bote, mostrando una sonrisa bastante amplia- ¡Tiene los ojos iguales que la miel, del mismo color!
 
 
 
 
Adara abre los ojos, respirando con brusquedad. La luz cegadora hace que parpadee varias veces antes de poder observar con claridad todo lo que le rodea.
No sabe dónde se encuentra, dónde está. No entiende por qué está tumbada en una cama incómoda, envuelta en una suave sábana azul celeste. No conoce a esa persona que llora a su lado, sujetándole la mano con suavidad. Tampoco entiende qué es lo que hace ahí, cómo ha llegado. Sólo recuerda un color, el color de la miel.
Parece una habitación. Una pequeña habitación de hotel.
Se inclina ligeramente y se percata de que sus brazos están cubiertos de extraños tubos finos y transparentes, e intenta quitárselos. Son realmente molestos.


-No, no lo hagas. ¡Lucas, se ha despertado!- La extraña se pasa las yemas de los dedos por el contorno de los ojos, retirándose lágrimas sin dejar de sonreír. Parece incluso demasiado feliz.
-¿Quién eres tú?- Adara está realmente confundida, apenas recuerda nada.- Ah, hola Stella.
-No, Adara. Soy...
-¡Adara!-La puerta se abre de golpe y Lucas entra corriendo, abalanzándose con cuidado sobre el frágil cuerpo de su hermana- ¿Estás loca? No vuelvas a hacer esto jamás.
-Nos has dado un buen susto, Adara.
-Perdona, Stella.-Adara la mira. Hay algo en las facciones de su cara que le resulta extraño.
-Adara, no soy Stella. Soy yo, Paola.


Empieza a recordar de nuevo. Ella no es Stella, por supuesto que no. Es Paola.
Sabe que están enfadadas, que ya ni siquiera son amigas, y no entiende por qué está ahí, a su lado. Pero, por algún extraño motivo, guarda silencio en vez de ordenarle que abandone la habitación.
Adara baja la mirada y se da cuenta de que aún sujeta la mano de Paola con fuerza, pero no la retira. Quizá sea la falta de fuerza, o tal vez sea el simple hecho de no querer deshacerse de su mano.
Dirige la vista hacia Lucas y, en un instante, una nueva imágen se cruza con sus pensamientos. Recuerda la playa, el cubo verde...recuerda a Alejandro, al niño de los ojos color miel.


-Lucas, ¿dónde está el niño de los ojos color miel? -Pregunta débilmente, en un hilo de voz casi inaudible.