viernes, 18 de febrero de 2011

CAPÍTULO DOCE.

-Muchísimas gracias, chicas.- Adara aparca su moto en el sitio de siempre. Se baja y se acerca a ellas.- Me lo he pasado muy bien.
-¡Y nos da las gracias!- Grita Rebeca, riéndose.- No tienes por qué darlas.

Adara sonríe y camina hacia la puerta de su casa.
Tras subir el primer peldaño, se gira y alza la mano, despidiéndose de las cuatro.

-¡Adiós, Ady! - Chillan al unísono.

Han estado toda la tarde juntas, sin parar de hablar. Sobre todo, de Paola. La han criticado incluso demasiado. Adara siente que la odia cada vez más. Sus pensamientos y las palabras de Stella le ayudan a afirmar que Paola es la mala del cuento, la chica cruel e insensible.
Y lo más sorprendente de todo es que a Adara ya no le molesta que le llamen Ady. Le da lo mismo, siente que en ellas puede apoyarse, que lo malo ya ha pasado. Que ahora vienen épocas mejores. Paola no le volverá a hacer más daño.
Mete la llave en la cerradura y la gira, abriendo la puerta.
Entra inspirando el dulce aroma que desprende la casa. El perfume de rosas, su favorito.
Al final del pasillo ve la familiar silueta de Emilia.
Deja la mochila en la entrada, a un lado, y camina sonriendo hacia ella.

-¡Hola, Emilia!
-Hola, cariño.- Emilia muestra una sonrisa que refleja tristeza. Una sonrisa cargada de amargura.
-¿Todo bien?
-Adara, ven. -Ella la coge de la mano con cariño, con suavidad. La conduce hasta el sofá y la invita a sentarse. Adara se encuentra cada vez más tensa.
-¿Qué es lo que pasa, Emilia?
-Verás. Han despedido a tu padre.
-¿Qué?- Adara empieza a temblar, incrédula. Sacude la cabeza con brusquedad.
-Hace semanas que no se presenta en el trabajo.- Emilia busca sus ojos, y con un poco de complejidad los encuentra, iluminados por el dolor.- Cariño, escúchame. Tu padre necesita apoyo, últimamente no está muy bien.
-Dilo claramente, Emilia. ¡Es un alcohólico! -Ella se levanta, nerviosa. No quiere seguir escuchando lo que ya sabe de sobra.
-¿Te lo ha dicho Lucas?

Adara la mira instintivamente, abriendo la boca y entornando los ojos.

-¿Lucas lo sabía?- Observa como Emilia agacha la cabeza, sin saber qué decir, y al ver que no dice nada prosigue.- ¡Lucas lo sabía, y tú también! ¿Sabes? ¡Yo lo descubrí por casualidad, porque estaba llorando preguntando por mi madre!
-Oh, Dios mío.
-Y estaba...violento.
-¿Te ha tocado?- Emilia se abalanza sobre ella, claramente preocupada, acariciándole los hombros.
-No.- Miente ella, no quiere asustarla más y decide no contar nada.
-Virgen Santa. Lo siento cariño, hay algo más que debo decirte.
-¿Qué sucede?
-Tu padre no puede pagarme. Me ha despedido hoy.

Adara abraza a Emilia como por instinto. La aprieta fuerte contra ella. No quiere perderla a ella también. Emilia trabaja en su casa prácticamete desde que Adara tiene memoria. La cuidaba a ella y a su hermano cuando sus padres iban al cine, al teatro, a cenar, y todas esas cosas que antes ellos hacían muy a menudo. Le ayudaba con los deberes. Hacía el mejor chocolate del mundo. Adara recuerda cuando al beberlo se le manchaba toda la boca y Emilia reía y entonces ella también lo hacía. No era la misma relación que tenía con su madre, no había ese amor natural ni esa necesidad de tenerla cerca. Pero Emilia era más joven que su madre, y para ella era como una amiga, una hermana mayor para ella. Nota como le devuelve el abrazo.

-No quiero que te vayas.-Dice Adara sorbiendo por la nariz y evitando un sollozo.-No quiero que me dejes como ha hecho mamá.
-Lo sé cariño. Yo tampoco quiero irme. Pero tengo que hacerlo. Necesito trabajar para vivir.
-Ya...-Dice Adara secamente, y todavía abrazada a Emilia, repite las mismas palabras de antes.-Pero yo no quiero que te vayas.

Emilia se separa de ella y cogiéndole de la mano busca sus ojos, mirándolos fijamente.

-Te prometo que yo no te voy a dejar. Voy a venir siempre que pueda a verte. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. Quedaremos para tomar un café si te apetece.

Las dos pasan el resto de la tarde sentadas en el sofá. Recordando viejos tiempo mientras ven fotos. Riendo y llorando. Hablando de todo un poco.
 
 
 
 
 
Paola está tumbada en la cama dibujando en su blog. Dibuja a Lucas, como muchas otras veces, pero de forma distinta. Esta vez ella está junto a él, y los dibujos ya no son en blanco y negro, dibujados con carboncillo, sino llenos de color, colores que irradian alegria, que le hacen sonreir. Y recuerda todo lo que ha pasado esa tarde.
Después de aquel beso que le cogió por sorpresa en el coche, que hizo que ella dejara de respirar, que todo le diera vueltas, que sintiera que flotaba en una nuve, después de aquel llegaron más besos en el coche al llegar a casa, antes de despedirse. Paola le dió las llaves de la moto a Lucas para que fuera a por ella y se la llevara a casa, ya que se la había dejado en la puerta del instituto. Le había esperado en la puerta hasta que él había regresado.

-Ei, pensé que estarias estudiando o algo así.-Dijo Lucas al bajar de la moto, con una gran sonrisa
-Si claro. ¿Y dejarte con mi moto?. Es algo muy preciado para mí. Quería asegurarme de que me la devolvias de una pieza.
-Ya, eso será.-Lucas se acercó a ella, le cogió la mano, haciendo que la palma queda abierta hacia arriba y le devolvió las llaves.-Aqui tiene las llaves de su preciado vehiculo, señora.
-Pues claro que es eso. Y me alegro de que esté entera, o lo habrías pagado muy caro.-Paola había enrojecido, no acostumbrada todavia a su cálido roce.

Entoces Lucas se acercó más a ella. Sus rostros practicamente se tocaban, uno enfrente del otro. Y él le volvió a besar. Un beso lento, dulce y cálido, que de nuevo hizo que a Paola le temblaran las piernas. Al separase Lucas sonrió se dió la vuelta y anduvo hasta el coche. Antes de entrar se giró.

-Te llamo esta noche.

Paola se quedó ahí plantada con cara de tonta, viendo como se alejaba el seat rojo.
El estridente sonido de su movil hace que vuelva a la realidad. Sonrie al ver el nombre de Lucas en la pantalla. Y le faltans segundos para contestar.

-¿Si?
-Hola preciosa.-La voz cálida y sensual de él llega desde el otro lado del la línea telefonica.
-Hola.-Paola enrojece en la semioscuridad de su habitación, y se siente de nuevo como una estupida.
-¿Qué tal está mi novia?¿Mejor? ¿Ya se te ha pasado el susto de esta tarde?.
-Sí. Estoy mucho mejor.
-Eso me alegra muchísimo.- Lucas alza la voz por encima del escándalo que le rodea, y Paola lo nota.
-¿Dónde estás, que se oye todo ese jaleo?
-¡Estoy en casa de Danel, viendo un partido de fútbol! Y mis amigos gritan demasiado.- Por el fondo se escucha un <Paola, ¿Eh?> teñido por las risas de sus amigos.

Y mientras siguen hablando, durante largas horas, Paola ya no tiene más dudas, y tiene ganas de gritar de alegría cuando lo piensa -¡Estoy saliendo con Lucas!.
 
 
 
 
Adara sigue tumbada en el sofá, con la vista fija en la televisión. Ni siquiera sabe qué programa están retransmitiendo, pero no le preocupa.
Hace apenas una o dos horas que Emilia ha abandonado la casa, y siente que su olor ha desaparecido. Que su presencia se ha desvanecido casi por arte de magia. No se hace a la idea de que se haya ido. No quiere hacerse a la idea.
Siente que la echa muchísimo de menos, y le atormenta saber que posiblemente tardará en volver.
Quizá no vuelva nunca. La irá a visitar, pero no será lo mismo que verla todos los días. Quizá Adara no vuelva a recordar cómo olía el aroma con el que perfumaba la casa, el olor al que olía su ropa, el olor de la comida recién hecha al entrar después de un largo y agotador día en el instituto.
El sonido de la cerradura hace que Adara se levante, enjuagándose las lágrimas con la palma de la mano.
La silueta encorbada de su padre hace que Adara se estremezca y recuerde aquella noche. Desde entonces, Luís no la ha vuelto a tocar. Ni siquiera han vuelto a hablar. Por un momento mantiene la esperanza de que no se va a volver a repetir, se convence a sí misma de que fue cosa de una sola noche. Y, por un instante, nota como su cuerpo se empieza a calmar.
Sin parar de observarlo, se da cuenta de lo mucho que ha cambiado.
El antiguo Luís, siempre vestido con ese peculiar traje gris que realzaba su seria figura, lucía una melena bien peinada.
Apenas hablaba con él, pero cuando lo hacían era de forma agradable. Comentaban cosas sobre el instituto, sobre su trabajo o hablaban de libros. A ellos dos les encantaban los libros. Para ellos, cada libro era un mundo por descubrir.
El nuevo y reciente Luís iba mal vestido. La ropa sucia y arrugada se ceñía a la perfección a su cuerpo. La espalda, totalmente encorbada y los brazos caídos, sin vida. A duras penas conseguía dar un paso sin caerse.
Pero ese era el nuevo Luís. El nuevo y desagradable Luís. Su nuevo y desagradable padre, y había que hacerse a la idea.

-Hola, papá.- Adara sabe que su voz tiembla, e intenta calmarse aclarándose la garganta.
-Ey, ¿Qué pasa?- Luís tiene un habla difícil de entender. Apenas él se entiende a sí mismo. Dobla tanto las vocales como las consonantes, dándoles otra forma. Una forma ondulada apenas comprensible.
-Me ha dicho a Emilia que te han despedido, y que no puedes pagarle.
-¿Eso te ha dicho, la foca? No, no me han despedido. De echo, vengo de trabajar.
-¿Vienes de trabajar?- Adara se acerca a él, oliendo su repugnante edor, y se echa hacia atrás.- Hueles a alcohol. Hueles fatal, papá. Es imposible que vengas del trabajo. Y no vuelvas a llamar foca a Emilia.

Luís la mira directamente a los ojos, con un semblante frío.

-Foca, foca, foca. Esa tía es una foca y una amargada. Lo único que le hacía feliz era venir a esta casa a intentar meterse en mi cama. La he echado porque se lo merecía.
-¡Papá, cállate! ¡Emilia es mi segunda madre, no te permito que le llames cosas tan degradantes!

Luís se acerca a ella con una sonrisa deslumbrante y la agarra con fuerza de la nuca, apretándosela.
Adara inclina la cabeza hacia atrás, con la boca abierta. Empieza a sentir pánico al recordar la última agresión, y por nada del mundo quiere repetirla. Pero ya es demasiado tarde.

-¡Tú no eres nadie para permitirme algo! ¡En esta casa mando yo, joder! Esa foca te ha transformado a tí en otra amargada.- Luís le echa el aliento en la cara. Adara siente ganas de vomitar, pero las retiene. El alcohol nunca le ha molestado, pero el aroma de su aliento es intenso y seco.
-¡Papá, me haces daño! -Adara grita. Grita palabras, o más bien, palabras que poco a poco se transforman en sollozos. Sollozos que le presionan el alma y no le dejan respirar con tranquilidad.

Pero Luís no la oye. Está ensordecido, y sigue actuando sin saber muy bien por qué. No recuerda con total claridad qué es lo que le ha molestado tanto, pero solo quiere violencia. Quiere poder agarrar a alguien. Quiere destrozar otra vida, tal como ha sido destruida la suya. Quiere reprimir sus penas creando otras mucho más intensas y sensibles. Otras mucho más insufribles.
Y siente como un brazo se le levanta, y da de lleno en el pecho de una chica rubia. Una chica asustada, que no para de gritar con fuerza, de toser, de moverse de un lado para otro. Esa chica que tanto le recuerda a Míriam.
Pero él no deja que se vaya. La tiene agarrada bien fuerte por la nuca. No quiere soltarla. Decide seguir ahí, frente a ella, lanzándole esas miradas frías, insensibles. Esas miradas que queman tanto por dentro como por fuera.
Se coloca encima de ella, aplastándole el cuerpo con el suyo, mucho más pesado y ancho.
A la velocidad del viento empieza a darle con la palma de la mano en la cara. Una, dos, tres bofetadas. Llega a perder el número, no puede parar.
Ella llora, solloza, vuelve a toser de nuevo. Le suplica que pare, que no puede más, que le hace daño.
Luís siente que aún no ha llegado el fin. Siente que necesita más. Más. Más.
Le deja libre la nuca, y coloca las dos manos en su frágil y estrecho cuello. Un cuello delicado, fino y suave.
Apreta cada vez más las manos, enlazando sus propios dedos, presionándolo con mucha más fuerza. Cada vez más fuerte.
Y ella le sujeta las manos, clavándole las uñas. Pero él ni se inmuta. Sigue presionando, dejándola sin respiración.
Adara se siente cada vez más derrotada. Nota como sus pulmones dejan de recibir el oxígeno necesario como para seguir funcionando.
Y, por un fugaz instante, sabe que le ha llegado la hora. Sabe que ahí no hay escapatoria, no hay salida. No puede deshacerse de esa bestia que le aplasta el cuerpo, que intenta arrancarle el cuello.
Pero, sorprendentemente, observa como su cuello vuelve a su forma real. Mira a su padre liberando las manos, levantándose de encima de ella.
Adara se inclina rápidamente, inhalando todo el oxígeno que necesita. Tose exageradamente, con mucha brusquedad, y nota como su estómago de la un vuelco y le pide libertad. Su corazón palpita con mucha más fuerza que nunca. Le da la impresión de que en cualquier momento se le saldrá del pecho agredido.
Levanta la mirada y ve a su padre alejándose por la puerta principal. Sabe, con total seguridad, que se dirige hacia cualquier bar.
Pero eso ahora mismo no le preocupa. Lo único que desea es que su corazón se calme, que sus piernas y brazos dejen de temblar. Que, aún sabiendo que es algo imposible, su vida vuelva a ser la misma.

6 comentarios:

  1. Absolutamente desgarrador. Espero con ansia el próximo capítulo. Un beso :)

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  2. por dios, porbre chica... Espero que en el siguiente capítulo mejore, por que si no....

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  3. vale ya he leído. La verdad es que Adara tiene una vida bastante trágica, uff... no me gustaría para nada estar en su lugar, todo le pasa de golpe... ai madre, esperemos que en el próximo capitulo la situación mejore aunque solo sea un poco. me encanta que hagas los capitulos tan largos jajaja
    pues nada, sumame a la lista de tus seguidoras, y estás completamente invitada a pasarte por mi blog, leer y firmar si lo deseas, un beso(:

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. está genial tu novela, te sigo en google contact:)

    xxM.C
    http://mllecharlote.blogspot.com

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