Adara y Roberto caminan por dentro el hospital. Después de haber dejado atrás la recepción, donde había un poco más de revuelo, pasearon por los pasillos, que permanecían en calma. Apenas alguna enfermera que corría apresurada, o el llanto sinlencioso de alguna madre que rezaba porque su hijo se recuperara de algún tipo de accidente.
-Así que tú me vas a vigilar, ¿es eso?- Adara mira a su compañero con algo de ironía, y mueve la cabeza.
-Sí, se podría decir que sí. Yo tengo que dar parte de lo que haces. Comprobar que cumples con tu trabajo.
-Pues vaya.
-¿Pues vaya? ¿Qué pasa, te parece mal?- Roberto la mira con el ceño ligeramente fruncido.
-No sé. Mal no, pero es lo que hace un médico, ¿no? Y tú eres muy joven para haber acabado la carrera de medicina.
-Tienes razón, no soy médico. Ni siquiera estudio medicina. Yo estoy aquí como voluntario. Llevo ya muchos años.
-¿Y eso? ¿Desde cuándo?
-Desde que acabé el instituto. Hice bachiller, y cuando lo acabé no quise ir a la universidad. Conocí a una chica que trabajaba en este hospital, y me consiguió sitio como voluntario aquí, con los niños.
-O sea, si no me equivoco, tienes unos veintirés años, no tienes que estudiar, supongo que porque tienes dinero, no te hace falta trabajar y pierdes tu tiempo aquí. ¿Tú estás loco, o qué te ocurre?- Pregunta ella, incrédula.
-No vas mal encaminada, pero no estoy loco. Lo hago porque me gusta.- Adara ve un brillo de alegría en sus grandes ojos azules, que contrastan de forma perfecta con su pelo oscuro, y entonces comprende lo que significa este lugar para él.
Entran en una gran sala que ahora está vacía. El suelo está cubierto de alfombras de colores vivos. Mesitas y sillas de plástico, de un tamaño muy reducido, están repartidas por toda la habitación. Hay estanterías y muebles llenos de libros infantiles, juguetes, y una gran pizarra para pintar situada en la pared central. Todas las demás paredes están decoradas con miles de dibujos. La del fondo es una gran cristalera, que cuando tiene las persianas subidas deja ver un inmenso jardín con toboganes, columpios, cajones de arena para jugar. En la pared situada en el lado derecho, cerca de la puerta, hay una mesa y justo detrás, sentada en una silla plateada, se encuentra una mujer, que levanta la cabeza al oírlos entrar:
-Roberto, ¡qué bien que hayas llegado!- la mujer se quita las gafas y se acerca a ellos.
-Hola, Candela.- Roberto la saluda, dándole un cálido abrazo- Ella es Adara- dice, señalando a su compañera.
-Sí, la del accidente. Encantada.- Adara enrojece mientras le devuelve el abrazo. Obversa a Candela, una mujer pequeña, no muy delgada, con el pelo corto y unos grandes ojos oscuros. Adara sonríe. Le recuerda a su abuela.
-Siento haber llegado tan tarde, tuve un pequeño problema.- Adara mira a Roberto, deseando que él no cuente que en realidad estaba llorando.- ¿No hay nadie?
-Estás impaciente por empezar, ¿eh? Llegarán ahora mismo, cuando acabe la hora de la siesta.- Candela se da la vuelta y se vuelve a sentar en la silla plateada.
Adara y Roberto cogen dos sillas y se sientan entorno a la mujer de las gafas. Ella tiene mil preguntas que hacer y a cada segundo se le ocurre otra, convencida de que Candela se las podrá responder todas.
Candela lleva años ahí y lo sabe todo. Le cuenta que los niños están ingresados en el hospital pasan las tardes en aquella sala. Necesitan voluntarios para entretenerles, y por eso están ahí. A veces, incluso van algunos payasos a divertirles. Y, cuando se lo permiten, sacan a los niños de excursión: al campo, a la feria...
-Por cierto, ¿qué te pasó esta mañana, Roberto? Me dejaste sola con los niños- pregunta Candela, examinando atentamente a aquel que se sienta a su derecha.
-Lo siento, me he quedado dormido. Me he levantado tan tarde que no he podido ni comer.- Un ruido casi imperceptible surge del estómago de él, afirmando por casualidad lo que acaba de decir, y todos ríen.
El tiempo pasa volando. Adara está tan a gusto en aquel lugar que no se da cuenta del pasar de las horas, hasta que la habitación se empieza a llenar de niños. La sala ya está llena del todo. Habrán unos quince niños de entre cuatro y doce años. Dos de ellos se acercan a Roberto.
-¡Rober! Jo, tío, hacía ya un montón que no venías. Desde el fin de semana pasado.- El que habla es un chico pelirrojo, con muchísimas pecas que cubren su piel blanca. Parece el más mayor de todos, de unos once o doce años. A su lado hay un niño un poco más pequeño y moreno, tanto de piel como de cabello, que asiente rápidamente con la cabeza.
-¿Y tú, por qué dices que sí, Teo? Ya os dije, a tí y a Sergio, que no podría venir antes. Pero mirad, os he traído un regalito- Roberto saca dos piruletas de su bolsillo- Pero no tenéis que decir nada, ¿eh?- En los rostros de los niños se ve la felicidad ante aquel simple gesto, y chocan las manos con las de Roberto cuando éste las extiende.
De detrás de los niños aparece otra niña, de aparentemente unos cinco o séis años de edad, de rostro muy dulce y un largo cabello rubio, que mira a Roberto con los ojos iluminados.
-¿Y para mí no hay?- pregunta, con una voz cantarina y tan dulce como sus facciones.-Roberto coge a la niña y la sienta en su regazo.
-Claro Lucía, para ti siempre tengo algo.-Saca otra piruleta y se la da a la niña que le mira con ojos emocionados y le da un beso en la mejilla.
Adara contempla curiosa la escena. Le resulta interesante obsevar como la vida sigue. Estos niños, que no han vivido ni disfrutado la mitad de lo que ella lo ha hecho, y que probablemente estén peor, son capaces de seguir con sus vidas; y ella, en cambio, se encerró en su propio mundo sin hacer otra cosa que no fuera llorar y quejarse. De repente escucha la voz de la dulce Lucía, sacandola de sus pensamientos.
-¿Ella es tu novia?.-Le pregunta la niña a Roberto.-Porque está triste y no debes hacerla llorar porque es muy guapa.-Esto último lo dijo bajando la voz, casi en el oido de Roberto, aunque Adara puede oirlo y no consigue evitar sonreir.
-¿Mi novia?. ¡Qué va!. Es una amiga. Va a venir aquí a estar con vosotros.
Todos gritan '¡Bien!' al unísono, les encanta que gente nueva vaya a verlos. A Adara esto le hace reir, por fín es capaz de hacer feliz a alguien y solo con su simple presencia.
Su primera tarde en el hospital se le pasa volando. Adara se ha pasado la mayor parte del tiempo jugando con Lucía, que no la soltaba ni un segundo. Han cantado, jugado a las muñecas, a las cocinitas y han hecho un monton de dibujos. Y al final, en la despedida Lucía le ha hecho prometer a Adara que volverá al día siguiente.
Antes de irse Roberto invita a Adara a tomar un café. Minutos más tarde los dos están sentados en una mesa de la cafetería, uno en frente del otro, tomando sus respectivas consumiciones. Llevan ahí un rato, pero no hablan, no saben que decir y apenas se miran. Pero a pesar de ello el silencio que les envuelve no es tenso ni incomodo. Adara se siente agusto en presencia de Roberto, sus claros ojo claros le recomfortan y el silencio le ayuda a pensar. Pensar en el tiempo pasado, en como ha cambiado su vida en los últimos meses. Y aunque se siente mal y triste al recordar como era todo antes, por primera vez no llora.
-Necesito saber más cosas de ti.-Adara levanta la cabeza de su taza de chocolate y mira a Roberto, que acaba de hablar y le mira sonriente
-¿QuÉ?.-Adara enrojece y baja la vista otra vez.
-Siento curiosidad. No se, eres indescifrable.
-¿Como un jeoroglífico?.
-Algo así.-A Roberto le ha hecho gracía la comparación y ates de volver a hablar le dedica a Adara la más grande de sus sonrisas.-Es que te he estado observando hoy. A veces pareces fria y superficial, como si todo te diera igual y nada fuera contigo, en cambio, otras veces parece que seas tan sensible y tan fragil que da la sensación de que te vas a romper en mil pedazos con una sola mirada.
-Vaya, que cantidad de conclusiones en un solo día. Eso me recuerda a una película que vi ayer por la noche, trataba de...
Roberto se da cuenta de que Adara intenta cambiar de tema y la interrumpe, devolviendo la conversación a lo que a él le interesa.
-CuÉntame cosas obre ti, venga.
-¿Como qué?.-Adara recuerda a aquella parte del libro que le regalaron las dos navidades, Crepúsculo, en la que el vampiro hace mil preguntas a la chica para saber todo sobre ella. Adara imagina a Roberto brillando bajo la luz del sol, como el protagonista del libro, y se ríe.
-No sé, ¿Tu color favorito?
-Me da igual, todos los colores son iguales.-Adara decide que ya que va a tener que contestar, hacerlo lo más rápido posible, y sin dar demasiados detalles.
-¿Flor preferida?
-No se, ¿Las rosas?
-¿Animal favorito?
-No me gustan los animales.
-Me lo pones difícil, ¿Eh?. Déjame que piense más preguntas.-tras una larga pausa, continúa- Ya está ¿Qué te hace feliz?
-Paso palabra.
-Vale, ¿Pues qué te asusta? A todo el mundo le asusta algo.
Adara no responde. Mira a Roberto y como sus ojos la observan fijamente. "Mejor será acabar cuanto antes", piensa, y decide ser sincera y poder escapar de ahí cuanto antes para refujiarse de nuevo en su habitación.
-El amor.-Contesta en apenas un susurro y enrojece cuando los ojos de su acompañante la observan con incredulidad.
-¿El amor?¿Cómo te puede asustar el amor?
-No sé, me asusta y ya está.-Ahora el tono de su voz es un poco más borde.
-El amor no te puede asustar pues es lo más bonito que existe. El amor es sonreír y estar feliz sin motivo aparente, sólo por ver a la otra persona. El amor es ese brillo en los ojos, esas miradas furtivas, las mariposas en el estomago. El amor no da miedo, eso es imposible.
-El amor da mucho miedo.-Adara mira a Roberto a los ojos y este puede ver en ellos la tristeza y el dolor, justificación de ese miedo.-Sí, el amor es felicidad, sonrisas y miradas tontas. Pero todo eso que tú has dicho esconde detrás la soledad, la tristeza y el dolor. Sólo es un fino velo que esconde la verdadera realidad, que te ciega. Y después, cuando todo acaba, naufragas, sientes que te hundes y que caes en un agujero negro. Y un insoportable dolor te oprime el pecho impidiéndote repirar hasta el punto que deseas morir. Y después tocas fondo, y ya no hay nada más. Ya no ves el vaso medio vacío, sino que no ves nada dentro del vaso. Y sientes que has muerto, que caminas, hablas, respiras, pero que estás muerto por dentro.
-Has sufrido mucho ¿no?.-Roberto espera una respuesta por parte de Adara que nunca llega.-¿Pues sabes una cosa? yo prefiero haber vivido un sólo día de amor y después mil años tristes de esos que tú dices a no haber sentido nunca nada. Eso si que es un verdadero infierno.
viernes, 12 de agosto de 2011
martes, 2 de agosto de 2011
CAPÍTULO DIECIOCHO.
Lucas y Adara salen del juzgado cogidos de la mano, y seguidos de mucha gente desconocida, agena a la situación que ellos acaban de vivir, con sus propios problemas en la cabeza. Detrás del seat rojo de Lucas está aparcada una Derbis Atlantis azul, y apoyada en ella una chica con una larga melena oscura que Adara reconoce al instante. Se suelta de la mano de su hermano y va corriendo hacia donde está la moto, y sin preguntar ni pedir permiso la abraza fuertemente y rompe a llorar. Paola le devuelve el abrazo con una gran sonrisa y le acaricia la cabeza, intentando consolarla.
-Shh. Vamos, Adara, ya pasó. Cálmate.
Lucas se acerca a ellas sorprendido y le da un beso en la mejilla a Paola. Adara se separa de su amiga, pero en ningún momento le suelta las manos.
-Lo siento, de verdad. No sé que me pasó...No quiero que te vayas, no quiero perderte.-Adara habla sin dejar de llorar, y sus palabras son apenas un susurro ahogado entre sollozos.
-No pasa nada, de verdad, entiendo que...-Paola no puede acabar de hablar y se echa a llorar.
-Venga, vámonos chicas.-Lucas abre la puerta del coche. Adara le dedica a Paola una dulce sonrisa a través de las saladas lágrimas, y le suelta las manos para meterse en el vehículo. Lucas abre la puerta del copiloto, haciendo señas para que Paola entre, pero ella niega con la cabeza:
-Ir vosotros, yo os sigo con la moto.-Paola sonríe y se pone el casco, retirándose cuidadosamente las lágrimas de la cara.
Minutos más tarde están los tres en casa de Lucas y Adara, sentados en el sofá. Mientras él busca algo para beber, las dos chicas hablan para intentar arreglar la situación.
-Sí, bueno... al principio me sentó mal, yo sólo quería ayudarte, y tú me rechazabas.- Paola frunce el ceño, intentando olvidar tiempos no tan lejanos.
-Lo sé, y lo siento. No sé por qué lo hice. Estaba mal. Pensé que...No sé ni que pensé. Lo siento, de verdad.-Adara se tapa la cara con las manos, y deja escapar de su boca un leve suspiro- Deberás pensar que soy imbécil.
-No pienso eso, Adara.- Paola le coge las manos con delicadeza- Sigo sin entender por qué confiaste más en ellas que en mí. Yo jamás formaría parte de su grupo, debiste saberlo.
Adara asiente con la cabeza, mirándola fijamente a los ojos y sintiendo cómo la recorre una extraña sensación. La sensación de confianza que su amiga le transmite vuelve de nuevo a su vida.
Lucas vuelve al salón con una bandeja que contiene tres refrescos fríos, y la deja en la mesita que hay en frente del sofá. Se sienta al lado de Paola y le da un dulce beso en los labios. Adara puede ver en los ojos de su hermano amor y cariño cuando él mira a Paola, y también seguridad, la misma que le transmitía a ella durante el juicio. Al recordar el juicio, también recuerda la sentencia, aunque no las palabras exactas del juez. Sólo recuerda vagamente las miradas acusadoras de la gente, las lágrimas recorriendo las mejillas de su madre, que fue al juicio, y la seguridad de Lucas, contrastando con el resto del mundo. La sentencia ha sido clara, es menor de edad, no tiene antecedentes, se ha librado de una buena. Pagar una enorme cantidad de dinero como multa e indemnización, y hacer trabajos sociales. Pensaba que tendría que hacer cosas como limpiar baños públicos o barrer la calle, pero tuvo suerte y le ofrecieron algo mejor, una opción más aceptable. Un hospital infantil. De repente suena su móvil y Adara, disculpándose, va hacia la cocina para poder hablar con más tranquilidad.
-¿Sí?
-¡Ady!, ¿Cómo estas?.-Desde el otro lado de la línea llega la voz de Stella, un horrible coro que grita "Hola" y palabras sin sentido procedentes del resto de las chicas, que supuestamente estarán con Stella.
-Bueno, bien... creo. ¿Y tú?
-Genial.¿Cómo fue el juicio?
-Mejor de lo que pensaba, pero podríais haber venido a verme.- Adara sabe que su voz mantiene un tono enfadado, pero no intenta disimularlo. Está algo molesta con sus supuestas amigas.
-Si, pero no sabíamos dónde era, ni a qué hora y bueno, temíamos molestar.
-Claro, si lo entiendo.-Adara sabe que todo son excusas, o lo intuye, pero prefiere dejar el tema, pues no le apetece discutir.- Pero las amigas no molestan, normalmente. ¿Querías algo en especial? Es que estoy cansada, la verdad.
-No, sólo saber cómo estabas, te dejamos descansar. Te llamo otro día y quedamos. Adiós.
-Adiós.- Y antes de colgar oye otro coro como el de antes, de voces chillonas, pero que esta vez dicen '¡Te queremos!'
Adara sale del salón con cara de pocos amigos, y Paola no duda en preguntar, utilizando un tono de voz medio burlón:
-¿Tus amigas?
Adara resopla, sin apartar la mirada de los ojos de ella.
-Sí, ésas mismas.
Cinco días más tarde.
Lucas aparca el coche que le prestó Bruno, pues el suyo sigue en el taller, y mira a su hermana. No puede evitar sentirse decepcionado. A pesar de toda la seguridad y tranquilidad que intentó mostrarle durante el juicio y los días siguientes, incluso ahora mismo, no puede evitar reprocharle a su hermana lo que hizo. Observa cómo ella se baja del coche y se aleja. Antes de volver a arrancarlo, baja la ventanilla.
-¡Adara! ¿A qué hora vengo a por tí?.-Le pregunta cuando ella se da la vuelta.
-Ya te llamo yo.-Cuando habla intenta sonreír, demostrar confianza, pero a su hermano no consigue engañarle, pues percibe la tristeza de su voz, de sus ojos.
-Buena suerte.-Lucas intenta animarla. Sonríe, arranca el coche y se va.
Nunca creyó que su hermana, esa chica que él veía tan inocente, tan buena, fuera capaz de hacer tal locura. Pero si de algo está seguro Lucas es que esta experiencia tendrá algo positivo para Adara: la hará madurar.
Adara ve como su hermano se aleja, y una vez que el coche desaparece en el horizonte, se derrumba. Se sienta en el suelo, apoyada en una pared, y esconde la cabeza entre las manos. No puede evitar llorar. Su vida ha desaparecido, nada es como ella recuerda. Y le gustaría desaparecer con ella. No le gusta lo que vive ahora. Y sigue ahí, llorando desconsoladamente, sin poder mover ni un solo músculo. Está apoyada en la pared del hospital infantil, cerca de la entrada. Siente la pared rugosa del gran edificio blanco clavándose en su espalda con cada sollozo. Todo el mundo que entra y sale del edificio, que cruza las puertas automáticas, la mira, pero nadie es capaz de ayudarla, acercarse a ella y darle consuelo. Y eso es lo que ella más anhela, unos brazos que la envolvieran en un cálido y fuerte abrazo, que le sirvieran de refugio hasta que no tuviera más lágrimas que derramar. Con Lucas ya no es suficiente, ni su mejor amiga le sirve ya, pues siente que lo hacen por obligación. Y ella quiere algo más. Algo que antes tenía. Algo que perdió en un solo día. Sin poder superarlo. A su madre y a Danel. A su madre la odia, la odia por haberse ido, haberla abandonado cuando más la necesitaba, sin darle a penas la oportunidad de despedirse. Pero ahora ella está intentando arreglar las cosas, y aunque todavía le guarda un poco de rencor sabe que la necesita y que cuando no está la echa de menos. Y también, aunque se esfuerce en negarlo, extraña a Danel. Se repetía día tras día que él la había abandonado, le había traicionado, que no quería verlo más; y aunque su cabeza lo odiara, ella sabía que en el fondo de su corazón lo seguía queriendo. Y lo sabía por el dolor que le producía recordarle y por lo que sintió, para su sorpresa, cuando lo vio en el hospital. Anhela sus labios, sus besos y su risa. Sigue llorando, en la misma posición, escondiendo la cara para que nadie la vea cuando empieza a oír una música estridente y un frenazo brusco. Pero prefiere seguir llorado, sumida en sus pensamientos, y permanecer ajena a todo lo que pase fuera de su desgraciado mundo.
Unos minutos antes.
Roberto pisa el acelerador, pero se ve obligado a frenar en seguida, pues el atasco es enorme. Está inquieto, nervioso y enfadado. Nunca le han molestado especialmente los atascos ya que siempre los ha considerado como un buen momento para reflexionar. Pero en este momento el atasco le está desquiciando. Se ha quedado dormido y llega media hora tarde. El teléfono no para de sonar, pero no lo puede coger, y eso todavía le pone más nervioso. Ha tenido que salir tan rápido de casa que no le ha dado tiempo a desayunar y se muere de hambre, por no poder no ha podido ni arreglarse, se ha puesto la ropa del día anterior y ha salido casi sin peinarse. Por fín la grúa que había causado tal atasco al ir a recoger un coche accidentado se va, permitiendo al resto del mundo continuar con sus vidas. Sin perder ni un segundo, Roberto pisa otra vez el acelerador de su Megan Dci. Cuando llega a su destino, baja la música y aparca el coche. Contesta al móvil, que sigue sonando, mientras baja del coche.
-Sí, tranquila. Ya estoy aquí. Ahora entro y me cuentas.-hace una pausa, poniendo los ojos en blanco- ¡Sé que llego tarde, pero había un gran atasco!
Cuelga el teléfono, lo guarda en su bolsillo y corre hacia la puerta. Está a punto de entrar cuando su mirada se posa en una chica, no muy lejos de allí, que parece estar llorando. Sabe que tiene prisa y no puede perder más tiempo, pero siente que algo tira de él hacia ella, necesita consolarla. Se parece a las niñas que él cuida en el hospital y no puede dejarla ahí. Decide acercarse.
-Toma.-Adara levanta la cabeza y ve que alguien le entrega un pañuelo.
-Gracias.
Mientras Adara se seca las lágrimas, el desconocido se sienta a su lado. Sabe que su madre no aprobaría que estuviese allí con alguien que no conoce, pero necesita compañía más que nunca.
-Me llamo Roberto.
-Adara.-Intenata sonreír sin que parezca un intento muy forzado.
-Tranquila, ya verás como se pone bien, no será nada.
Adara no entiende nada.¿Qué está diciendo? Al principio llega a pensar que el tal Roberto está loco, pero poco a poco entiende que la que debe parecer una loca llorando en la puerta de un hospital es ella.
-No, te equivocas. No tengo a nadie ahí dentro. No conozco a ningún enfermo, ni nada parecido.
-¿Entonces, qué te pasa?.-Roberto aparta un mechón de pelo de la cara de Adara y se lo coloca detrás de la oreja.-Así está mejor.
-En realidad, yo he venido a hacer trabajos sociales, con niños y demás.-Aunque al principio duda, al final contesta. Sabe que no tiene que estar avergonzada, fue un error y todo el mundo comete errores.
-Entonces creo que no llego tan tarde.-Dice, soltando una pequña risa.
-Shh. Vamos, Adara, ya pasó. Cálmate.
Lucas se acerca a ellas sorprendido y le da un beso en la mejilla a Paola. Adara se separa de su amiga, pero en ningún momento le suelta las manos.
-Lo siento, de verdad. No sé que me pasó...No quiero que te vayas, no quiero perderte.-Adara habla sin dejar de llorar, y sus palabras son apenas un susurro ahogado entre sollozos.
-No pasa nada, de verdad, entiendo que...-Paola no puede acabar de hablar y se echa a llorar.
-Venga, vámonos chicas.-Lucas abre la puerta del coche. Adara le dedica a Paola una dulce sonrisa a través de las saladas lágrimas, y le suelta las manos para meterse en el vehículo. Lucas abre la puerta del copiloto, haciendo señas para que Paola entre, pero ella niega con la cabeza:
-Ir vosotros, yo os sigo con la moto.-Paola sonríe y se pone el casco, retirándose cuidadosamente las lágrimas de la cara.
Minutos más tarde están los tres en casa de Lucas y Adara, sentados en el sofá. Mientras él busca algo para beber, las dos chicas hablan para intentar arreglar la situación.
-Sí, bueno... al principio me sentó mal, yo sólo quería ayudarte, y tú me rechazabas.- Paola frunce el ceño, intentando olvidar tiempos no tan lejanos.
-Lo sé, y lo siento. No sé por qué lo hice. Estaba mal. Pensé que...No sé ni que pensé. Lo siento, de verdad.-Adara se tapa la cara con las manos, y deja escapar de su boca un leve suspiro- Deberás pensar que soy imbécil.
-No pienso eso, Adara.- Paola le coge las manos con delicadeza- Sigo sin entender por qué confiaste más en ellas que en mí. Yo jamás formaría parte de su grupo, debiste saberlo.
Adara asiente con la cabeza, mirándola fijamente a los ojos y sintiendo cómo la recorre una extraña sensación. La sensación de confianza que su amiga le transmite vuelve de nuevo a su vida.
Lucas vuelve al salón con una bandeja que contiene tres refrescos fríos, y la deja en la mesita que hay en frente del sofá. Se sienta al lado de Paola y le da un dulce beso en los labios. Adara puede ver en los ojos de su hermano amor y cariño cuando él mira a Paola, y también seguridad, la misma que le transmitía a ella durante el juicio. Al recordar el juicio, también recuerda la sentencia, aunque no las palabras exactas del juez. Sólo recuerda vagamente las miradas acusadoras de la gente, las lágrimas recorriendo las mejillas de su madre, que fue al juicio, y la seguridad de Lucas, contrastando con el resto del mundo. La sentencia ha sido clara, es menor de edad, no tiene antecedentes, se ha librado de una buena. Pagar una enorme cantidad de dinero como multa e indemnización, y hacer trabajos sociales. Pensaba que tendría que hacer cosas como limpiar baños públicos o barrer la calle, pero tuvo suerte y le ofrecieron algo mejor, una opción más aceptable. Un hospital infantil. De repente suena su móvil y Adara, disculpándose, va hacia la cocina para poder hablar con más tranquilidad.
-¿Sí?
-¡Ady!, ¿Cómo estas?.-Desde el otro lado de la línea llega la voz de Stella, un horrible coro que grita "Hola" y palabras sin sentido procedentes del resto de las chicas, que supuestamente estarán con Stella.
-Bueno, bien... creo. ¿Y tú?
-Genial.¿Cómo fue el juicio?
-Mejor de lo que pensaba, pero podríais haber venido a verme.- Adara sabe que su voz mantiene un tono enfadado, pero no intenta disimularlo. Está algo molesta con sus supuestas amigas.
-Si, pero no sabíamos dónde era, ni a qué hora y bueno, temíamos molestar.
-Claro, si lo entiendo.-Adara sabe que todo son excusas, o lo intuye, pero prefiere dejar el tema, pues no le apetece discutir.- Pero las amigas no molestan, normalmente. ¿Querías algo en especial? Es que estoy cansada, la verdad.
-No, sólo saber cómo estabas, te dejamos descansar. Te llamo otro día y quedamos. Adiós.
-Adiós.- Y antes de colgar oye otro coro como el de antes, de voces chillonas, pero que esta vez dicen '¡Te queremos!'
Adara sale del salón con cara de pocos amigos, y Paola no duda en preguntar, utilizando un tono de voz medio burlón:
-¿Tus amigas?
Adara resopla, sin apartar la mirada de los ojos de ella.
-Sí, ésas mismas.
Cinco días más tarde.
Lucas aparca el coche que le prestó Bruno, pues el suyo sigue en el taller, y mira a su hermana. No puede evitar sentirse decepcionado. A pesar de toda la seguridad y tranquilidad que intentó mostrarle durante el juicio y los días siguientes, incluso ahora mismo, no puede evitar reprocharle a su hermana lo que hizo. Observa cómo ella se baja del coche y se aleja. Antes de volver a arrancarlo, baja la ventanilla.
-¡Adara! ¿A qué hora vengo a por tí?.-Le pregunta cuando ella se da la vuelta.
-Ya te llamo yo.-Cuando habla intenta sonreír, demostrar confianza, pero a su hermano no consigue engañarle, pues percibe la tristeza de su voz, de sus ojos.
-Buena suerte.-Lucas intenta animarla. Sonríe, arranca el coche y se va.
Nunca creyó que su hermana, esa chica que él veía tan inocente, tan buena, fuera capaz de hacer tal locura. Pero si de algo está seguro Lucas es que esta experiencia tendrá algo positivo para Adara: la hará madurar.
Adara ve como su hermano se aleja, y una vez que el coche desaparece en el horizonte, se derrumba. Se sienta en el suelo, apoyada en una pared, y esconde la cabeza entre las manos. No puede evitar llorar. Su vida ha desaparecido, nada es como ella recuerda. Y le gustaría desaparecer con ella. No le gusta lo que vive ahora. Y sigue ahí, llorando desconsoladamente, sin poder mover ni un solo músculo. Está apoyada en la pared del hospital infantil, cerca de la entrada. Siente la pared rugosa del gran edificio blanco clavándose en su espalda con cada sollozo. Todo el mundo que entra y sale del edificio, que cruza las puertas automáticas, la mira, pero nadie es capaz de ayudarla, acercarse a ella y darle consuelo. Y eso es lo que ella más anhela, unos brazos que la envolvieran en un cálido y fuerte abrazo, que le sirvieran de refugio hasta que no tuviera más lágrimas que derramar. Con Lucas ya no es suficiente, ni su mejor amiga le sirve ya, pues siente que lo hacen por obligación. Y ella quiere algo más. Algo que antes tenía. Algo que perdió en un solo día. Sin poder superarlo. A su madre y a Danel. A su madre la odia, la odia por haberse ido, haberla abandonado cuando más la necesitaba, sin darle a penas la oportunidad de despedirse. Pero ahora ella está intentando arreglar las cosas, y aunque todavía le guarda un poco de rencor sabe que la necesita y que cuando no está la echa de menos. Y también, aunque se esfuerce en negarlo, extraña a Danel. Se repetía día tras día que él la había abandonado, le había traicionado, que no quería verlo más; y aunque su cabeza lo odiara, ella sabía que en el fondo de su corazón lo seguía queriendo. Y lo sabía por el dolor que le producía recordarle y por lo que sintió, para su sorpresa, cuando lo vio en el hospital. Anhela sus labios, sus besos y su risa. Sigue llorando, en la misma posición, escondiendo la cara para que nadie la vea cuando empieza a oír una música estridente y un frenazo brusco. Pero prefiere seguir llorado, sumida en sus pensamientos, y permanecer ajena a todo lo que pase fuera de su desgraciado mundo.
Unos minutos antes.
Roberto pisa el acelerador, pero se ve obligado a frenar en seguida, pues el atasco es enorme. Está inquieto, nervioso y enfadado. Nunca le han molestado especialmente los atascos ya que siempre los ha considerado como un buen momento para reflexionar. Pero en este momento el atasco le está desquiciando. Se ha quedado dormido y llega media hora tarde. El teléfono no para de sonar, pero no lo puede coger, y eso todavía le pone más nervioso. Ha tenido que salir tan rápido de casa que no le ha dado tiempo a desayunar y se muere de hambre, por no poder no ha podido ni arreglarse, se ha puesto la ropa del día anterior y ha salido casi sin peinarse. Por fín la grúa que había causado tal atasco al ir a recoger un coche accidentado se va, permitiendo al resto del mundo continuar con sus vidas. Sin perder ni un segundo, Roberto pisa otra vez el acelerador de su Megan Dci. Cuando llega a su destino, baja la música y aparca el coche. Contesta al móvil, que sigue sonando, mientras baja del coche.
-Sí, tranquila. Ya estoy aquí. Ahora entro y me cuentas.-hace una pausa, poniendo los ojos en blanco- ¡Sé que llego tarde, pero había un gran atasco!
Cuelga el teléfono, lo guarda en su bolsillo y corre hacia la puerta. Está a punto de entrar cuando su mirada se posa en una chica, no muy lejos de allí, que parece estar llorando. Sabe que tiene prisa y no puede perder más tiempo, pero siente que algo tira de él hacia ella, necesita consolarla. Se parece a las niñas que él cuida en el hospital y no puede dejarla ahí. Decide acercarse.
-Toma.-Adara levanta la cabeza y ve que alguien le entrega un pañuelo.
-Gracias.
Mientras Adara se seca las lágrimas, el desconocido se sienta a su lado. Sabe que su madre no aprobaría que estuviese allí con alguien que no conoce, pero necesita compañía más que nunca.
-Me llamo Roberto.
-Adara.-Intenata sonreír sin que parezca un intento muy forzado.
-Tranquila, ya verás como se pone bien, no será nada.
Adara no entiende nada.¿Qué está diciendo? Al principio llega a pensar que el tal Roberto está loco, pero poco a poco entiende que la que debe parecer una loca llorando en la puerta de un hospital es ella.
-No, te equivocas. No tengo a nadie ahí dentro. No conozco a ningún enfermo, ni nada parecido.
-¿Entonces, qué te pasa?.-Roberto aparta un mechón de pelo de la cara de Adara y se lo coloca detrás de la oreja.-Así está mejor.
-En realidad, yo he venido a hacer trabajos sociales, con niños y demás.-Aunque al principio duda, al final contesta. Sabe que no tiene que estar avergonzada, fue un error y todo el mundo comete errores.
-Entonces creo que no llego tan tarde.-Dice, soltando una pequña risa.
domingo, 3 de julio de 2011
CAPÍTULO DIECISIETE.
Tres semanas más tarde.
Adara está sentada en su cama. Los médicos consideraron que no le hacían falta más que unos pocos días de observación y enseguida le dieron el alta. Por suerte para ella, lo único que sufrió con el accidente fueron unos cuantos arañazos y un par de contusiones, pero nada serio. Lucas le acaba de despertar, llevándole el desayuno a la cama. Desde que salió del hospital ha estado muy pendiente de ella, tal vez incluso ha llegado a agobiarla, pero Adara sabe de sobra que no puede reprocharle nada, que lo hace por ella, porque le quiere y porque está preocupado. Mientras se come una tostada recuerda los tres días que estuvo en el hospital, y los primeros tras el regreso a casa. Todo eran visitas constantes, no tenía ni un minuto a solas. Emilia, Stella, Julia, Rebeca, Daniela, Bruno...incluso Danel ha pasado a verla. Pero ahora, excepto por las visitas esporádicas de Paola, que no duran mucho tiempo y en la que no se intercambian muchas palabras, y los cuidados de su hermano, Adara pasa casi todo el día sola, con demasiado tiempo para pensar. Aunque los médicos aseguran que puede hacer vida normal ella no se atrave a salir de casa, no tiene fuerzas para hacerlo.
Sabe que salir conllevaría el hecho de enfrentarse con la cruda y dolorosa realidad.
Se inclina con lentitud, sacudiendo la cabeza y, sin darse cuenta, explota en un mar de lágrimas saladas que le recuerdan lo sucedido. La mirada de aquel niño que penetra violentamente en la suya. Pero no puede hacer nada más que llorar, sabiendo que ese niño está luchando por su vida en esos mismos instantes, en un combate frío y complejo con la propia muerte.
Avergonzada y arrepentida, no para de repetirse a sí misma que todo es culpa suya. No puede dejar de vislumbrar la escena del atropello.
Recuerda a un niño risueño, con unos grandes ojos color miel, corriendo impaciente en busca de su pelota. Es extraño, pues apenas sabe nada de él. Desconoce su nacionalidad, su edad. Ni siquiera sabe cuál es su nombre. Tan sólo es consciente de que está sumido en un coma. Sólo sabe que su familia no es capaz de descansar, preocupada por la delicada situación del pequeño. Las lágrimas no cesan; es más, Adara llora muchísimo más dolorida que antes.
Se levanta de la cama, retirándose bruscamente las lágrimas de la cara, y anda despistada hasta su armario. Lo abre y saca de él una camiseta negra. Se la pone por encima, contemplando su terrible cambio delante del espejo. Tiene el pelo enmarañado; los ojos tristes, hinchados y enrojecidos; ha adelgazado a causa de la insípida comida que le ofrecían dentro del hospital, y las marcas de los moratones han desaparecido, pero no completamente. Al mirar las marcas casi inexistentes de su cuerpo, un recuerdo del primer día que pasó consciente en el hospital le golpea de manera desprevenida.
Estaba tumbada en la cama, observando los rayos de luz que entraban por la ventana. Sonreía al contemplarlos, pues, aunque su vida estuviera sumida en la absoluta oscuridad, en el exterior seguía existiendo la luz y, de alguna manera, ese hecho la tranquilizaba.
El doctor entró por primera vez. Se presentó y le contó que tendría una visita al día por su parte durante todo el tiempo que ella pasase allí metida.
Adara intuyó que aquel médico quería que su estancia allí fuese más llevadera, ofreciéndole su simpatía, pero ella no le devolvió el favor.
Tras entablar unas escasas palabras, el doctor le observó los moratones y las marcas.
-¿Qué es esto?- Le preguntó él, entre el asombro y la incertidumbre.
-Son moratones, nada más- Contestó Adara, ocultando el nerviosismo que empezaban a reflejar sus palabras. Estaba segura de que no eran marcas del accidente. Sabía de sobra que no podía dar el nombre del culpable que las había ocasionado. La mataría.
El médico continuó observándolas con detenimiento hasta que Adara se tapó con la sábana.
-Ya está bien,- dijo ella, en un hilo de voz frío y cortante- esto es sólo fruto del accidente que yo provoqué. Es lo mínimo que me merezco.
A él, las palabras de Adara no acabaron de convencerle. Algo le decía que esas marcas no habían aparecido a causa del accidente, pues estaba claro que las tenía desde hacía más tiempo. Pero calló, y decidió que se ocuparía de ese tema más tarde, con su familia. Decidió intentar suavizar la relación que establecía con su paciente, aunque sabía que iba a ser un trabajo bastante complejo.
Se sentó en el borde de la cama, mirándola directamente a los ojos.
-¿En qué pensaste?
Adara reaccionó sorprendida, devolviéndole la mirada.
-Usted...
-Tutéame, por favor.- Le interrumpió él.
-Tú eres mi médico, no mi psicólogo. Vienes aquí, te cercioras de que mi salud está en buenas condiciones y te marchas. Así no hace falta que tú intentes ser mi amigo y yo no necesito hablar.
El médico empezó a reirse, y la miró de nuevo.
-Tienes razón, no soy tu psicólogo.-Se levantó de la cama, dirigiéndose a la salida- Tan sólo pensé que quizás necesitabas entablar una conversación con alguien que se preocupa de verdad, al fin y al cabo, los psicólogos hablan con sus pacientes porque ése es su trabajo, ¿no crees?
Le dedicó una última sonrisa a Adara, y salió por la puerta de la habitación. Ella retiró la sábana, cruzándose de brazos. Emitió un bufido porque sabía que él tenía razón, pero no le apetecía hablar con nadie. Aunque en realidad, sabía que aquel médico estaba preocupado de verdad. Se dio cuenta de que era una de las pocas personas que habían intentado hablar con ella, y se sintió un poco mejor. Desde aquel día, las conversaciones con él se hicieron un poco menos incómodas, y llegó a cogerle un poco de cariño. Pasaban los días, y llegó a conocerle. Se llamaba Adrián, y tenía una vida un poco ajetreada. Ser médico era su mayor vocación, lo hacía porque sabía que había nacido para serlo. Salía del trabajo y, sin entretenerse con nada ni con nadie, se iba directamente a casa, donde le esperaba su mujer y su hijo pequeño, de casi cuatro años. Cada día hablaban un poco más que el anterior, aunque Adara jamás le contó lo de las palizas de Luís. Aclaró el tema de los moratones diciéndole que había tenido una pelea en el instituto. Él la creyó.
Un día, Adrián le contó el motivo del interés que tenía en ella.
-Intenté mostrarte mi confianza desde el primer día, Adara.
-Sí, lo sé.-Contestó ella, dedicándole una media sonrisa- Y me extrañó mucho. Pensé, ¿por qué a mí?
-Realmente fue instintivo. Cuando crucé esa puerta y te ví, supe que tenía que hacerlo. ¿Sabes por qué?
Adara frunció el ceño. Todo le parecía confuso, no entendía nada. No apartó la mirada, y le observó mientras empezaba:
-Quizás te llegue a parecer tétrico, o macabro, pero no es así, de verdad. Yo tuve una niña, una hija preciosa. Tenía el pelo larguísimo, y era rubia.
-Nunca me lo has contado...
-Sé que no te lo he contado-Le interrumpió Adrián, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa triste- Murió cuando cumplió catorce años, en un accidente de moto. Al parecer, el piloto no tenía carné y simplemente quería impresionar a mi hija. Jamás llegué a saber si eran novios, si se querían o si únicamente fue pura locura. Murieron los dos. Él murió en el momento del accidente, al instante.
Yo estaba recogiendo mis cosas para irme a casa, salí muy tarde. Recuerdo el sonido de la sirena de la ambulancia, y también recuerdo la sensación que me invadió, pues los oídos empezaron a pitarme bruscamente. La sirena sonaba muchísimo más alta que de costumbre, y parecía que mis piernas andaban solas. Vi a algunos compañeros empujando una camilla, llevaban a una chica preciosa...ensangrentada. Sólo pude observar la larga melena que se caía por los bordes de la camilla. Enseguida la seguí corriendo, gritando su nombre. No paré de llamarla, <<¡Laura, Laura!>> Todos mis compañeros intentaron pararme, tranquilizarme, pero los esquivé con violencia...Sólo quería ver a mi hija.
La vi, vi cómo moría. Vi su cuerpo convulsionándose con brusquedad. Su corazón dejó de latir, y con él el mío.- Intentó recuperar el aliento. Volvió a recordarlo todo de nuevo, el día del accidente, la imagen de Laura yéndose. Sacudió la cabeza, retirándose las lágrimas, y volvió la mirada hacia Adara.- Eres tan guapa como ella. Me dijeron que sufriste un accidente de coche y me acordé de mi hija, pero cuando te vi...No podía dejar de pensar en ella.
Adara no se dio cuenta, pero ella también estaba llorando. No supo qué decir, y supuso que eso era lo mejor. Nada podía estropear ese momento, cualquier palabra mal dicha rompería en mil pedazos esa escena. No habló, actuó sin más. Se acercó a Adrián y le ofreció sus brazos. Ese abrazo, de alguna manera, les tranquilizó a los dos. Las palabras de él volvieron a inundar la habitación:
-Eres joven, aprovecha todo lo que te ofrezcan. No cometas errores de este tipo, Adara. Cuando te quieres dar cuenta, lo has perdido todo. Aún no es tarde para volver a vivir.
Y, en ese momento, comprendió lo que realmente necesitaba recuperar, aunque no sabía cómo.
Necesitaba recuperar a Paola.
Adara pestañea, y vuelve de nuevo a su habitación. Echa de menos a Adrián y sabe que le debe muchas cosas. Que gracias a él aprendió a quererse y a apreciar la vida un poco más.
Pero hay algo que aún no ha podido enseñarle. Adara no sabe cómo afrontar el miedo. El miedo a caminar sola por la casa, a salir de su habitación. No soportaría encontrarse a solas con Luís, no podría sobrevivir a otra de sus palizas. Recuerda asqueada que su padre no pasó ni un sólo día con ella en el hospital, ni siquiera una visita. Tampoco se ha preocupado por ella desde que está en casa, no ha pasado por la habitación a preguntarle como está. Sabe que se levanta temprano y se va al bar, y vuelve de noche, cuando todos están durmiendo. No sabe ni dónde come, como se gasta el dinero ni en qué ocupa su tiempo, pero tampoco le importa. Solo quiere tenerlo lejos. Pero todas las noches le oye llegar, pasar por delante de su puerta para dirigirse a su habitación y el pequeño corazón de Adara se encoge de pánico y angustia, y desea estar en la cama de su hermano, abrazarlo, y sentir sus brazos protegiéndola en la oscuridad.
Mientras intenta hacer algo con su pelo, desenredarlo y darle un poco de brillo, recibe un mensaje. Es de su madre. Le desea suerte y le asegura que todo va a salir bien, que es mejor que esté tranquila. La relación con su madre se ha ido estrechando un poco más desde que Adara entró en el hospital, pues ella iba todos los días a visitarla, hablaban e incluso a veces, en su compañía, Adara llegó a sonreir. Pero todavía le guarda algo de rencor a Miriam, por haberla abandonado cuando más la necesitaba y por no ayudarle con lo de los maltratos de Luís, pues Miriam sigue esquivando el tema cada vez que se encuentran.
La puerta de la habitación se abre con un leve chirrido, y tras ella aparece Lucas.
-¿Estás lista?.
-Sí.-Adara se sienta en la cama, y le hace un gesto a su hermano para que se siente a su lado.-Todavía falta un rato.¿Podemos hablar?.-Lucas nota el nerviosismo en su hermana e intenta tranqulizarla.
-Tranquila, ¿Vale?. Todo va a salir bien, estoy seguro.
-Eso es lo que decís todos, pero yo no estoy tan segura, hace tiempo que nada sale bien. Aunque no es eso de lo que quería hablarte. ¿Como está Paola?
-¿Qué?-A Lucas la pregunta le pilla desprevenido, pues es la última que se esperaba, y tarda un rato en reaccionar.-Pues supongo que está bien, hablé con ella hace un rato.¿Pero a qué viene esta pregunta ahora?
-Es que, como hace dos días que no viene, y creo que tú tampoco has salido mucho con ella últimamente porque estás siempre conmigo, pues sentía curiosidad.-Aunque ella no lo diga, Lucas nota como tras las palabras de su hermana hay más que simple curiosidad, ve la preocupación y también la añoranza.
-Está bien, enserio. Lo que pasa es que pensó que te molestaba viniendo todos los días a verte, que tú no querías verla a ella. Pero le preocupas, y te aseguro que, aunque no viene, cada vez que hablamos por teléfono me pregunta por ti. Venga, vámonos, que se hace tarde.
Y mientras entran en el coche, y se va acercando más la hora, Adara siente que poco a poco se va haciendo más fuerte, que esto, de alguna forma le ha cambiado la vida, no a mejor ni a peor, sino que la ha hecho diferente, y se da cuenta de que está lista para afrontar cualquier situación que se le presente.
Adara está sentada en su cama. Los médicos consideraron que no le hacían falta más que unos pocos días de observación y enseguida le dieron el alta. Por suerte para ella, lo único que sufrió con el accidente fueron unos cuantos arañazos y un par de contusiones, pero nada serio. Lucas le acaba de despertar, llevándole el desayuno a la cama. Desde que salió del hospital ha estado muy pendiente de ella, tal vez incluso ha llegado a agobiarla, pero Adara sabe de sobra que no puede reprocharle nada, que lo hace por ella, porque le quiere y porque está preocupado. Mientras se come una tostada recuerda los tres días que estuvo en el hospital, y los primeros tras el regreso a casa. Todo eran visitas constantes, no tenía ni un minuto a solas. Emilia, Stella, Julia, Rebeca, Daniela, Bruno...incluso Danel ha pasado a verla. Pero ahora, excepto por las visitas esporádicas de Paola, que no duran mucho tiempo y en la que no se intercambian muchas palabras, y los cuidados de su hermano, Adara pasa casi todo el día sola, con demasiado tiempo para pensar. Aunque los médicos aseguran que puede hacer vida normal ella no se atrave a salir de casa, no tiene fuerzas para hacerlo.
Sabe que salir conllevaría el hecho de enfrentarse con la cruda y dolorosa realidad.
Se inclina con lentitud, sacudiendo la cabeza y, sin darse cuenta, explota en un mar de lágrimas saladas que le recuerdan lo sucedido. La mirada de aquel niño que penetra violentamente en la suya. Pero no puede hacer nada más que llorar, sabiendo que ese niño está luchando por su vida en esos mismos instantes, en un combate frío y complejo con la propia muerte.
Avergonzada y arrepentida, no para de repetirse a sí misma que todo es culpa suya. No puede dejar de vislumbrar la escena del atropello.
Recuerda a un niño risueño, con unos grandes ojos color miel, corriendo impaciente en busca de su pelota. Es extraño, pues apenas sabe nada de él. Desconoce su nacionalidad, su edad. Ni siquiera sabe cuál es su nombre. Tan sólo es consciente de que está sumido en un coma. Sólo sabe que su familia no es capaz de descansar, preocupada por la delicada situación del pequeño. Las lágrimas no cesan; es más, Adara llora muchísimo más dolorida que antes.
Se levanta de la cama, retirándose bruscamente las lágrimas de la cara, y anda despistada hasta su armario. Lo abre y saca de él una camiseta negra. Se la pone por encima, contemplando su terrible cambio delante del espejo. Tiene el pelo enmarañado; los ojos tristes, hinchados y enrojecidos; ha adelgazado a causa de la insípida comida que le ofrecían dentro del hospital, y las marcas de los moratones han desaparecido, pero no completamente. Al mirar las marcas casi inexistentes de su cuerpo, un recuerdo del primer día que pasó consciente en el hospital le golpea de manera desprevenida.
Estaba tumbada en la cama, observando los rayos de luz que entraban por la ventana. Sonreía al contemplarlos, pues, aunque su vida estuviera sumida en la absoluta oscuridad, en el exterior seguía existiendo la luz y, de alguna manera, ese hecho la tranquilizaba.
El doctor entró por primera vez. Se presentó y le contó que tendría una visita al día por su parte durante todo el tiempo que ella pasase allí metida.
Adara intuyó que aquel médico quería que su estancia allí fuese más llevadera, ofreciéndole su simpatía, pero ella no le devolvió el favor.
Tras entablar unas escasas palabras, el doctor le observó los moratones y las marcas.
-¿Qué es esto?- Le preguntó él, entre el asombro y la incertidumbre.
-Son moratones, nada más- Contestó Adara, ocultando el nerviosismo que empezaban a reflejar sus palabras. Estaba segura de que no eran marcas del accidente. Sabía de sobra que no podía dar el nombre del culpable que las había ocasionado. La mataría.
El médico continuó observándolas con detenimiento hasta que Adara se tapó con la sábana.
-Ya está bien,- dijo ella, en un hilo de voz frío y cortante- esto es sólo fruto del accidente que yo provoqué. Es lo mínimo que me merezco.
A él, las palabras de Adara no acabaron de convencerle. Algo le decía que esas marcas no habían aparecido a causa del accidente, pues estaba claro que las tenía desde hacía más tiempo. Pero calló, y decidió que se ocuparía de ese tema más tarde, con su familia. Decidió intentar suavizar la relación que establecía con su paciente, aunque sabía que iba a ser un trabajo bastante complejo.
Se sentó en el borde de la cama, mirándola directamente a los ojos.
-¿En qué pensaste?
Adara reaccionó sorprendida, devolviéndole la mirada.
-Usted...
-Tutéame, por favor.- Le interrumpió él.
-Tú eres mi médico, no mi psicólogo. Vienes aquí, te cercioras de que mi salud está en buenas condiciones y te marchas. Así no hace falta que tú intentes ser mi amigo y yo no necesito hablar.
El médico empezó a reirse, y la miró de nuevo.
-Tienes razón, no soy tu psicólogo.-Se levantó de la cama, dirigiéndose a la salida- Tan sólo pensé que quizás necesitabas entablar una conversación con alguien que se preocupa de verdad, al fin y al cabo, los psicólogos hablan con sus pacientes porque ése es su trabajo, ¿no crees?
Le dedicó una última sonrisa a Adara, y salió por la puerta de la habitación. Ella retiró la sábana, cruzándose de brazos. Emitió un bufido porque sabía que él tenía razón, pero no le apetecía hablar con nadie. Aunque en realidad, sabía que aquel médico estaba preocupado de verdad. Se dio cuenta de que era una de las pocas personas que habían intentado hablar con ella, y se sintió un poco mejor. Desde aquel día, las conversaciones con él se hicieron un poco menos incómodas, y llegó a cogerle un poco de cariño. Pasaban los días, y llegó a conocerle. Se llamaba Adrián, y tenía una vida un poco ajetreada. Ser médico era su mayor vocación, lo hacía porque sabía que había nacido para serlo. Salía del trabajo y, sin entretenerse con nada ni con nadie, se iba directamente a casa, donde le esperaba su mujer y su hijo pequeño, de casi cuatro años. Cada día hablaban un poco más que el anterior, aunque Adara jamás le contó lo de las palizas de Luís. Aclaró el tema de los moratones diciéndole que había tenido una pelea en el instituto. Él la creyó.
Un día, Adrián le contó el motivo del interés que tenía en ella.
-Intenté mostrarte mi confianza desde el primer día, Adara.
-Sí, lo sé.-Contestó ella, dedicándole una media sonrisa- Y me extrañó mucho. Pensé, ¿por qué a mí?
-Realmente fue instintivo. Cuando crucé esa puerta y te ví, supe que tenía que hacerlo. ¿Sabes por qué?
Adara frunció el ceño. Todo le parecía confuso, no entendía nada. No apartó la mirada, y le observó mientras empezaba:
-Quizás te llegue a parecer tétrico, o macabro, pero no es así, de verdad. Yo tuve una niña, una hija preciosa. Tenía el pelo larguísimo, y era rubia.
-Nunca me lo has contado...
-Sé que no te lo he contado-Le interrumpió Adrián, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa triste- Murió cuando cumplió catorce años, en un accidente de moto. Al parecer, el piloto no tenía carné y simplemente quería impresionar a mi hija. Jamás llegué a saber si eran novios, si se querían o si únicamente fue pura locura. Murieron los dos. Él murió en el momento del accidente, al instante.
Yo estaba recogiendo mis cosas para irme a casa, salí muy tarde. Recuerdo el sonido de la sirena de la ambulancia, y también recuerdo la sensación que me invadió, pues los oídos empezaron a pitarme bruscamente. La sirena sonaba muchísimo más alta que de costumbre, y parecía que mis piernas andaban solas. Vi a algunos compañeros empujando una camilla, llevaban a una chica preciosa...ensangrentada. Sólo pude observar la larga melena que se caía por los bordes de la camilla. Enseguida la seguí corriendo, gritando su nombre. No paré de llamarla, <<¡Laura, Laura!>> Todos mis compañeros intentaron pararme, tranquilizarme, pero los esquivé con violencia...Sólo quería ver a mi hija.
La vi, vi cómo moría. Vi su cuerpo convulsionándose con brusquedad. Su corazón dejó de latir, y con él el mío.- Intentó recuperar el aliento. Volvió a recordarlo todo de nuevo, el día del accidente, la imagen de Laura yéndose. Sacudió la cabeza, retirándose las lágrimas, y volvió la mirada hacia Adara.- Eres tan guapa como ella. Me dijeron que sufriste un accidente de coche y me acordé de mi hija, pero cuando te vi...No podía dejar de pensar en ella.
Adara no se dio cuenta, pero ella también estaba llorando. No supo qué decir, y supuso que eso era lo mejor. Nada podía estropear ese momento, cualquier palabra mal dicha rompería en mil pedazos esa escena. No habló, actuó sin más. Se acercó a Adrián y le ofreció sus brazos. Ese abrazo, de alguna manera, les tranquilizó a los dos. Las palabras de él volvieron a inundar la habitación:
-Eres joven, aprovecha todo lo que te ofrezcan. No cometas errores de este tipo, Adara. Cuando te quieres dar cuenta, lo has perdido todo. Aún no es tarde para volver a vivir.
Y, en ese momento, comprendió lo que realmente necesitaba recuperar, aunque no sabía cómo.
Necesitaba recuperar a Paola.
Adara pestañea, y vuelve de nuevo a su habitación. Echa de menos a Adrián y sabe que le debe muchas cosas. Que gracias a él aprendió a quererse y a apreciar la vida un poco más.
Pero hay algo que aún no ha podido enseñarle. Adara no sabe cómo afrontar el miedo. El miedo a caminar sola por la casa, a salir de su habitación. No soportaría encontrarse a solas con Luís, no podría sobrevivir a otra de sus palizas. Recuerda asqueada que su padre no pasó ni un sólo día con ella en el hospital, ni siquiera una visita. Tampoco se ha preocupado por ella desde que está en casa, no ha pasado por la habitación a preguntarle como está. Sabe que se levanta temprano y se va al bar, y vuelve de noche, cuando todos están durmiendo. No sabe ni dónde come, como se gasta el dinero ni en qué ocupa su tiempo, pero tampoco le importa. Solo quiere tenerlo lejos. Pero todas las noches le oye llegar, pasar por delante de su puerta para dirigirse a su habitación y el pequeño corazón de Adara se encoge de pánico y angustia, y desea estar en la cama de su hermano, abrazarlo, y sentir sus brazos protegiéndola en la oscuridad.
Mientras intenta hacer algo con su pelo, desenredarlo y darle un poco de brillo, recibe un mensaje. Es de su madre. Le desea suerte y le asegura que todo va a salir bien, que es mejor que esté tranquila. La relación con su madre se ha ido estrechando un poco más desde que Adara entró en el hospital, pues ella iba todos los días a visitarla, hablaban e incluso a veces, en su compañía, Adara llegó a sonreir. Pero todavía le guarda algo de rencor a Miriam, por haberla abandonado cuando más la necesitaba y por no ayudarle con lo de los maltratos de Luís, pues Miriam sigue esquivando el tema cada vez que se encuentran.
La puerta de la habitación se abre con un leve chirrido, y tras ella aparece Lucas.
-¿Estás lista?.
-Sí.-Adara se sienta en la cama, y le hace un gesto a su hermano para que se siente a su lado.-Todavía falta un rato.¿Podemos hablar?.-Lucas nota el nerviosismo en su hermana e intenta tranqulizarla.
-Tranquila, ¿Vale?. Todo va a salir bien, estoy seguro.
-Eso es lo que decís todos, pero yo no estoy tan segura, hace tiempo que nada sale bien. Aunque no es eso de lo que quería hablarte. ¿Como está Paola?
-¿Qué?-A Lucas la pregunta le pilla desprevenido, pues es la última que se esperaba, y tarda un rato en reaccionar.-Pues supongo que está bien, hablé con ella hace un rato.¿Pero a qué viene esta pregunta ahora?
-Es que, como hace dos días que no viene, y creo que tú tampoco has salido mucho con ella últimamente porque estás siempre conmigo, pues sentía curiosidad.-Aunque ella no lo diga, Lucas nota como tras las palabras de su hermana hay más que simple curiosidad, ve la preocupación y también la añoranza.
-Está bien, enserio. Lo que pasa es que pensó que te molestaba viniendo todos los días a verte, que tú no querías verla a ella. Pero le preocupas, y te aseguro que, aunque no viene, cada vez que hablamos por teléfono me pregunta por ti. Venga, vámonos, que se hace tarde.
Y mientras entran en el coche, y se va acercando más la hora, Adara siente que poco a poco se va haciendo más fuerte, que esto, de alguna forma le ha cambiado la vida, no a mejor ni a peor, sino que la ha hecho diferente, y se da cuenta de que está lista para afrontar cualquier situación que se le presente.
viernes, 6 de mayo de 2011
CAPÍTULO DIECISEÍS.
Paola descansa encima del incómodo sofá que hay en la sala de espera del hospital. No puede parar de mover el pie izquierdo a una velocidad demasiado rápida, demasiado nerviosa. La cabeza de Lucas reposa sobre su regazo, y sus pequeñas manos acarician la rubia cabellera de él, intentando tranquilizarlo un poco, aunque sabe que será imposible. Con la mirada perdida, intenta tranquilizarse también y, una vez más, tiene la seguridad de que no lo logrará.
Inclina levemente la cabeza hacia delante, lo bastante como para observar la esbelta silueta del médico acercándose en su dirección.
Paola le da una palmada con suavidad en la cabeza a Lucas, haciendo que él se levante lentamente, con el ceño fruncido. Al darse cuenta de que el médico se dirige hacia ellos, se incorpora a la velocidad de un rayo.
-¿Cómo está?
-Está...-El doctor deja escapar un leve suspiro, creando un silencio casi insoportable, y se decide a continuar- estable.
-¿Estable?-Paola se cruza de brazos, enarcando las cejas- ¿No tiene nada más?, ¿viene a decirnos que está estable?
-La joven ha sufrido un golpe casi mortal en la cabeza, pero sigue viva. Es casi un milagro.
-Se va a despertar sola, no quiero que se despierte sin nadie a su alrededor.- Paola sacude la cabeza y comienza a andar, esquivando al médico. Desafortunadamente, él es más rápido que ella y la retiene cogiéndole el brazo con suavidad.
-Señorita, si vuelve a despertarse, será el segundo milagro en un mismo día. Mejor déjelo para más tarde.
-¿Qué quiere decir?-Lucas se acerca al doctor, mirándole a los ojos con la mirada cortante- ¡¿Qué está diciendo con eso?!
-Estoy diciendo que no sé cuándo se despertará su hermana. Es imposible saberlo.
Viendo como el médico se aleja, Paola estrecha la cara de Lucas con cariño entre sus manos, mostrándole protección y seguridad. Tras un suave beso en los labios, llega un susurro valiente que dice <<Ese médico es inútil. Se despertará temprano, como hace siempre, y tú lo sabes, ¿verdad?>>.
Las lágrimas para ambos no tardan en llegar, y se unen más que nunca en un abrazo miedoso e intranquilo, aunque lleno de sentimientos indescriptibles.
Otra silueta, al fondo de un pasillo cualquiera, le llama la atención a Paola.
No. No es el médico. Tampoco es ninguna enfermera. Es ella, no hay lugar a dudas.
Es Miriam.
Con los ojos como platos, y la cara pálida, apenas logra pronunciar:
-Cariño, hay alguien que viene a verte.
Lucas vuelve a fruncir el ceño, con expresión interrogativa, y Paola le contesta con un ligero movimiento de cabeza que le indica que debe girarse.
Y, cuando lo hace, su expresión no es mucho más distinta a la de Paola. Los ojos completamente desorbitados, la boca desencajada y el pulso a punto de dispararse por completo. Apenas puede mover un sólo músculo de su cuerpo, temiendo que pueda llegar a romperse.
Miriam se queda quieta delante de su hijo, mirándole directamente a los ojos, reflejando en su media sonrisa una amargura que apenas logra disimular.
-Hola, hijo.
Lucas no consigue articular palabra, y opta por un abrazo repentino aunque deseado. Llevaba tanto tiempo queriendo volver a sentirse protegido por su madre que ni siquiera recordaba la última vez que la tuvo entre sus brazos.
Paola le dedica una tímida sonrisa a Miriam y, con un guiño fugaz, se aleja del reencuentro para dirigirse hacia la habitación de Adara.
Realmente, no le hace falta buscar demasiado ya que ha observado durante horas cómo salían y entraban distintas enfermeras, y sabe perfectamente en qué habitación tiene que entrar.
Mirando atentamente las puertas, da con la que busca. Observa rápidamente a ambos lados, asegurándose de que no hay ningún médico que le impida entrar, y coge el pomo de la puerta sigilosamente.
El contacto de la mujer es casi imperceptible, así que se da la vuelta para afirmar su peor sospecha: se le había pasado por alto la enfermera rubia.
-Perdone, pero ahí no puede entrar nadie.- La voz de la enfermera es demasiado aguda para el gusto de Paola, pues le traspasa los tímpanos con demasiada fuerza.
-Verá, llevo tantas horas aquí que he perdido la cuenta. Sólo necesito ver a mi mejor amiga, por favor.
-Lo siento, pero está prohibido. Nada de visitas, almenos todavía.
-Sólo le estoy pidiendo cinco minutos. Sólo quiero entrar a verla.
-Lo siento.-finaliza la enfermera.
Paola le dedica una mirada gélida, llena de odio, y continúa.
-Se lo estoy pidiendo por las buenas. Si no me permite entrar, tendré que hacerlo por las malas.
-Escuche, señorita...
-¡Paola, mi nombre es Paola! -Le interrumpe, elevando la voz casi sin darse cuenta- ¿Se lo deletreo?
La gente que hay en el hospital clava los ojos de manera curiosa en la alterada conversación de las dos mujeres, pero a Paola parece no importarle, pues sigue gritándole a la enfermera, desesperada.
-Voy a tener que pedirle que abandone el hospital.- La enfermera agarra con fuerza el brazo de Paola, intentando llevarla lejos de allí, lejos de la frágil pared que la separa de su mejor amiga.
Y, en sólo un instante, lo tiene claro. Sólo un recuerdo hace falta para decidirse.
El recuerdo de dos niñas pequeñas jugando en un parque alborotado de gente. La niña de los ojos verdes persigue a la niña morena, y ambas ríen sin parar. La morena se llama Paola; la rubia, Adara. Son pequeñas, sí, pero parecen inseparables.
Inseparables.
Es suficiente. Suficiente como para que Paola se deshaga del agarre de la enfermera, y abra con brusquedad la puerta de la habitación.
La última imágen que ve antes de caer desplomada al suelo es el cuerpo débil y frágil de Adara, cubierto de heridas y rasguños.
-Paola, despierta.-El sonido de la voz de Lucas es lo único que suena en esa pequeña habitación.
Paola abre los ojos con lentitud, bastante confundida. Al inclinarse en la pequeña camilla, la cabeza le da un vuelco. Está a punto de explotarle en mil pedazos. Siente un fuerte dolor, casi insoportable.
Tan sólo puede reconocer a Lucas. Al lado de él, hay una pequeña mujer, tal vez sea una enfermera. Pero esta es morena.
-Lucas, ¿quién es?- Le mira extrañada, algo perdida todavía.
-Ella es una de las enfermeras que trata a Adara.
De repente, recuerda el cuerpo casi inerte de su mejor amiga o, más bien, la que fue su mejor amiga, y vuelve a palidecer.
La enfermera se percata, y sin dudarlo, se acerca para tranquilizarla un poco.
-Paola, ¿cómo te encuentras? Me llamo Rocío. -Paola sonríe. Por suerte, aquella enfermera mantiene un tono de voz neutral, y no le resulta tan insoportable.- Te has desmayado. ¿Recuerdas algo?
-Adara...-Paola se levanta de la camilla y siente que el mundo le da vueltas, pero continúa decidida, y empieza a andar hacia la puerta de la habitación.-Tengo que verla.
-Escucha, Paola.-Rocío posa una mano sobre su hombro, haciendo ademán de retenerla, y le dice- Has tenido una discusión con Ana, la enfermera que no te ha dejado entrar en la habitación de tu amiga. ¿Crees que así podrás entrar alguna vez?
-No era mi intención, pero tenía que entrar.
Lucas se acerca a Paola, rodeándole la cintura con los brazos, y le dedica un movimiento de cabeza a Rocío insinuándole que abandone la habitación.
Cuando lo hace, él acerca los labios al oído de Paola, y le habla con tranquilidad.
-Mi hermana tendría que haber visto cómo luchabas por entrar en su habitación. Habría confiado en tí de nuevo.
-Lucas, la quiero muchísimo. -Paola se gira con sumo cuidado, temiendo que él la suelte, y encuentra sus ojos verdes- Pero cuando despierte, todo seguirá como siempre.
-Tú no tienes nada que ver con Stella y ella debería saberlo.
-Desgraciadamente ha decidido creer en ellas antes que en mí.
-Sabes el gran poder de convencer que tienen, ¿verdad? -Lucas acaricia la suave melena de Paola sin apartar los ojos de los suyos.
-Pero Adara y yo nos conocemos desde pequeñas. Tendría que saber que yo no soy parte de ellas.
-Paola, Stella y su ejército tienen muchísimas personalidades. No sabes hasta qué punto pueden llegar a manejar a las personas. Hablaré con mi hermana, hablaré con ellas, pero esto se va a solucionar.
Paola no sabe qué decir, pero sí sabe qué debe hacer.
Se acerca con lentitud a Lucas, y le besa, intentando unirse más a él, aunque parece imposible. Cada beso le parece insuficiente y siente que necesita otro, y otro, y otro más. Ningún beso es lo bastante suficiente. Desea no separarse jamás de él, de sus labios. De sus abrazos, de sus palabras que consiguen tranquilizarla en cualquier momento.
-Te quiero, Lucas.
-Yo también, mi vida.
La música que desprende el móvil de Lucas les devuelve a la dura realidad. A la pequeña habitación de ese gran hospital.
Lo saca del bolsillo con rapidez, averiguando quién es el que quiere contactar con él, y resopla.
-Perdona, Danel. Me había olvidado por completo.- Contesta.
Paola se cruza de brazos, intentando escuchar qué es lo que dice desde la otra línea del teléfono, aunque no consigue escuchar mucho más que murmullos.
-Danel, no puedo ir. Estoy en el hospital, Adara ha tenido un accidente.
Esta vez, Paola puede escuchar con claridad la contestación de él : <<Enseguida estamos ahí>>
Momentos tensos. Momentos que nadie puede describir porque cualquier palabra que intentara describirlos se quedaría corta, carecería del sentido adecuado. Momentos tan insoportables que no se los deseas ni a tu peor enemigo. A nadie, a absolutamente nadie. Porque tienes la seguridad de que ninguna persona sería lo bastante fuerte para soportarlos, para afrontarlos con valentía. Salvo tú, pues llegan sin avisar, sin permiso. Llegan y se quedan, y tienes que plantarles cara quieras o no, porque debes convivir con ellos y luchar para que algún día abandonen tu vida.
Esos momentos golpean con brutalidad a las cinco personas que esperan impacientes alguna noticia de cualquier médico. Esperan un <<Acaba de despertar>>, o tal vez un <<Ha mejorado>>.
Bruno le da unas palmaditas tranquilizadoras a Lucas en el hombro. Recuerda, cuando era un poco más pequeño, que Lucas siempre llevaba a Adara con él a todas partes. Recuerda también que le encantaba esa pequeña niña rubia llena de energía que siempre hablaba abiertamente con todo el mundo, y se agarra a ese último recuerdo, deseando con todas sus fuerzas que esa niña vuelva a dirigirse a él con una energía descomunal.
Danel se pasa las manos por la cabeza, e intenta disimular la nerviosidad que le está mordiendo el estómago. Sí, le fue infiel y se comportó de una manera egoísta con Adara pero, aun así, espera con impaciencia el momento de verla sonreír de nuevo.
Paola deambula de aquí para allá, intranquila, esperando a alguien, pero ni ella misma sabe quién es ese alguien. Tan sólo quiere recibir noticias de Adara, noticias positivas. Unas cuántas imágenes atraviesan su mente. Imágenes que reflejan una infancia perfecta al lado de su mejor amiga, y llora deconsoladamente reclamándole al cielo que suelte de sus garras la vida de Adara.
Miriam sigue consumiendo cafés amargos en la cafetería situada a pocos metros de las personas que esperan, tan nerviosos e impacientes como ella. Por un momento se siente cobarde, no sabe qué es lo que hace ahí. Hace unas horas su hija le pidió ayuda, pues no podía soportar las insufribles palizas de su padre, y ella no fue capaz de ayudarla. Tan sólo volvió a irse. Volvió a huir como hizo siempre. Se pregunta una vez más qué es lo que hace ahí. Quiere a su hija, pero no se ve con fuerzas para ayudarla a escapar del infierno que está viviendo. Y vuelve a pensar en la idea de huir de ese hospital, de escapar de nuevo para no volver jamás. Aunque, por la falta de sueño y de fuerzas, decide dejar esa pequeña idea para más tarde y se limita a seguir removiendo ese insípido café.
Lucas apenas puede ver con claridad, a través de esas gruesas lágrimas que le empañan los ojos. Sólo quiere volver a ver a su hermana, abrazarla. Llamarla pequeñaja de nuevo. Darle consejos, llevarla en un futuro a la universidad. Decirle que ese chico la mira demasiado, o que ese otro no es bueno para ella. Quiere recuperarla para no dejarla jamás.
-¿La familia de Adara García?- Los cuatro vuelven inesperadamente a la sala de espera, y se levantan casi a la vez.- Sigue igual. Pero puede entrar una sola persona a verla, si lo desean.
Todos se miran, y Bruno y Danel deciden sentarse de nuevo. Saben que Lucas o Paola tienen más derecho que ellos dos.
Miriam sigue en la cafetería, y parece ser que no se ha percatado del aviso del médico.
Paola mira a Lucas, y le susurra que debe ser él quién vaya a verla, pero él niega con la cabeza, dirigiéndose hacia el médico.
-Vamos a ir ella y yo.
-Puede entrar tan sólo un familiar.- contesta el doctor en un hilo de voz casi imperceptible.
-Se lo ruego.-añade Lucas- por favor.
Tras unos segundos de silencio, el médico asiente con un movimiento de cabeza, y les indica que deben seguirle.
Al llegar a la habitación, Paola entra rápidamente, agarrándole cuidadosamente una mano a Adara, dejando que las lágrimas escapen de sus oscuros ojos sin preocuparse por intentar disimularlas.
Lucas se tapa la boca, y cierra los ojos, recordando cómo debe respirar. Poco después de recomponerse casi por completo, se sitúa al otro lado de Adara, acariciándole el brazo con suavidad.
Los dos se quedan en silencio, observando el pequeño cuerpo que reposa encima de la cama.
Está completamente cubierta de heridas no muy profundas, pero que dejarán marca si no se curan bien. El aspecto es casi irreal.
Las ojeras oscuras y marcadas repasan el contorno de sus ojos. Los labios, de un color púrpura apagado, están llenos de pequeños cortes y sus mejillas están rodeadas de cortes, rasguños y heridas.
Paola empieza a tararear una nana tranquilizadora, sin soltarle la mano. Le acaricia con la otra la frente, apartándole el pelo enmarañado repleto de nudos.
Las horas pasan, a veces más rápido de lo que creemos. A veces, más rápido de lo que deseamos.
Lo que duele, realmente, son los segundos. Porque cada uno de ellos se acerca demasiado a tí, a tu cuerpo, a tu corazón. Y, algunos de ellos, muerden, y provocan dolores insoportables.
A veces, sin darte cuenta, pasan burlándose. Pero no puedes hacer nada para pararlos. Aún no tienes ese poder, esa manera de detenerlos. Y es algo que te quema por dentro.
Paola y Lucas a penas se han movido, aunque están realmente incómodos, pues han perdido la cuenta del tiempo que llevan en el hospital.
Paola empieza a sentir pinchazos en el brazo, pero no deja de acariciar la frente de Adara, intentando que esté más cómoda aunque ni siquiera sabe que las dos personas que más la quieren en el mundo están ahí con ella. Pero la joven no se da por vencida.
-Vuelve, enana.- Le dice Lucas, en un tono de voz que refleja desesperación.-Vuelve, enana, por favor. -repite, una y otra vez.- Vuelve, enana.
-¡Vuelve, enana!
Adara empieza a reírse y le enseña la lengua a Lucas sin parar de correr, sintiendo la cálida arena entre los pequeños dedos de los pies. Está caliente, pero no impide que ella siga corriendo por la playa, riendo y gritando.
Casi sin darse cuenta, apoya el pie en una pequeña roca escondida bajo la fina arena y cae al suelo. Rápidamente se observa el pie para asegurarse de que no se ha hecho ningún rasguño, y se lo masajea entre algunas lágrimas de dolor.
Nada más levantar un poco la mirada hacia el cielo, enmedio de un suave pelo mojado, ve la cara de Lucas mostrando preocupación.
-¡¿Pequeñaja, estás bien?!
-Me he hecho pupa.
-Ven aquí.- Lucas la coge y apoya el pequeño cuerpo de su hermana encima del suyo, masajeándole la suela del pie con cuidado. De repente, escucha su risa chillona, y vuelve la cara hacia ella.- ¿Qué pasa, tienes cosquillas?
Adara se muerde los labios, intentando ocultar una sonrisa, pero es casi inevitable.
-Así que mi pequeñaja tiene cosquillas...-Lucas agarra con fuerza el pie derecho de la niña, y lo toca con la punta de los dedos de la misma manera que toca un guitarrista a su querido instrumento musical.
Las risas de la pequeña invaden cada rincón de la playa. Empieza a sacudirse, intentando deshacerse del abrazo de Lucas, pero no lo consigue.
Pasan los segundos y ella sigue ahí, encima de su hermano mayor, siendo atacada por unas cuantas cosquillas que a penas sí puede soportar.
Cuando cree que ya ha sufrido bastante, decide que es momento para dejarla en libertad y la suelta. Pero, como es propio de una niña pequeña, ella no huye. Se queda encima de él, observándole con una mirada que dice << A ver si te atreves a atacarme de nuevo>>.
Lucas se percata, y le dedica a su hermana una media sonrisa.
-Adara, ¿tienes hambre?
-No, no quiero irme a comer. ¡Quiero jugar!
-Me da igual. Mamá y papá estarán sacando la comida, así que...¡a comer!
Adara niega con la cabeza y se cruza de brazos, pero Lucas, manteniendo la sonrisa en la boca, la coge por los pies y se la cuelga del hombro, como si de un saco se tratase.
Ella empieza a patalear y a darle pequeños puñetazos en la espalda, pero a él le son indiferentes. ¿Qué daño puede hacerte una niña de siete años cuando tú le sacas algunos más?
Lucas se desliza fácilmente por la arena, que empieza a quemarle las suelas de los pies. Decide darse un poco más de prisa. Tiene un hambre indescriptible y la quemazón empieza a empeorar, así que poco a poco deja de andar y empieza a correr.
Cuando llega a la tienda de campaña, tira a Adara encima de su toalla rosa y se sienta en la azul.
-¿Dónde estabais?- Miriam saca dos bocadillos, uno claramente más grande que el otro, y dos latas de refresco.
-Déjales, cariño. ¿No ves que estamos en la playa?
-Ya, Luis, pero la playa es inmensamente grande.- Miriam mira los ojos de su marido y sacude la cabeza, volviéndose de nuevo a sus dos hijos.- No os alejeis tanto, ¿vale?
-Vale, mamá.- Lucas coge los dos bocadillos y le entrega a Adara el más pequeño, acompañado por su refresco.
Adara retira el papel albal de su pequeño bocadillo, descubriendo que éste está relleno de crema de cacahuete, y sonríe ampliamente. Rápidamente lo muerde con brusquedad, sintiendo la suave textura en el paladar. Decide coger el bocadillo con las dos manos, olvidando que, con la izquierda, sujetaba la lata de refresco, que cae al suelo con un golpe sordo.
-¡Adara, cuidado con eso! ¡menos mal que no lo habías abierto!
-Se me ha caído. Perdona, mamá.
-Bueno, tampoco es para tanto. Ves a la orilla del mar y quítale la arena, anda.-Le dice Lucas, restándole importancia con una sonrisa.
Adara deja el bocadillo encima de la toalla, y corre hacia la orilla. Por un segundo, duda si debería meter los pies, pues el agua le resulta demasiado fría aunque, al final, decide entrar. Sentir el frío del mar en los pequeños pies le parece agradable, más de lo que había esperado.
Se agacha para sumergir cuidadosamente la lata, y con ella su diminuto cuerpo.
Cuando sale al exterior, coge aire por la boca y se aparta el pelo mojado que se le ha quedado pegado en la frente. Se ríe y vuelve a sumergirse, una y otra vez, disfrutando esa pequeña diversión en soledad. Aunque está menos sola de lo que cree.
-Hola.
Adara da un respingo y se tambalea, pero logra mantenerse en pie.
Un niño con un pequeño cubo colgado del brazo está justo a su lado, mirándola indeciso.
-Hola.-Adara también le mira, aunque le llama más la atención el cubo verde sujeto a su brazo.-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Alejandro, ¿y tú?
-Me llamo Adara, ¿quieres que seamos amigos?
-¡Vale!-El niño sonríe y llena el cubo de agua. Cuando se da cuenta de que pesa demasiado, decide vaciarlo un poco. Adara encuentra sus ojos inesperadamente, y frunce el ceño. Ese color...parece irreal.
Adara le dice que se va a comer, que su madre estará muy preocupada por su tardanza, y que después se verán para jugar un rato con ese cubo que tanto le ha llamado la atención a ella.
Sube, con la lata ya limpia, en dirección a la tienda de campaña.
-¡Peque, la próxima vez voy yo!-Lucas le grita desde su toalla, aunque Adara se da cuenta de que no son gritos bañados en enfado, y sonríe aliviada.-¿Tanto cuesta limpiar una lata de refresco?
-Es que estaba con mi amigo Alejandro.
-¿Alejandro?
-Sí.- Adara regresa a su toalla, recuperando su querido bocadillo, y propinándole otro mordisco. Con él en la boca, sigue hablando- ¡Tiene un cubo verde!
-¿Un cubo verde? ¡Hala, que bien! -Lucas sacude la cabeza sin dejar se sonreír, y continúa mordisqueando su bocadillo, el cual ha dejado casi por la mitad.
Adara asiente con la cabeza, e intentando que sus padres no se percaten, se acerca a Lucas y le habla en un hilo de voz casi inaudible.
-Te voy a contar un secreto.
-Tú dirás, peque.
-Alejandro no tiene ojos.
-¡¿Qué?!-Lucas la mira con incredulidad, y frunce el ceño.-Adara, ¿qué te he dicho sobre las mentiras?
-No, tete, no son mentiras. Alejandro no tiene ojos.
-¿Y por qué dices eso, a ver?
-Porque son de mentira.-Adara alza las cejas y sigue asintiendo con la cabeza. Al ver que su hermano sigue sin entender nada de lo que dice, insiste- Porque el color no existe, es como...como...-Busca algo alrededor, algo a lo que referirse, y sólo encuentra la crema de cacahuete. Bueno, podría valer- Es como si fuese crema de cacahuete.
-Querrás decir que son marrones, Ada.
-¡No, porque Paola tiene los ojos marrones, y no son así!
-Paola tiene unos ojos marrones muy oscuros, peque. Él los tendrá más claros.-Lucas empieza a reírse, recordando lo que su hermana ha llegado a pensar.- Quizá son parecidos a la miel.
-¡Sí! -Adara pega un bote, mostrando una sonrisa bastante amplia- ¡Tiene los ojos iguales que la miel, del mismo color!
Adara abre los ojos, respirando con brusquedad. La luz cegadora hace que parpadee varias veces antes de poder observar con claridad todo lo que le rodea.
No sabe dónde se encuentra, dónde está. No entiende por qué está tumbada en una cama incómoda, envuelta en una suave sábana azul celeste. No conoce a esa persona que llora a su lado, sujetándole la mano con suavidad. Tampoco entiende qué es lo que hace ahí, cómo ha llegado. Sólo recuerda un color, el color de la miel.
Parece una habitación. Una pequeña habitación de hotel.
Se inclina ligeramente y se percata de que sus brazos están cubiertos de extraños tubos finos y transparentes, e intenta quitárselos. Son realmente molestos.
-No, no lo hagas. ¡Lucas, se ha despertado!- La extraña se pasa las yemas de los dedos por el contorno de los ojos, retirándose lágrimas sin dejar de sonreír. Parece incluso demasiado feliz.
-¿Quién eres tú?- Adara está realmente confundida, apenas recuerda nada.- Ah, hola Stella.
-No, Adara. Soy...
-¡Adara!-La puerta se abre de golpe y Lucas entra corriendo, abalanzándose con cuidado sobre el frágil cuerpo de su hermana- ¿Estás loca? No vuelvas a hacer esto jamás.
-Nos has dado un buen susto, Adara.
-Perdona, Stella.-Adara la mira. Hay algo en las facciones de su cara que le resulta extraño.
-Adara, no soy Stella. Soy yo, Paola.
Empieza a recordar de nuevo. Ella no es Stella, por supuesto que no. Es Paola.
Sabe que están enfadadas, que ya ni siquiera son amigas, y no entiende por qué está ahí, a su lado. Pero, por algún extraño motivo, guarda silencio en vez de ordenarle que abandone la habitación.
Adara baja la mirada y se da cuenta de que aún sujeta la mano de Paola con fuerza, pero no la retira. Quizá sea la falta de fuerza, o tal vez sea el simple hecho de no querer deshacerse de su mano.
Dirige la vista hacia Lucas y, en un instante, una nueva imágen se cruza con sus pensamientos. Recuerda la playa, el cubo verde...recuerda a Alejandro, al niño de los ojos color miel.
-Lucas, ¿dónde está el niño de los ojos color miel? -Pregunta débilmente, en un hilo de voz casi inaudible.
Inclina levemente la cabeza hacia delante, lo bastante como para observar la esbelta silueta del médico acercándose en su dirección.
Paola le da una palmada con suavidad en la cabeza a Lucas, haciendo que él se levante lentamente, con el ceño fruncido. Al darse cuenta de que el médico se dirige hacia ellos, se incorpora a la velocidad de un rayo.
-¿Cómo está?
-Está...-El doctor deja escapar un leve suspiro, creando un silencio casi insoportable, y se decide a continuar- estable.
-¿Estable?-Paola se cruza de brazos, enarcando las cejas- ¿No tiene nada más?, ¿viene a decirnos que está estable?
-La joven ha sufrido un golpe casi mortal en la cabeza, pero sigue viva. Es casi un milagro.
-Se va a despertar sola, no quiero que se despierte sin nadie a su alrededor.- Paola sacude la cabeza y comienza a andar, esquivando al médico. Desafortunadamente, él es más rápido que ella y la retiene cogiéndole el brazo con suavidad.
-Señorita, si vuelve a despertarse, será el segundo milagro en un mismo día. Mejor déjelo para más tarde.
-¿Qué quiere decir?-Lucas se acerca al doctor, mirándole a los ojos con la mirada cortante- ¡¿Qué está diciendo con eso?!
-Estoy diciendo que no sé cuándo se despertará su hermana. Es imposible saberlo.
Viendo como el médico se aleja, Paola estrecha la cara de Lucas con cariño entre sus manos, mostrándole protección y seguridad. Tras un suave beso en los labios, llega un susurro valiente que dice <<Ese médico es inútil. Se despertará temprano, como hace siempre, y tú lo sabes, ¿verdad?>>.
Las lágrimas para ambos no tardan en llegar, y se unen más que nunca en un abrazo miedoso e intranquilo, aunque lleno de sentimientos indescriptibles.
Otra silueta, al fondo de un pasillo cualquiera, le llama la atención a Paola.
No. No es el médico. Tampoco es ninguna enfermera. Es ella, no hay lugar a dudas.
Es Miriam.
Con los ojos como platos, y la cara pálida, apenas logra pronunciar:
-Cariño, hay alguien que viene a verte.
Lucas vuelve a fruncir el ceño, con expresión interrogativa, y Paola le contesta con un ligero movimiento de cabeza que le indica que debe girarse.
Y, cuando lo hace, su expresión no es mucho más distinta a la de Paola. Los ojos completamente desorbitados, la boca desencajada y el pulso a punto de dispararse por completo. Apenas puede mover un sólo músculo de su cuerpo, temiendo que pueda llegar a romperse.
Miriam se queda quieta delante de su hijo, mirándole directamente a los ojos, reflejando en su media sonrisa una amargura que apenas logra disimular.
-Hola, hijo.
Lucas no consigue articular palabra, y opta por un abrazo repentino aunque deseado. Llevaba tanto tiempo queriendo volver a sentirse protegido por su madre que ni siquiera recordaba la última vez que la tuvo entre sus brazos.
Paola le dedica una tímida sonrisa a Miriam y, con un guiño fugaz, se aleja del reencuentro para dirigirse hacia la habitación de Adara.
Realmente, no le hace falta buscar demasiado ya que ha observado durante horas cómo salían y entraban distintas enfermeras, y sabe perfectamente en qué habitación tiene que entrar.
Mirando atentamente las puertas, da con la que busca. Observa rápidamente a ambos lados, asegurándose de que no hay ningún médico que le impida entrar, y coge el pomo de la puerta sigilosamente.
El contacto de la mujer es casi imperceptible, así que se da la vuelta para afirmar su peor sospecha: se le había pasado por alto la enfermera rubia.
-Perdone, pero ahí no puede entrar nadie.- La voz de la enfermera es demasiado aguda para el gusto de Paola, pues le traspasa los tímpanos con demasiada fuerza.
-Verá, llevo tantas horas aquí que he perdido la cuenta. Sólo necesito ver a mi mejor amiga, por favor.
-Lo siento, pero está prohibido. Nada de visitas, almenos todavía.
-Sólo le estoy pidiendo cinco minutos. Sólo quiero entrar a verla.
-Lo siento.-finaliza la enfermera.
Paola le dedica una mirada gélida, llena de odio, y continúa.
-Se lo estoy pidiendo por las buenas. Si no me permite entrar, tendré que hacerlo por las malas.
-Escuche, señorita...
-¡Paola, mi nombre es Paola! -Le interrumpe, elevando la voz casi sin darse cuenta- ¿Se lo deletreo?
La gente que hay en el hospital clava los ojos de manera curiosa en la alterada conversación de las dos mujeres, pero a Paola parece no importarle, pues sigue gritándole a la enfermera, desesperada.
-Voy a tener que pedirle que abandone el hospital.- La enfermera agarra con fuerza el brazo de Paola, intentando llevarla lejos de allí, lejos de la frágil pared que la separa de su mejor amiga.
Y, en sólo un instante, lo tiene claro. Sólo un recuerdo hace falta para decidirse.
El recuerdo de dos niñas pequeñas jugando en un parque alborotado de gente. La niña de los ojos verdes persigue a la niña morena, y ambas ríen sin parar. La morena se llama Paola; la rubia, Adara. Son pequeñas, sí, pero parecen inseparables.
Inseparables.
Es suficiente. Suficiente como para que Paola se deshaga del agarre de la enfermera, y abra con brusquedad la puerta de la habitación.
La última imágen que ve antes de caer desplomada al suelo es el cuerpo débil y frágil de Adara, cubierto de heridas y rasguños.
-Paola, despierta.-El sonido de la voz de Lucas es lo único que suena en esa pequeña habitación.
Paola abre los ojos con lentitud, bastante confundida. Al inclinarse en la pequeña camilla, la cabeza le da un vuelco. Está a punto de explotarle en mil pedazos. Siente un fuerte dolor, casi insoportable.
Tan sólo puede reconocer a Lucas. Al lado de él, hay una pequeña mujer, tal vez sea una enfermera. Pero esta es morena.
-Lucas, ¿quién es?- Le mira extrañada, algo perdida todavía.
-Ella es una de las enfermeras que trata a Adara.
De repente, recuerda el cuerpo casi inerte de su mejor amiga o, más bien, la que fue su mejor amiga, y vuelve a palidecer.
La enfermera se percata, y sin dudarlo, se acerca para tranquilizarla un poco.
-Paola, ¿cómo te encuentras? Me llamo Rocío. -Paola sonríe. Por suerte, aquella enfermera mantiene un tono de voz neutral, y no le resulta tan insoportable.- Te has desmayado. ¿Recuerdas algo?
-Adara...-Paola se levanta de la camilla y siente que el mundo le da vueltas, pero continúa decidida, y empieza a andar hacia la puerta de la habitación.-Tengo que verla.
-Escucha, Paola.-Rocío posa una mano sobre su hombro, haciendo ademán de retenerla, y le dice- Has tenido una discusión con Ana, la enfermera que no te ha dejado entrar en la habitación de tu amiga. ¿Crees que así podrás entrar alguna vez?
-No era mi intención, pero tenía que entrar.
Lucas se acerca a Paola, rodeándole la cintura con los brazos, y le dedica un movimiento de cabeza a Rocío insinuándole que abandone la habitación.
Cuando lo hace, él acerca los labios al oído de Paola, y le habla con tranquilidad.
-Mi hermana tendría que haber visto cómo luchabas por entrar en su habitación. Habría confiado en tí de nuevo.
-Lucas, la quiero muchísimo. -Paola se gira con sumo cuidado, temiendo que él la suelte, y encuentra sus ojos verdes- Pero cuando despierte, todo seguirá como siempre.
-Tú no tienes nada que ver con Stella y ella debería saberlo.
-Desgraciadamente ha decidido creer en ellas antes que en mí.
-Sabes el gran poder de convencer que tienen, ¿verdad? -Lucas acaricia la suave melena de Paola sin apartar los ojos de los suyos.
-Pero Adara y yo nos conocemos desde pequeñas. Tendría que saber que yo no soy parte de ellas.
-Paola, Stella y su ejército tienen muchísimas personalidades. No sabes hasta qué punto pueden llegar a manejar a las personas. Hablaré con mi hermana, hablaré con ellas, pero esto se va a solucionar.
Paola no sabe qué decir, pero sí sabe qué debe hacer.
Se acerca con lentitud a Lucas, y le besa, intentando unirse más a él, aunque parece imposible. Cada beso le parece insuficiente y siente que necesita otro, y otro, y otro más. Ningún beso es lo bastante suficiente. Desea no separarse jamás de él, de sus labios. De sus abrazos, de sus palabras que consiguen tranquilizarla en cualquier momento.
-Te quiero, Lucas.
-Yo también, mi vida.
La música que desprende el móvil de Lucas les devuelve a la dura realidad. A la pequeña habitación de ese gran hospital.
Lo saca del bolsillo con rapidez, averiguando quién es el que quiere contactar con él, y resopla.
-Perdona, Danel. Me había olvidado por completo.- Contesta.
Paola se cruza de brazos, intentando escuchar qué es lo que dice desde la otra línea del teléfono, aunque no consigue escuchar mucho más que murmullos.
-Danel, no puedo ir. Estoy en el hospital, Adara ha tenido un accidente.
Esta vez, Paola puede escuchar con claridad la contestación de él : <<Enseguida estamos ahí>>
Momentos tensos. Momentos que nadie puede describir porque cualquier palabra que intentara describirlos se quedaría corta, carecería del sentido adecuado. Momentos tan insoportables que no se los deseas ni a tu peor enemigo. A nadie, a absolutamente nadie. Porque tienes la seguridad de que ninguna persona sería lo bastante fuerte para soportarlos, para afrontarlos con valentía. Salvo tú, pues llegan sin avisar, sin permiso. Llegan y se quedan, y tienes que plantarles cara quieras o no, porque debes convivir con ellos y luchar para que algún día abandonen tu vida.
Esos momentos golpean con brutalidad a las cinco personas que esperan impacientes alguna noticia de cualquier médico. Esperan un <<Acaba de despertar>>, o tal vez un <<Ha mejorado>>.
Bruno le da unas palmaditas tranquilizadoras a Lucas en el hombro. Recuerda, cuando era un poco más pequeño, que Lucas siempre llevaba a Adara con él a todas partes. Recuerda también que le encantaba esa pequeña niña rubia llena de energía que siempre hablaba abiertamente con todo el mundo, y se agarra a ese último recuerdo, deseando con todas sus fuerzas que esa niña vuelva a dirigirse a él con una energía descomunal.
Danel se pasa las manos por la cabeza, e intenta disimular la nerviosidad que le está mordiendo el estómago. Sí, le fue infiel y se comportó de una manera egoísta con Adara pero, aun así, espera con impaciencia el momento de verla sonreír de nuevo.
Paola deambula de aquí para allá, intranquila, esperando a alguien, pero ni ella misma sabe quién es ese alguien. Tan sólo quiere recibir noticias de Adara, noticias positivas. Unas cuántas imágenes atraviesan su mente. Imágenes que reflejan una infancia perfecta al lado de su mejor amiga, y llora deconsoladamente reclamándole al cielo que suelte de sus garras la vida de Adara.
Miriam sigue consumiendo cafés amargos en la cafetería situada a pocos metros de las personas que esperan, tan nerviosos e impacientes como ella. Por un momento se siente cobarde, no sabe qué es lo que hace ahí. Hace unas horas su hija le pidió ayuda, pues no podía soportar las insufribles palizas de su padre, y ella no fue capaz de ayudarla. Tan sólo volvió a irse. Volvió a huir como hizo siempre. Se pregunta una vez más qué es lo que hace ahí. Quiere a su hija, pero no se ve con fuerzas para ayudarla a escapar del infierno que está viviendo. Y vuelve a pensar en la idea de huir de ese hospital, de escapar de nuevo para no volver jamás. Aunque, por la falta de sueño y de fuerzas, decide dejar esa pequeña idea para más tarde y se limita a seguir removiendo ese insípido café.
Lucas apenas puede ver con claridad, a través de esas gruesas lágrimas que le empañan los ojos. Sólo quiere volver a ver a su hermana, abrazarla. Llamarla pequeñaja de nuevo. Darle consejos, llevarla en un futuro a la universidad. Decirle que ese chico la mira demasiado, o que ese otro no es bueno para ella. Quiere recuperarla para no dejarla jamás.
-¿La familia de Adara García?- Los cuatro vuelven inesperadamente a la sala de espera, y se levantan casi a la vez.- Sigue igual. Pero puede entrar una sola persona a verla, si lo desean.
Todos se miran, y Bruno y Danel deciden sentarse de nuevo. Saben que Lucas o Paola tienen más derecho que ellos dos.
Miriam sigue en la cafetería, y parece ser que no se ha percatado del aviso del médico.
Paola mira a Lucas, y le susurra que debe ser él quién vaya a verla, pero él niega con la cabeza, dirigiéndose hacia el médico.
-Vamos a ir ella y yo.
-Puede entrar tan sólo un familiar.- contesta el doctor en un hilo de voz casi imperceptible.
-Se lo ruego.-añade Lucas- por favor.
Tras unos segundos de silencio, el médico asiente con un movimiento de cabeza, y les indica que deben seguirle.
Al llegar a la habitación, Paola entra rápidamente, agarrándole cuidadosamente una mano a Adara, dejando que las lágrimas escapen de sus oscuros ojos sin preocuparse por intentar disimularlas.
Lucas se tapa la boca, y cierra los ojos, recordando cómo debe respirar. Poco después de recomponerse casi por completo, se sitúa al otro lado de Adara, acariciándole el brazo con suavidad.
Los dos se quedan en silencio, observando el pequeño cuerpo que reposa encima de la cama.
Está completamente cubierta de heridas no muy profundas, pero que dejarán marca si no se curan bien. El aspecto es casi irreal.
Las ojeras oscuras y marcadas repasan el contorno de sus ojos. Los labios, de un color púrpura apagado, están llenos de pequeños cortes y sus mejillas están rodeadas de cortes, rasguños y heridas.
Paola empieza a tararear una nana tranquilizadora, sin soltarle la mano. Le acaricia con la otra la frente, apartándole el pelo enmarañado repleto de nudos.
Las horas pasan, a veces más rápido de lo que creemos. A veces, más rápido de lo que deseamos.
Lo que duele, realmente, son los segundos. Porque cada uno de ellos se acerca demasiado a tí, a tu cuerpo, a tu corazón. Y, algunos de ellos, muerden, y provocan dolores insoportables.
A veces, sin darte cuenta, pasan burlándose. Pero no puedes hacer nada para pararlos. Aún no tienes ese poder, esa manera de detenerlos. Y es algo que te quema por dentro.
Paola y Lucas a penas se han movido, aunque están realmente incómodos, pues han perdido la cuenta del tiempo que llevan en el hospital.
Paola empieza a sentir pinchazos en el brazo, pero no deja de acariciar la frente de Adara, intentando que esté más cómoda aunque ni siquiera sabe que las dos personas que más la quieren en el mundo están ahí con ella. Pero la joven no se da por vencida.
-Vuelve, enana.- Le dice Lucas, en un tono de voz que refleja desesperación.-Vuelve, enana, por favor. -repite, una y otra vez.- Vuelve, enana.
-¡Vuelve, enana!
Adara empieza a reírse y le enseña la lengua a Lucas sin parar de correr, sintiendo la cálida arena entre los pequeños dedos de los pies. Está caliente, pero no impide que ella siga corriendo por la playa, riendo y gritando.
Casi sin darse cuenta, apoya el pie en una pequeña roca escondida bajo la fina arena y cae al suelo. Rápidamente se observa el pie para asegurarse de que no se ha hecho ningún rasguño, y se lo masajea entre algunas lágrimas de dolor.
Nada más levantar un poco la mirada hacia el cielo, enmedio de un suave pelo mojado, ve la cara de Lucas mostrando preocupación.
-¡¿Pequeñaja, estás bien?!
-Me he hecho pupa.
-Ven aquí.- Lucas la coge y apoya el pequeño cuerpo de su hermana encima del suyo, masajeándole la suela del pie con cuidado. De repente, escucha su risa chillona, y vuelve la cara hacia ella.- ¿Qué pasa, tienes cosquillas?
Adara se muerde los labios, intentando ocultar una sonrisa, pero es casi inevitable.
-Así que mi pequeñaja tiene cosquillas...-Lucas agarra con fuerza el pie derecho de la niña, y lo toca con la punta de los dedos de la misma manera que toca un guitarrista a su querido instrumento musical.
Las risas de la pequeña invaden cada rincón de la playa. Empieza a sacudirse, intentando deshacerse del abrazo de Lucas, pero no lo consigue.
Pasan los segundos y ella sigue ahí, encima de su hermano mayor, siendo atacada por unas cuantas cosquillas que a penas sí puede soportar.
Cuando cree que ya ha sufrido bastante, decide que es momento para dejarla en libertad y la suelta. Pero, como es propio de una niña pequeña, ella no huye. Se queda encima de él, observándole con una mirada que dice << A ver si te atreves a atacarme de nuevo>>.
Lucas se percata, y le dedica a su hermana una media sonrisa.
-Adara, ¿tienes hambre?
-No, no quiero irme a comer. ¡Quiero jugar!
-Me da igual. Mamá y papá estarán sacando la comida, así que...¡a comer!
Adara niega con la cabeza y se cruza de brazos, pero Lucas, manteniendo la sonrisa en la boca, la coge por los pies y se la cuelga del hombro, como si de un saco se tratase.
Ella empieza a patalear y a darle pequeños puñetazos en la espalda, pero a él le son indiferentes. ¿Qué daño puede hacerte una niña de siete años cuando tú le sacas algunos más?
Lucas se desliza fácilmente por la arena, que empieza a quemarle las suelas de los pies. Decide darse un poco más de prisa. Tiene un hambre indescriptible y la quemazón empieza a empeorar, así que poco a poco deja de andar y empieza a correr.
Cuando llega a la tienda de campaña, tira a Adara encima de su toalla rosa y se sienta en la azul.
-¿Dónde estabais?- Miriam saca dos bocadillos, uno claramente más grande que el otro, y dos latas de refresco.
-Déjales, cariño. ¿No ves que estamos en la playa?
-Ya, Luis, pero la playa es inmensamente grande.- Miriam mira los ojos de su marido y sacude la cabeza, volviéndose de nuevo a sus dos hijos.- No os alejeis tanto, ¿vale?
-Vale, mamá.- Lucas coge los dos bocadillos y le entrega a Adara el más pequeño, acompañado por su refresco.
Adara retira el papel albal de su pequeño bocadillo, descubriendo que éste está relleno de crema de cacahuete, y sonríe ampliamente. Rápidamente lo muerde con brusquedad, sintiendo la suave textura en el paladar. Decide coger el bocadillo con las dos manos, olvidando que, con la izquierda, sujetaba la lata de refresco, que cae al suelo con un golpe sordo.
-¡Adara, cuidado con eso! ¡menos mal que no lo habías abierto!
-Se me ha caído. Perdona, mamá.
-Bueno, tampoco es para tanto. Ves a la orilla del mar y quítale la arena, anda.-Le dice Lucas, restándole importancia con una sonrisa.
Adara deja el bocadillo encima de la toalla, y corre hacia la orilla. Por un segundo, duda si debería meter los pies, pues el agua le resulta demasiado fría aunque, al final, decide entrar. Sentir el frío del mar en los pequeños pies le parece agradable, más de lo que había esperado.
Se agacha para sumergir cuidadosamente la lata, y con ella su diminuto cuerpo.
Cuando sale al exterior, coge aire por la boca y se aparta el pelo mojado que se le ha quedado pegado en la frente. Se ríe y vuelve a sumergirse, una y otra vez, disfrutando esa pequeña diversión en soledad. Aunque está menos sola de lo que cree.
-Hola.
Adara da un respingo y se tambalea, pero logra mantenerse en pie.
Un niño con un pequeño cubo colgado del brazo está justo a su lado, mirándola indeciso.
-Hola.-Adara también le mira, aunque le llama más la atención el cubo verde sujeto a su brazo.-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Alejandro, ¿y tú?
-Me llamo Adara, ¿quieres que seamos amigos?
-¡Vale!-El niño sonríe y llena el cubo de agua. Cuando se da cuenta de que pesa demasiado, decide vaciarlo un poco. Adara encuentra sus ojos inesperadamente, y frunce el ceño. Ese color...parece irreal.
Adara le dice que se va a comer, que su madre estará muy preocupada por su tardanza, y que después se verán para jugar un rato con ese cubo que tanto le ha llamado la atención a ella.
Sube, con la lata ya limpia, en dirección a la tienda de campaña.
-¡Peque, la próxima vez voy yo!-Lucas le grita desde su toalla, aunque Adara se da cuenta de que no son gritos bañados en enfado, y sonríe aliviada.-¿Tanto cuesta limpiar una lata de refresco?
-Es que estaba con mi amigo Alejandro.
-¿Alejandro?
-Sí.- Adara regresa a su toalla, recuperando su querido bocadillo, y propinándole otro mordisco. Con él en la boca, sigue hablando- ¡Tiene un cubo verde!
-¿Un cubo verde? ¡Hala, que bien! -Lucas sacude la cabeza sin dejar se sonreír, y continúa mordisqueando su bocadillo, el cual ha dejado casi por la mitad.
Adara asiente con la cabeza, e intentando que sus padres no se percaten, se acerca a Lucas y le habla en un hilo de voz casi inaudible.
-Te voy a contar un secreto.
-Tú dirás, peque.
-Alejandro no tiene ojos.
-¡¿Qué?!-Lucas la mira con incredulidad, y frunce el ceño.-Adara, ¿qué te he dicho sobre las mentiras?
-No, tete, no son mentiras. Alejandro no tiene ojos.
-¿Y por qué dices eso, a ver?
-Porque son de mentira.-Adara alza las cejas y sigue asintiendo con la cabeza. Al ver que su hermano sigue sin entender nada de lo que dice, insiste- Porque el color no existe, es como...como...-Busca algo alrededor, algo a lo que referirse, y sólo encuentra la crema de cacahuete. Bueno, podría valer- Es como si fuese crema de cacahuete.
-Querrás decir que son marrones, Ada.
-¡No, porque Paola tiene los ojos marrones, y no son así!
-Paola tiene unos ojos marrones muy oscuros, peque. Él los tendrá más claros.-Lucas empieza a reírse, recordando lo que su hermana ha llegado a pensar.- Quizá son parecidos a la miel.
-¡Sí! -Adara pega un bote, mostrando una sonrisa bastante amplia- ¡Tiene los ojos iguales que la miel, del mismo color!
Adara abre los ojos, respirando con brusquedad. La luz cegadora hace que parpadee varias veces antes de poder observar con claridad todo lo que le rodea.
No sabe dónde se encuentra, dónde está. No entiende por qué está tumbada en una cama incómoda, envuelta en una suave sábana azul celeste. No conoce a esa persona que llora a su lado, sujetándole la mano con suavidad. Tampoco entiende qué es lo que hace ahí, cómo ha llegado. Sólo recuerda un color, el color de la miel.
Parece una habitación. Una pequeña habitación de hotel.
Se inclina ligeramente y se percata de que sus brazos están cubiertos de extraños tubos finos y transparentes, e intenta quitárselos. Son realmente molestos.
-No, no lo hagas. ¡Lucas, se ha despertado!- La extraña se pasa las yemas de los dedos por el contorno de los ojos, retirándose lágrimas sin dejar de sonreír. Parece incluso demasiado feliz.
-¿Quién eres tú?- Adara está realmente confundida, apenas recuerda nada.- Ah, hola Stella.
-No, Adara. Soy...
-¡Adara!-La puerta se abre de golpe y Lucas entra corriendo, abalanzándose con cuidado sobre el frágil cuerpo de su hermana- ¿Estás loca? No vuelvas a hacer esto jamás.
-Nos has dado un buen susto, Adara.
-Perdona, Stella.-Adara la mira. Hay algo en las facciones de su cara que le resulta extraño.
-Adara, no soy Stella. Soy yo, Paola.
Empieza a recordar de nuevo. Ella no es Stella, por supuesto que no. Es Paola.
Sabe que están enfadadas, que ya ni siquiera son amigas, y no entiende por qué está ahí, a su lado. Pero, por algún extraño motivo, guarda silencio en vez de ordenarle que abandone la habitación.
Adara baja la mirada y se da cuenta de que aún sujeta la mano de Paola con fuerza, pero no la retira. Quizá sea la falta de fuerza, o tal vez sea el simple hecho de no querer deshacerse de su mano.
Dirige la vista hacia Lucas y, en un instante, una nueva imágen se cruza con sus pensamientos. Recuerda la playa, el cubo verde...recuerda a Alejandro, al niño de los ojos color miel.
-Lucas, ¿dónde está el niño de los ojos color miel? -Pregunta débilmente, en un hilo de voz casi inaudible.
viernes, 29 de abril de 2011
CAPÍTULO QUINCE.
El sonido del motor provoca que un cosquilleo mezclado con unos cuantos escalofríos invadan su cuerpo.
Sentada en el asiento del piloto, Adara observa casi sin pestañear la llave que sujeta en la mano.
Desea ser feliz, desea perderse en soledad, sentir la velocidad bajo esas cuatro ruedas.
A veces ser feliz incluye cierto riesgo. A veces, desear perderse sin más compañía que el viento puede traer consecuencias y, en algunas ocasiones, esas consecuencias te destrozan el alma.
Pero ya lo ha decidido y no está dispuesta a mirar atrás.
Con un movimiento rápido y audaz, mete la llave en el contacto, recordando las clases que tuvo con Lucas.
-Adara, no te pongas nerviosa.
-No estoy nerviosa.
-¿Y por qué estás temblando? Ah, ya sé.-Lucas sonríe de manera burlona- Es por el frío que hace en julio, ¿me equivoco?
-Cállate.-Ella sonríe, propinándole un codazo en las costillas.- Tú limítate a enseñarme y punto.
-Como sigas temblando tanto creo que tendremos que dejarlo para mañana.
Adara intenta recordar. Con la llave ya en el contacto pisa el acelerador. Nada. Prueba pisando el embrage. Lo que siempre le costó más, cuando practicaba Lucas meses atrás era arrancar, una vez hecho esto ya todo era fácil. Prueba una y mil combinaciones distintas, pero no lo consigue. O el coche no arranca o se le cala. Al final, si saber como, consigue ponerlo en marcha. Con cuidado de no chocar, sale del garaje de su casa, hacia la carretera. No tiene rumbo fijo, solo quiere ser libre y olvidar. Estar, por un momento, solo ella, en un mundo sin preocupaciones, sin tener que pensar.
Paola y Lucas llegan, entre risas, caricias y besos, hasta la puerta de la casa de él. Paola mira extrañada a Lucas y luego hacia el garaje, ya que la puerta está abierta y el seat rojo no está allí.
-¿Y tu coche, Lucas?
-¿Qué pasa con mi coche?.-Lucas busca, distraido en el bolsillo las llaves de casa, para poder entrar.
-¿Lo tienes en el taller? No está ahí.-Paola señala el lugar donde recuerda que él aparca normalmente, junto al citroen c4 de su padre, que si está aparcado en su sitio.
-Vaya, es verdad. Se lo habrá llevado mi padre. Anda, ven.-Lucas coge a Paola de la mano y la acerca a él. Le besa dulcemente en los labios.-Tengo un regalito para tí.
Cogidos de la mano entran en el salón.
-¿Y Adara? Amor, a ella no le gustará que esté aquí.
-Si está, no creo que salga de su habitación. Y si sale, y le molesta que tu estés aquí, que se joda. Tú eres mi novia, y vas a venir aquí siempre que yo quiera. Y ella lo tendrá que aceptar.
Lucas sienta a Paola en el sofá y le dice que le espere ahí sentada y con los ojos cerrados, que volverá en un segundo. Antes de irse le da un beso en la mejilla, para verla sonreir, aun con los ojos cerrados. Sube la escalera que lleva al piso de arriba y entra en su habitación. Desde abajo Paola puede oir como abre y cierra un sinfín de cajones, buscando algo. Pasados unos segundos Lucas baja corriendo, salta las últimas tres escaleras y en un instante estaá situado detrás del sofá, de Paola.
-Ya estoy aquí.-Lucas le susurra en el oido a Paola, mientras con la mano derecha le aparta el pelo hacia un lado.-No abras los ojos todavía, ¿eh?, que te conozco.-Lucas abre el puño izquierdo, en el que tenía guardado un pequeño colgante que le cuelga rápidamente del cuello. Es una fina cadena de plata de la que cuelga un anillo, también de plata.-Ya puedes abrirlos.
Paola abre los ojos y mira aquello que cuelga de su cuello. Las lágrimas se amontonan en sus ojos, pero son lágrimas de felicidad. Recuerda aquel anillo, el día que Lucas y ella empezaron a salir, después de que ella se peleara con Adara. Recuerda haberle dicho que le encantaba ese anillo. Y ahora se lo había regalado.
-¿Te gusta?.-Pregunta Lucas, impaciente, al ver que ella se ha quedado callada.
-Es..Precioso. No se que decir, de verdad, es tan...especial, tan bonito. No me lo esperaba. ¿Por qué?. Si el anillo es tuyo, es...-Paola se hace un lio, no sabe como expresar todo lo que siente en ese momento. Lucas le corta antes de que pueda seguir hablando, dandole un cálido beso. Se sienta a su lado en el sofá y le pasa un brazo al rededor de los hombros mientras ella reposa la cabeza sobre su pecho.
-Simplemente, porque te quiero.-Lucas dice las palabras que llevaban tanto tiempo intentando salir de su boca, pero que se resistian y acababan escritas en un simple mensaje. Le da otro beso, esta vez más largo que el anterior, haciendo que ella se sonroje. A pesar de llevar ya un tiempo juntos ella sigue ruborizandose, no acostumbrada todavía, ante cualquier comentario de él, cualquier gesto, que se salga de lo normal. La felicidad que sienten los dos en este momento es más de lo que podían haber imagindo.
Adara se siente bien, se siente libre. El aire que entra por la ventanilla le deshace el pelo y hace que le lloren los ojos, pero le hace sentir viva, y eso es lo más importante, porqué hacia tiempo que no se sentía así. Pensandolo bien es extraño que el simple hecho de pisar el acelerador, le velocidad, le hagan sentir tan bien, cuando no lo consiguen ni las palabras de su hermano, ni lo abrazos de una amiga. Piensa que podría dedicarse a la fórmula 1, las carreras de coches. Pisa el acelerador. Desea ir más rápido, que todo a su al rededor sea un simple paisaje borroso sin importancia. Pero el hecho de estar dentro de la ciudad le impide correr todo lo que ella desearia, tal vez debería ir hacía la autopista. Canta con la radio una canción que conoce bastante bien pero que no entiende.
She lives in a fairy tale
Somewhere too far for us to find
Forgotten the taste and smell
Of the world that she's left behind.
Centrarse en el ritmo de la música, en intentar comprender la letra mientras tararea el ritmo, hace que deje de pensar en todo lo demás. En estos momentos solo existe ella. Ella y la música. Ella, la música y la carretera. Ella, la música, la carretera y su improvisada libertad. Le gusta esa sensación y desea alargarla todo lo posible. Sube el volumen de la música al máximo y sigue cantando, lo más alto que puede.
Keep your feet in the ground
When your head's in the clouds.
Well go get your shovel
And we'll dig a deep hole
To bury the castle, ury the castle
Well go get your shovel
And we'll dig a deep hole
To bury the castle, bury the castle.
Ba da ba ba da ba ba da.
La gente que encuentra a su paso se queda mirandola con cara extraña, pensando que está loca. Pero a ella eso no le importa. En otras circunstancias habría hecho lo posible porqué los demás no se rieran de ella. Le hubiera fastidiado mucho que la vieran comportandose de esa forma y pobrablemente se habría enfurruñado tanto que no habría salido de casa en dias. Pero ahora es diferente, ella es diferente. Este momento es demasiado importante como para preocuparse por lo que piensen los demás. Cuando pasa por delante de un parque, al que recuerda haber ido alguna vez a jugar cuando era pequeña, el sonido estridente de su teléfono móvil la saca de su ensoñación. Probablemente será Lucas, que se habrá dado cuenta ya de que falta su coche, y le va a echar una buena bronca. No contesta, no quiere hablar con nadie. El móvil vuelve a sonar una, dos y hasta tres veces más. Al final la curiosidad puede con ella y decide contestar. Se agacha para sacar el móvil del bolso. Solo es un segundo lo que tarda en coger el teléfono, pero todo pasa muy deprisa. No ve venir el camión, que se precipita con gran velocidad sobre el pequeño seat rojo de su hermano. Intenta escapar girando a la derecha. No le da tiempo a ver la pequeña pelota roja, ni al niño que corre detrás de ella intentando no perderla, y no le da tiempo a reaccionar. Todo lo que ve antes de perder la conciencia es la mirada perdida en los ojos color miel del niño. Después solo hay oscuridad.
Julia tira enfadada el móvil sobre la mesa.
-Nada, no contesta, y ya la he llamado cuantro veces.
-¿Se habrá enfadado?.-Pregunta Rebeca.
-Pues si es así que le jodan, tampoco hemos hecho nada malo.-Stella habla con un tono de indiferencia.
-Pasamos de ella esta tarde, y alomejor estaba mal.
-Ay, Daniela déjalo ¿Vale?. Seguro que se ha enfadado, que ha pillado una rabieta tonta. Cuando vea que no tiene a nadie más se le pasará y volverá con nosotras. Ahora a divertirse ¿Está claro?
-Si, Stella.-Repiten todas al unísono. Y continuan bebiendo y bailando, ajenas a todo lo que pasa a su al rededor.
Paola y Lucas están abrazados en el sofá, con la televisión encendida pero sin ver nada en especial. Hablan animadamente sobre esto y aquello. El nuevo ligue de Danel, el viaje de Bruno a Italia. Desde que empezó a salir con Lucas, Paola también empezó a pasar más rato con sus amigos. Y hasta a llegado a entenderse con Danel, cosa que nunca habría podido imaginar. Suena el teléfono y Lucas se levanta a contestar. Paola contempla con ojos enamorados como Lucas se mueve por la habitación.
-¿Si?.-Lucas espera a que contesten por el otro lado del teléfono.-Sí, soy yo, ¿Qué pasa?.-Tras una respuesta bastante larga que Paola no puede oir, ve como la cara de él empieza a palidecer, como los ojos se le abren desorbitadamente por la sorpresa y como empieza a temblar y a correr nervioso por la habitación.-Sí, voy enseguida.
-¿Qué pasa Lucas?
-Adara está en el hospital.
Sentada en el asiento del piloto, Adara observa casi sin pestañear la llave que sujeta en la mano.
Desea ser feliz, desea perderse en soledad, sentir la velocidad bajo esas cuatro ruedas.
A veces ser feliz incluye cierto riesgo. A veces, desear perderse sin más compañía que el viento puede traer consecuencias y, en algunas ocasiones, esas consecuencias te destrozan el alma.
Pero ya lo ha decidido y no está dispuesta a mirar atrás.
Con un movimiento rápido y audaz, mete la llave en el contacto, recordando las clases que tuvo con Lucas.
-Adara, no te pongas nerviosa.
-No estoy nerviosa.
-¿Y por qué estás temblando? Ah, ya sé.-Lucas sonríe de manera burlona- Es por el frío que hace en julio, ¿me equivoco?
-Cállate.-Ella sonríe, propinándole un codazo en las costillas.- Tú limítate a enseñarme y punto.
-Como sigas temblando tanto creo que tendremos que dejarlo para mañana.
Adara intenta recordar. Con la llave ya en el contacto pisa el acelerador. Nada. Prueba pisando el embrage. Lo que siempre le costó más, cuando practicaba Lucas meses atrás era arrancar, una vez hecho esto ya todo era fácil. Prueba una y mil combinaciones distintas, pero no lo consigue. O el coche no arranca o se le cala. Al final, si saber como, consigue ponerlo en marcha. Con cuidado de no chocar, sale del garaje de su casa, hacia la carretera. No tiene rumbo fijo, solo quiere ser libre y olvidar. Estar, por un momento, solo ella, en un mundo sin preocupaciones, sin tener que pensar.
Paola y Lucas llegan, entre risas, caricias y besos, hasta la puerta de la casa de él. Paola mira extrañada a Lucas y luego hacia el garaje, ya que la puerta está abierta y el seat rojo no está allí.
-¿Y tu coche, Lucas?
-¿Qué pasa con mi coche?.-Lucas busca, distraido en el bolsillo las llaves de casa, para poder entrar.
-¿Lo tienes en el taller? No está ahí.-Paola señala el lugar donde recuerda que él aparca normalmente, junto al citroen c4 de su padre, que si está aparcado en su sitio.
-Vaya, es verdad. Se lo habrá llevado mi padre. Anda, ven.-Lucas coge a Paola de la mano y la acerca a él. Le besa dulcemente en los labios.-Tengo un regalito para tí.
Cogidos de la mano entran en el salón.
-¿Y Adara? Amor, a ella no le gustará que esté aquí.
-Si está, no creo que salga de su habitación. Y si sale, y le molesta que tu estés aquí, que se joda. Tú eres mi novia, y vas a venir aquí siempre que yo quiera. Y ella lo tendrá que aceptar.
Lucas sienta a Paola en el sofá y le dice que le espere ahí sentada y con los ojos cerrados, que volverá en un segundo. Antes de irse le da un beso en la mejilla, para verla sonreir, aun con los ojos cerrados. Sube la escalera que lleva al piso de arriba y entra en su habitación. Desde abajo Paola puede oir como abre y cierra un sinfín de cajones, buscando algo. Pasados unos segundos Lucas baja corriendo, salta las últimas tres escaleras y en un instante estaá situado detrás del sofá, de Paola.
-Ya estoy aquí.-Lucas le susurra en el oido a Paola, mientras con la mano derecha le aparta el pelo hacia un lado.-No abras los ojos todavía, ¿eh?, que te conozco.-Lucas abre el puño izquierdo, en el que tenía guardado un pequeño colgante que le cuelga rápidamente del cuello. Es una fina cadena de plata de la que cuelga un anillo, también de plata.-Ya puedes abrirlos.
Paola abre los ojos y mira aquello que cuelga de su cuello. Las lágrimas se amontonan en sus ojos, pero son lágrimas de felicidad. Recuerda aquel anillo, el día que Lucas y ella empezaron a salir, después de que ella se peleara con Adara. Recuerda haberle dicho que le encantaba ese anillo. Y ahora se lo había regalado.
-¿Te gusta?.-Pregunta Lucas, impaciente, al ver que ella se ha quedado callada.
-Es..Precioso. No se que decir, de verdad, es tan...especial, tan bonito. No me lo esperaba. ¿Por qué?. Si el anillo es tuyo, es...-Paola se hace un lio, no sabe como expresar todo lo que siente en ese momento. Lucas le corta antes de que pueda seguir hablando, dandole un cálido beso. Se sienta a su lado en el sofá y le pasa un brazo al rededor de los hombros mientras ella reposa la cabeza sobre su pecho.
-Simplemente, porque te quiero.-Lucas dice las palabras que llevaban tanto tiempo intentando salir de su boca, pero que se resistian y acababan escritas en un simple mensaje. Le da otro beso, esta vez más largo que el anterior, haciendo que ella se sonroje. A pesar de llevar ya un tiempo juntos ella sigue ruborizandose, no acostumbrada todavía, ante cualquier comentario de él, cualquier gesto, que se salga de lo normal. La felicidad que sienten los dos en este momento es más de lo que podían haber imagindo.
Adara se siente bien, se siente libre. El aire que entra por la ventanilla le deshace el pelo y hace que le lloren los ojos, pero le hace sentir viva, y eso es lo más importante, porqué hacia tiempo que no se sentía así. Pensandolo bien es extraño que el simple hecho de pisar el acelerador, le velocidad, le hagan sentir tan bien, cuando no lo consiguen ni las palabras de su hermano, ni lo abrazos de una amiga. Piensa que podría dedicarse a la fórmula 1, las carreras de coches. Pisa el acelerador. Desea ir más rápido, que todo a su al rededor sea un simple paisaje borroso sin importancia. Pero el hecho de estar dentro de la ciudad le impide correr todo lo que ella desearia, tal vez debería ir hacía la autopista. Canta con la radio una canción que conoce bastante bien pero que no entiende.
She lives in a fairy tale
Somewhere too far for us to find
Forgotten the taste and smell
Of the world that she's left behind.
Centrarse en el ritmo de la música, en intentar comprender la letra mientras tararea el ritmo, hace que deje de pensar en todo lo demás. En estos momentos solo existe ella. Ella y la música. Ella, la música y la carretera. Ella, la música, la carretera y su improvisada libertad. Le gusta esa sensación y desea alargarla todo lo posible. Sube el volumen de la música al máximo y sigue cantando, lo más alto que puede.
Keep your feet in the ground
When your head's in the clouds.
Well go get your shovel
And we'll dig a deep hole
To bury the castle, ury the castle
Well go get your shovel
And we'll dig a deep hole
To bury the castle, bury the castle.
Ba da ba ba da ba ba da.
La gente que encuentra a su paso se queda mirandola con cara extraña, pensando que está loca. Pero a ella eso no le importa. En otras circunstancias habría hecho lo posible porqué los demás no se rieran de ella. Le hubiera fastidiado mucho que la vieran comportandose de esa forma y pobrablemente se habría enfurruñado tanto que no habría salido de casa en dias. Pero ahora es diferente, ella es diferente. Este momento es demasiado importante como para preocuparse por lo que piensen los demás. Cuando pasa por delante de un parque, al que recuerda haber ido alguna vez a jugar cuando era pequeña, el sonido estridente de su teléfono móvil la saca de su ensoñación. Probablemente será Lucas, que se habrá dado cuenta ya de que falta su coche, y le va a echar una buena bronca. No contesta, no quiere hablar con nadie. El móvil vuelve a sonar una, dos y hasta tres veces más. Al final la curiosidad puede con ella y decide contestar. Se agacha para sacar el móvil del bolso. Solo es un segundo lo que tarda en coger el teléfono, pero todo pasa muy deprisa. No ve venir el camión, que se precipita con gran velocidad sobre el pequeño seat rojo de su hermano. Intenta escapar girando a la derecha. No le da tiempo a ver la pequeña pelota roja, ni al niño que corre detrás de ella intentando no perderla, y no le da tiempo a reaccionar. Todo lo que ve antes de perder la conciencia es la mirada perdida en los ojos color miel del niño. Después solo hay oscuridad.
Julia tira enfadada el móvil sobre la mesa.
-Nada, no contesta, y ya la he llamado cuantro veces.
-¿Se habrá enfadado?.-Pregunta Rebeca.
-Pues si es así que le jodan, tampoco hemos hecho nada malo.-Stella habla con un tono de indiferencia.
-Pasamos de ella esta tarde, y alomejor estaba mal.
-Ay, Daniela déjalo ¿Vale?. Seguro que se ha enfadado, que ha pillado una rabieta tonta. Cuando vea que no tiene a nadie más se le pasará y volverá con nosotras. Ahora a divertirse ¿Está claro?
-Si, Stella.-Repiten todas al unísono. Y continuan bebiendo y bailando, ajenas a todo lo que pasa a su al rededor.
Paola y Lucas están abrazados en el sofá, con la televisión encendida pero sin ver nada en especial. Hablan animadamente sobre esto y aquello. El nuevo ligue de Danel, el viaje de Bruno a Italia. Desde que empezó a salir con Lucas, Paola también empezó a pasar más rato con sus amigos. Y hasta a llegado a entenderse con Danel, cosa que nunca habría podido imaginar. Suena el teléfono y Lucas se levanta a contestar. Paola contempla con ojos enamorados como Lucas se mueve por la habitación.
-¿Si?.-Lucas espera a que contesten por el otro lado del teléfono.-Sí, soy yo, ¿Qué pasa?.-Tras una respuesta bastante larga que Paola no puede oir, ve como la cara de él empieza a palidecer, como los ojos se le abren desorbitadamente por la sorpresa y como empieza a temblar y a correr nervioso por la habitación.-Sí, voy enseguida.
-¿Qué pasa Lucas?
-Adara está en el hospital.
miércoles, 16 de marzo de 2011
CAPÍTULO CATORCE.
Adara sonríe, abrazando a su madre con fuerza.
No puede creerse que esté ahí. Después de todo, pensó que jamás volverían a verse.
La mira con atención. Le da la impresión de que ha perdido kilos, y está mucho más delgada. La cara no le ha cambiado en absoluto, aún conserva dos ojos verdes intensos y una sonrisa preciosa.
-Pensé que no había nadie.-Míriam se echa para atrás, deshaciéndose del abrazo de su hija sin quitarle los ojos de encima.- Creía que estarías en casa de Paola, como siempre.
-No, mamá. Han pasado demasiadas cosas.
-¿Qué ha pasado?- pregunta con un claro tono de preocupación.
-No hace falta que te preocupes ahora. Me las he arreglado yo sola.- Adara se percata de que el comentario ha sonado más frío y tajante de lo que ella había imaginado, e intenta arreglarlo.- Pero bueno, ¿no vas a decirme dónde has estado?
Míriam observa a su hija con los ojos indecisos. Le da la impresión de que han pasado años desde la última vez que la vio.
Se da cuenta de que su hija ha crecido o, por lo menos, ha madurado. Ha madurado sola.
-Pues, Adara, he estado en muchos sitios- dice ella, intentando evadir el tema- Pero eso ahora no importa.
-Claro que importa. ¿Dónde has estado?-insiste Adara.
-He estado en casa de Aitana.
Adara la conoce muy bien, o, almenos, la conocía. Recuerda a esa mujer con una melena negra que le llegaba hasta los hombros, y una sonrisa grande afectada por el tabaco. Recuerda también que iba al parque con ella, cuando era más pequeña. Su madre siempre salía en compañía de Aitana. Eran amigas desde el instituto.
Ambas se miran y sonríen. Sonrisas felices pero un poco incómodas.
Míriam siente que la vergüenza le afecta cada vez más. La vergüenza de haberse encontrado con su hija en ese justo momento. En un momento inesperado e improvisado. Cree ser la peor persona del mundo por haber abandonado a una chica tan madura y tan consciente de la realidad; a su propia hija. Espera con ansiedad y con impaciencia el momento de marcharse de nuevo, y esa nueva idea hace que se sienta más cruel aún.
Adara se siente un poco malhumorada con su madre. Aún no ha aceptado su abandono. Pero el hecho de encontrarse con ella ha provocado que el sentimiento de enfado desapareciera casi por completo. Casi.
Por un lado, siente que la aparición de su madre es la única cosa positiva y justa que ha ocurrido desde hace demasiado tiempo. Por otro lado, no entiende por qué la dejó sola durante tantos meses, y no le cabe en la cabeza que se marchara sin despedirse.
Míriam decide romper el gélido silencio que amenaza con transformar la cálida habitación en un bloque de hielo.
-¿Qué tal está tu hermano?
-Lucas está bien.-Adara piensa y, por un momento, duda en contarle la última noticia. Y decide contárselo.- Está con Paola.
-¿Con Paola? ¿De verdad?- Míriam sonríe, llevándose las manos a la boca.
-No sé por qué te ríes, mamá. A mí no me hace ninguna gracia.
-Cariño, sé que no te gusta que tu hermano salga con tu mejor amiga, pero...
-Paola no es mi amiga- le interrumpe Adara con un tono de voz tajante.
-¿Cómo?- Míriam la mira incrédula y, tras pensar una buena respuesta, prosigue- No tienes que rechazarla por estar enamorada de Lucas, eso no es justo.
-No es por eso. Mis amigas dicen que Paola sólo sabe hacer daño, y ahora está jugando con Lucas.
-¿Qué amigas?
-Stella, Daniela, Julia y Rebeca.- Adara se cruza de brazos, resoplando y mirando a su madre con indiferencia.
Míriam la mira entrecerrando los ojos, sin comprender qué está diciendo su hija.
-¿Esas cuatro son tus amigas?- Al ver que Adara asiente, continúa- Dime que no son las que te hicieron llorar aquella vez.
-Sí, pero eso ha cambiado. Se han disculpado conmigo.
-Viniste a casa llorando, Adara. Esas cuatro víboras te hacían la vida imposible.
-Mamá, déjalo, tú no lo entiendes.- dice, suspirando y sacudiendo la cabeza.
-Voy a decirte una cosa.-Míriam traga saliva, cierra los ojos y empieza a hablar- Yo siempre he sabido que
Lucas estaba interesado en Paola. No me preguntes por qué, porque no sé que contestarte. Sólo sé que algo me decía que estaban enamorados.
-Pero, mamá...
-No, espera.-Le interrumpe con una sonrisa- Es lo último que quiero decirte. -Míriam coge las manos de su hija entre las suyas, dándoles calor, y le mira directamente a los ojos.- ¿Estás totalmente segura de que debes confíar más en unas chicas que siempre te han deseado lo peor que en Paola?
Adara guarda silencio. No sabe qué contestar, no sabe qué hacer, no sabe qué creer.
Decide que lo mejor es mantenerse callada y cabizbaja.
Míriam la observa y, sin pensarlo, la abraza.
-¡No tan fuerte, mamá!- Grita Adara.
-¿Qué pasa?- Míriam se sobresalta mirándola sorprendida.
-Me duele la espalda.
-¿Te has caído?
Mira a su madre, pensando qué debe contestarle. Decirle la verdad o mentir. Y sabe, con total claridad, que no tiene sentido mentirle.
Adara se levanta de la cama y, bajo la mirada desconcertada y confusa de su madre, se gira y se levanta con delicadeza la camiseta de seda blanca para dejar desnuda la espalda.
Míriam no cree lo que ve. La fina y suave espalda de su hija está totalmente cubierta por cardenales y oscuros moratones que forman dibujos desiguales a la ténue luz de la habitación.
-¡Quién te ha hecho esto!-Míriam se levanta, presa de un ataque de pánico, con los ojos desorbitados, y la agarra del brazo con suavidad.- ¡Quién!
-Luís.-La voz suena quebrada, demasiado débil y asustada.
-¡¿Tu padre?!
-No, él no es mi padre. Ya no lo es.
-¡No puedo creerlo!- Míriam se echa el pelo hacia atrás y esconde la cabeza entre las piernas.
-Mamá, ahora que tú estás aquí todo volverá a la normalidad. Se le pasará, supongo. Y si no, nos las arreglaremos sin él.-Adara acaricia el pelo de su madre, en un desesperado intento de consolarla.
-No.-Miriam se levanta de la cama con los ojos llorosos y sale corriendo de la habitación.
-¿A dónde vas?-Adara sale corriendo detrás de su madre. Teme perderla una vez más. La contempla correr escaleras a bajo.
-No me puedo quedar, no puedo.¡No tendría que haber venido!
Adara consigue coger el brazo de su madre antes de que abra la puerta. La mira a los ojos, pero cada vez es más dificil sostenerle la mirada.
-¿Qué dices, mamá?¿Te vas?
-Mira, yo no venía a quedarme, sólo a coger unas cosas. Se suponía que no tenías que verme, ¡nadie tenía que estar aquí!.-Miriam intenta soltarse de la mano de su hija, que cada vez le aprieta más.
-Pero mamá...No..No puedes irte...Tú..-Las palabras de Adara se ahogan en leves sollozos. Es incapaz de terminar una sola frase.
-No me puedo quedar. Tu padre me matará.
-Me matará a mí también si tú no estás aquí para protegerme. ¿No te importo?
Miriam abraza a su hija, quiere irse de esa casa antes de verla llorar, antes de empezar a llorar. Antes de soltarla le susurra al oído "Te quiero. De verdad que te quiero", y sale corriendo. Antes de caer desplomada al suelo y romper a llorar, Adara ve como su madre sube a un coche que arranca y se aleja a toda velocidad.
Lucas y Paola pasean por el parque cogidos de la mano. Llevan un rato callados, pero no les hacen falta las palabras. Están a gusto así, entendiéndose a base de miradas. Sienten que no pueden ser más felices que ahora.
-¿Te apetece un helado, princesa?-Le pregunta él, señalándole una heladería.
-Claro.-Paola sonríe. Le encanta Lucas y es como si estuviera viviendo un sueño. Tiene miedo a despertarse en cualquier momento.
Caminan hacia la heladería y ella se sienta en una mesa mientras Lucas va a pedir. Paola saca el móvil del bolsillo de su pantalón. Nada. Pensaba que tal vez Adara la hubiese llamado. Lucas le ha contado la conversación que tuvieron por la mañana, y le encantaría explicarle las cosas a su amiga, contarle como fue todo en realidad. En ese momento llega Lucas con dos helados de chocolate. Se sienta a su lado y entre risas y besos con sabores dulces se acaban los helados.
-¿Y ahora qué hacemos?.
-Vayamos a mi casa, tengo una sorpresa para ti.-Lucas besa a Paola y la arrastra fuera del local, corriendo.
Adara siente que se rompe en mil pedazos. Cuando pensó que las cosas mejorarían, todo acabó de la peor manera que habría podido imaginarse. Se siente más sola que nunca. Necesita que alguien la abrace, y llorar en su hombro hasta quedarse dormida.
Necesita a una amiga.
Sube a su habitación y, con las manos temblorosas, coge el móvil y marca el número de Stella. Apagado.
Lo intenta con Diana y también con Rebeca, pero ninguna de las dos le contesta. Su última opción es Julia. Un tono, dos.
-¿Sí?-La voz de Julia se oye lejana, rodeada de un montón de ruidos.
-Julia. Soy Adara.
-¡Ady! Estoy con las chicas en casa de mi primo, con unos amigos suyos. ¿Por qué no te vienes?
-No me encuentro muy bien. La verdad es que necesitaba hablar con alguien.-Adarase percata de que el tono de voz suena quebrado y está a punto de llorar
-Uff, pues si no vienes nada. Nos vemos el lunes en clase ¿Vale? ¡Chao!.-La conversación se ha acabado. Julia le ha colgado.
Llorando como hacía mucho que no lloraba, Adara es incapaz de no acordarse de Paola. Ella no le habría hecho eso. Paola siempre estaba ahí, cuando ella la necesitaba, con una simple llamada dejaba todo lo que estaba haciendo. Y aunque no quiere, la echa muchísimo de menos.
Adara se frota los ojos con brusquedad y empieza a gritar, haciendo que su voz rasgada tinte de negro cada rincón de la casa.
Tira el móvil al suelo con una fuerza casi sobrehumana, y sube corriendo los escalones para dirigirse a la habitación de sus padres.
Abre la puerta propinándole una patada, y entra con la cara casi desencajada por la furia y el dolor.
Busca en los cajones de la mesita de noche. Los vuelca y saca de ellos todas las fotos que quedaban de su madre.
Las coge con la mano izquierda, y con la derecha se echa el pelo hacia atrás mientras se aleja de ahí. Baja los escalones de dos en dos y lanza las fotos sobre la encimera de la cocina, que aterrizan con un golpe sordo.
Del cajón de la cocina saca el mechero plateado: el recuerdo que le dieron a Luís en la comunión de Miguel, el primo pequeño de Adara.
Se acerca de nuevo a las fotos de su madre, esparcidas por la encimera.
En cada una de ellas, Miriam luce las mejores sonrisas que Adara ha visto en su vida. Su madre siempre le había parecido una mujer realmente bonita, pero jamás se lo dijo.
Tan sólo se limita a apretar el botón del mechero y dejar que la potente y bailarina llama se esparza por todas las fotos, borrando la gran sonrisa de la que tiempo atrás fue una gran mujer.
Después de observar cómo las imágenes se convierten en cenizas, se siente mucho más furiosa. Quiere escaparse de allí, desvanecerse con el viento y desaparecer como una estrella fugaz en una noche oscura y siniestra.
Así que lo hace.
Corre hacia la entrada, cogiendo las llaves del SEAT Ibiza de Lucas.
No puede creerse que esté ahí. Después de todo, pensó que jamás volverían a verse.
La mira con atención. Le da la impresión de que ha perdido kilos, y está mucho más delgada. La cara no le ha cambiado en absoluto, aún conserva dos ojos verdes intensos y una sonrisa preciosa.
-Pensé que no había nadie.-Míriam se echa para atrás, deshaciéndose del abrazo de su hija sin quitarle los ojos de encima.- Creía que estarías en casa de Paola, como siempre.
-No, mamá. Han pasado demasiadas cosas.
-¿Qué ha pasado?- pregunta con un claro tono de preocupación.
-No hace falta que te preocupes ahora. Me las he arreglado yo sola.- Adara se percata de que el comentario ha sonado más frío y tajante de lo que ella había imaginado, e intenta arreglarlo.- Pero bueno, ¿no vas a decirme dónde has estado?
Míriam observa a su hija con los ojos indecisos. Le da la impresión de que han pasado años desde la última vez que la vio.
Se da cuenta de que su hija ha crecido o, por lo menos, ha madurado. Ha madurado sola.
-Pues, Adara, he estado en muchos sitios- dice ella, intentando evadir el tema- Pero eso ahora no importa.
-Claro que importa. ¿Dónde has estado?-insiste Adara.
-He estado en casa de Aitana.
Adara la conoce muy bien, o, almenos, la conocía. Recuerda a esa mujer con una melena negra que le llegaba hasta los hombros, y una sonrisa grande afectada por el tabaco. Recuerda también que iba al parque con ella, cuando era más pequeña. Su madre siempre salía en compañía de Aitana. Eran amigas desde el instituto.
Ambas se miran y sonríen. Sonrisas felices pero un poco incómodas.
Míriam siente que la vergüenza le afecta cada vez más. La vergüenza de haberse encontrado con su hija en ese justo momento. En un momento inesperado e improvisado. Cree ser la peor persona del mundo por haber abandonado a una chica tan madura y tan consciente de la realidad; a su propia hija. Espera con ansiedad y con impaciencia el momento de marcharse de nuevo, y esa nueva idea hace que se sienta más cruel aún.
Adara se siente un poco malhumorada con su madre. Aún no ha aceptado su abandono. Pero el hecho de encontrarse con ella ha provocado que el sentimiento de enfado desapareciera casi por completo. Casi.
Por un lado, siente que la aparición de su madre es la única cosa positiva y justa que ha ocurrido desde hace demasiado tiempo. Por otro lado, no entiende por qué la dejó sola durante tantos meses, y no le cabe en la cabeza que se marchara sin despedirse.
Míriam decide romper el gélido silencio que amenaza con transformar la cálida habitación en un bloque de hielo.
-¿Qué tal está tu hermano?
-Lucas está bien.-Adara piensa y, por un momento, duda en contarle la última noticia. Y decide contárselo.- Está con Paola.
-¿Con Paola? ¿De verdad?- Míriam sonríe, llevándose las manos a la boca.
-No sé por qué te ríes, mamá. A mí no me hace ninguna gracia.
-Cariño, sé que no te gusta que tu hermano salga con tu mejor amiga, pero...
-Paola no es mi amiga- le interrumpe Adara con un tono de voz tajante.
-¿Cómo?- Míriam la mira incrédula y, tras pensar una buena respuesta, prosigue- No tienes que rechazarla por estar enamorada de Lucas, eso no es justo.
-No es por eso. Mis amigas dicen que Paola sólo sabe hacer daño, y ahora está jugando con Lucas.
-¿Qué amigas?
-Stella, Daniela, Julia y Rebeca.- Adara se cruza de brazos, resoplando y mirando a su madre con indiferencia.
Míriam la mira entrecerrando los ojos, sin comprender qué está diciendo su hija.
-¿Esas cuatro son tus amigas?- Al ver que Adara asiente, continúa- Dime que no son las que te hicieron llorar aquella vez.
-Sí, pero eso ha cambiado. Se han disculpado conmigo.
-Viniste a casa llorando, Adara. Esas cuatro víboras te hacían la vida imposible.
-Mamá, déjalo, tú no lo entiendes.- dice, suspirando y sacudiendo la cabeza.
-Voy a decirte una cosa.-Míriam traga saliva, cierra los ojos y empieza a hablar- Yo siempre he sabido que
Lucas estaba interesado en Paola. No me preguntes por qué, porque no sé que contestarte. Sólo sé que algo me decía que estaban enamorados.
-Pero, mamá...
-No, espera.-Le interrumpe con una sonrisa- Es lo último que quiero decirte. -Míriam coge las manos de su hija entre las suyas, dándoles calor, y le mira directamente a los ojos.- ¿Estás totalmente segura de que debes confíar más en unas chicas que siempre te han deseado lo peor que en Paola?
Adara guarda silencio. No sabe qué contestar, no sabe qué hacer, no sabe qué creer.
Decide que lo mejor es mantenerse callada y cabizbaja.
Míriam la observa y, sin pensarlo, la abraza.
-¡No tan fuerte, mamá!- Grita Adara.
-¿Qué pasa?- Míriam se sobresalta mirándola sorprendida.
-Me duele la espalda.
-¿Te has caído?
Mira a su madre, pensando qué debe contestarle. Decirle la verdad o mentir. Y sabe, con total claridad, que no tiene sentido mentirle.
Adara se levanta de la cama y, bajo la mirada desconcertada y confusa de su madre, se gira y se levanta con delicadeza la camiseta de seda blanca para dejar desnuda la espalda.
Míriam no cree lo que ve. La fina y suave espalda de su hija está totalmente cubierta por cardenales y oscuros moratones que forman dibujos desiguales a la ténue luz de la habitación.
-¡Quién te ha hecho esto!-Míriam se levanta, presa de un ataque de pánico, con los ojos desorbitados, y la agarra del brazo con suavidad.- ¡Quién!
-Luís.-La voz suena quebrada, demasiado débil y asustada.
-¡¿Tu padre?!
-No, él no es mi padre. Ya no lo es.
-¡No puedo creerlo!- Míriam se echa el pelo hacia atrás y esconde la cabeza entre las piernas.
-Mamá, ahora que tú estás aquí todo volverá a la normalidad. Se le pasará, supongo. Y si no, nos las arreglaremos sin él.-Adara acaricia el pelo de su madre, en un desesperado intento de consolarla.
-No.-Miriam se levanta de la cama con los ojos llorosos y sale corriendo de la habitación.
-¿A dónde vas?-Adara sale corriendo detrás de su madre. Teme perderla una vez más. La contempla correr escaleras a bajo.
-No me puedo quedar, no puedo.¡No tendría que haber venido!
Adara consigue coger el brazo de su madre antes de que abra la puerta. La mira a los ojos, pero cada vez es más dificil sostenerle la mirada.
-¿Qué dices, mamá?¿Te vas?
-Mira, yo no venía a quedarme, sólo a coger unas cosas. Se suponía que no tenías que verme, ¡nadie tenía que estar aquí!.-Miriam intenta soltarse de la mano de su hija, que cada vez le aprieta más.
-Pero mamá...No..No puedes irte...Tú..-Las palabras de Adara se ahogan en leves sollozos. Es incapaz de terminar una sola frase.
-No me puedo quedar. Tu padre me matará.
-Me matará a mí también si tú no estás aquí para protegerme. ¿No te importo?
Miriam abraza a su hija, quiere irse de esa casa antes de verla llorar, antes de empezar a llorar. Antes de soltarla le susurra al oído "Te quiero. De verdad que te quiero", y sale corriendo. Antes de caer desplomada al suelo y romper a llorar, Adara ve como su madre sube a un coche que arranca y se aleja a toda velocidad.
Lucas y Paola pasean por el parque cogidos de la mano. Llevan un rato callados, pero no les hacen falta las palabras. Están a gusto así, entendiéndose a base de miradas. Sienten que no pueden ser más felices que ahora.
-¿Te apetece un helado, princesa?-Le pregunta él, señalándole una heladería.
-Claro.-Paola sonríe. Le encanta Lucas y es como si estuviera viviendo un sueño. Tiene miedo a despertarse en cualquier momento.
Caminan hacia la heladería y ella se sienta en una mesa mientras Lucas va a pedir. Paola saca el móvil del bolsillo de su pantalón. Nada. Pensaba que tal vez Adara la hubiese llamado. Lucas le ha contado la conversación que tuvieron por la mañana, y le encantaría explicarle las cosas a su amiga, contarle como fue todo en realidad. En ese momento llega Lucas con dos helados de chocolate. Se sienta a su lado y entre risas y besos con sabores dulces se acaban los helados.
-¿Y ahora qué hacemos?.
-Vayamos a mi casa, tengo una sorpresa para ti.-Lucas besa a Paola y la arrastra fuera del local, corriendo.
Adara siente que se rompe en mil pedazos. Cuando pensó que las cosas mejorarían, todo acabó de la peor manera que habría podido imaginarse. Se siente más sola que nunca. Necesita que alguien la abrace, y llorar en su hombro hasta quedarse dormida.
Necesita a una amiga.
Sube a su habitación y, con las manos temblorosas, coge el móvil y marca el número de Stella. Apagado.
Lo intenta con Diana y también con Rebeca, pero ninguna de las dos le contesta. Su última opción es Julia. Un tono, dos.
-¿Sí?-La voz de Julia se oye lejana, rodeada de un montón de ruidos.
-Julia. Soy Adara.
-¡Ady! Estoy con las chicas en casa de mi primo, con unos amigos suyos. ¿Por qué no te vienes?
-No me encuentro muy bien. La verdad es que necesitaba hablar con alguien.-Adarase percata de que el tono de voz suena quebrado y está a punto de llorar
-Uff, pues si no vienes nada. Nos vemos el lunes en clase ¿Vale? ¡Chao!.-La conversación se ha acabado. Julia le ha colgado.
Llorando como hacía mucho que no lloraba, Adara es incapaz de no acordarse de Paola. Ella no le habría hecho eso. Paola siempre estaba ahí, cuando ella la necesitaba, con una simple llamada dejaba todo lo que estaba haciendo. Y aunque no quiere, la echa muchísimo de menos.
Adara se frota los ojos con brusquedad y empieza a gritar, haciendo que su voz rasgada tinte de negro cada rincón de la casa.
Tira el móvil al suelo con una fuerza casi sobrehumana, y sube corriendo los escalones para dirigirse a la habitación de sus padres.
Abre la puerta propinándole una patada, y entra con la cara casi desencajada por la furia y el dolor.
Busca en los cajones de la mesita de noche. Los vuelca y saca de ellos todas las fotos que quedaban de su madre.
Las coge con la mano izquierda, y con la derecha se echa el pelo hacia atrás mientras se aleja de ahí. Baja los escalones de dos en dos y lanza las fotos sobre la encimera de la cocina, que aterrizan con un golpe sordo.
Del cajón de la cocina saca el mechero plateado: el recuerdo que le dieron a Luís en la comunión de Miguel, el primo pequeño de Adara.
Se acerca de nuevo a las fotos de su madre, esparcidas por la encimera.
En cada una de ellas, Miriam luce las mejores sonrisas que Adara ha visto en su vida. Su madre siempre le había parecido una mujer realmente bonita, pero jamás se lo dijo.
Tan sólo se limita a apretar el botón del mechero y dejar que la potente y bailarina llama se esparza por todas las fotos, borrando la gran sonrisa de la que tiempo atrás fue una gran mujer.
Después de observar cómo las imágenes se convierten en cenizas, se siente mucho más furiosa. Quiere escaparse de allí, desvanecerse con el viento y desaparecer como una estrella fugaz en una noche oscura y siniestra.
Así que lo hace.
Corre hacia la entrada, cogiendo las llaves del SEAT Ibiza de Lucas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)