Adara se sienta en un muro, envuelta entre lágrimas que gritan sumergidas en el silencio frío de la calle, y piensa en él aunque no quiere hacerlo. Y lo odia. Lo odia y lo ama.
Han pasado meses, meses lentos y desgarradores. Algunos peores, otros un poco mejores, aunque poco a poco han ido mejorando. Pero todos los meses han transcurrido sin él, y eso a ella le ha venido bien, aunque al principio no se diera cuenta. Le ha venido bien para relajarse, aunque no demasiado. Para tranquilizarse y aprender a vivir sin llorar, sin derramar lágrimas. Para aprender de nuevo a respirar sin ahogarse.
Pero hoy, justo hoy, después de meses sin él, ha aparecido. Ha aparecido para decirle que no la quiere. Que quiere que sean amigos.
Las palabras que pronunció Adara sonaban seguras, amenazantes e indiferentes, pero por dentro sentía que cada hueso de su diminuto cuerpo se le partía en dos, y que su corazón no tenía el espacio suficiente para seguir funcionando. ¿Amigos? ¿Cómo van a ser amigos? Sería como reclamar un sitio en el cielo siendo asesino. Algo imposible, verdaderamente imposible.
Se levanta, secándose las lágrimas con la palma de la mano, y empieza a caminar hacia ningún lugar. Está en un paseo largo, lleno de coloreadas y alegres flores que desprenden aromas increíbles, agradables. Es un lugar precioso, siempre pasea por allí cuando algo le atormenta o cuando quiere alejarse de la realidad, aunque solo sea durante algunos escasos minutos. Aparcó su moto en el garaje de su casa. El paseo está a pocos metros de allí, y quiere sentirse libre, quiere respirar el dulce aroma de las flores. Quiere sentir el frío pero suave viento rozándole la cara. Y camina así, con las manos metidas en los bolsillos, dando pequeños pasos. Mirando hacia el cielo, observando las nubes que vienen y que van. Otras veces, mirando al suelo, contando sin quererlo las baldosas de piedra que, una tras otra, van formando todo el largo camino.
Con los ojos empañados, sigue andando, sin pararse. Y la ve al final, corriendo hacia ella. Observa irritada la silueta de Paola que se acerca cada vez más a la suya. Y rápidamente, casi sin darse cuenta, se gira y camina en la dirección opuesta. Agacha la cabeza intentando pasar desapercibida, pero la dulce voz de Paola no deja lugar a dudas: No ha podido esconderse.
-¡Adara! -Las palabras salen casi entrecortadas mientras lucha por respirar acompasadamente después de correr tras ella.
Adara resopla y gira la cabeza, dedicándole una media sonrisa.
-Te he visto hablando con él en la salida del instituto.
-¿Ah, ahora me sigues?
-¿Qué dices? No. Salgo por la misma puerta que tú, no es tan raro.
-¿Y qué quieres decirme?
-¿A tí qué te pasa? Solo intento hablar contigo, Adara- Paola la coge del brazo, pero ella la evita instantáneamente.
-Gracias, pero no necesito hablar. Estoy bien.
-¡Oh! ¿Seguro?-Paola se le acerca y le pasa la mano por las mejillas, aún húmedas- ¿Y esto qué es?
-Paola, déjalo ya.
-Está bien, perdóname, pero es cierto. He venido para que hablasemos un poco.
-Y yo te vuelvo a repetir que está todo bien, no has debido venir para una tontería así -Adara echa a caminar, con más velocidad que antes.
Está irritada, molesta, enfadada. No debería haberse encontrado con ella, necesitaba estar sola. Y, además, no quiere encararse con Paola.
Intenta alejarse, dando zancadas cada vez más grandes, pero Paola se pone delante de ella dando un brinco y la mira seriamente. Su semblante muestra también clara preocupación y tristeza.
-Adara, ¿Qué te ha dicho? ¿Qué te ha afectado tanto? ¿Tengo que pegarle una paliza?
-¡No, no y no! ¡Basta, Paola! -Adara empieza a pegar gritos, y levanta el volumen de voz- ¡No ha dicho nada! ¡No necesito tu ayuda, ni la de nadie! ¡Estoy perfectamente bien, joder! ¡Déjame en paz! ¡No me hace falta que nadie sienta lástima por mí, y menos tú!
Paola la mira sorprendida, atónita. Nota como el labio inferior empieza a temblarle, pero cierra los puños. Los cierra con fuerza, decide que lo mejor es no llorar. Y se queda ahí, observando a su amiga con los ojos desorbitados. Con las mejillas encendidas por la rabia, y, a la vez, por la impotencia que siente, por la crueldad reflejada en todas y cada una de las palabras de su amiga. Y Adara también la mira, sorprendida. Quizá por las palabras empleadas. Quizá por que le sorprende ver que aún Paola no se ha marchado, pero no se mueve. Y Paola decide hablar. Aunque sea por última vez.
-¿Sabes? Ahí te equivocas, mejor dicho, te has equivocado en todo. ¡Entérate, no me gusta verte sufrir! -
Las lágrimas bajan veloces por su delicada piel, y el tono de voz va subiendo cada vez un poco más- Y, en cuanto al tema de la lástima que siento hacia tí, también te equivocas. No siento lástima, siento desgarros internos, y ganas de morirme. ¿Y sabes por qué?
Adara niega con la cabeza, llorando en silencio, y se cruza de brazos, nerviosa.
Paola sorbe por la nariz, y continúa:
-¡Por qué eres mi mejor amiga y no puedo hacer nada por ayudarte! Me acerco a tí y huyes, casi instintivamente. Apenas hablas conmigo. ¡Apenas hablas con nadie! - Sacude la cabeza, apunto de explotar- Espero que algún día sepas cuánto me he preocupado por tí sin pedirte nada a cambio, y que algún día recuerdes que, cuando empezaste a ser la popular cornuda en el instituto y el punto de mira de todo el mundo, yo estuve ahí, a tu lado, sin reprocharte nada.-Paola la mira por última vez, y empieza a llorar. Camina hacia la primera dirección que ve y se aleja de Adara, casi corriendo.
Ella observa a su amiga alejándose, y por un instante echa a correr detrás. Pero no la ve. Su cuerpo se ha transformado en un diminuto borrón difuso. Está ya demasiado lejos. Y llora. Y grita enmedio de aquel paseo que, hace apenas algunos minutos, era para ella simpático, alegre, y que ahora es grisáceo, oscuro, horrible.
La gente la mira sorprendida. Alguien se acerca más de lo normal con intenciones de preguntarle a esa pobre chica si está bien. Esa pobre chica que grita, y derrama lágrimas y lágrimas sin parar. Esa chica que siente que su mundo, ya destruído, se está volviendo a destruir. Pero esta vez es culpa suya, solo suya. Y se siente mal. Y corre hacia un banco, pegándole patadas. Cayendo al suelo, con el pie dolorido, horriblemente herido. Pero no le importa, solo quiere desaparecer de nuevo. Esta vez quiere desaparecer de verdad. Su madre, Danel, y ahora, ella. Paola. Es cierto, solo se preocupaba por ella. No quería nada más que verla feliz. Y la ha tomado por una más. Pero siente que ya no hay marcha atrás. Que lo hecho está hecho. Y que lo único que puede hacer es irse de aquel sitio. Escapar de todas aquellas miradas que la observan preocupadas. Huir de las flores que han presenciado la fatal pelea que ha separado a dos amigas inseparables. Y, como lleva haciendo mucho tiempo, echa a correr, sin rumbo fijo. Escapando.
Lucas observa el reloj, sin parar. Se lo acerca a cada segundo, para asegurarse de la hora que es. Está inquieto, está furioso. Quiere saber dónde está, dónde se ha metido. Sentado en las escaleras que llevan al piso de arriba, mira fijamente la puerta, justo enfrente de él. Y resopla. Resopla y suspira. Y, justo en ese instante, alguien intenta abrir la puerta. Lucas oye la llave dándole a los laterales de la cerradura. La casa está en completo silencio y puede apreciar ese pequeño detalle. Tras varios intentos, oye el sonido final de la llave y observa como la puerta se abre.
Su padre entra, a duras penas, y cierra de un portazo. Anda de un lado para otro, tambaleándose violentamente. Levanta la mirada y la posa sobre la de su hijo. Se miran mutuamente. Lucas tiene una mirada penetrante, furiosa.
La mirada de Luís no refleja nada más que una noche demasiado larga. Su olor es bastante desagradable, y envuelve casi toda la casa. Un olor a alcohol muy intenso, demasiado intenso. Sonríe sin miedo, verdaderamente divertido, y empieza a reírse sin motivo alguno. Lucas se acerca a él y le sacude con fuerza, con los ojos desorbitados.
-¡¿Por qué, papá?! -Lucas grita con fuerza, sin miedo a ser escuchado por sus vecinos- ¡Me prometiste que no volverías a beber!
-Hola, Lucas.- Pronuncia las palabras con verdadero esfuerzo, como si en vez de hablar, estuviera vomitándolas- ¿Por qué gritas? Vas a despertar a tu hermana.
-¡Eres un...!-Lucas decide no acabar la frase y lo suelta. Camina de izquierda a derecha, con las manos en la cabeza. No sabe qué hacer. Es otra misma escena que se ha repetido durante semanas, y siente que no puede más.
-Papá, véte a la cama.- Lucas vuelve a acercarse a él, y arruga la nariz ante el olor que desprende Luís- Necesitas descansar.
-Déjame.- Luís ríe y sigue riendo, intentando deshacerse del brazo de su hijo, pero siente que le es imposible, que es demasiado fuerte y que él no se siente con demasiada vitalidad. Asiente con la cabeza y camina escaleras arriba, tropezándose en alguna que otra y volviéndose a levantar, siempre riendo.
Lucas resopla y suspira sin parar. Y por un momento siente que no vale la pena seguir hacia delante, que todo se desmorona. Que su madre ya no está. Que Adara está cayendo poco a poco en una depresión. Que su padre se ha convertido en un muerto viviente que sólo sirve para beber. Y lo peor, es que siente que él ya no tiene vida. Que sólo vive para cuidar a los que le rodean.
Lo observa caer. Pone los ojos en blanco. No se puede creer que su padre haya caído en ese espantoso y cruel mundo. Él le ha prometido que no, que no es un alcohólico, pero él sabe que está empezando a serlo, y es algo que le atormenta.
Piensa en ella. Adara. No sabe nada de lo que ocurre. De lo que lleva ocurriendo desde hace algunos meses. Empieza a meditar sobre la mejor opción. ¿Seguir en silencio o contarlo todo? Elige la primera.
Un portazo le devuelve a la cruda realidad. Un portazo que llega desde arriba. Su padre ya está en la habitación, o eso cree él.
Camina hacia el salón y se lanza sobre el gran sofá. Hunde la cabeza entre los cómodos y suaves cojines, envolviéndose con el dulce aroma del suavizante. Se incorpora de nuevo al oír el estridente sonido de su teléfono móvil, y se acerca a él para cogerlo.
Danel.
-¡Ey! ¿Qué pasa?
-¡Hola Lucas! ¿Puedo pasarme por ahí?
-¿Por mi casa?
-Muy bien, veo que aún mantienes esa inteligencia desmesurada.
-Cállate.
-Pues sí, por tu casa.
-Hum -Lucas se queda en silencio por un momento, y le da un par de vueltas, hasta contestar- Bueno, vale.
-No está Adara, ¿verdad?
-No, no ha venido todavía, aunque debería estar aquí desde hace...
-Hoy la he visto en la salida del instituto.- Le interrumpe Danel.
-¿Que has hecho qué?
-Ahora te lo cuento, ¿vale?
-¡No! ¡Espera...!
Lucas apreta los puños al oír el molesto pitido. Danel ha colgado, pero el sonido del timbre suena impacientemente y no le deja pensar si quiera. Se acerca a la puerta, con intenciones de ver a su hermana. Pero de nuevo, se equivoca.
-¡Eh! ¿Ya me echabas de menos? -Danel entra con alegría, mostrando esa sonrisa que jamás desaparece.
-No te haces una idea.- Su tono de voz suena burlesco e irónico, aunque sonríe también, dándole un abrazo- ¿Has estado ahí fuera todo el tiempo?
-Sabía que me dejarías entrar.
-¿Y si llega a estar Adara aquí?
-Pero no está, ¿No? Relájate.
Danel se quita la chaqueta y la posa sobre el sofá, sentándose. Lucas se sienta al lado y lo mira, un poco desorientado.
-Ahora enserio, Danel, ¿Qué coño hacías esperándola en la salida del instituto?
-Ha pasado mucho tiempo..
-No ha pasado tanto- le interrumpe Lucas, cruzando los brazos.
-El suficiente para hablar con ella. Necesitaba arreglar las cosas.
-¿Y las habéis arreglado?
-Bueno...- Danel frunce el ceño, dubitativo- Básicamente me ha mandado a la mierda.
-Creo que es algo lógico.
-Me lo esperaba, pero debía intentarlo. ¿Y sabes? Volveré a intentarlo.
-No, basta. No la hundas más.
-Lucas, yo quiero estar aquí sin que me fusile con la mirada cada vez que nos crucemos.
-Ya- Lucas se levanta y camina hacia la cocina, levantando el tono de voz- ¡Pues haberte pensado antes lo de la morena! Tú y yo sabemos que no vais a ser amigos nunca más, y, pensándolo bien, nunca lo habéis sido.
-¿Qué quieres decir?- Danel lo sigue, y camina junto a él- Ella y yo nos hemos llevado muy bien.
-Demasiado bien, diría yo. Sabes que siempre ha querido mucho más contigo que una simple amistad.
Danel asiente, rascándose la cabeza. Se sienta en uno de los altos taburetes de la cocina y apoya el codo en la barra americana.
Lucas abre la nevera y saca dos cervezas. Las abre y le pasa una a Danel. Se acerca a él y se sienta en el otro taburete, llevándose la botella a la boca.
-Creo que necesita un poco de tiempo todavía, no está preparada.
-Pero Lucas...
-Cállate. Le has hecho muchísimo daño. Ni siquiera te haces una idea.
-Sí, me la hago, pero...
-He dicho que te calles.- Lucas pega otro sorbo a la cerveza, y se limpia la boca con el dorso de la mano- Desde un principo supe que saldríais juntos, y no me hizo ninguna gracia. Luego supuse que, como todas las relaciones, pasaría algo malo que os afectaría a los dos. Y ahora, esta es mi situación. Ella es mi hermana, y ahora sólo me tiene a mí. Tú eres mi mejor amigo, y lógicamente también recurres a mí. No puedo ponerme de su lado. -Danel sonríe, y Lucas continúa- pero tampoco del tuyo. Lo siento.
Danel traga un largo trago de su cerveza, y por un momento cree encontrarse mal. Le mira a los ojos.
-Supongo que te entiendo, pero yo no busco eso. Lo único que quiero es que pasemos tiempo juntos, como antes. Desde que ha pasado todo esto ya no te juntas con nadie, ni conmigo ni con los demás. Dime...¿Te vienes esta noche con nosotros?
Lucas no contesta, está pensativo. No sabe qué hacer ni qué contestar.
Danel se da cuenta y sigue insistiendo:
-¡Necesitas un respiro! ¿Me lo vas a negar? Todos tenemos ganas de verte.
-Esta bien... Cuenta conmigo.
-¡Sabía que aceptarías! - Danel se abalanza sobre él, casi tirándole al suelo. Se enzarzan en una pequeña lucha llena de suaves empujones, risas que estallan. Un combate cuerpo a cuerpo, en el que no hay competidor, ganador ni enemigo. Solo pequeños tirones y ligeros e insignificantes golpes. Y, de nuevo, risas.
Y, poco después, el sonido del timbre.
Lucas se libera de los ataques de Danel y sale de la cocina riendo todavía, bajándose un poco la camiseta. Y el timbre vuelve a sonar, de forma molesta. Lucas empieza a pensar que quizá pueda ser Adara, y se inquieta. No puede ver a Danel ahí dentro.
Se acerca a la puerta y ojea por la mirilla. Buf, menos mal. La abre.
-¡Paola! -Lucas muestra una bonita sonrisa que hace que Paola enrojezca.
-Necesito hablar contigo.
-Claro, hablemos aquí.- Lucas le señala el pequeño escalón de la entrada, y se sienta. Ha utilizado la primera idea que se le ha pasado por la cabeza para que Paola no entrase y viera a Danel. Se habría montado una buena.
-¿Aquí? -Paola observa extrañada a Lucas, sentado. Aunque no le parece el mejor lugar, acepta, sentándose a su lado.
-¿Qué ocurre?
-Es Adara.
-Oh, no. ¿Qué le ha pasado?
-Al salir de clase, la he visto hablando con Danel...Luego la he visto perdiéndose con la moto y yo he venido hasta aquí a esperarla.-Paola habla con un tono de voz quebrado y triste, y sigue- Estaba sentada en la moto ahí, enfrente- señala con la mano- y la ví llegar. Pero al aparcar la moto, no entró, y la ví yéndose. Y fui detrás, y me acusó de perseguirla...
-¿Y dónde está ahora?
-No lo sé, discutimos violentamente y yo me fui, no quise quedarme con ella.
-¿Pero...?
-Lucas- Interrumpe Paola, tosiendo- He venido aquí para decirte que está mal, muy mal. Que todo le afecta demasiado y que necesita cariño, mucho cariño. Debes dárselo...Yo lo he intentado, pero a mí no hace caso, cree que me da pena, y no es así. Prométeme que se lo darás, y que la convencerás para que salga, para que se relacione. Por que ella y yo nos hemos peleado, nos hemos separado...Pero yo voy a estar esperándola siempre.
Paola apreta la mano de Lucas con fuerza, sin el valor de mirarlo a los ojos. Agacha la cabeza, presa de una impotencia increíblemente agonizante.
Lucas no sabe qué puede decirle, y se limita a darle un abrazo. La rodea con los brazos, atrayéndola hacia él. Le da un beso fugaz en el pelo, inhalando su agradable aroma, y suspira. Y se quedan así, abrazados, durante algunos minutos.
La voz de ella rompe el trance que los envuelve.
-Lucas, ¿Te importaría darme un vaso de agua? Me encuentro un poco mal.
-Sí, claro. -Lucas se levanta lentamente, entrando en su casa.
Paola le sigue, colocándose el pelo detrás de las orejas, y da un pequeño brinco cuando Lucas se gira de repente.
-Quédate aquí, no tardo nada.
-Está bien.- Paola se extraña, y observa como Lucas se encamina hacia dentro.
Ella mira a su alrededor, sin posar la mirada en un punto fijo. Se mete las manos en los bolsillos, y suspira. De repente, se acuerda de algo. Abre la puerta y camina dentro de la casa.
-¿Lucas? Se me ha olvidado decirte que... -El rostro de Paola se tiñe tanto de sorpresa como de ira. Apreta los puños, y poco a poco empieza a fruncir el ceño. Danel y Lucas discuten, a pocos metros de ella, y los interrumpe con un alto grito que rompe la tranquilidad- ¡Tú!
Danel la observa, inquieto. Siente que es la persona con más mala suerte del mundo, y se lleva las manos a la cabeza, resoplando.
Paola corre hacia ellos, chillando cosas poco claras y que apenas se entienden. Danel supone que, seguramente, sean insultos, y en un abrir y cerrar de ojos, se abalanza sobre él, dándole un puñetazo, acertando de pleno. Él cae al suelo, y se lleva las manos a la mejilla golpeada. Se retuerce y empieza a emitir sonidos indescriptibles. Paola siente que no ha sido suficiente, y se tira sobre él, gritándole:
-¡¿Qué coño haces aquí, inútil?! ¡Si has venido a buscar a tu querida morena, pierdes el tiempo!
Lucas sujeta con fuerza la cintura de Paola, y la echa para atrás. Se la lleva a la cocina, y la sienta en un taburete.
-¡Paola, ya está bien!
-¿Qué hace aquí? ¿Por eso no querías que pasara? -Paola le mira directamente a los ojos, y resopla riendose nerviosamente- Sí, claro que era por eso. ¿Cómo puedes estar haciéndole esto a tu hermana? Y yo, encima, te pido que le des cariño que la cuides.
-Yo no sabía que vendría.
-¿Te has parado a pensar que Adara estará al caer? ¿Qué pasará si llega y lo ve aquí?
-Se iba ya.
-Sí, seguro.
Lucas se levanta del taburete, tirándolo al suelo, y sale de la cocina. Se arrodilla frente a Danel, que permanece sentado masajeándose con suavidad la mejilla.
-¿Estás bien?
-De maravilla, ¿No me ves?
-Cállate, joder. Y da gracias a Dios que no te he dado una patada.- La voz chillona de Paola aparece de repente- ¡Imbécil!- Se agacha y le da una bofetada a Danel, volviendo a la lucha de antes, pero se incorpora al oírle gritar de dolor- Me voy, no quiero tener nada que ver cuando tu hermana venga.
-Paola, espera- Lucas se levanta rápidamente y la coge del brazo- No te vayas.
-Suéltame.
Ella le aparta la mano, y se dirige hacia la puerta. Abriendo desmesuradamente los ojos, cierra la puerta con sumo cuidado pero con rapidez, y se acerca a Lucas.
-¡Está ahí fuera! Lo sabía, es que lo sabía...
-¡Joder! No puede ser.
-¡¿Ah, no?! Sal y verás.- Paola se lleva las manos a la cabeza, y Lucas se apoya en la puerta, impidiéndo que Adara la abra.
Paola corre hacia Danel, y le coge con fuerza de la camiseta, obligándole a levantarse.
-¡Rápido, véte al jardín!
-¿Y eso por qué? ¿Por qué me lo dices tú?
-Mira, inútil, te dedicaría otra sesión de lucha libre, pero no hay tiempo. Adara está fuera. Lárgate.
-¿Me escondo en el jardín?
-¡Ya! Sal, salta la verja, mátate, haz lo que quieras, pero desaparece de aquí.
-No pienso saltar una verja.
-¡Claro que lo harás!- Paola, exageradamente irritada, lo sacude con fuerza.
El sonido de la llave dentro de la cerradura, y los abundantes golpes que Adara lanza sobre la puerta seguidos de gritos hacen que Paola se calle y mire hacia atrás. Y observa cómo lucha Lucas, haciendo demasiada fuerza, empujando con los brazos, intentando impedir el paso de su hermana.
-¡Lucas, déjame entrar! -Los gritos histéricos de Adara retumban tanto dentro como fuera- ¡Sé que eres tú, joder! ¡Para de hacer el tonto!
Paola mira de un lado para otro, enmedio de un ataque de pánico, y actúa como por arte de mágia. Con la máxima velocidad que su cuerpo le permite, corre hacia el salón y esconde a Danel tras las cortinas, ordenándole que se calle. Le tapa todo lo que puede y corre de nuevo hacia la puerta, mirando a Lucas. Se sitúa justo a su lado y hace fuerza también.
Adara pega un gran empujón que les pilla desprevenidos y abre un poco la puerta, que rápidamente ellos vuelven a cerrar.
-¡Joder, Paola, te he visto! ¡¿Qué coño estáis haciendo?! ¡Me he cansado de juegos estúpidos!
Paola cierra los ojos, y aunque la cabeza le dice que es un error, lo hace. Casi instintivamente atrae a Lucas hacia ella con los brazos, apartándole un poco de la puerta, y le besa.
Y Adara entra, fácilmente. Y les observa, atónita. Observa ese beso. Su mejor amiga y su hermano. Deja escapar un pequeño grito y, seguidamente, se lleva las manos a la boca.
Ese beso corto, instantáneo, insignificante, los ha unido por primera vez. Y Paola sonríe por dentro. Piensa que no ha sido el beso que esperaba que tendría con él, ni el momento ni el lugar. Aunque fugaz, ha sido intenso. Y se separa de él, agachando la cabeza.
-¿Pero qué...?
-Adara, siento no habértelo contado. No quería que te enterases así. -Paola mira a Lucas, y él la observa perdido. Enrojeciendo, mira de un lado para otro. No se esperaba algo así. No creía que el aprieto acabaría de esta forma.
Adara cierra los ojos, furiosa. Pero sacude la cabeza y deja escapar una risilla. Sin duda, es una risilla de esas que muestran de todo menos diversión y felicidad.
-¿Sabéis qué? Que me dejéis. ¡Que os perdáis! Lo que me hacía falta, otra puñalada más.- Camina a paso veloz, enfadada.
Paola suspira, a punto de echarse a llorar. Por un momento es consciente de que ha estropeado aún más su relación amistosa.
Lucas la mira, sin saber qué decir, y escuchan las últimas palabras de Adara, subiendo las escaleras:
-¡Gracias Paola! Me lo esperaba de cualquiera, menos de tí.
El fuerte sonido del caminar de Adara llega hasta el piso de abajo, seguido por el fuerte portazo.
Paola solloza, con la respiración entrecortada. Lucas se acerca a ella para intentar calmarla, pero ella se echa hacia atrás.
-Déjame,¿Quieres? Por hoy, ya ha sido bastante. -Ella abre la puerta y baja el escalón, dirigiéndose a su moto. Y mientras se coloca el casco, le grita a Lucas, con un tono indiferente- ¡Y saca a ese gilipollas del salón!
Introduce la llave, arranca y sale veloz de allí. Y, por un instante, solo se preocupa de hacer todo lo posible por sumergirse en esa tarde que, poco a poco, se convierte en el principio de una noche larga, muy larga.
Lucas la sigue con la mirada hasta que la pierde de vista, y suspira porque no sabe cuándo volverá a verla. Le hace señas a Danel para que salga, y lo observa. Observa como ríe despreocupado.
-Solo dime una cosa, Lucas...¿Besa tan bien como pelea? Por que tiene su punto...
Lucas le pega en la nuca, resoplando.
-Anda, cállate.
-¡Joder! -Danel se acaricia- Creo que te ha pegado su agresividad.
-¿Quieres otra? Creo que ya has tenido bastante por hoy.
-Esta bien, esta bien...Perdone.
-Anda, salgamos de aquí. -Lucas coge del perchero de la entrada su chaqueta de cuero y cierra la puerta con llave.
Se acercan al coche y entran, comentando mil cosas, la mayoría sin importancia.
El coche sale del garaje, a una velocidad elevada, y desaparece al doblar la esquina.
Y, aunque ellos no lo sepan, una chica desconcertada les observa desde la ventana de arriba, hasta que se pierden más allá de lo que su vista alcanza.
sábado, 22 de enero de 2011
domingo, 16 de enero de 2011
CAPÍTULO SIETE.
Depués de horas hablando sentadas encima de la cama, después de mil abrazos y millones de lágrimas, Paola decide que ya es hora de marcharse y dejar que su amiga descanse. La ve ojerosa y desmejorada. Y no lo soporta. Su amiga es la misma que era dos días atrás y le gustaría hacer algo para cambiarlo. Pero sabe que es imposible.
-Bueno, yo ya me voy.-Comenta con voz cansada y un tono preocupado.-¿Estarás bien?
-Sí, tranquila, vete a casa. Si necesito algo tengo a Lucas.-Adara intenta quitarle importancia, no quiere que su amiga la vea mal.
-¿Nos vemos mañana en clase?
-No sé. Alomejor no voy. Depende de como me encuentre.
-Claro. Lo entiendo.-Paola se levanta, da un beso a su amiga en la mejilla, un abrazo, una sonrisa para infundirle valor y fuerza y se dirige hacia la puerta.
Antes de salir Paola se gira y mira otra vez a su amiga. Y al contemplar sus grandes ojos verdes se da cuenta de que algo ha cambiado. Su amiga ya no es la misma. Ya nunca será igual. Sabe que nada volverá a ser como antes. Y lo sabe por que su brillo se va apagando poco a poco, la intensidad ya no es la misma, y lo único que transmite es tristeza.
Paola baja las escaleras y al llegar al salón ve a Lucas dormido en el sofá. Lástima. Le hubiera gustado continuar lo que horas antes dejaron a medias. Se acerca al sofá y ve que su bolso está debajo de él. Intenta cogerlo sin hacer ruido ni movimientos bruscos, pero no lo consigue, y al final, aunque no quiere, no le queda más remedio que despertarlo.
-Ey.-Es lo único que él consigue decir, todavía dormido, intentando que sus ojos se acostumbren a la luz.
-Tranquilo, solo quería coger el bolso. Ya me iba.
-¿Quieres que te acompañe a casa?-Se levanta y le entrega el bolso.-Te llevo en el coche.
-Ya he llamado a un taxi. La próxima vez será.
Lucas acompaña a Paola hasta la puerta. En su mente va repitiendo todo lo que ha pasado esa tarde. Y se da cuenta que Paola le ha hecho mucho bien, le ha venido bien llorar, desahogarse. Por una vez no era él el que consolaba al resto del mundo. Había estado con él cuando más necesitaba de compañia y comprensión. Le habia estado apoyando. Ella. La única persona que no tenía ninguna obligación para hacerlo. Y, probablemente, se lo agadecería toda la vida. Pero no sabía como poner esos pensamientos en palabras, y se limitó a decir:
-Gracias...por lo de hoy...por el chocolate...ayudarme con mi hermana...-Las palabras salían torpemente de su boca. Y Paola le interrumpió, sacándolo de un apuro.
-No hace falta que me agradezcas nada. Si me necesitais, llamarme.
Lucas observa como Paola sale de la casa y se sube al taxi. La ve desaparecer en la oscuridad de la noche. Y sonríe. Piensa que es una chica fantástica. Cierra la puerta y sube a su habitación a dormir.
Suena el despertador. Lucas se remueve entre las sábanas, buscando el lugar de donde proviene ese ruido que le taladra la cabeza. Lo encuentra. Apaga el despertador para liberarse de ese espantoso pitido. Las seis y media. Debe despertar a Adara para que vaya al instituto. Ese era trabajo de su madre, pero ella ya no está. Siente una punzada en el pecho al recordarlo. Se mira en el espejo. Tiene que tener la mejor de las sonrisas para animar a su hermana. Camina lentamente hacia la puerta, todavía un poco dormido, y la abre. Deambula hasta las escaleras, y las baja agarrándose a la barandilla. Enciende la brillante y potente luz de la cocina, que le ciega, aunque le sirve para desperezarse. Se aproxima a los armarios y abre el segundo. Saca la taza rosa de Adara y la llena de leche. Camina hacia el microondas y la mete dentro. A ella le gusta la leche caliente. Tiene hambre, y le apetece comerse algo, pero decide seguir preparándole el desayuno a su hermana. Coge la bandeja blanca colocada en la gran encimera de mármol y pone encima la taza, acompañada por una pequeña cucharilla y dos platos repletos de galletas y magdalenas de chocolate. Lo coloca todo y agarra la bandeja, abandonando la cocina. Pasa por el salón, por el recibidor y sube las escaleras. Se inclina un poco hacia delante para no tropezarse y echar a perder todo el desayuno. Una vez arriba, camina hacia la habitación de ella. La puerta está cerrada. Posa la bandeja en su mano izquierda, intentando no perder el equilibrio, y abre con la otra. Recupera la bandeja y se acerca a Adara. Está dormida. Su respiración es acompasada, tranquila. Es incluso dulce. La mira entornando los ojos y sonríe. Y por un momento piensa que sería mejor no despertarla. Dejarla ahí. Pero sacude la cabeza y le toca el hombro. La mueve lentamente y susurra su nombre. Un susurro inaudible que ni él mismo oye. Y vuelve a repetirlo, un poco más alto. Y ella se encoge de hombros, confundida, pero no despierta. Él susurra cada vez más fuerte, hasta que abre los ojos débilmente. Y lo mira. Tiene la mirada sorprendida, como si no supiera quién es él. Y entonces se incorpora y lo mira mejor.
-¿Qué haces aquí, qué hora es?
-¿Te parece bonito preguntarme que hago aquí? ¿Acaso no puedo venir a despertarte? -Él sonríe, y coge la bandeja, colocándosela con sumo cuidado en las piernas.
-¿Me has preparado el desayuno?
-Sí, y como no te calles ya y te lo tomes, la leche se enfriará, y no quiero bajar a calentartela de nuevo.
-No tenías por qué hacerlo, me lo habría preparado yo.
-Tómatelo y calla.
Adara se despereza, aún soñolienta. Y se lleva la taza a la boca, sonriendo al notar el buen sabor de la leche. Coge también algunas galletas, y dos magdalenas de chocolate. Se las come con gusto, con hambre. Le da las gracias una vez más y él se lleva la bandeja semivacía abajo, comiéndose las magdalenas que ella se ha dejado.
Se incorpora, estirándose y emitiendo algún que otro bostezo entrecortado. Se aparta las sábanas y baja de la gran cama. Se mira en el espejo, pero su reflejo no es mejor que el del día anterior. Se ve incluso peor, mucho más ojerosa y pálida. Suspira enfadada y se dirige al armario. Normalmente se habría puesto el uniforme del instituto con algún arreglo. Quizá un cinturón que resaltara sus prominentes curvas, o unos cuantos alfileres que lo ajustaran algo más. Pero hoy se dirige sin vitalidad a él, y lo coge sin ganas. Se desviste y se lo coloca, volviéndose al espejo. Siente que incluso ha perdido su silueta. Le da la impresión de estar muchísimo menos estilizada. Se sienta en la silla que hay justo enfrente de su gran tocador y coge el peine. Se cepilla el pelo vagamente, como si lo hiciera por obligación. Decide hacerse una coleta alta. Se pone un poco de colorete y un escaso toque de sombra de ojos. Ni siquiera utiliza rimel. Sabe que no servirá de nada. ¿Para qué? Danel ya no está en mi vida, no necesito estar guapa para nadie que no sea él, piensa. Agarra la mochila y se la posa en el hombro. Pasa por el baño, y sale a penas tres minutos después, corriendo.
Baja las escaleras y ve a su hermano tirado en el sofá, observándola.
-Me voy, Lucas.
-¿Ya? Pero si son las siete menos diez...
-Sí, pero me voy. Quiero despejarme y respirar un poco.
-Esta bien. ¿Te acerco yo al instituto?
-No, cogeré la moto.
-Ten cuidado.
-Siempre lo tengo.
Adara abre la puerta y la cierra lentamente. No quiere despertar a su padre. Trabaja mucho y quiere que descanse. Pero no sabe que él no está en su habitación.
Se sube en la moto, colocándose el casco. Mete la llave y arranca. Arranca veloz, saliendo de ese escondite, esa cueva que la ha refugiado tantas horas. Esta harta de pasar las tardes en su casa, pero siente que no le gustaría estar en otra parte. La gente siente lástima por ella. Ella. La perfecta, la guapa, la egocéntrica pero simpática, amigable. La afortunada, la enamorada. ¿Quién es ahora? ¿La fea, la chicas más imperfecta del mundo? ¿La solitaria, la traicionada? No quiere ni pensarlo. Y cada vez intensifica la velocidad. Y siente como el viento la despeina, como baila con su pelo. Siente como roza su cara, como golpea sus manos y piernas. Y sigue, refugiada en su pequeña vespa rosa que la acompaña hacia quién sabe dónde. Sólo quiere escapar, quiere liberarse, quiere desaparecer. En cambio, se dirige hacia el instituto. Hacia las clases, hacia las miradas curiosas que querrán interrogarla. Las mismas miradas que fueron testigo del engaño de Danel. De sus gritos, de su relación rompiéndose. Se frota la frente. Quiere despejar su mente. Pero le es imposible. Mira hacia delante, pero no sabe en qué pensar. Tiene la mente revolucionada, aunque su mirada se concentra en la carretera. Y en ese semáforo. Maldito semáforo. Siempre lo pillo en rojo, se lamenta. Reduce la velocidad y se apoya en una pierna. Saca rápidamente del bolsillo trasero de su mochila el Ipod blanco y se coloca los auriculares. Cree que algo de música la despistará. O quizá todo lo contrario, pero le vendrá bien. Lo enciende y busca alguna canción. Antes de oír la música, escucha desde atrás el sonido de la estridente bocina de un coche, y se gira molesta. El conductor le señala el semáforo, que está en verde. Y ella se encoge de hombros, y piensa que ese hombre es muy impaciente. Escoge la primera canción que ve y arranca de nuevo, enseñándole el dedo al inquieto conductor. Se aleja rápidamente, complacida por aquel gesto. Y se sumerge en la canción.<<Tú eres quién me hace llorar, pero sólo tú me puedes consolar>>. Y empieza a hablar consigo misma. Sí. Sólo tú. Necesito un abrazo, uno de esos que protegen. Que te hace sentir especial. Tú puedes consolarme. Te necesito a tí. Y la canción sigue sonando, sin parar. <<Te regalo mi amor, te regalo mi vida. A pesar del dolor eres tú quién me inspira. No somos perfectos somos polos opuestos. Te amo con fuerza, te odio a momentos>>. Piensa y pronuncia cada una de las palabras al mismo tiempo que la cantante. Y piensa, sobretodo, en él, aunque le odia, aunque no quiere hacerlo. Apenas puede creer que ya esté en el instituto. Aparca la moto y la apaga, bajándose de un salto. Saca el candado del sillín y se arrodilla para colocarlo. Con el pequeño "clic" se asegura de que esta cerrado. Se incorpora de nuevo y camina. Apaga el Ipod, suponiendo que la música le hace pensar más en él, y es algo que desea no hacer. Se sienta en un pequeño banco que hay enfrente de la entrada y se sujeta la cabeza. Espera. Espera a alguien, o quizá a nadie. No sabe muy bien a qué o a quién. Quizá al conserje, para que abra las puertas, y entrar. Quizá espere a Paola, aunque no tiene ganas de hablar con nadie. Su madre. Desea que aparezca ella, pero también descubre que quiere que aparezca él. Él con su gran sonrisa, con sus grandes brazos. Con sus preciosos ojos. Y entonces, justo en ese momento, se percata de algo. No. Es imposible. Se da cuenta de que él jamás volverá a aparecer. Tal vez sí, pero no de la misma forma. Aparecerá sin ese beso que los unía, que demostraba amor. Sin esas miradas dulces y cómplices. Y siente que su corazón le da otro vuelco, queriendo salir de su pecho.
Pasan segundos. Algo más retrasados, aparecen los minutos. Y algo mucho después, aparece Paola.
Adara la mira desde el banco. La ve caminar, dando esos divertidos saltos que la caracterizan. Escucha música en su mp3. Mueve la cabeza ligeramente al ritmo de la canción. De repente su mirada se entrelaza con la de su amiga, que la observa sorprendida y curiosa. Corre hacia ella sonriendo y la abraza de golpe, con fuerza. Tambalean un poco, pero no se caen.
-¡Eh! ¡¿Qué haces aquí tan pronto?! ¡Pensé que no vendrías!
-Creí que me vendría bien salir un poco de casa, y salir a respirar aire puro.
-En ese caso, ¡perfecto! -Paola coge a su amiga de la mano, sentándose a su lado.
Se quedan en silencio durante algunos segundos, mirando aquí y allá. Cuando sus miradas se cruzan sonríen, encogiéndose de hombros.
El sonido de la llave que abre la gran puerta principal las hace reaccionar y se levantan, dirigiéndose hacia el conserje.
-¡Buenos días Fernando!
-Hola chicas. Sois las primeras. ¿A qué se debe?
-Nos aburríamos en casa. -Se despiden con la mano, adentrándose en el instituto.
Caminan lentamente hacia la clase de castellano. Comentan mil cosas. Sobre esto, sobre aquello. Temas sin importancia o cotilleos nuevos. Adara intenta transmitir a Paola entusiasmo y vitalidad, aunque no lo consigue demasiado.
El tiempo va pasando. Los alumnos van llegando y la profesora abre la puerta. Adara nota varias manos tocando sus hombros en señal de ánimo. Y se siente idiota, como si estuviera a punto de morirse. Agacha la cabeza y resopla. ¿Pero qué se han creído, que tengo una enfermedad terminal, o qué? Tiene ganas de gritar que está bien. Que no necesita a ese imbécil, aunque no sea así. Tiene ganas de salir corriendo, de deshacerse de su mochila y alejarse de todo lo que le rodea, pero sabe que es imposible.
Se acerca a su mesa y se sienta. Paola la sigue y se sienta a su lado.
-Adara. -Susurra- A estos no les hagas ni caso, ¿Entendido? Son todos una panda de amargados.
Ella sonríe. Por un instante, las palabras de Paola la han despejado. Y se vuelve a sumergir en la cruda realidad.
La profesora explica, se levanta, pasea por la clase contando algo que Adara no llega a escuchar. Se pasa toda la clase con la mirada perdida, sujetándose la cabeza con la mano. Y así van pasando una a una todas las aburridas clases. No ha parado de repetirse que no haber ido habría sido la mejor idea. Pero ya no puede hacerle nada. Los profesores le han llamado la atención en diversas ocasiones, pero ella ni siquiera se ha inmutado. No se da cuenta de nada. Esta ausente. Piensa en él, pero también piensa en su madre. Ella prometió que seguiría en contacto con sus hijos, pero Adara no quiere hablar con ella después de su marcha. Se da cuenta de que no puede engañarse a si misma. Sabe perfectamente que daría cualquier cosa por verla ahora. Por ver brillar sus grandes ojos verdes, los que ella heredó. Por abrazarse a su dulce cuerpecito, y no soltarlo nunca. No sabe por qué la ha abandonado, y por otro instante siente que el estómago se le retuerce y el corazón se le parte en dos.
El sonido del timbre le hace perder el hilo de sus pensamientos. Sacude la cabeza y se levanta de la silla, metiendo todas las cosas en la mochila. Se la cuelga de un hombro y camina lentamente hacia la puerta. Paola la observa, y levanta la mano, haciéndole señas para que la espere. Recoge rápidamente sus libros y corre hacia ella, realmente preocupada. No ha dejado de observarla en todo lo que llevan de día. Entrelazan sus brazos y pasean hacia el patio. Salen, sintiendo la suave brisa del exterior, y se sientan en las gradas.
Paola saca del bolsillo de la chaqueta una pequeña barrita de cereales, y la parte en dos.
-Supuse que te dejarías el almuerzo. -Mira preocupada a Adara, y le tiende la mitad de su comida- Tienes que comer.
-Gracias Paola, pero no tengo hambre.
-Un trocito de esto te vendrá bien.
Adara niega con la cabeza, rechazándolo, pero la insistencia de su amiga la obliga a aceptar. Comen en silencio. Hasta que el timbre las sorprende, no han sabido de qué hablar. Se levantan, dirigiéndose de nuevo a las pesadas y aburridas clases que las atormentan, o, por lo menos, a Adara.
Caminan, entran dentro. Se sientan en sus mesas de siempre y escuchan, unos más antentos, otros más despistados. Aquellos más impacientes por que suene el timbre final; estos, distraídos sin ni siquiera saber qué hora es.
El tiempo va pasando, y Adara siente que cada segundo que pasa es más eterno que el anterior. Pasan las horas y las clases van llegando a su fin. Y los alumnos salen, hacia quién sabe dónde. Ella se despide de Paola y se acerca a su moto, arrodillándose para abrir el candado. Pero se atasca, como siempre, y es algo que la saca de quicio. Y prueba una y otra vez, hasta que al final opta por abrirse. Y resopla, nerviosa, cabreada, cansada.
Pasan los días, pasan algunos meses, y las mismas escenas se repiten, sin cambio alguno. Adara está harta de la rutina, pero no le queda otra opción. Todo se ha convertido en una espantosa rutina. Levantarse cada mañana y ver la habitación de sus padres sin su madre le presiona el corazón, y la angustia le provoca que se doble en dos. Las mismas clases aburridas de siempre la están volviendo loca, aunque ella no las escucha, pero el simple hecho de tener que estar horas y horas sentada en una silla, rodeada por esas miradas curiosas que aún recuerdan la fiesta, la atormenta y la hace sentir inferior, demasiado inferior e insegura como nunca antes se había sentido. Y el distanciamiento de la gente también se repite, día a día. Apenas habla con Paola, ni siquiera le apetece relacionarse con la gente. Y otra vez las clases sin sentido. Y el maldito candado que no se abre. Y las tardes encerrada en casa sin poder respirar más que el aire amargo que la rodea.
Es Viernes. Está sentada en la mesa de siempre, al lado de Paola, que no para de mirarla por el rabillo del ojo, inquieta y preocupada. Adara se enreda un mechón del pelo impaciente, con unas ganas increíbles de salir de allí. Y de repente, suena. El timbre deseado por miles y miles de alumnos suena con un volumen alto por cada aula. El chirriante y molesto ruido de sillas que se arrastran sin cuidado alguno envuelve todo el instituto, y casi suena más que el propio timbre. Adara abandona el instituto, caminando velozmente por el pasillo principal. Atraviesa la puerta, y observa sin querer a una pareja besándose sin temor ni preocupación de las miradas que puedan estar vigilándoles. Sólo les importa fundirse en ese tierno y dulce beso. Y empieza a pensar, de nuevo, que hace más bien poco tiempo, ella estaba ahí, rodeando a su chico con sus ligeros y suaves brazos. Sacude la cabeza, molesta consigo misma. Y se ordena a sí misma que pare, que ya ha pasado tiempo, que debe olvidarle.
Camina hacia la moto e intenta abrir el candado. Nada, otra vez igual, no se abre. Lo intenta de nuevo, pero está atascado. Resopla con furia y le propina una patada, enfadada. E intenta de nuevo, con más fuerza que antes, pero no se abre.
-¡Mierda, ábrete! ¡No me dejes tirada hoy! -da vueltas en el mismo sitio, alzando la voz, llevándose las manos a la cabeza.
Apreta los dientes y los puños, intentando no encararse con su moto una vez más. No quiere estropearla a base de golpes.
Nota que una mano le acaricia el hombro. Una mano aparecida de la nada. Se sobresalta y se gira rápidamente, asustada. Y siente que el corazón se le para por segundos. Siente que respirar es demasiado difícil, y que no le corre la sangre por las venas. Que la cara se le desencaja. Danel. Está justo delante de ella, con una tímida sonrisa.
-Es que no lo estás haciendo ven. Déjame a mí... - Él se arrodilla, mete la llave y con un fácil movimiento abre el candado.
-Se me había olvidado lo bien que lo haces todo.- Su tono suena irónico, con un toque de sarcasmo y de enfado que no puede ocultar. Le dirige una mirada asesina.
-Metí la pata, lo siento.
-¿Que metiste la pata? Metiste el cuerpo entero.
-Y lo siento, lo siento y mucho. Me habría gustado que las cosas hubiesen pasado de otra forma.
-Pero no fue así, pasaron como pasaron y ahora no puedes cambiar nada.- Adara se coloca el casco y se sube encima de la moto, dispuesta a arrancar, pero él le sujeta con fuerza las manos, impidiéndoselo.
-Adara, voy a ser sincero. Lo que siento por tí ya no es tan fuerte como antes. Ya no te quiero.
Ella se sube la visera, y contesta con un tono molesto:
-Creí haberte oído decir que me querías, cuando bajabas del piso de arriba semidesnudo.
-No sabía qué podía decirte, y sí, te quería. Pero ahora estoy seguro de lo que siento por tí. Y ya no es así.
Adara asiente con la cabeza, y aparta las manos de él. Mete la llave y arranca la moto. Pero Danel se pone delante, cortándole el paso.
-¡¿Pero, qué coño quieres ahora?!
-Quería decirte que, aunque no te quiera, me gustaría que fueramos amigos.
Ella se vuelve a levantar la visera, mirándole a los ojos. Y sonríe, como hacía mucho que no sonreía. Y asiente con la cabeza.
-¿Sabes, Danel? -Su tono es mucho más dulce que el que había empleado hasta ese justo momento, y se limita a decir- ¡Ni muerta!
Adara se libera de él y huye. Huye con amargura, pero con ganas de salir de ahí. Desea salir de el instituto, y, lo más deseado, es salir de cualquier parte donde se encuentre él, aunque lo ame.
-Bueno, yo ya me voy.-Comenta con voz cansada y un tono preocupado.-¿Estarás bien?
-Sí, tranquila, vete a casa. Si necesito algo tengo a Lucas.-Adara intenta quitarle importancia, no quiere que su amiga la vea mal.
-¿Nos vemos mañana en clase?
-No sé. Alomejor no voy. Depende de como me encuentre.
-Claro. Lo entiendo.-Paola se levanta, da un beso a su amiga en la mejilla, un abrazo, una sonrisa para infundirle valor y fuerza y se dirige hacia la puerta.
Antes de salir Paola se gira y mira otra vez a su amiga. Y al contemplar sus grandes ojos verdes se da cuenta de que algo ha cambiado. Su amiga ya no es la misma. Ya nunca será igual. Sabe que nada volverá a ser como antes. Y lo sabe por que su brillo se va apagando poco a poco, la intensidad ya no es la misma, y lo único que transmite es tristeza.
Paola baja las escaleras y al llegar al salón ve a Lucas dormido en el sofá. Lástima. Le hubiera gustado continuar lo que horas antes dejaron a medias. Se acerca al sofá y ve que su bolso está debajo de él. Intenta cogerlo sin hacer ruido ni movimientos bruscos, pero no lo consigue, y al final, aunque no quiere, no le queda más remedio que despertarlo.
-Ey.-Es lo único que él consigue decir, todavía dormido, intentando que sus ojos se acostumbren a la luz.
-Tranquilo, solo quería coger el bolso. Ya me iba.
-¿Quieres que te acompañe a casa?-Se levanta y le entrega el bolso.-Te llevo en el coche.
-Ya he llamado a un taxi. La próxima vez será.
Lucas acompaña a Paola hasta la puerta. En su mente va repitiendo todo lo que ha pasado esa tarde. Y se da cuenta que Paola le ha hecho mucho bien, le ha venido bien llorar, desahogarse. Por una vez no era él el que consolaba al resto del mundo. Había estado con él cuando más necesitaba de compañia y comprensión. Le habia estado apoyando. Ella. La única persona que no tenía ninguna obligación para hacerlo. Y, probablemente, se lo agadecería toda la vida. Pero no sabía como poner esos pensamientos en palabras, y se limitó a decir:
-Gracias...por lo de hoy...por el chocolate...ayudarme con mi hermana...-Las palabras salían torpemente de su boca. Y Paola le interrumpió, sacándolo de un apuro.
-No hace falta que me agradezcas nada. Si me necesitais, llamarme.
Lucas observa como Paola sale de la casa y se sube al taxi. La ve desaparecer en la oscuridad de la noche. Y sonríe. Piensa que es una chica fantástica. Cierra la puerta y sube a su habitación a dormir.
Suena el despertador. Lucas se remueve entre las sábanas, buscando el lugar de donde proviene ese ruido que le taladra la cabeza. Lo encuentra. Apaga el despertador para liberarse de ese espantoso pitido. Las seis y media. Debe despertar a Adara para que vaya al instituto. Ese era trabajo de su madre, pero ella ya no está. Siente una punzada en el pecho al recordarlo. Se mira en el espejo. Tiene que tener la mejor de las sonrisas para animar a su hermana. Camina lentamente hacia la puerta, todavía un poco dormido, y la abre. Deambula hasta las escaleras, y las baja agarrándose a la barandilla. Enciende la brillante y potente luz de la cocina, que le ciega, aunque le sirve para desperezarse. Se aproxima a los armarios y abre el segundo. Saca la taza rosa de Adara y la llena de leche. Camina hacia el microondas y la mete dentro. A ella le gusta la leche caliente. Tiene hambre, y le apetece comerse algo, pero decide seguir preparándole el desayuno a su hermana. Coge la bandeja blanca colocada en la gran encimera de mármol y pone encima la taza, acompañada por una pequeña cucharilla y dos platos repletos de galletas y magdalenas de chocolate. Lo coloca todo y agarra la bandeja, abandonando la cocina. Pasa por el salón, por el recibidor y sube las escaleras. Se inclina un poco hacia delante para no tropezarse y echar a perder todo el desayuno. Una vez arriba, camina hacia la habitación de ella. La puerta está cerrada. Posa la bandeja en su mano izquierda, intentando no perder el equilibrio, y abre con la otra. Recupera la bandeja y se acerca a Adara. Está dormida. Su respiración es acompasada, tranquila. Es incluso dulce. La mira entornando los ojos y sonríe. Y por un momento piensa que sería mejor no despertarla. Dejarla ahí. Pero sacude la cabeza y le toca el hombro. La mueve lentamente y susurra su nombre. Un susurro inaudible que ni él mismo oye. Y vuelve a repetirlo, un poco más alto. Y ella se encoge de hombros, confundida, pero no despierta. Él susurra cada vez más fuerte, hasta que abre los ojos débilmente. Y lo mira. Tiene la mirada sorprendida, como si no supiera quién es él. Y entonces se incorpora y lo mira mejor.
-¿Qué haces aquí, qué hora es?
-¿Te parece bonito preguntarme que hago aquí? ¿Acaso no puedo venir a despertarte? -Él sonríe, y coge la bandeja, colocándosela con sumo cuidado en las piernas.
-¿Me has preparado el desayuno?
-Sí, y como no te calles ya y te lo tomes, la leche se enfriará, y no quiero bajar a calentartela de nuevo.
-No tenías por qué hacerlo, me lo habría preparado yo.
-Tómatelo y calla.
Adara se despereza, aún soñolienta. Y se lleva la taza a la boca, sonriendo al notar el buen sabor de la leche. Coge también algunas galletas, y dos magdalenas de chocolate. Se las come con gusto, con hambre. Le da las gracias una vez más y él se lleva la bandeja semivacía abajo, comiéndose las magdalenas que ella se ha dejado.
Se incorpora, estirándose y emitiendo algún que otro bostezo entrecortado. Se aparta las sábanas y baja de la gran cama. Se mira en el espejo, pero su reflejo no es mejor que el del día anterior. Se ve incluso peor, mucho más ojerosa y pálida. Suspira enfadada y se dirige al armario. Normalmente se habría puesto el uniforme del instituto con algún arreglo. Quizá un cinturón que resaltara sus prominentes curvas, o unos cuantos alfileres que lo ajustaran algo más. Pero hoy se dirige sin vitalidad a él, y lo coge sin ganas. Se desviste y se lo coloca, volviéndose al espejo. Siente que incluso ha perdido su silueta. Le da la impresión de estar muchísimo menos estilizada. Se sienta en la silla que hay justo enfrente de su gran tocador y coge el peine. Se cepilla el pelo vagamente, como si lo hiciera por obligación. Decide hacerse una coleta alta. Se pone un poco de colorete y un escaso toque de sombra de ojos. Ni siquiera utiliza rimel. Sabe que no servirá de nada. ¿Para qué? Danel ya no está en mi vida, no necesito estar guapa para nadie que no sea él, piensa. Agarra la mochila y se la posa en el hombro. Pasa por el baño, y sale a penas tres minutos después, corriendo.
Baja las escaleras y ve a su hermano tirado en el sofá, observándola.
-Me voy, Lucas.
-¿Ya? Pero si son las siete menos diez...
-Sí, pero me voy. Quiero despejarme y respirar un poco.
-Esta bien. ¿Te acerco yo al instituto?
-No, cogeré la moto.
-Ten cuidado.
-Siempre lo tengo.
Adara abre la puerta y la cierra lentamente. No quiere despertar a su padre. Trabaja mucho y quiere que descanse. Pero no sabe que él no está en su habitación.
Se sube en la moto, colocándose el casco. Mete la llave y arranca. Arranca veloz, saliendo de ese escondite, esa cueva que la ha refugiado tantas horas. Esta harta de pasar las tardes en su casa, pero siente que no le gustaría estar en otra parte. La gente siente lástima por ella. Ella. La perfecta, la guapa, la egocéntrica pero simpática, amigable. La afortunada, la enamorada. ¿Quién es ahora? ¿La fea, la chicas más imperfecta del mundo? ¿La solitaria, la traicionada? No quiere ni pensarlo. Y cada vez intensifica la velocidad. Y siente como el viento la despeina, como baila con su pelo. Siente como roza su cara, como golpea sus manos y piernas. Y sigue, refugiada en su pequeña vespa rosa que la acompaña hacia quién sabe dónde. Sólo quiere escapar, quiere liberarse, quiere desaparecer. En cambio, se dirige hacia el instituto. Hacia las clases, hacia las miradas curiosas que querrán interrogarla. Las mismas miradas que fueron testigo del engaño de Danel. De sus gritos, de su relación rompiéndose. Se frota la frente. Quiere despejar su mente. Pero le es imposible. Mira hacia delante, pero no sabe en qué pensar. Tiene la mente revolucionada, aunque su mirada se concentra en la carretera. Y en ese semáforo. Maldito semáforo. Siempre lo pillo en rojo, se lamenta. Reduce la velocidad y se apoya en una pierna. Saca rápidamente del bolsillo trasero de su mochila el Ipod blanco y se coloca los auriculares. Cree que algo de música la despistará. O quizá todo lo contrario, pero le vendrá bien. Lo enciende y busca alguna canción. Antes de oír la música, escucha desde atrás el sonido de la estridente bocina de un coche, y se gira molesta. El conductor le señala el semáforo, que está en verde. Y ella se encoge de hombros, y piensa que ese hombre es muy impaciente. Escoge la primera canción que ve y arranca de nuevo, enseñándole el dedo al inquieto conductor. Se aleja rápidamente, complacida por aquel gesto. Y se sumerge en la canción.<<Tú eres quién me hace llorar, pero sólo tú me puedes consolar>>. Y empieza a hablar consigo misma. Sí. Sólo tú. Necesito un abrazo, uno de esos que protegen. Que te hace sentir especial. Tú puedes consolarme. Te necesito a tí. Y la canción sigue sonando, sin parar. <<Te regalo mi amor, te regalo mi vida. A pesar del dolor eres tú quién me inspira. No somos perfectos somos polos opuestos. Te amo con fuerza, te odio a momentos>>. Piensa y pronuncia cada una de las palabras al mismo tiempo que la cantante. Y piensa, sobretodo, en él, aunque le odia, aunque no quiere hacerlo. Apenas puede creer que ya esté en el instituto. Aparca la moto y la apaga, bajándose de un salto. Saca el candado del sillín y se arrodilla para colocarlo. Con el pequeño "clic" se asegura de que esta cerrado. Se incorpora de nuevo y camina. Apaga el Ipod, suponiendo que la música le hace pensar más en él, y es algo que desea no hacer. Se sienta en un pequeño banco que hay enfrente de la entrada y se sujeta la cabeza. Espera. Espera a alguien, o quizá a nadie. No sabe muy bien a qué o a quién. Quizá al conserje, para que abra las puertas, y entrar. Quizá espere a Paola, aunque no tiene ganas de hablar con nadie. Su madre. Desea que aparezca ella, pero también descubre que quiere que aparezca él. Él con su gran sonrisa, con sus grandes brazos. Con sus preciosos ojos. Y entonces, justo en ese momento, se percata de algo. No. Es imposible. Se da cuenta de que él jamás volverá a aparecer. Tal vez sí, pero no de la misma forma. Aparecerá sin ese beso que los unía, que demostraba amor. Sin esas miradas dulces y cómplices. Y siente que su corazón le da otro vuelco, queriendo salir de su pecho.
Pasan segundos. Algo más retrasados, aparecen los minutos. Y algo mucho después, aparece Paola.
Adara la mira desde el banco. La ve caminar, dando esos divertidos saltos que la caracterizan. Escucha música en su mp3. Mueve la cabeza ligeramente al ritmo de la canción. De repente su mirada se entrelaza con la de su amiga, que la observa sorprendida y curiosa. Corre hacia ella sonriendo y la abraza de golpe, con fuerza. Tambalean un poco, pero no se caen.
-¡Eh! ¡¿Qué haces aquí tan pronto?! ¡Pensé que no vendrías!
-Creí que me vendría bien salir un poco de casa, y salir a respirar aire puro.
-En ese caso, ¡perfecto! -Paola coge a su amiga de la mano, sentándose a su lado.
Se quedan en silencio durante algunos segundos, mirando aquí y allá. Cuando sus miradas se cruzan sonríen, encogiéndose de hombros.
El sonido de la llave que abre la gran puerta principal las hace reaccionar y se levantan, dirigiéndose hacia el conserje.
-¡Buenos días Fernando!
-Hola chicas. Sois las primeras. ¿A qué se debe?
-Nos aburríamos en casa. -Se despiden con la mano, adentrándose en el instituto.
Caminan lentamente hacia la clase de castellano. Comentan mil cosas. Sobre esto, sobre aquello. Temas sin importancia o cotilleos nuevos. Adara intenta transmitir a Paola entusiasmo y vitalidad, aunque no lo consigue demasiado.
El tiempo va pasando. Los alumnos van llegando y la profesora abre la puerta. Adara nota varias manos tocando sus hombros en señal de ánimo. Y se siente idiota, como si estuviera a punto de morirse. Agacha la cabeza y resopla. ¿Pero qué se han creído, que tengo una enfermedad terminal, o qué? Tiene ganas de gritar que está bien. Que no necesita a ese imbécil, aunque no sea así. Tiene ganas de salir corriendo, de deshacerse de su mochila y alejarse de todo lo que le rodea, pero sabe que es imposible.
Se acerca a su mesa y se sienta. Paola la sigue y se sienta a su lado.
-Adara. -Susurra- A estos no les hagas ni caso, ¿Entendido? Son todos una panda de amargados.
Ella sonríe. Por un instante, las palabras de Paola la han despejado. Y se vuelve a sumergir en la cruda realidad.
La profesora explica, se levanta, pasea por la clase contando algo que Adara no llega a escuchar. Se pasa toda la clase con la mirada perdida, sujetándose la cabeza con la mano. Y así van pasando una a una todas las aburridas clases. No ha parado de repetirse que no haber ido habría sido la mejor idea. Pero ya no puede hacerle nada. Los profesores le han llamado la atención en diversas ocasiones, pero ella ni siquiera se ha inmutado. No se da cuenta de nada. Esta ausente. Piensa en él, pero también piensa en su madre. Ella prometió que seguiría en contacto con sus hijos, pero Adara no quiere hablar con ella después de su marcha. Se da cuenta de que no puede engañarse a si misma. Sabe perfectamente que daría cualquier cosa por verla ahora. Por ver brillar sus grandes ojos verdes, los que ella heredó. Por abrazarse a su dulce cuerpecito, y no soltarlo nunca. No sabe por qué la ha abandonado, y por otro instante siente que el estómago se le retuerce y el corazón se le parte en dos.
El sonido del timbre le hace perder el hilo de sus pensamientos. Sacude la cabeza y se levanta de la silla, metiendo todas las cosas en la mochila. Se la cuelga de un hombro y camina lentamente hacia la puerta. Paola la observa, y levanta la mano, haciéndole señas para que la espere. Recoge rápidamente sus libros y corre hacia ella, realmente preocupada. No ha dejado de observarla en todo lo que llevan de día. Entrelazan sus brazos y pasean hacia el patio. Salen, sintiendo la suave brisa del exterior, y se sientan en las gradas.
Paola saca del bolsillo de la chaqueta una pequeña barrita de cereales, y la parte en dos.
-Supuse que te dejarías el almuerzo. -Mira preocupada a Adara, y le tiende la mitad de su comida- Tienes que comer.
-Gracias Paola, pero no tengo hambre.
-Un trocito de esto te vendrá bien.
Adara niega con la cabeza, rechazándolo, pero la insistencia de su amiga la obliga a aceptar. Comen en silencio. Hasta que el timbre las sorprende, no han sabido de qué hablar. Se levantan, dirigiéndose de nuevo a las pesadas y aburridas clases que las atormentan, o, por lo menos, a Adara.
Caminan, entran dentro. Se sientan en sus mesas de siempre y escuchan, unos más antentos, otros más despistados. Aquellos más impacientes por que suene el timbre final; estos, distraídos sin ni siquiera saber qué hora es.
El tiempo va pasando, y Adara siente que cada segundo que pasa es más eterno que el anterior. Pasan las horas y las clases van llegando a su fin. Y los alumnos salen, hacia quién sabe dónde. Ella se despide de Paola y se acerca a su moto, arrodillándose para abrir el candado. Pero se atasca, como siempre, y es algo que la saca de quicio. Y prueba una y otra vez, hasta que al final opta por abrirse. Y resopla, nerviosa, cabreada, cansada.
Pasan los días, pasan algunos meses, y las mismas escenas se repiten, sin cambio alguno. Adara está harta de la rutina, pero no le queda otra opción. Todo se ha convertido en una espantosa rutina. Levantarse cada mañana y ver la habitación de sus padres sin su madre le presiona el corazón, y la angustia le provoca que se doble en dos. Las mismas clases aburridas de siempre la están volviendo loca, aunque ella no las escucha, pero el simple hecho de tener que estar horas y horas sentada en una silla, rodeada por esas miradas curiosas que aún recuerdan la fiesta, la atormenta y la hace sentir inferior, demasiado inferior e insegura como nunca antes se había sentido. Y el distanciamiento de la gente también se repite, día a día. Apenas habla con Paola, ni siquiera le apetece relacionarse con la gente. Y otra vez las clases sin sentido. Y el maldito candado que no se abre. Y las tardes encerrada en casa sin poder respirar más que el aire amargo que la rodea.
Es Viernes. Está sentada en la mesa de siempre, al lado de Paola, que no para de mirarla por el rabillo del ojo, inquieta y preocupada. Adara se enreda un mechón del pelo impaciente, con unas ganas increíbles de salir de allí. Y de repente, suena. El timbre deseado por miles y miles de alumnos suena con un volumen alto por cada aula. El chirriante y molesto ruido de sillas que se arrastran sin cuidado alguno envuelve todo el instituto, y casi suena más que el propio timbre. Adara abandona el instituto, caminando velozmente por el pasillo principal. Atraviesa la puerta, y observa sin querer a una pareja besándose sin temor ni preocupación de las miradas que puedan estar vigilándoles. Sólo les importa fundirse en ese tierno y dulce beso. Y empieza a pensar, de nuevo, que hace más bien poco tiempo, ella estaba ahí, rodeando a su chico con sus ligeros y suaves brazos. Sacude la cabeza, molesta consigo misma. Y se ordena a sí misma que pare, que ya ha pasado tiempo, que debe olvidarle.
Camina hacia la moto e intenta abrir el candado. Nada, otra vez igual, no se abre. Lo intenta de nuevo, pero está atascado. Resopla con furia y le propina una patada, enfadada. E intenta de nuevo, con más fuerza que antes, pero no se abre.
-¡Mierda, ábrete! ¡No me dejes tirada hoy! -da vueltas en el mismo sitio, alzando la voz, llevándose las manos a la cabeza.
Apreta los dientes y los puños, intentando no encararse con su moto una vez más. No quiere estropearla a base de golpes.
Nota que una mano le acaricia el hombro. Una mano aparecida de la nada. Se sobresalta y se gira rápidamente, asustada. Y siente que el corazón se le para por segundos. Siente que respirar es demasiado difícil, y que no le corre la sangre por las venas. Que la cara se le desencaja. Danel. Está justo delante de ella, con una tímida sonrisa.
-Es que no lo estás haciendo ven. Déjame a mí... - Él se arrodilla, mete la llave y con un fácil movimiento abre el candado.
-Se me había olvidado lo bien que lo haces todo.- Su tono suena irónico, con un toque de sarcasmo y de enfado que no puede ocultar. Le dirige una mirada asesina.
-Metí la pata, lo siento.
-¿Que metiste la pata? Metiste el cuerpo entero.
-Y lo siento, lo siento y mucho. Me habría gustado que las cosas hubiesen pasado de otra forma.
-Pero no fue así, pasaron como pasaron y ahora no puedes cambiar nada.- Adara se coloca el casco y se sube encima de la moto, dispuesta a arrancar, pero él le sujeta con fuerza las manos, impidiéndoselo.
-Adara, voy a ser sincero. Lo que siento por tí ya no es tan fuerte como antes. Ya no te quiero.
Ella se sube la visera, y contesta con un tono molesto:
-Creí haberte oído decir que me querías, cuando bajabas del piso de arriba semidesnudo.
-No sabía qué podía decirte, y sí, te quería. Pero ahora estoy seguro de lo que siento por tí. Y ya no es así.
Adara asiente con la cabeza, y aparta las manos de él. Mete la llave y arranca la moto. Pero Danel se pone delante, cortándole el paso.
-¡¿Pero, qué coño quieres ahora?!
-Quería decirte que, aunque no te quiera, me gustaría que fueramos amigos.
Ella se vuelve a levantar la visera, mirándole a los ojos. Y sonríe, como hacía mucho que no sonreía. Y asiente con la cabeza.
-¿Sabes, Danel? -Su tono es mucho más dulce que el que había empleado hasta ese justo momento, y se limita a decir- ¡Ni muerta!
Adara se libera de él y huye. Huye con amargura, pero con ganas de salir de ahí. Desea salir de el instituto, y, lo más deseado, es salir de cualquier parte donde se encuentre él, aunque lo ame.
lunes, 10 de enero de 2011
CAPÍTULO SEIS.
Adara abre lentamente los ojos, cansada de dormir. Siente que lo necesitaba, que tenía que darse un respiro. Y tarareando letras de canciones se quedó profundamente dormida. Mira el reloj. Son las cuatro y media de la tarde. El estómago le ruge violentamente y decide que es hora de comer algo, aunque sea la comida recalentada del mediodía. Baja el volumen de la música y abre la puerta. Sale y camina lentamente hacia las escaleras, pero no sigue caminando. Se detiene al borde del primer escalón. Los escucha. Escucha sus voces, sus risas. Escucha como Paola llama tramposo a Lucas. Y luego, más risas. Camina hacia atrás. No sabe qué hacer, se para a pensar por un instante. ¿Bajo? Si bajo, tendré que contarle todo y eso es lo que menos me apetece en un momento así. ¿Me quedo aquí? Sí. Me encierro en mi habitación. Pero ¿y si ha venido para esperarme a mí? En ese caso, no se irá hasta que no aparezca por allí abajo. Mierda. ¿Qué hago?. Adara decide entrar de nuevo a su habitación. Se precipita en uno de los grandes sillones colocados en una esquina. Y les da mil vueltas a las diferentes opciones. La música envuelve el fondo con una acertada letra...<<¿Qué más puede salir mal? Ya no sé que contestar >> Nada más puede salir mal. Nada más podría ir peor. O quizá sí.
-¡Eh, no vale! ¡Eres un tramposo!
-Asúmelo, yo sé jugar tres mil veces mejor que tú.
Paola finge enfadarse y le tira un gran cojín azul a Lucas. Ambos ríen, como llevan haciendo toda la tarde.
-¿Jugamos otra partida? - Lucas sigue animado, divertido, con ganas de más.
-¿Qué te parece sentarnos un rato y descansar?
-¿Qué pasa, estás asustada?
-Lo que pasa es que quiero recuperar fuerzas para darte una paliza de las buenas, ¡de las que no se olvidan!
Paola opta por sentarse en el cómodo sofá, agotada pero sonriente. Lucas la imita y se sienta a su lado, algo menos cansado. Sus miradas se cruzan y es ella la única capaz de apartar la mirada. Se siente bien a su lado, pero muy intimidada. Es consciente de que está siendo observada por unos grandes ojos verdes que enamoran y cautivan. Y a ella ya le han enamorado. Pero es incapaz de sostener su mirada más de cinco segundos seguidos. El silencio inunda el salón, y también a ellos. Sólo se escucha la agitada respiración de ella, y la ligera risa de él al escucharla.
-Gracias por invitarme a quedarme a comer aquí, Lucas.
-No las des, sabes que esta casa es tuya - Él sonríe, sincero.
-Lo más raro ha sido que tu hermana no hubiera aparecido a la hora de la comida.
-¿Quién sabe? Igual estaba hablando con Danel.
Paola lo mira. La furia se refleja en sus ojos, aunque no va dirigida hacia él. El solo hecho de oír su nombre le provoca un mal sabor de boca.
-¿Hablando?
-Sí, tal vez.
-Lucas, ¿sabes qué pasó?
-Sí, por desgracia lo sé todo.
-¿Cómo pretendes que ella esté hablando con él? ¡Es un imbécil! - Paola pone los ojos en blanco.
-Sí, pero ¿dónde está si no?
-Espera -Paola coge el bolso y rebusca rápidamente entre sus cosas hasta dar con su teléfono móvil- Voy a llamarla.
Lucas asiente con la cabeza. Paola teclea el número de Adara, se lo sabe de memoria. Se acerca el auricular a la oreja. Un pitido, dos pitidos. Paola espera, ansiosa. Nadie contesta. El silencio que en ese momento les rodea permite que oigan un sonido musical que llega desde el piso de arriba. Los dos miran hacia arriba a la vez. El sonido ya no es audible. Ha sido cosa de escasos segundos.
-¿Has oído eso?
-Quizá sea el móvil de Adara.
-¡Joder! ¡No lo ha cogido!
-Siempre lo coge.
-Pues esta vez se le ha debido olvidar -Paola cuelga algo molesta. Quería hablar con su amiga. Quiere verla, abrazarla. Hablar como hablaban antes. Desde la fiesta, desde que se fue sin ella, nada ha vuelto a ser lo mismo.Y empieza a pensar, a meditar en su cabeza. Ella está mal, está confusa, está triste. Debo entenderla, y animarla en cuanto la vea.
Decide probar de nuevo. Decide arriesgarse, no hay nada que perder. Pulsa la tecla verde y llama otra vez. Se lleva el dedo a la boca y se muerde la uña suavemente, mostrando impaciencia. Espera, con ganas de escucharla, con fe. Espera con mucha esperanza, con los ojos entrecerrados. Espera incluso demasiado. Y se rinde. Cuelga de nuevo. Nada. Nadie le responde.Empieza a preocuparse de verdad por su amiga. Imagina dónde podría estar. Con quién. Sacude la cabeza. Busca una respuesta, imagina miles y miles de lugares donde ella podría estar. El único que no pasa por su mente es el que busca con tanto afán. Arriba, a unos cuantos metros de distancia.
Pone rápidamente el móvil en silencio. La preocupación la invade. Quizá hayan oído el sonido estridente de su teléfono. Pero ya habrían subido a comprobar si había alguien. Respira tensamente, nerviosa. No quiere que la descubran aún. Tirada en el suelo, encima de la blanca y peluda alfombra, descansa su cuerpo. Con el dedo se enrolla un mechón de pelo divertidamente. Mira el techo fijamente. No es consciente de lo que hace. Esta ausente. Su cuerpo se encuentra ahí, tirado en la delicada y elegante alfombra. Su alma se ha evaporado. Se ha desvanecido, ha escapado de esa angustiosa habitación donde ha permanecido horas y horas seguidas. Sacude la cabeza saliendo en ese estado de trance. Se inclina, mirando de un lado para otro, como si no supiese donde está. Pero su mirada se posa sobre un marco de color plata rectángulo. Se levanta y se acerca a él, a paso ligero, dejando ver una media sonrisa. Coge el marco y mira la foto con más atención. Es preciosa, y se la hizo Rubén, si no recuerda mal. Es ella. Sale riendo. Danel la abraza por detrás, dándole un beso ligero en la mejilla. Ella sonríe feliz y sorprendida al verlo aparecer de la nada. Es realmente bonita. Ahí sólo llevaban...tres meses. Sí. Gira el marco y detrás aparece la fecha inscrita. Tres meses. La abraza con fuerza y sonríe, pero poco a poco esa sonrisa cálida y tierna se transforma en una sonrisa apática, rencorosa y furiosa. Y sin pensar el ruido que provocaría al hacerlo, tira el marco con fuerza hacia la pared. Un ruido sordo silencia la habitación. Ella respira agitadamente, más enfadada que antes. Preciosos recuerdos, fantásticos momentos vividos con él. Sonrisas, miradas, cenas, citas, días a su lado, canciones compartidas, cartas escritas con amor y con verdadera sinceridad. Pulseras intercambiadas, sueños imaginados entre los dos. Ahora ya no queda nada. No queda nada más que rencor, que odio. Y lo peor de todo, el desamor causado por la persona que creíamos perfecta.
Ellos dos charlan animadamente sentados cerca, muy cerca, pero no demasiado. Han estado riendo, bromeando, hablando seriamente e incluso coqueteando. A veces Paola a creido ver a Lucas con la mirada perdida, con una expresión seria o más bien preocupada. A lo largo de la tarde ha sentido la necesidad de preguntarle qué pasaba.
-Lucas, ¿te encuentras bien?
-Sí, ¿Por qué lo dices?
-Será impresión mia, pero te veo preocupado.
-No es nada. No importa -intenta convencerla con una sonrisa un tanto delatadora, y ella es incapaz de creerse lo que dice.
-Si estás así, será por que importa, aunque sea lo más mínimo.
-Mi hermana no está pasando el mejor de sus momentos.
-Lo sé.
-Y me preocupo muchísimo por ella. Además, ayer, mis padres...
-¿Qué les ha pasado? - Paola se inclina hacia delante, sinceramente preocupada.
-No, tranquila, están bien.
-Menos mal.
-Con bien quiero decir sanos...No están juntos.
-¿Se han separado?
-Mi madre dejó una nota ayer y al parecer, nos ha dejado a todos.
Paola está impresionada, algo aturdida. No se lo habría esperado nunca. Luís y Míriam parecían llevarse tan bien...Bueno, en realidad, casi nunca estaban juntos. Pero jamás habían discutido con ella delante.
-Lo siento mucho Lucas.
-No importa, estas cosas le pasan a la gente normal.
-Sí, pero...
-Pero nada, pasan y ya. Todo se arreglará.
Ella no sabe qué hacer. No sabe cómo actuar. No sabe si abrazarlo o sacar un nuevo tema. No sabe si sonreír o adoptar una expresión más seria. Pero de pronto se sorprende aún más. Lo observa con atención. Observa como se tapa la cara con las mangas del jersei y sorbe por la nariz casi insonoramente, pero ella lo escucha. Y lo ve, a pesar de estar escondido, puede adivinar que esta llorando.
-Lucas...
Él rompe a llorar. Jamás lo había visto así. Y, casi por instinto, lo abraza. Lo abraza con fuerza, con amor, con cariño. Lo abraza con ternura, con dolor. Oye la respiración entrecortada que escapa de su boca, el desgarrador sonido de su voz temblando. El triste color de su mirada. Siente todo su dolor y derrama también alguna que otra lágrima, pero se la retira antes de que pueda darse cuenta.
Pasan minutos y él sigue ahí, preso en ese abrazo con el que Paola le ha estado protegiendo, igual que el que le dio a su hermana ayer. Y se deshace de los finos brazos de ella con sumo cuidado.
-Gracias- susurra, recuperando el tono de voz normal - No tendrías que haberme visto así.
-Cállate. Los valientes también lloran ¿Sabes?
Él sonríe. Ella le imita. Y decide seguir hablando.
-Y ahora, si me permites, voy a ir a la cocina y voy a preparar dos tazas de chocolate bien calientes, para pasar este mal trago con un sabor algo más dulce.
-No, tranquila, ya lo hago yo -Lucas se levanta, pero ella es más rápida y posa una mano en su hombro.
-He dicho que voy yo, no quieras quitarme el título de cheff.
Sonriendo se dirige a la cocina.
Él sigue ahí. Se sienta de nuevo, sonriendo. Le ha venido realmente bien el abrazo de Paola. Se ha sentido feliz. Ha sentido que se iba recomponiendo poco a poco. Ha sentido que sus pequeños bracitos son mucho más acogedores de lo que él pensaba. Cuando se da cuenta, Paola regresa con dos tazas de chocolate caliente. Los coloca encima de la mesa y le acerca uno a Lucas. Él sonríe. Un buen chocolate es lo que más le apetecía.
-Mmm... ¡como huele!
-Hay que bebérselo rápidamente. Una vez frío no causa el mismo efecto.
-Es cierto - Paola le da un sorbo, y como un rayo deposita de nuevo la taza de chocolate en la mesa. Se levanta y saca la lengua, dando saltos en el mismo lado. Lucas rompe a reír como un verdadero loco sin parar de observarla. Ella frunce el ceño, mostrando indiferencia, pero también sonríe. Una vez ha recuperado la compostura, Lucas prosigue:
-Cuando te he dicho que hay que bebérselo rápidamente, no quería decir tan rápidamente.
-¡Estúpido! Ahora verás como hasta alguien como tú se quema -Paola actúa sin apenas pensárselo.
Aprovecha que Lucas tiene la taza próxima a los labios y la impulsa hacia arriba, inclinándola. Él abre los ojos sorprendido y dolorido ante la intensa quemazón que el chocolate le ha causado. Grita, y da vueltas alrededor de la gran mesa. Esta vez es Paola la que ríe enérgicamente, y con verdaderas ganas. Se tapa la boca con una mano y con la otra se retira alguna lágrima que baja felizmente por su mejilla. Le quema la lengua, pero se siente muchísimo mejor que antes. Ella, una persona tan pequeñita, ha sido capaz de hacerle sentir realmente grande. Le ha mimado y le ha hecho sonreír. Lucas se acerca a ella y le agarra de ambas manos, impulsándolas hacia atras. Sus respiraciones son agitadas, casi acompasadas. Sus miradas se entrelazan como aquella noche, antes de irse a la fiesta. Un nuevo pensamiento asalta a Paola. También estuvieron así de cerca antes de que su dichosa novia le telefoneara. En menos de una milésima de segundo echa a un lado ese pensamiento. Puede volver a oler su perfume. Puede volver a sentir su aliento cerca del suyo. Él se inclina sonriente hacia ella. Sus labios cada vez estan más cerca. Ella tiembla nerviosa, pero se deja hacer. Por un instante se olvida de todo. De Adara, de sus preocupaciones. Incluso del mundo que les rodea. Cierra los ojos delicadamente, esperando ansiosa el momento.
De pronto escuchan unos pasos que provienen de la entrada. Lucas se levanta a la velocidad de un relámpago en mitad de una noche tormentosa. Ella cierra los ojos con impotencia. No se lo puede creer. La segunda vez que sucede algo así. ¿Pero por qué?
Adara camina a paso ligero. Siente que ya no puede esperar más y tiene que bajar a saludarles, aunque sea por obligación.
Se adentra en el salón y ellos la miran sorprendidos.
-¡No me lo puedo creer!- Paola corre hacia ella nada más ver la silueta de su amiga, y la abraza - ¡Estás aquí, no me lo puedo creer!
-Sí, aquí estoy...- Adara la rodea también con los brazos, con menos ímpetu, pero con ciertas ganas- Siento no haber aparecido en todo el día chicos.
-¡Bah! Olvídalo, vamos, tenemos que hablar muchísimo- Paola coge a Adara del brazo y ambas caminan hacia la habitación.
Adara no quiere volver ahí, pero sube sin quejarse.
Paola le dirige una última sonrisa a Lucas. Quiere quedarse con él, pero sabe que no podría dejar a su mejor amiga sola en un momento como este.
Lucas les sonríe y se queda ahí, manchado de chocolate y con la quemazón que todavía permanece quemándole la lengua. Piensa lo que habría pasado si su hermana no hubiera llegado a aparecer. ¿Pero qué estoy diciendo? Es mi hermana, y tenía que aparecer. Llevamos toda la tarde esperándola, se repite a sí mismo. Sí. Quizá haya aparecido en el momento justo e indicado. ¿Pero justo e indicado para quién? ¿Para ella? Para él no.
-¡Eh, no vale! ¡Eres un tramposo!
-Asúmelo, yo sé jugar tres mil veces mejor que tú.
Paola finge enfadarse y le tira un gran cojín azul a Lucas. Ambos ríen, como llevan haciendo toda la tarde.
-¿Jugamos otra partida? - Lucas sigue animado, divertido, con ganas de más.
-¿Qué te parece sentarnos un rato y descansar?
-¿Qué pasa, estás asustada?
-Lo que pasa es que quiero recuperar fuerzas para darte una paliza de las buenas, ¡de las que no se olvidan!
Paola opta por sentarse en el cómodo sofá, agotada pero sonriente. Lucas la imita y se sienta a su lado, algo menos cansado. Sus miradas se cruzan y es ella la única capaz de apartar la mirada. Se siente bien a su lado, pero muy intimidada. Es consciente de que está siendo observada por unos grandes ojos verdes que enamoran y cautivan. Y a ella ya le han enamorado. Pero es incapaz de sostener su mirada más de cinco segundos seguidos. El silencio inunda el salón, y también a ellos. Sólo se escucha la agitada respiración de ella, y la ligera risa de él al escucharla.
-Gracias por invitarme a quedarme a comer aquí, Lucas.
-No las des, sabes que esta casa es tuya - Él sonríe, sincero.
-Lo más raro ha sido que tu hermana no hubiera aparecido a la hora de la comida.
-¿Quién sabe? Igual estaba hablando con Danel.
Paola lo mira. La furia se refleja en sus ojos, aunque no va dirigida hacia él. El solo hecho de oír su nombre le provoca un mal sabor de boca.
-¿Hablando?
-Sí, tal vez.
-Lucas, ¿sabes qué pasó?
-Sí, por desgracia lo sé todo.
-¿Cómo pretendes que ella esté hablando con él? ¡Es un imbécil! - Paola pone los ojos en blanco.
-Sí, pero ¿dónde está si no?
-Espera -Paola coge el bolso y rebusca rápidamente entre sus cosas hasta dar con su teléfono móvil- Voy a llamarla.
Lucas asiente con la cabeza. Paola teclea el número de Adara, se lo sabe de memoria. Se acerca el auricular a la oreja. Un pitido, dos pitidos. Paola espera, ansiosa. Nadie contesta. El silencio que en ese momento les rodea permite que oigan un sonido musical que llega desde el piso de arriba. Los dos miran hacia arriba a la vez. El sonido ya no es audible. Ha sido cosa de escasos segundos.
-¿Has oído eso?
-Quizá sea el móvil de Adara.
-¡Joder! ¡No lo ha cogido!
-Siempre lo coge.
-Pues esta vez se le ha debido olvidar -Paola cuelga algo molesta. Quería hablar con su amiga. Quiere verla, abrazarla. Hablar como hablaban antes. Desde la fiesta, desde que se fue sin ella, nada ha vuelto a ser lo mismo.Y empieza a pensar, a meditar en su cabeza. Ella está mal, está confusa, está triste. Debo entenderla, y animarla en cuanto la vea.
Decide probar de nuevo. Decide arriesgarse, no hay nada que perder. Pulsa la tecla verde y llama otra vez. Se lleva el dedo a la boca y se muerde la uña suavemente, mostrando impaciencia. Espera, con ganas de escucharla, con fe. Espera con mucha esperanza, con los ojos entrecerrados. Espera incluso demasiado. Y se rinde. Cuelga de nuevo. Nada. Nadie le responde.Empieza a preocuparse de verdad por su amiga. Imagina dónde podría estar. Con quién. Sacude la cabeza. Busca una respuesta, imagina miles y miles de lugares donde ella podría estar. El único que no pasa por su mente es el que busca con tanto afán. Arriba, a unos cuantos metros de distancia.
Pone rápidamente el móvil en silencio. La preocupación la invade. Quizá hayan oído el sonido estridente de su teléfono. Pero ya habrían subido a comprobar si había alguien. Respira tensamente, nerviosa. No quiere que la descubran aún. Tirada en el suelo, encima de la blanca y peluda alfombra, descansa su cuerpo. Con el dedo se enrolla un mechón de pelo divertidamente. Mira el techo fijamente. No es consciente de lo que hace. Esta ausente. Su cuerpo se encuentra ahí, tirado en la delicada y elegante alfombra. Su alma se ha evaporado. Se ha desvanecido, ha escapado de esa angustiosa habitación donde ha permanecido horas y horas seguidas. Sacude la cabeza saliendo en ese estado de trance. Se inclina, mirando de un lado para otro, como si no supiese donde está. Pero su mirada se posa sobre un marco de color plata rectángulo. Se levanta y se acerca a él, a paso ligero, dejando ver una media sonrisa. Coge el marco y mira la foto con más atención. Es preciosa, y se la hizo Rubén, si no recuerda mal. Es ella. Sale riendo. Danel la abraza por detrás, dándole un beso ligero en la mejilla. Ella sonríe feliz y sorprendida al verlo aparecer de la nada. Es realmente bonita. Ahí sólo llevaban...tres meses. Sí. Gira el marco y detrás aparece la fecha inscrita. Tres meses. La abraza con fuerza y sonríe, pero poco a poco esa sonrisa cálida y tierna se transforma en una sonrisa apática, rencorosa y furiosa. Y sin pensar el ruido que provocaría al hacerlo, tira el marco con fuerza hacia la pared. Un ruido sordo silencia la habitación. Ella respira agitadamente, más enfadada que antes. Preciosos recuerdos, fantásticos momentos vividos con él. Sonrisas, miradas, cenas, citas, días a su lado, canciones compartidas, cartas escritas con amor y con verdadera sinceridad. Pulseras intercambiadas, sueños imaginados entre los dos. Ahora ya no queda nada. No queda nada más que rencor, que odio. Y lo peor de todo, el desamor causado por la persona que creíamos perfecta.
Ellos dos charlan animadamente sentados cerca, muy cerca, pero no demasiado. Han estado riendo, bromeando, hablando seriamente e incluso coqueteando. A veces Paola a creido ver a Lucas con la mirada perdida, con una expresión seria o más bien preocupada. A lo largo de la tarde ha sentido la necesidad de preguntarle qué pasaba.
-Lucas, ¿te encuentras bien?
-Sí, ¿Por qué lo dices?
-Será impresión mia, pero te veo preocupado.
-No es nada. No importa -intenta convencerla con una sonrisa un tanto delatadora, y ella es incapaz de creerse lo que dice.
-Si estás así, será por que importa, aunque sea lo más mínimo.
-Mi hermana no está pasando el mejor de sus momentos.
-Lo sé.
-Y me preocupo muchísimo por ella. Además, ayer, mis padres...
-¿Qué les ha pasado? - Paola se inclina hacia delante, sinceramente preocupada.
-No, tranquila, están bien.
-Menos mal.
-Con bien quiero decir sanos...No están juntos.
-¿Se han separado?
-Mi madre dejó una nota ayer y al parecer, nos ha dejado a todos.
Paola está impresionada, algo aturdida. No se lo habría esperado nunca. Luís y Míriam parecían llevarse tan bien...Bueno, en realidad, casi nunca estaban juntos. Pero jamás habían discutido con ella delante.
-Lo siento mucho Lucas.
-No importa, estas cosas le pasan a la gente normal.
-Sí, pero...
-Pero nada, pasan y ya. Todo se arreglará.
Ella no sabe qué hacer. No sabe cómo actuar. No sabe si abrazarlo o sacar un nuevo tema. No sabe si sonreír o adoptar una expresión más seria. Pero de pronto se sorprende aún más. Lo observa con atención. Observa como se tapa la cara con las mangas del jersei y sorbe por la nariz casi insonoramente, pero ella lo escucha. Y lo ve, a pesar de estar escondido, puede adivinar que esta llorando.
-Lucas...
Él rompe a llorar. Jamás lo había visto así. Y, casi por instinto, lo abraza. Lo abraza con fuerza, con amor, con cariño. Lo abraza con ternura, con dolor. Oye la respiración entrecortada que escapa de su boca, el desgarrador sonido de su voz temblando. El triste color de su mirada. Siente todo su dolor y derrama también alguna que otra lágrima, pero se la retira antes de que pueda darse cuenta.
Pasan minutos y él sigue ahí, preso en ese abrazo con el que Paola le ha estado protegiendo, igual que el que le dio a su hermana ayer. Y se deshace de los finos brazos de ella con sumo cuidado.
-Gracias- susurra, recuperando el tono de voz normal - No tendrías que haberme visto así.
-Cállate. Los valientes también lloran ¿Sabes?
Él sonríe. Ella le imita. Y decide seguir hablando.
-Y ahora, si me permites, voy a ir a la cocina y voy a preparar dos tazas de chocolate bien calientes, para pasar este mal trago con un sabor algo más dulce.
-No, tranquila, ya lo hago yo -Lucas se levanta, pero ella es más rápida y posa una mano en su hombro.
-He dicho que voy yo, no quieras quitarme el título de cheff.
Sonriendo se dirige a la cocina.
Él sigue ahí. Se sienta de nuevo, sonriendo. Le ha venido realmente bien el abrazo de Paola. Se ha sentido feliz. Ha sentido que se iba recomponiendo poco a poco. Ha sentido que sus pequeños bracitos son mucho más acogedores de lo que él pensaba. Cuando se da cuenta, Paola regresa con dos tazas de chocolate caliente. Los coloca encima de la mesa y le acerca uno a Lucas. Él sonríe. Un buen chocolate es lo que más le apetecía.
-Mmm... ¡como huele!
-Hay que bebérselo rápidamente. Una vez frío no causa el mismo efecto.
-Es cierto - Paola le da un sorbo, y como un rayo deposita de nuevo la taza de chocolate en la mesa. Se levanta y saca la lengua, dando saltos en el mismo lado. Lucas rompe a reír como un verdadero loco sin parar de observarla. Ella frunce el ceño, mostrando indiferencia, pero también sonríe. Una vez ha recuperado la compostura, Lucas prosigue:
-Cuando te he dicho que hay que bebérselo rápidamente, no quería decir tan rápidamente.
-¡Estúpido! Ahora verás como hasta alguien como tú se quema -Paola actúa sin apenas pensárselo.
Aprovecha que Lucas tiene la taza próxima a los labios y la impulsa hacia arriba, inclinándola. Él abre los ojos sorprendido y dolorido ante la intensa quemazón que el chocolate le ha causado. Grita, y da vueltas alrededor de la gran mesa. Esta vez es Paola la que ríe enérgicamente, y con verdaderas ganas. Se tapa la boca con una mano y con la otra se retira alguna lágrima que baja felizmente por su mejilla. Le quema la lengua, pero se siente muchísimo mejor que antes. Ella, una persona tan pequeñita, ha sido capaz de hacerle sentir realmente grande. Le ha mimado y le ha hecho sonreír. Lucas se acerca a ella y le agarra de ambas manos, impulsándolas hacia atras. Sus respiraciones son agitadas, casi acompasadas. Sus miradas se entrelazan como aquella noche, antes de irse a la fiesta. Un nuevo pensamiento asalta a Paola. También estuvieron así de cerca antes de que su dichosa novia le telefoneara. En menos de una milésima de segundo echa a un lado ese pensamiento. Puede volver a oler su perfume. Puede volver a sentir su aliento cerca del suyo. Él se inclina sonriente hacia ella. Sus labios cada vez estan más cerca. Ella tiembla nerviosa, pero se deja hacer. Por un instante se olvida de todo. De Adara, de sus preocupaciones. Incluso del mundo que les rodea. Cierra los ojos delicadamente, esperando ansiosa el momento.
De pronto escuchan unos pasos que provienen de la entrada. Lucas se levanta a la velocidad de un relámpago en mitad de una noche tormentosa. Ella cierra los ojos con impotencia. No se lo puede creer. La segunda vez que sucede algo así. ¿Pero por qué?
Adara camina a paso ligero. Siente que ya no puede esperar más y tiene que bajar a saludarles, aunque sea por obligación.
Se adentra en el salón y ellos la miran sorprendidos.
-¡No me lo puedo creer!- Paola corre hacia ella nada más ver la silueta de su amiga, y la abraza - ¡Estás aquí, no me lo puedo creer!
-Sí, aquí estoy...- Adara la rodea también con los brazos, con menos ímpetu, pero con ciertas ganas- Siento no haber aparecido en todo el día chicos.
-¡Bah! Olvídalo, vamos, tenemos que hablar muchísimo- Paola coge a Adara del brazo y ambas caminan hacia la habitación.
Adara no quiere volver ahí, pero sube sin quejarse.
Paola le dirige una última sonrisa a Lucas. Quiere quedarse con él, pero sabe que no podría dejar a su mejor amiga sola en un momento como este.
Lucas les sonríe y se queda ahí, manchado de chocolate y con la quemazón que todavía permanece quemándole la lengua. Piensa lo que habría pasado si su hermana no hubiera llegado a aparecer. ¿Pero qué estoy diciendo? Es mi hermana, y tenía que aparecer. Llevamos toda la tarde esperándola, se repite a sí mismo. Sí. Quizá haya aparecido en el momento justo e indicado. ¿Pero justo e indicado para quién? ¿Para ella? Para él no.
domingo, 9 de enero de 2011
CAPÍTULO CINCO.
-¿Se puede saber dónde estabas? - Lucas se levanta del escalón de la entrada y se acerca a ella.
Adara se quita el casco y pone los ojos en blanco. Está destrozada, cansada. No quiere discutir con su hermano a altas horas de la madrugada.
Apoya la Vespa al lado del Seat Ibiza de su hermano y se dirige hacia la puerta. Lo único que desea es tumbarse en la cama y dormirse profundamente. Y, si es posible, no abrir los ojos nunca.
La mano de lucas agarra el brazo de su hermana y se pone delante, mirándola a los ojos.
-¿Otra vez igual? ¿no tuviste suficiente antes, tomándome el pelo? - la pregunta de Adara hace que Lucas baje la mirada al suelo, sin saber qué decir o qué contestar, pero ella no necesita una respuesta y sigue, en un tono más alto que el anterior- ¡No me puedo creer que tú seas el mismo imbécil que él!
-Adara, él quería decirtelo al acabar la fiesta, y yo no quería que...
-¡¿Pero qué coño me estás diciendo?!- le interrumpe nerviosa, sintiendo que los ojos se le vuelven a empañar ligeramente- ¡eres peor que él!¡soy tu hermana!¡¿cómo eres capaz de no contarme lo que estaba pasando?!
Lucas sacude la cabeza ante las acusaciones de su hermana. Sabe que cada palabra que salga de su boca la hará sentirse aún peor, y decide callarse. No. No era esa mi intención Adara, yo te quiero, sólo quería protegerte-piensa- soy tu hermano mayor, sangre de tu sangre. Jamás me gustaría verte sufrir, pero ahora es tarde, y quiero ayudarte. Quiero ayudarte a salir de esto.
Adara aparta la mirada, no quiere verle. Se deshace de su brazo y camina rápidamente hasta la puerta, llorando. No puede creerse que su hermano le haya ocultado la verdad. Abre la puerta y se queda inmóvil. No quiere entrar. Se gira y vuelve a mirarlo. Está de espaldas. Piensa que él se ha portado mal, pero no tiene la culpa de que su novio le haya engañado con otra. Debería haberle contado todo, pero tal vez tenga razón y quisiera dejar que fuera Danel quién se explicase. Camina lentamente hacia Lucas, apartándose de la cara las tristes y curiosas lágrimas que han presenciado todas las escenas de la noche. Él se gira, con la mirada verde más apagada de lo común.
-Perdóname, enserio, de verdad que no...
Ella no lo escucha, lo abraza pegando un salto y sigue llorando, destrozada. No quiere pelearse también con su hermano, y sólo le apetece abrazarle. Adara siente que la coge en brazos, como hacía tiempos atrás, y cuando se aparta de él se da cuenta de que ya está dentro de casa, sentada en el amplio y blanco sofá.
-Deja de llorar Ada, o se te caerán los ojos.
-De pequeña funcionaba, pero ahora ya no me lo creo...- el tono de la chica suena quebrado.
Silencio. Silencio incómodo y absurdo, o tal vez silencio adecuado. Adecuado con la situación. Él, preso de un sentimiento de culpa, intentado hacer sonreír a su hermana. Ella, dolorida y cansada, traicionada por el amor de su vida. Lucas decide romper el frío hielo que los está cubriendo por segundos.
-Paola te ha estado llamando, estaba preocupada...
-Lo sé.
-¿Y porqué no le has contestado?
-No podía -contesta débilmente, y añade, casi por obligación- Lo siento.
Él la mira sin querer seguir con la conversación. Ve que no puede hacer nada más.
-No te preocupes, la he acompañado a casa.
-Gracias por cuidarla.
-No hace falta que me las des.
-Lucas, me voy a dormir, ¿vale?
-Vale...Mañana será un nuevo día, no te preocupes- finaliza, dándole un beso en la frente a su hermana pequeña.
La observa levantarse, despedirse con una sonrisa que apenas dura tres segundos contados y le da la espalda. Lucas piensa que ha crecido mucho, que ya no es la niña pequeña que acostumbraba a tomar el pelo. Recuerda como se burlaba de ella mientras la veía andar, dando graciosos saltos y brincos. Ahora, da suaves y delicados pasos marcados y sutiles, acompañados por unos altos tacones que jamás se hubiera imaginado que vería en sus pequeños y ligeros pies. Sin duda, ha cambiado. Ha cambiado muchísimo.
Da vueltas molesta por la cama. El alto sonido del móvil la incomóda muchísimo. Abre lentamente los ojos, cegándose por la luz que traspasa las finas cortinas blancas de su ventana. Ni siquiera ve con claridad. Le duelen los ojos, inchados y rojizos tras horas y horas derramando lágrimas frágiles e incomprendidas. Se los frota con la mano y se acerca al móvil, que no ha parado de sonar. Mira la pantalla. No me lo puedo creer -comenta, cubriendo todas y cada una de las esquinas de la habitación con su voz- ¿Qué querrá Paola a las...-mira la hora- doce y media? Bueno, es comprensible. Querrá saber cómo me encuentro, ayer la ignoré en varias ocasiones. Me siento mal, culpable.
-¡No me lo puedo creer, por fin ! -la voz chillona de Paola suena desde el otro lado de la línea, pero Adara está segura de que su voz ha llegado hasta el salón.
-Siento no haber hablado contigo Pao...
-¡No te preocupes! Que...¿me vas a contar de una vez lo que te pasó ayer?
Adara traga saliva, no quiere hablar con nadie, pero ella es Paola, su mejor amiga...Decide contárselo todo.
Paola abre los ojos y la boca exageradamente, no da crédito a cada palabra que Adara pronuncia. Su mirada va cogiendo un color diferente. El odio que siente hacia Danel es increíble, y apreta los puños.
-Espérame, voy enseguida a tu casa.
Adara responde tan rápidamente como puede.
-Paola, hoy estoy ocupadísima y, además, tengo comida y cena con mis tíos...-miente.
-Sólo será un momento, te lo prometo, ¡quiero verte Adara!
-Y yo a tí -en realidad, sólo desea estar sola y no quiere a nadie que sienta pena por ella en esos momentos- pero hoy es imposible. Perdona.
-Supongo que no pasa nada- responde resignada Paola, con una voz triste- pero mañana quedamos ¡sí o sí!
-Bueno....
-¿Bueno qué?
-Te tengo que colgar.
-Está bien, hasta mañana cariño.
-Un beso.
Adara cuelga. En un instante, se siente destrozada de nuevo. No sabe cómo ni porqué, pero ha rechazado una visita de su amiga y, encima, le ha mentido. Se tira otra vez en la cama, con la mirada clavada en el techo. Cierra los ojos, y se obliga a sí misma a dormirse una vez más. Pero no lo consigue, se ha desvelado. Levantándose de la cama, vestida con el corto camisón rosa de seda, se acerca a la puerta y sale. Baja las escaleras descalza, sintiendo el frío suelo guiando sus pies. No ve a nadie. Busca a su madre, hoy no trabaja. Sabe que su padre no está en casa. Seguramente estará en una de esas reuniones importantes que siempre le mantienen fuera de casa, ocupadísimo.
-¡Mamá...! ¡¿Mamá...?!
Recorre toda la casa, buscándola. No está en su habitación, ni en la cocina, ni en el salón, ni en el jardín...
Sólo quiere encontrarla, abrazarla, contarle uno a uno los detalles de la noche más espantosa de su vida. Su madre, para ella, es como una segunda mejor amiga. Es capaz de contárselo todo sin cortarse. Se sienta en el sofá, decidida a esperarla, y busca nerviosa el mando de la televisión. Lo ve en el mueble de enfrente y se levanta molesta a por él. Lo coge y, de reojo, ve una pequeña nota. La coge también y se sienta de nuevo en el cómodo sofá. La abre lentamente, sin prisa, y lee:
"Querido Luís. Soy Míriam. Estoy casi segura de que el primero en coger el mando de la televisión serás tú, te levantas antes que cualquiera de nosotros y siempre ojeas el telediario antes de irte a trabajar. Lo mejor hubiera sido decírtelo todo a la cara, pero no me he visto capaz de hacerlo. Perdóname. No puedo más, lo siento. Me he ido de casa, me he ido para no volver. Tú siempre estás fuera y quién sabe qué haces. Los niños son lo que más quiero, pero todo me supera y ellos ya son mayores. Tú cuidarás de ellos y ellos cuidarán de tí. No intentes buscar culpables, por favor. La única soy yo. Ya está. Perdóname de nuevo, te lo ruego, aunque sé que no lo harás. A Lucas y a la niña ya se lo explicarás tú conforme quieras, con tus palabras, con tranquilidad. Cuídate mucho, y que nunca olviden lo mucho que les quiero aunque me vaya...Seguiré en contacto con ellos. Adiós."
Adara moja el trozo de papel con las lágrimas que caen veloces de sus ojos esmeralda. No se lo puede creer. ¡No, no, no! ¡Ahora no, mamá! ¿Pero porqué? Las preocupaciones y las preguntas sin respuesta le sacuden la cabeza como si quisieran que explotase. Su madre no quería que nadie más, salvo Luís, el padre de Adara, leyera la nota, y aún así, ella la ha leído. Y ahora llora, y se siente morir de verdad. Siente que su madre se ha ido y, con ella, la mitad de su cuerpo, la mitad de su alma. Siente que el estómago le da un vuelco y que su garganta se tambalea de un lado a otro intentado no vomitar. Se tapa la boca con la mano. Corre hacia el baño y se arrodilla. Se sujeta la larga cabellera rubia que reluce con las manos y vomita. Una y otra vez. Violentamente se sacude sin poder aguantarse. El corazón se le desgarra poco a poco, y se dobla en dos como si cuarenta agujas le traspasaran cada uno de los tejidos de su fina y delicada piel. Cree estar en una de sus peores pesadillas, y se pellizca con una fuerza bruta una y otra vez, intentando despertarse. Se clava las uñas en el brazo, con fuerza, hasta sangrar. Se tira en el suelo sin dejar de llorar, sin dejar de chillar, y se acaricia el brazo herido. Con la respiración entrecortada, intenta calmarse. El dolor del brazo se va desvaneciendo en comparación con el dolor que recorre sus adentros.
Pasan los segundos, lentos y aburridos segundos. A ellos les siguen los minutos, pesados, agobiantes. Cuando se despista, se da cuenta de que han pasado algunas horas y ella sigue sentada ahí, en el amplio y reluciente baño, sin moverse. Con la mirada clavada en un lugar o en otro. Perdida.
Oye el molesto tic tac que proviene del grande reloj del salón, y se siente incapaz de moverse del lugar en el que se encuentra. -¿Por qué a mi?- no para de repetirse esa misma pregunta, pero no encuentra respuesta. Siente que su vida perfecta se deshace, se escapa de sus manos, entre los dedos, como si de barro se tratase. Quiere despertarse, encontrarse en su cama, que sea viernes, que nada haya pasado aún. Pero sabe que es imposible. Lo que pasa es real. Lo sabe por el dolor en el brazo, por los ojos enrojecidos de tanto llorar y por el vacío que siente dentro de ella. Siente que no existe. Una mitad de ella se fue anoche, al ver a Danel con otra, y la otra mitad, la que le quedaba, en la que pensaba refugiarse, donde pensaba que encontraría la calma, se ha ido por el retrete al ver la nota de su madre. ¿Qué será ahora de ella? ¿Quién es? Se levanta poco a poco del frío suelo que ha estado horas con ella encima, y se acerca al espejo. Se tapa la boca con la mano para ocultar un nervioso grito.Observa perpleja su pelo, alborotado y despeinado. Sacude la cabeza y se peina con los dedos, pero no consigue arreglarlo demasiado. Los ojos, inchados y enrojecidos, están cubiertos por unas prominentes y oscuras ojeras. El brazo forma tranquilamente un pequeño moratón, fruto de su furia. Nunca se había visto así antes. No le gusta lo que ve, siente que se ha vuelto la chica más repugnante del mundo, pero aun así no puede apartar los ojos del espejo. Arquea las cejas como signo de desaprobación y cierra los ojos.
Los abre de nuevo, deseando que su imagen vuelva a ser la de siempre, pero sigue ahí. Divisa una pequeña estatua hecha de metal al lado del lavamanos. Es de su madre. Todavía recuerda como se quedó mirándola mientras Adara escogía un cuadro para su habitación. Le gustó de verdad, y se la compró. Y decidió poner la estatua en el baño porque se cansó de ella, igual que se había cansado de sus hijos y de su marido.Y mientras sigue mirándose, llena de odio, lo ve a él. Lo ve por el reflejo del espejo. Está justo detrás, a pocos pasos de ella. Lucas la mira confuso, preocupado, y se acerca a su hermana. Antes de poder llegar a ella, Adara, como enloquecida, agarra con fuerza la pesada y dura estatua de su madre y la lanza contra el espejo, cubriéndose la cara de los miles y miles de pedazos de cristal que saltan compitiendo por ver quién se lanza más rápido. El espejo queda hecho trizas, y Lucas corre hacia ella, sorprendido y mucho más preocupado que antes. Ella se encuentra rodeada de trozos de cristal afilados que la amenazan, descalza. Él la coge en brazos y se la lleva fuera.
-¡¿Pero qué has hecho, te has vuelto loca?! ¡podría haberte pasado algo! -Lucas está nervioso, no puede parar de dar gritos y de alzar la voz.
Pero ella no puede contestarle. No sabe que puede decir, y empieza a llorar de nuevo. Le duele todo. La despedida de su madre, la ruptura con su novio, el brazo. Le duele incluso llorar. Tiene los ojos realmente irritados, pero aun así siente que necesita derramar más lágrimas. Lucas la abraza con fuerza, con dulzura, con tranquilidad. Le acaricia ligeramente el cabello, intentando calmarla. Pero ella no puede parar de llorar, y le da la carta. Él la lee, con cierta rapidez, y la mira de nuevo, con la cara desencajada. La vuelve a abrazar. Siente que todo se desvanece, que nada tiene sentido, que su madre se ha ido. Pero es mayor, y su hermana está destrozada. Y siente que lo único que puede hacer en ese momento es protegerla con el mejor de sus abrazos.
Lucas se mueve suavemente en el sofá, intentando acomodarse. Le duele la postura en la que se encuentra. La misma postura que mantiene desde hace varias horas. Se balancea de un lado a otro, tranquilamente. No quiere despertarla. Encuentra una posición más o menos agradable, y se queda quieto. Observa sin atención alguna la televisión. Un programa del que no recuerda el nombre se refleja en la pantalla. Es aburrido e incluso algo repetitivo, pero no tiene ganas de cambiar de canal. Con la mano izquierda, acaricia dulcemente la larga cabellera rubia de Adara. Ha estado masajeándola durante horas, y no parece cansado. La mira y sonríe. Está satisfecho de haber conseguido que se durmiera. Después de llorar y llorar enmedio del recibidor, Lucas guio a Adara al salón, donde la acostó con la cabeza encima de él, y poco a poco la fue calmando. Mantiene una respiración lenta y apacible. Parece la niña pequeña que veía crecer con los años. Pero ahora el pelo le ha crecido, y los labios también. Los ojos son más grandes, pero la nariz sigue igual de pequeñita y respingona. También es más alta y mucho más delgada. Y sin duda, ahora es más guapa.
La puerta se abre y saca a Lucas de sus pensamientos. Es su padre. Ha estado esperándole y por fin ha vuelto.
Lucas se levanta con sumo cuidado y aparta con muchísima suavidad a Adara. Coloca la cabeza con mucho tacto de nuevo en el sofá, y se acerca a su padre.
-¡Lucas!¿Qué haces despierto? Son las...
-Doce y media. Lo sé papá.
-Pensé que volvería más tarde- Luís se acerca al perchero y cuelga de él una chaqueta negra impecable, igual que su sonrisa- Pero bueno, mejor¿no?
-Sí, supongo. Papá, ¿has leído la nota de mamá?
-¿Qué nota?
-Esta -Lucas saca un trozo de papel ligeramente arrugado y lo desdobla- creo que mamá quería que tú fueses el primero y último en leerlo.
-Aver, deja que vea...- Luís coge la nota y la lee para sí mismo, andando de un lado para otro con cierto nerviosismo. No da crédito a lo que ve, abre y cierra los ojos. Se los restriega con las manos para evitar que lágrimas rebeldes caigan de ellos. Lee cada palabra con mucha atención y con algo de odio, de desprecio. Por un momento empieza a pensar que quizá hubiera podido dar más de él para salvar su relación. Jamás se habría imaginado que peligrara tanto. Se da cuenta de cuanto la quería ahora que acaba de perderla. Y con ella sus ilusiones, sus ganas de levantarse cada mañana, sus ganas de vivir, de criar a sus hijos. Y empieza a imaginar como van a ser sus despertares. Solitarios, deprimentes. Sus día a día serán iguales o incluso peores. No sabe qué hacer, qué decirle a su hijo mayor que le observa en ese justo momento. No quiere hacerse el débil. No quiere que le vea mal. Opta por la peor idea. Mentir.
- Sí, ya había leído la carta antes...
-¿Y qué vamos a hacer papá? ¿ir a buscarla?
- ¡No, claro que no! Ella y yo ya hemos hablado, hemos tenido largas discusiones y pensamos que lo mejor era esto.
-Pero entonces, ¿ a qué viene la carta?
-Eso mismo me pregunto yo, pero tranquilo Lucas, estoy bien. Vamos a seguir adelante.
Se abrazan como hacía mucho tiempo que no lo hacían. Lucas quiere a su padre, pero no mantienen una buenísima relación. Es más bien una relación de conocidos. Pero no puede más, y explota. Llora como nunca antes había llorado. De hecho, Lucas es de esas personas que nadie ha visto jamás llorar. Y detesta hacerlo, pero lo hace. Delante de su padre, deja escapar millones de lágrimas al mundo exterior. Las deja salir, deja que broten de sus ojos esmeralda. Y al segundo se arrepiente de haberlo hecho, pero no para. Llora y llora y cada vez más y más fuerte. Y Luís lo abraza, dejando escapar también alguna lagrimilla. Pero él no se deja ver. Y se esconde entre el pelo rubio de su hijo.
Domingo. Domingo de nuevas sensaciones, de nuevos acontecimientos. O tal vez de nuevos dolores, de nuevos llantos. Pero sobre y ante todo, es domingo. Ella se levanta del sofá. Ha pasado toda la noche durmiendo en él y siente que la espalda le cruje y un dolor intenso recorre su cuerpo. Sube las escaleras y se dirige a su habitación. Se quita el camisón y se pone una camiseta ligeramente transparente, conjuntada con unos vaqueros que se ciñen a su cuerpo. Se acerca al tocador y se peina rapidamente, sin maquillarse siquiera. Baja de nuevo las escaleras, dando pequeños saltos. Corre hacia la cocina en busca de Emilia, y la encuentra.
-Emilia, voy a salir a dar una vuelta, quiero despejarme.
Emilia la observa preocupada, posando sus ojos en las marcadas ojeras de Adara.
-¡Pero cariño! ¿qué te ha pasado? - corre hacia ella y le acaricia el rostro.
-Nada- empuja su mano suavemente -enserio, no es nada. Me voy, ¿vale?
-¿Sin desayunar? De eso nada...
-No tengo hambre, de verdad. Luego comeré el doble.
-Bueno...¡a la una y media está la comida!
-Que sí...
Adara finaliza la conversación con una sonrisa cariñosa aunque incómoda, y sale de la cocina. Cuando abre la puerta, se gira y se asegura de que Emilia ha entrado ya en la cocina. No la ve. Cierra la puerta de un portazo, pero no sale. Corre silenciosamente hacia las escaleras y oye la dulce voz de su criada.
-¡Esta niña siempre pegando portazos!
Sonríe aunque está sola y sube corriendo a su habitación de nuevo. Cierra la puerta con mucho cuidado y echa el cerrojo. No quiere salir a la calle, pero tampoco quiere verla a ella. Paola. Se siente mal consigo misma pero no le apetece verla. No quiere que sienta lástima por ella. No quiere ver a nadie. Sólo desea estar sola. Se acerca a su ordenador y lo enciende. Conecta el reproductor. Suena una canción, una de sus favoritas. Se deja caer en la cama, mirando fijamente el techo. <<Tú, llegaste a mi vida para enseñarme, tú supiste encederme y luego apagarme, tú te hiciste indispensable para mí>>. Le viene a la cabeza la imagen de Danel. Sí, él se hizo indispensable para mí -piensa- me encendió, y ahora me ha apagado, y parece que ya nunca volveré a encenderme. Cierra los ojos, y sigue escuchando dolorosamente << Mientes, me haces daño y luego te arrepientes>> Y otra imagen suya. Y otro recuerdo. Y un largo suspiro. Y muchos nuevos pensamientos sobre su historia, la que hace no tanto tiempo empezaron a escribir juntos, y sigue escuchando <<No me quedan ganas de sentir>>. Ni a ella. A ella tampoco le quedan ningunas ganas de sentir. Y mucho menos, sentir algo parecido al amor.
En la misma casa, escaleras abajo.
Lucas corre hacia la puerta. La abre y ve la estrecha y dulce silueta de Paola. Sonríe y la mira. Se hace a un lado, invitándola a pasar. Ella entra y se situa justo detrás de él. Lo mira con cierto aire nervioso y con un ligero toque de vergüenza.
-Hola Lucas, ¿dónde está Adara?
-Emilia me ha dicho que ha salido hace un rato, no sé muy bien dónde ha ido.
-Joder, qué mala suerte. Ayer no pude venir porque teníais cena con vuestros tíos, y hoy se va.
-Perdona, ¿ayer qué?
-Pues eso, que teníais cena familiar y claro, no quise venir. ¿Todo bien Lucas?
-Sí, claro -Lucas se para a pensar, ¿qué cena dice? decide no darle más vueltas y seguir charlando- pero si quieres puedes quedarte y acabamos la partida que el otro día no pudimos empezar...
Paola siente como sus mejillas enrojecen y su piel se ruboriza, y decide aceptar. Y se acercan al salón. Y cogen los mandos y empiezan a jugar, divertidos, compartiendo risas y miradas cómplices. Por un instante él se olvida de todo. De su madre, de la pequeña depresión que Adara está comenzando. Ella, por el contrario, no consigue mantener la cabeza libre. Le asaltan varios temores. ¿Tiene alguna posibilidad con él? No lo cree... Pero, ¿y si la tiene? ¿Qué hace? Decide intentar olvidarse de todo por un instante, y concentrarse justo en él. En Lucas. Y esos juegos durarán segundos, minutos y horas. Durarán casi toda la tarde. Y Adara no aparece. No es consicente de que Paola está ahí abajo, a pocos metros de ella. Pero está dormida, y la envuelven diversas letras de grupos musicales. Y no se percata de nada. Y ellos dos tampoco. Por un instante, Paola se olvida de su amiga. Y él se olvida de su nombre. Concentrados en ganar la partida, no se dan cuenta de que tarde o temprano ganarán mucho más.
Adara se quita el casco y pone los ojos en blanco. Está destrozada, cansada. No quiere discutir con su hermano a altas horas de la madrugada.
Apoya la Vespa al lado del Seat Ibiza de su hermano y se dirige hacia la puerta. Lo único que desea es tumbarse en la cama y dormirse profundamente. Y, si es posible, no abrir los ojos nunca.
La mano de lucas agarra el brazo de su hermana y se pone delante, mirándola a los ojos.
-¿Otra vez igual? ¿no tuviste suficiente antes, tomándome el pelo? - la pregunta de Adara hace que Lucas baje la mirada al suelo, sin saber qué decir o qué contestar, pero ella no necesita una respuesta y sigue, en un tono más alto que el anterior- ¡No me puedo creer que tú seas el mismo imbécil que él!
-Adara, él quería decirtelo al acabar la fiesta, y yo no quería que...
-¡¿Pero qué coño me estás diciendo?!- le interrumpe nerviosa, sintiendo que los ojos se le vuelven a empañar ligeramente- ¡eres peor que él!¡soy tu hermana!¡¿cómo eres capaz de no contarme lo que estaba pasando?!
Lucas sacude la cabeza ante las acusaciones de su hermana. Sabe que cada palabra que salga de su boca la hará sentirse aún peor, y decide callarse. No. No era esa mi intención Adara, yo te quiero, sólo quería protegerte-piensa- soy tu hermano mayor, sangre de tu sangre. Jamás me gustaría verte sufrir, pero ahora es tarde, y quiero ayudarte. Quiero ayudarte a salir de esto.
Adara aparta la mirada, no quiere verle. Se deshace de su brazo y camina rápidamente hasta la puerta, llorando. No puede creerse que su hermano le haya ocultado la verdad. Abre la puerta y se queda inmóvil. No quiere entrar. Se gira y vuelve a mirarlo. Está de espaldas. Piensa que él se ha portado mal, pero no tiene la culpa de que su novio le haya engañado con otra. Debería haberle contado todo, pero tal vez tenga razón y quisiera dejar que fuera Danel quién se explicase. Camina lentamente hacia Lucas, apartándose de la cara las tristes y curiosas lágrimas que han presenciado todas las escenas de la noche. Él se gira, con la mirada verde más apagada de lo común.
-Perdóname, enserio, de verdad que no...
Ella no lo escucha, lo abraza pegando un salto y sigue llorando, destrozada. No quiere pelearse también con su hermano, y sólo le apetece abrazarle. Adara siente que la coge en brazos, como hacía tiempos atrás, y cuando se aparta de él se da cuenta de que ya está dentro de casa, sentada en el amplio y blanco sofá.
-Deja de llorar Ada, o se te caerán los ojos.
-De pequeña funcionaba, pero ahora ya no me lo creo...- el tono de la chica suena quebrado.
Silencio. Silencio incómodo y absurdo, o tal vez silencio adecuado. Adecuado con la situación. Él, preso de un sentimiento de culpa, intentado hacer sonreír a su hermana. Ella, dolorida y cansada, traicionada por el amor de su vida. Lucas decide romper el frío hielo que los está cubriendo por segundos.
-Paola te ha estado llamando, estaba preocupada...
-Lo sé.
-¿Y porqué no le has contestado?
-No podía -contesta débilmente, y añade, casi por obligación- Lo siento.
Él la mira sin querer seguir con la conversación. Ve que no puede hacer nada más.
-No te preocupes, la he acompañado a casa.
-Gracias por cuidarla.
-No hace falta que me las des.
-Lucas, me voy a dormir, ¿vale?
-Vale...Mañana será un nuevo día, no te preocupes- finaliza, dándole un beso en la frente a su hermana pequeña.
La observa levantarse, despedirse con una sonrisa que apenas dura tres segundos contados y le da la espalda. Lucas piensa que ha crecido mucho, que ya no es la niña pequeña que acostumbraba a tomar el pelo. Recuerda como se burlaba de ella mientras la veía andar, dando graciosos saltos y brincos. Ahora, da suaves y delicados pasos marcados y sutiles, acompañados por unos altos tacones que jamás se hubiera imaginado que vería en sus pequeños y ligeros pies. Sin duda, ha cambiado. Ha cambiado muchísimo.
Da vueltas molesta por la cama. El alto sonido del móvil la incomóda muchísimo. Abre lentamente los ojos, cegándose por la luz que traspasa las finas cortinas blancas de su ventana. Ni siquiera ve con claridad. Le duelen los ojos, inchados y rojizos tras horas y horas derramando lágrimas frágiles e incomprendidas. Se los frota con la mano y se acerca al móvil, que no ha parado de sonar. Mira la pantalla. No me lo puedo creer -comenta, cubriendo todas y cada una de las esquinas de la habitación con su voz- ¿Qué querrá Paola a las...-mira la hora- doce y media? Bueno, es comprensible. Querrá saber cómo me encuentro, ayer la ignoré en varias ocasiones. Me siento mal, culpable.
-¡No me lo puedo creer, por fin ! -la voz chillona de Paola suena desde el otro lado de la línea, pero Adara está segura de que su voz ha llegado hasta el salón.
-Siento no haber hablado contigo Pao...
-¡No te preocupes! Que...¿me vas a contar de una vez lo que te pasó ayer?
Adara traga saliva, no quiere hablar con nadie, pero ella es Paola, su mejor amiga...Decide contárselo todo.
Paola abre los ojos y la boca exageradamente, no da crédito a cada palabra que Adara pronuncia. Su mirada va cogiendo un color diferente. El odio que siente hacia Danel es increíble, y apreta los puños.
-Espérame, voy enseguida a tu casa.
Adara responde tan rápidamente como puede.
-Paola, hoy estoy ocupadísima y, además, tengo comida y cena con mis tíos...-miente.
-Sólo será un momento, te lo prometo, ¡quiero verte Adara!
-Y yo a tí -en realidad, sólo desea estar sola y no quiere a nadie que sienta pena por ella en esos momentos- pero hoy es imposible. Perdona.
-Supongo que no pasa nada- responde resignada Paola, con una voz triste- pero mañana quedamos ¡sí o sí!
-Bueno....
-¿Bueno qué?
-Te tengo que colgar.
-Está bien, hasta mañana cariño.
-Un beso.
Adara cuelga. En un instante, se siente destrozada de nuevo. No sabe cómo ni porqué, pero ha rechazado una visita de su amiga y, encima, le ha mentido. Se tira otra vez en la cama, con la mirada clavada en el techo. Cierra los ojos, y se obliga a sí misma a dormirse una vez más. Pero no lo consigue, se ha desvelado. Levantándose de la cama, vestida con el corto camisón rosa de seda, se acerca a la puerta y sale. Baja las escaleras descalza, sintiendo el frío suelo guiando sus pies. No ve a nadie. Busca a su madre, hoy no trabaja. Sabe que su padre no está en casa. Seguramente estará en una de esas reuniones importantes que siempre le mantienen fuera de casa, ocupadísimo.
-¡Mamá...! ¡¿Mamá...?!
Recorre toda la casa, buscándola. No está en su habitación, ni en la cocina, ni en el salón, ni en el jardín...
Sólo quiere encontrarla, abrazarla, contarle uno a uno los detalles de la noche más espantosa de su vida. Su madre, para ella, es como una segunda mejor amiga. Es capaz de contárselo todo sin cortarse. Se sienta en el sofá, decidida a esperarla, y busca nerviosa el mando de la televisión. Lo ve en el mueble de enfrente y se levanta molesta a por él. Lo coge y, de reojo, ve una pequeña nota. La coge también y se sienta de nuevo en el cómodo sofá. La abre lentamente, sin prisa, y lee:
"Querido Luís. Soy Míriam. Estoy casi segura de que el primero en coger el mando de la televisión serás tú, te levantas antes que cualquiera de nosotros y siempre ojeas el telediario antes de irte a trabajar. Lo mejor hubiera sido decírtelo todo a la cara, pero no me he visto capaz de hacerlo. Perdóname. No puedo más, lo siento. Me he ido de casa, me he ido para no volver. Tú siempre estás fuera y quién sabe qué haces. Los niños son lo que más quiero, pero todo me supera y ellos ya son mayores. Tú cuidarás de ellos y ellos cuidarán de tí. No intentes buscar culpables, por favor. La única soy yo. Ya está. Perdóname de nuevo, te lo ruego, aunque sé que no lo harás. A Lucas y a la niña ya se lo explicarás tú conforme quieras, con tus palabras, con tranquilidad. Cuídate mucho, y que nunca olviden lo mucho que les quiero aunque me vaya...Seguiré en contacto con ellos. Adiós."
Adara moja el trozo de papel con las lágrimas que caen veloces de sus ojos esmeralda. No se lo puede creer. ¡No, no, no! ¡Ahora no, mamá! ¿Pero porqué? Las preocupaciones y las preguntas sin respuesta le sacuden la cabeza como si quisieran que explotase. Su madre no quería que nadie más, salvo Luís, el padre de Adara, leyera la nota, y aún así, ella la ha leído. Y ahora llora, y se siente morir de verdad. Siente que su madre se ha ido y, con ella, la mitad de su cuerpo, la mitad de su alma. Siente que el estómago le da un vuelco y que su garganta se tambalea de un lado a otro intentado no vomitar. Se tapa la boca con la mano. Corre hacia el baño y se arrodilla. Se sujeta la larga cabellera rubia que reluce con las manos y vomita. Una y otra vez. Violentamente se sacude sin poder aguantarse. El corazón se le desgarra poco a poco, y se dobla en dos como si cuarenta agujas le traspasaran cada uno de los tejidos de su fina y delicada piel. Cree estar en una de sus peores pesadillas, y se pellizca con una fuerza bruta una y otra vez, intentando despertarse. Se clava las uñas en el brazo, con fuerza, hasta sangrar. Se tira en el suelo sin dejar de llorar, sin dejar de chillar, y se acaricia el brazo herido. Con la respiración entrecortada, intenta calmarse. El dolor del brazo se va desvaneciendo en comparación con el dolor que recorre sus adentros.
Pasan los segundos, lentos y aburridos segundos. A ellos les siguen los minutos, pesados, agobiantes. Cuando se despista, se da cuenta de que han pasado algunas horas y ella sigue sentada ahí, en el amplio y reluciente baño, sin moverse. Con la mirada clavada en un lugar o en otro. Perdida.
Oye el molesto tic tac que proviene del grande reloj del salón, y se siente incapaz de moverse del lugar en el que se encuentra. -¿Por qué a mi?- no para de repetirse esa misma pregunta, pero no encuentra respuesta. Siente que su vida perfecta se deshace, se escapa de sus manos, entre los dedos, como si de barro se tratase. Quiere despertarse, encontrarse en su cama, que sea viernes, que nada haya pasado aún. Pero sabe que es imposible. Lo que pasa es real. Lo sabe por el dolor en el brazo, por los ojos enrojecidos de tanto llorar y por el vacío que siente dentro de ella. Siente que no existe. Una mitad de ella se fue anoche, al ver a Danel con otra, y la otra mitad, la que le quedaba, en la que pensaba refugiarse, donde pensaba que encontraría la calma, se ha ido por el retrete al ver la nota de su madre. ¿Qué será ahora de ella? ¿Quién es? Se levanta poco a poco del frío suelo que ha estado horas con ella encima, y se acerca al espejo. Se tapa la boca con la mano para ocultar un nervioso grito.Observa perpleja su pelo, alborotado y despeinado. Sacude la cabeza y se peina con los dedos, pero no consigue arreglarlo demasiado. Los ojos, inchados y enrojecidos, están cubiertos por unas prominentes y oscuras ojeras. El brazo forma tranquilamente un pequeño moratón, fruto de su furia. Nunca se había visto así antes. No le gusta lo que ve, siente que se ha vuelto la chica más repugnante del mundo, pero aun así no puede apartar los ojos del espejo. Arquea las cejas como signo de desaprobación y cierra los ojos.
Los abre de nuevo, deseando que su imagen vuelva a ser la de siempre, pero sigue ahí. Divisa una pequeña estatua hecha de metal al lado del lavamanos. Es de su madre. Todavía recuerda como se quedó mirándola mientras Adara escogía un cuadro para su habitación. Le gustó de verdad, y se la compró. Y decidió poner la estatua en el baño porque se cansó de ella, igual que se había cansado de sus hijos y de su marido.Y mientras sigue mirándose, llena de odio, lo ve a él. Lo ve por el reflejo del espejo. Está justo detrás, a pocos pasos de ella. Lucas la mira confuso, preocupado, y se acerca a su hermana. Antes de poder llegar a ella, Adara, como enloquecida, agarra con fuerza la pesada y dura estatua de su madre y la lanza contra el espejo, cubriéndose la cara de los miles y miles de pedazos de cristal que saltan compitiendo por ver quién se lanza más rápido. El espejo queda hecho trizas, y Lucas corre hacia ella, sorprendido y mucho más preocupado que antes. Ella se encuentra rodeada de trozos de cristal afilados que la amenazan, descalza. Él la coge en brazos y se la lleva fuera.
-¡¿Pero qué has hecho, te has vuelto loca?! ¡podría haberte pasado algo! -Lucas está nervioso, no puede parar de dar gritos y de alzar la voz.
Pero ella no puede contestarle. No sabe que puede decir, y empieza a llorar de nuevo. Le duele todo. La despedida de su madre, la ruptura con su novio, el brazo. Le duele incluso llorar. Tiene los ojos realmente irritados, pero aun así siente que necesita derramar más lágrimas. Lucas la abraza con fuerza, con dulzura, con tranquilidad. Le acaricia ligeramente el cabello, intentando calmarla. Pero ella no puede parar de llorar, y le da la carta. Él la lee, con cierta rapidez, y la mira de nuevo, con la cara desencajada. La vuelve a abrazar. Siente que todo se desvanece, que nada tiene sentido, que su madre se ha ido. Pero es mayor, y su hermana está destrozada. Y siente que lo único que puede hacer en ese momento es protegerla con el mejor de sus abrazos.
Lucas se mueve suavemente en el sofá, intentando acomodarse. Le duele la postura en la que se encuentra. La misma postura que mantiene desde hace varias horas. Se balancea de un lado a otro, tranquilamente. No quiere despertarla. Encuentra una posición más o menos agradable, y se queda quieto. Observa sin atención alguna la televisión. Un programa del que no recuerda el nombre se refleja en la pantalla. Es aburrido e incluso algo repetitivo, pero no tiene ganas de cambiar de canal. Con la mano izquierda, acaricia dulcemente la larga cabellera rubia de Adara. Ha estado masajeándola durante horas, y no parece cansado. La mira y sonríe. Está satisfecho de haber conseguido que se durmiera. Después de llorar y llorar enmedio del recibidor, Lucas guio a Adara al salón, donde la acostó con la cabeza encima de él, y poco a poco la fue calmando. Mantiene una respiración lenta y apacible. Parece la niña pequeña que veía crecer con los años. Pero ahora el pelo le ha crecido, y los labios también. Los ojos son más grandes, pero la nariz sigue igual de pequeñita y respingona. También es más alta y mucho más delgada. Y sin duda, ahora es más guapa.
La puerta se abre y saca a Lucas de sus pensamientos. Es su padre. Ha estado esperándole y por fin ha vuelto.
Lucas se levanta con sumo cuidado y aparta con muchísima suavidad a Adara. Coloca la cabeza con mucho tacto de nuevo en el sofá, y se acerca a su padre.
-¡Lucas!¿Qué haces despierto? Son las...
-Doce y media. Lo sé papá.
-Pensé que volvería más tarde- Luís se acerca al perchero y cuelga de él una chaqueta negra impecable, igual que su sonrisa- Pero bueno, mejor¿no?
-Sí, supongo. Papá, ¿has leído la nota de mamá?
-¿Qué nota?
-Esta -Lucas saca un trozo de papel ligeramente arrugado y lo desdobla- creo que mamá quería que tú fueses el primero y último en leerlo.
-Aver, deja que vea...- Luís coge la nota y la lee para sí mismo, andando de un lado para otro con cierto nerviosismo. No da crédito a lo que ve, abre y cierra los ojos. Se los restriega con las manos para evitar que lágrimas rebeldes caigan de ellos. Lee cada palabra con mucha atención y con algo de odio, de desprecio. Por un momento empieza a pensar que quizá hubiera podido dar más de él para salvar su relación. Jamás se habría imaginado que peligrara tanto. Se da cuenta de cuanto la quería ahora que acaba de perderla. Y con ella sus ilusiones, sus ganas de levantarse cada mañana, sus ganas de vivir, de criar a sus hijos. Y empieza a imaginar como van a ser sus despertares. Solitarios, deprimentes. Sus día a día serán iguales o incluso peores. No sabe qué hacer, qué decirle a su hijo mayor que le observa en ese justo momento. No quiere hacerse el débil. No quiere que le vea mal. Opta por la peor idea. Mentir.
- Sí, ya había leído la carta antes...
-¿Y qué vamos a hacer papá? ¿ir a buscarla?
- ¡No, claro que no! Ella y yo ya hemos hablado, hemos tenido largas discusiones y pensamos que lo mejor era esto.
-Pero entonces, ¿ a qué viene la carta?
-Eso mismo me pregunto yo, pero tranquilo Lucas, estoy bien. Vamos a seguir adelante.
Se abrazan como hacía mucho tiempo que no lo hacían. Lucas quiere a su padre, pero no mantienen una buenísima relación. Es más bien una relación de conocidos. Pero no puede más, y explota. Llora como nunca antes había llorado. De hecho, Lucas es de esas personas que nadie ha visto jamás llorar. Y detesta hacerlo, pero lo hace. Delante de su padre, deja escapar millones de lágrimas al mundo exterior. Las deja salir, deja que broten de sus ojos esmeralda. Y al segundo se arrepiente de haberlo hecho, pero no para. Llora y llora y cada vez más y más fuerte. Y Luís lo abraza, dejando escapar también alguna lagrimilla. Pero él no se deja ver. Y se esconde entre el pelo rubio de su hijo.
Domingo. Domingo de nuevas sensaciones, de nuevos acontecimientos. O tal vez de nuevos dolores, de nuevos llantos. Pero sobre y ante todo, es domingo. Ella se levanta del sofá. Ha pasado toda la noche durmiendo en él y siente que la espalda le cruje y un dolor intenso recorre su cuerpo. Sube las escaleras y se dirige a su habitación. Se quita el camisón y se pone una camiseta ligeramente transparente, conjuntada con unos vaqueros que se ciñen a su cuerpo. Se acerca al tocador y se peina rapidamente, sin maquillarse siquiera. Baja de nuevo las escaleras, dando pequeños saltos. Corre hacia la cocina en busca de Emilia, y la encuentra.
-Emilia, voy a salir a dar una vuelta, quiero despejarme.
Emilia la observa preocupada, posando sus ojos en las marcadas ojeras de Adara.
-¡Pero cariño! ¿qué te ha pasado? - corre hacia ella y le acaricia el rostro.
-Nada- empuja su mano suavemente -enserio, no es nada. Me voy, ¿vale?
-¿Sin desayunar? De eso nada...
-No tengo hambre, de verdad. Luego comeré el doble.
-Bueno...¡a la una y media está la comida!
-Que sí...
Adara finaliza la conversación con una sonrisa cariñosa aunque incómoda, y sale de la cocina. Cuando abre la puerta, se gira y se asegura de que Emilia ha entrado ya en la cocina. No la ve. Cierra la puerta de un portazo, pero no sale. Corre silenciosamente hacia las escaleras y oye la dulce voz de su criada.
-¡Esta niña siempre pegando portazos!
Sonríe aunque está sola y sube corriendo a su habitación de nuevo. Cierra la puerta con mucho cuidado y echa el cerrojo. No quiere salir a la calle, pero tampoco quiere verla a ella. Paola. Se siente mal consigo misma pero no le apetece verla. No quiere que sienta lástima por ella. No quiere ver a nadie. Sólo desea estar sola. Se acerca a su ordenador y lo enciende. Conecta el reproductor. Suena una canción, una de sus favoritas. Se deja caer en la cama, mirando fijamente el techo. <<Tú, llegaste a mi vida para enseñarme, tú supiste encederme y luego apagarme, tú te hiciste indispensable para mí>>. Le viene a la cabeza la imagen de Danel. Sí, él se hizo indispensable para mí -piensa- me encendió, y ahora me ha apagado, y parece que ya nunca volveré a encenderme. Cierra los ojos, y sigue escuchando dolorosamente << Mientes, me haces daño y luego te arrepientes>> Y otra imagen suya. Y otro recuerdo. Y un largo suspiro. Y muchos nuevos pensamientos sobre su historia, la que hace no tanto tiempo empezaron a escribir juntos, y sigue escuchando <<No me quedan ganas de sentir>>. Ni a ella. A ella tampoco le quedan ningunas ganas de sentir. Y mucho menos, sentir algo parecido al amor.
En la misma casa, escaleras abajo.
Lucas corre hacia la puerta. La abre y ve la estrecha y dulce silueta de Paola. Sonríe y la mira. Se hace a un lado, invitándola a pasar. Ella entra y se situa justo detrás de él. Lo mira con cierto aire nervioso y con un ligero toque de vergüenza.
-Hola Lucas, ¿dónde está Adara?
-Emilia me ha dicho que ha salido hace un rato, no sé muy bien dónde ha ido.
-Joder, qué mala suerte. Ayer no pude venir porque teníais cena con vuestros tíos, y hoy se va.
-Perdona, ¿ayer qué?
-Pues eso, que teníais cena familiar y claro, no quise venir. ¿Todo bien Lucas?
-Sí, claro -Lucas se para a pensar, ¿qué cena dice? decide no darle más vueltas y seguir charlando- pero si quieres puedes quedarte y acabamos la partida que el otro día no pudimos empezar...
Paola siente como sus mejillas enrojecen y su piel se ruboriza, y decide aceptar. Y se acercan al salón. Y cogen los mandos y empiezan a jugar, divertidos, compartiendo risas y miradas cómplices. Por un instante él se olvida de todo. De su madre, de la pequeña depresión que Adara está comenzando. Ella, por el contrario, no consigue mantener la cabeza libre. Le asaltan varios temores. ¿Tiene alguna posibilidad con él? No lo cree... Pero, ¿y si la tiene? ¿Qué hace? Decide intentar olvidarse de todo por un instante, y concentrarse justo en él. En Lucas. Y esos juegos durarán segundos, minutos y horas. Durarán casi toda la tarde. Y Adara no aparece. No es consicente de que Paola está ahí abajo, a pocos metros de ella. Pero está dormida, y la envuelven diversas letras de grupos musicales. Y no se percata de nada. Y ellos dos tampoco. Por un instante, Paola se olvida de su amiga. Y él se olvida de su nombre. Concentrados en ganar la partida, no se dan cuenta de que tarde o temprano ganarán mucho más.
lunes, 3 de enero de 2011
CAPÍTULO CUATRO.
Acelera cada vez más, haciendo todo lo posible por perderse en cualquier lugar. No le importa nada, sólo quiere desaparecer. Adelanta coches más lentos que ella, se salta algún que otro semáforo en rojo. Apenas consigue ver mucho más allá de la oscuridad de la noche y las líneas blancas de la carretera. Las lágrimas le empañan los ojos y no le dejan ver con claridad. Cansada de ir sin rumbo, Adara se baja de la moto y la lanza con furia sobre el asfalto. No le importa nada, ni la moto, ni el toque de queda que le habían puesto sus padres y que está rompiendo, ni el móvil que, harta de las llamadas de su amiga, tiró unos metros más atrás.
Mira a su alrededor y no reconoce el lugar en el que se encuentra. Parece un parque, con árboles, bancos y toboganes. Pero eso a ella le da igual. No le importa el lugar donde se encuentra, solo quiere olvidar. Camina por el césped. Cualquiera que la viera en este momento pensaría que es un alma en pena vagando en busca de la forma para pasar a mejor vida. Camina durante mucho tiempo, sin saber hacia dónde, pero sin poder parar. Al final, ya con los pies doloridos por los tacones, se sienta en el suelo. Se apoya contra la fuente que tiene detrás de ella. Una fuente de piedra, con dos delfines jugando con una pelota, en la parte de arriba. Delfines que son testigos de su tristeza y sus lágrimas.
Adara se coge la piernas y agacha la cabeza. No puede parar de llorar. Se sientre destrozada, rota por dentro. Los ojos, irritados y enrojecidos, no pueden parar de llenar la delicada piel de Adara con cristalinas y doloridas lágrimas. Siente que se va muriendo poco a poco, que un trozo de ella misma se ha desvanecido, ha desaparecido, como por arte de magia. El dolor es casi insufrible. Los recuerdos son aún peores. Como si le hubieran dañado algún tejido de la piel con un afilado cuchillo. Como si de repente se hubiera lanzado al vacío desde lo alto.Como si algo, o alguien, le estuviera aplastando el corazón. Alguien. La cara de esa chica, aquella desconocida a la que encontró en la cama con su novio. Su novio, Danel. Tal vez sea él quien intenta arrancarle el corazón. Su Danel. No puede impedir que las lágrimas caigan con más fuerza sobre sus mejillas al recordarle. Se siente traicionada. La persona a la que más quería, a la que más quiere, le ha engañado. Es un imbécil, pero es su imbécil, y sabe que, aún, a pesar de lo que ha pasado, sería capaz de dar la vida por él. Sigue sin poder creerlo. Quiere que le pellizquen y despertar, despertar de esta pesadilla. Por un instante revive ese momento.
Adara subía las escaleras, pensando en el extraño comportamiento de su hermano segundos atrás, al pie de las escaleras. Prefirió olvidarlo por un tiempo, ya le preguntaría después, al llegar a casa. Intentó entar en la habitación, pero algo se lo impedía. Después de varios intentos consiguió abrir la puerta y descubrió que una silla la estaba bloqueando. Alguien debía haberla puesto. Adara no le dió más importancia y cogió su bolso, buscando dentro el pintalabios para su amiga. Lo encontró en el fondo, y cuando iba a marcharse oyó ruidos dentro del baño. Demasiada curiosidad para no mirar quienes estaban ahí. Seguramente serían los mismos que habían bloqueado la puerta con la silla. Si alguien los descubría serían el nuevo cotilleo, no pararían de hablar de ellos en mucho tiempo. Adara no podía desperdiciar esa oportunidad. Tenía que ser ella quien lanzara la bomba. Se dirigió a la puerta del baño y escuchó un momento. Ahí estaban. Abrió la puerta, como por casualidad, queriendo sorprenderles. Pero la sorpresa se la llevó ella. Ahí, escondidos en el baño, medio desnudos, estaban Danel y una chica morena. Adara, sin poder decir nada, cogió sus cosas y salió corriendo de la habitación.
El resto de lo sucedido esta difuso en los recuerdos de Adara. Recuerda la gente, a su hermano y su amiga mirándola sorprendidos, Danel corriendo detrás de ella, un portazo, subirse a la moto...Sacude la cabeza. Ya está, es demasiado por hoy. No quiere darle más vueltas a nada, aunque sabe de sobra que es más difícil de lo que parece. Sólo tiene en mente una imágen. El baño. Danel. Una chica. Una chica que, dolorosamente, no era ella.
Está empezando a amanecer y Adara decide irse a casa. Le cuesta encontrar el camino de vuelta a la carretera, perdida en el bosque. Le duele la cabeza de tanto llorar y apenas ha dormido. Cuando llega, recoge la moto, y tras varios intentos la arranca. El camino de vuelta a casa es largo y deprimente.
Mira a su alrededor y no reconoce el lugar en el que se encuentra. Parece un parque, con árboles, bancos y toboganes. Pero eso a ella le da igual. No le importa el lugar donde se encuentra, solo quiere olvidar. Camina por el césped. Cualquiera que la viera en este momento pensaría que es un alma en pena vagando en busca de la forma para pasar a mejor vida. Camina durante mucho tiempo, sin saber hacia dónde, pero sin poder parar. Al final, ya con los pies doloridos por los tacones, se sienta en el suelo. Se apoya contra la fuente que tiene detrás de ella. Una fuente de piedra, con dos delfines jugando con una pelota, en la parte de arriba. Delfines que son testigos de su tristeza y sus lágrimas.
Adara se coge la piernas y agacha la cabeza. No puede parar de llorar. Se sientre destrozada, rota por dentro. Los ojos, irritados y enrojecidos, no pueden parar de llenar la delicada piel de Adara con cristalinas y doloridas lágrimas. Siente que se va muriendo poco a poco, que un trozo de ella misma se ha desvanecido, ha desaparecido, como por arte de magia. El dolor es casi insufrible. Los recuerdos son aún peores. Como si le hubieran dañado algún tejido de la piel con un afilado cuchillo. Como si de repente se hubiera lanzado al vacío desde lo alto.Como si algo, o alguien, le estuviera aplastando el corazón. Alguien. La cara de esa chica, aquella desconocida a la que encontró en la cama con su novio. Su novio, Danel. Tal vez sea él quien intenta arrancarle el corazón. Su Danel. No puede impedir que las lágrimas caigan con más fuerza sobre sus mejillas al recordarle. Se siente traicionada. La persona a la que más quería, a la que más quiere, le ha engañado. Es un imbécil, pero es su imbécil, y sabe que, aún, a pesar de lo que ha pasado, sería capaz de dar la vida por él. Sigue sin poder creerlo. Quiere que le pellizquen y despertar, despertar de esta pesadilla. Por un instante revive ese momento.
Adara subía las escaleras, pensando en el extraño comportamiento de su hermano segundos atrás, al pie de las escaleras. Prefirió olvidarlo por un tiempo, ya le preguntaría después, al llegar a casa. Intentó entar en la habitación, pero algo se lo impedía. Después de varios intentos consiguió abrir la puerta y descubrió que una silla la estaba bloqueando. Alguien debía haberla puesto. Adara no le dió más importancia y cogió su bolso, buscando dentro el pintalabios para su amiga. Lo encontró en el fondo, y cuando iba a marcharse oyó ruidos dentro del baño. Demasiada curiosidad para no mirar quienes estaban ahí. Seguramente serían los mismos que habían bloqueado la puerta con la silla. Si alguien los descubría serían el nuevo cotilleo, no pararían de hablar de ellos en mucho tiempo. Adara no podía desperdiciar esa oportunidad. Tenía que ser ella quien lanzara la bomba. Se dirigió a la puerta del baño y escuchó un momento. Ahí estaban. Abrió la puerta, como por casualidad, queriendo sorprenderles. Pero la sorpresa se la llevó ella. Ahí, escondidos en el baño, medio desnudos, estaban Danel y una chica morena. Adara, sin poder decir nada, cogió sus cosas y salió corriendo de la habitación.
El resto de lo sucedido esta difuso en los recuerdos de Adara. Recuerda la gente, a su hermano y su amiga mirándola sorprendidos, Danel corriendo detrás de ella, un portazo, subirse a la moto...Sacude la cabeza. Ya está, es demasiado por hoy. No quiere darle más vueltas a nada, aunque sabe de sobra que es más difícil de lo que parece. Sólo tiene en mente una imágen. El baño. Danel. Una chica. Una chica que, dolorosamente, no era ella.
Está empezando a amanecer y Adara decide irse a casa. Le cuesta encontrar el camino de vuelta a la carretera, perdida en el bosque. Le duele la cabeza de tanto llorar y apenas ha dormido. Cuando llega, recoge la moto, y tras varios intentos la arranca. El camino de vuelta a casa es largo y deprimente.
sábado, 1 de enero de 2011
CAPÍTULO TRES.
El viernes pasó a una velocidad rápida. Por la mañana, perdieron la noción del tiempo entre risas y bromas. Lucas tuvo que acercarlas al instituto en su Seat Ibiza rojo. Las clases transcurrieron lentamente, como siempre. Envueltas por el aburrimiento, el sueño y las ganas de salir corriendo de allí, Paola y Adara, como todos los demás, esperaban impacientes el sonido del timbre.
La tarde pasó volando. Lucas las retó a un juego de la Wii, poniéndoles una condición: quien perdiera, prepararía la cena. Él contra ellas dos. Adara aceptó con energía y egocentrismo; Paola, con timidez y, sobre todo, con nerviosismo.
Tras varias horas jugando y ejercitando las posturas más correctas para ganar, acabó la partida. Las chicas ganaron. Lucas se dirigió a la cocina y empezó a preparar una pizza casera. Adara le hacía fotos riendo. Paola lo observaba con ojos tiernos, riendose también. Él decidió no enfadarse, aunque se tapaba la cara en todas, algo molesto. La pizza estaba buenísima, desearon repetir varias veces.
También se pasaron la noche en vela probándose peinados y formas distintas de maquillarse. Debían estar perfectas para la fiesta de Danel, o por lo menos Adara debía estarlo.
El sábado pasó más rápido de lo que esperaban. Desayunaron, comieron, bromearon.
Caída ya la tarde, Adara y Paola se arreglan para la fiesta, cuidando cada detalle.
Adara, con su estrecho y delicado vestido negro, camina nerviosa por su habitación. Lleva los tacones en la mano, se sienta en la cama y se los coloca con prisa. A cada segundo se siente obligada a mirarse en el espejo. Los ojos ligeramente pintados de negro, hacen resaltar sus preciosas pupilas verdes; sus labios, de un tono más alegre y claro. Cada uno de sus rizos, mucho más definidos de lo habitual, se deslizan divertidamente por sus hombros, sujetados por una pequeña cinta negra decorada con un lazo en el costado. Mira una y otra vez la hora, histérica.
-¡¿Paola, quieres salir de una vez del baño?! ¡nos van a dar las uvas!
-Todavía faltan dos horas para la fiesta, ¡no te estreses!
-¡Ya, pero sabes que quiero llegar antes!
Adara oye las risas de su amiga, y siente que su impaciencia está llegando al límite. Decide esperarla cinco minutos, sentada en la cama.
Se levanta, se vuelve a sentar. Mira la hora, camina de un lado para otro, vuelve a sentarse. Mueve la pierna, se acerca de nuevo al baño. De repente, oye el sonido del agua cayendo. Su desesperación la lleva al punto de coger su bolso y dirigirse a la salida de la habitación.
-¡No me puedo creer que te duches ahora! -grita enfadada Adara.
-¡Pero Adara, sabes que no tardaré nada!
-¡Me da lo mismo, me voy!
-¿Como que te vas?
Paola oye un portazo. Apaga el grifo y sale de la ducha. Se envuelve en la suave toalla azul y se asoma para ver si verdaderamente la ha dejado ahí sola. Abre la puerta del baño, busca con la mirada a Adara. Nada, no ve a nadie. Está completamente sola. Paola no se lo puede creer, aún faltan dos horas y se ha ido sin ella. Algo molesta, se dirige al baño de nuevo, pero ve que la puerta se abre poco a poco. Con una sonrisa, espera a que Adara entre.
-¿Qué son esos gritos, todo bien?- Lucas entra y la mira sorprendido- ¡Perdón!- se da la vuelta avergonzado.
Paola, más avergonzada aún y roja como un tomate, estira de las sábanas improvisadamente de la cama ya hecha y se cubre con ellas.
-Eh...tu hermana se ha ido.
-¿A dónde?
-A casa de Danel, o eso creo...- Paola habla con un tono nervioso, incontrolable.
-¿No ibais a ir juntas?
-Parece que ya no...
-Si quieres, puedes venir conmigo.
-No te preocupes, cogeré mi moto- contesta Paola, esperanzada de que Lucas insista.
-¿Pero tú sabes dónde vive Danel?
-No...por eso tenía pensado ir con tu hermana...
Lucas sonríe para sus adentros, aún de espaldas.
-Cuando acabe de arreglarme, te vienes conmigo, ¿vale?
-Bueno, bien...- contesta ella, feliz- aunque tendré que acabar de ducharme...y arreglarme,y peinarme, y...
-Cuando acabemos los dos...¿de acuerdo?
-¡Sí, señor!-imita a un soldado levantando la mano y colocandosela en la frente, lo que hace que la sábana se le caiga y se quede protegida solamente con la corta toalla azul. En un instante, desaparece corriendo, metiendose de nuevo en el cuarto de baño, mucho más nerviosa y avergonzada que antes.
Paola se dirige a las escaleras, vestida con unos shorts vaqueros muy cortos y una camisa de tirantes azul turquesa, decorado con pequeñas lentejuelas y un escote pronunciado. El sonido de los tacones azules envuelve el pasillo. Los labios, apenas pintados con un toque de gloss, y los ojos, decorados con un poco de rimel y eye-liner negro, le buscan a él. Su pelo oscuro, liso y suelto baila al son de cada paso que ella da.
Se acerca a las escaleras y allí, abajo, en la puerta, la espera él. Con su sonrisa perfecta, la mirada verde que la observa, la camisa blanca no demasiado ajustada, al contrario de sus vaqueros. Unas nike blancas le protegen los pies, y una corbata estrecha y mal atada cuelga de su cuello.
Baja los escalones sin apartar la mirada de él, ensimismada y sin mirar nada más. En un instante, deja de verlo. Sus finos tacones la hacen caer escaleras abajo. Lucas corre y la alcanza, rodeandola con los brazos.
-¡¿Paola, estás bien?!- repite, una y otra vez, preocupado.
-Sí...creo..., me duele un poco el pie - cada una de las palabras salen torpemente de su boca.
-No me extraña, ¡menuda ostia te has dado! -dice él, riéndose, mientras le aparta con dulzura el pelo de la cara.
Ella ríe también, aunque un poco nerviosa. La cara de él está demasiado cerca de la suya. Huele su aroma, oye su respiración agitada por la risa. Lucas sonríe. De cerca, la sonrisa es más perfecta de lo normal, y sus ojos verdes esmeralda más intensos. Sus miradas se entrelazan. Ella siente que no puede apartar sus ojos de los suyos. De repente, un sonido estridente los devuelve a la realidad.
-Perdona...es mi móvil- Lucas busca en sus bolsillos, y da con lo que busca.
Se aleja un poco para contestar y Paola lo observa irritada. ¿Otra vez la de siempre?, piensa, ¡estúpida novia!
-Sí, sí, ¡ya voy! no tardo nada.
¿Ya voy? ¿No me incluye?, Paola se siente cada vez más molesta.
-¡Que sí!- Lucas sigue hablando- ¿Ves? Sin mí no puedes vivir...
-¡Claro, estoy pensando dejar a Adara para casarme contigo! -contesta Danel al otro lado de la línea, riendo.
-Y yo aceptaría casarme contigo...
Paola abre exageradamente los ojos, al igual que la boca. Cada vez está más perpleja. ¿Está dispuesto a casarse con esa? ¿Ahora? Es muy joven, y guapo...¡no me lo puedo creer!
Lucas cuelga con una sonrisa en la boca y sacudiendo la cabeza. Se acerca a Paola y abre la puerta, invitándola a salir. Paola no quiere ni mirarle, está molesta, disgustada. Pasa velozmente y se acerca al coche, cruzando los brazos.
Lucas la observa desde la puerta. Observa sus movimientos fugaces, parece enfadada. Arquea las cejas, no entiende qué le ha podido pasar para que cambie tan repentinamente de humor. ¿Habrá sido la caída?-piensa-¿o quizá esté molesta por lo mucho que me he acercado a ella?
Abre el coche. Paola entra y cierra dando un portazo. Él la mira irritado, pero cree que es mejor no decir nada. Entra y cierra la puerta. Arranca el coche. Dentro, una canción rompe el incómodo y tenso silencio que hay entre los dos. <<For so many nights now I find muyself thinking about her now>>. Paola escucha atentamente, memoriza cada una de las palabras de la canción, aunque se la sepa de memoria. Desde hace tiempo, siente que es la canción que la describe. Que describe todo lo que siente. <<'Cause obviously, She's out of my league, but how can I win, she keeps draggin' me in and I know I never will be good enough for her>>.
Suena el timbre. Adara se percata y se acerca veloz a la puerta. Abre y los observa.
-¡Llegais tarde! ya está aquí la mayoría de la gente...¿ves como no quería esperarte?
-Que sí, que sí, lo siento...había mucho tráfico- responde Lucas.
-No, fue culpa mía- Paola entra en la casa con cierto enfado y se pierde entre la multitud.
-¿Qué le has hecho? - Pregunta molesta Adara, mirando a su hermano.
-¡¿Yo?! ¡Igual es porque la dejaste tirada!
-¡No la dejé tirada, es que se estaba duchando! Y no puedo llegar tarde al cumpleaños de mi novio.
Lucas decide no contestar y adentrarse en la casa. Algunos lo saludan, otros lo miran con curiosidad; otras, con deseo y sonrisas pícaras.
Adara lo sigue a paso ligero, sensual. Sonríe, está realmente satisfecha. Danel y ella han empleado casi toda la tarde en decorar la gran casa de arriba a abajo. Observa a la gente que comenta la preciosa decoración, el buen repertorio de música que los envuelve, la gran mesa blanca repleta de comida y bebida que hay enmedio del salón. Hay gente aquí y allá. Bailando, charlando, riendo, cantando. También fuera, alrededor de la piscina, en las tumbonas, incluso algunos bañándose, a pesar de que la noche ya empiece a refrescar.
Hace ya un rato que desapareció. Impaciente, lo busca con la mirada por cada uno de los rincones de la casa, pero no lo encuentra.
Decide buscarlo en el jardín. Atraviesa la gran puerta de cristal y mira de un lado a otro. Sigue sin verlo. Paola está sentada en el borde de la piscina, con la mirada perdida. Lentamente se acerca a ella.
-Paola, ¿has visto a Danel?
-No. - Su respuesta es breve, seca. Adara la mira extrañada.
-Es que no lo encuentro...
Paola no responde, ni siquiera la mira. Tiene la mirada fija en el suelo.
-¿Y a tí qué te pasa? ¿qué te ha hecho Lucas?
-Nada.
-¿Entonces he sido yo? Perdóname, de verdad. Pero pensé que tardarías y...
-No has sido tú ¿vale? estoy bien.
-Joder Paola...¡no me interrumpas cuando te estoy pidiendo disculpas!
Paola alza la vista, y la mira. Siente que le está estropeando una bonita noche, una noche importante para ella. Piensa que poniendo mala cara y contestando de mala manera, sólo conseguirá el enfado y el mal rato de su amiga, y decide cambiar de actitud, mostrándo una sonrisa.
-Estoy bien, de verdad, sólo que...¡me aburro y...necesito un cubata!
Adara ríe y se pone de pie, ayudando a su amiga a levantarse. Entran y se acercan a las bebidas. Llenan dos vasos hasta arriba con lo primero que encuentran y se acomodan en un gran sofá de cuero rojo.
- Mmm..¡está buenísimo! ¿qué es?
-No tengo ni idea...
Las dos rompen a reír, sin saber muy bien porqué. Una famosa canción suena en la sala y, como locas, se levantan para bailarla.
-¿Te gusta mi nuevo color de labios? - Pregunta Adara a su amiga, intentando levantar la voz por encima del sonido estridente de la música.
Paola asiente con la cabeza, le da otro sorbo a su cubata y mientras siguen bailando le hace un gesto con la mano para que se lo preste.
-Es de mi madre. Se lo he quitado- responde Adara, orgullosa de su hazaña- Está en el bolso, ahora te lo traigo.
Adara se dirige hacia las escaleras de caracol, situadas en una esquina, cerca de la puerta del jardín, para subir a la habitación de los padres de Danel donde está su bolso. Al pie de las escaleras encuentra a su hermano, que la agarra antes de pisar el primer escalón.
-¡Ada! ¿Dónde vas?¿Por qué no estás bailando con Paola? -pregunta Lucas, y en su tono de voz se entrevé cierto nerviosismo.
-¿Y tú? ¿Qué haces aquí solo?
-No tengo que darte explicaciones, soy tu hermano mayor, en todo caso me las tienes que dar tú a mí.
-Vale, sr. hermano mayor- responde Adara con sarcasmo- Voy al piso de arriba, a por el bolso. O bueno...iba, ya que un gilipollas me lo impide- mira las manos de su hermano, todavía agarrando sus brazos- me haces daño.
-¡No! Tú y yo nos vamos a bailar ahora mismo, ¿no oyes la canción?
-De momento, no estoy sorda y no, no pienso bailar contigo.
-Entonces...¡vamos a por un cubata! venga Ada... -Lucas la mira con un brillo en los ojos.
Adara señala su cubata, aún por la mitad, y se lo ofrece. Lucas enarca las cejas.
-Pero Ada, el tuyo es muy suave. ¡Sígueme! yo te enseñaré lo que es un buen cubata...
-¡Que me dejes! Tengo que subir a por el pintalabios...Me lo ha pedido Paola, creo que quiere llamar la atención de algún chico...Yo creo que se trata de Rubén, ese -se gira, señalándole- el de la piscina.
Lucas mira con cierta perplejidad al chico. De repente, se siente ligeramente celoso y su hermana se da cuenta.
-¿Pasa algo?
-¿Qué va a pasar, Ada?
-¡No me llames Ada, y déjame pasar! Paola se va a creer que me he ido de nuevo sin ella...
Lucas ya no sabe qué más hacer y suelta a su hermana, resignado. Así que sonríe mientras ella sube las escaleras, esperando algún milagro, y se dirige hacia donde está Paola, sabiendo en el lío en el que se ha metido. ¿Pero acaso tenía otra opción?
Adara baja las escaleras, bolso y abrigo en mano. Su amiga y su hermano la ven correr escaleras abajo, en busca de la puerta, roja, llena de rabia y con algunas lágrimas escapándose se sus ojos. Por las escaleras, detrás de ella, aparece Danel subiéndose los pantalones y sin camiseta, dejando ver el tatuaje de la estrella que tiene en el pecho y que se hizo por ella, por la chica rubia que ahora se escapa de su casa, ya que es el mismo que lleva el cantante de su grupo preferido.
-¡Adara, espera!- Danel se queda quieto en el centro del salón al ver que ella se da la vuelta en la entrada, antes de salir por la puerta, dispuesta a escuchar su explicación.
Danel, consciente de la escena que está montando y de que todos los invitados observan curiosos, se acerca a Adara, susurrando disculpas y escusas incomprensibles y sin sentido.
-Amor...yo...no sé que pasó...no...yo...Yo te quiero.
Adara, que hasta ese momento tenia la vista fija en el suelo, al oír aquellas últimas palabras, levanta la cabeza. Su mirada se clava en la de él con furia, con tensión, con odio. Danel se asusta, en el verde esmeralda de los ojos de su novia, en los que al principio de la noche sólo veia amor, ahora ve dolor y desprecio, están encendidos en rojo fuego. Sólo entonces se da cuenta de hasta dónde ha metido la pata.
Adara se acerca todavía más a él. Querría pegarle, darle un puñetazo, uno de esos golpes que su madre le enseñó después de aprender defensa personal y romperle la nariz. Pero cuando le mira a la cara, lo único que puede hacer es escupirle, y lo hace. Él cierra los ojos, asqueado, y sabe que es mejor no decir nada más. Adara siente verdadero asco por él, y sale de la casa dando un estridente portazo.
En el salón reina un absoluto silencio, nadie se atreve a hablar, ni siquiera a moverse.
-¡¿Qué coño miráis?!- Danel desgarra el ambiente con un fuerte grito que recorre cada lugar de la casa, molesto por ser el centro de atención- ¡Seguid con lo vuestro!
-¿Qué ha pasado?- le pregunta Paola a Lucas, una vez todo a vuelto a la normalidad.
-Pasa que tendría que haber parado esto antes. Ve a buscar a mi hermana porfavor, yo iré a hablar con Danel- Y antes de seguir a su amigo hasta la cocina, sonríe mostrando tranquilidad y le da un beso en la mejilla a Paola. Esta enrojece, sonriendo como hace mucho que no lo hacía, y se despide de Lucas con la mano dirigiéndose hacia la calle, donde estará su amiga.
Para sorpresa de Paola, la moto de Adara no está donde estaba cuando llegó.
Piensa que algo muy fuerte debe de haber pasado para que su amiga se marchara sin despedirse. Coge el móvil y marca su número. Tiene el móvil libre, pero nadie le coge. Prueba de nuevo. Nada, sigue sin contestar. Por un instante, teme lo peor.
Pero lo que ella no sabe es que Adara ya está lejos de ahí. Muy lejos.
La tarde pasó volando. Lucas las retó a un juego de la Wii, poniéndoles una condición: quien perdiera, prepararía la cena. Él contra ellas dos. Adara aceptó con energía y egocentrismo; Paola, con timidez y, sobre todo, con nerviosismo.
Tras varias horas jugando y ejercitando las posturas más correctas para ganar, acabó la partida. Las chicas ganaron. Lucas se dirigió a la cocina y empezó a preparar una pizza casera. Adara le hacía fotos riendo. Paola lo observaba con ojos tiernos, riendose también. Él decidió no enfadarse, aunque se tapaba la cara en todas, algo molesto. La pizza estaba buenísima, desearon repetir varias veces.
También se pasaron la noche en vela probándose peinados y formas distintas de maquillarse. Debían estar perfectas para la fiesta de Danel, o por lo menos Adara debía estarlo.
El sábado pasó más rápido de lo que esperaban. Desayunaron, comieron, bromearon.
Caída ya la tarde, Adara y Paola se arreglan para la fiesta, cuidando cada detalle.
Adara, con su estrecho y delicado vestido negro, camina nerviosa por su habitación. Lleva los tacones en la mano, se sienta en la cama y se los coloca con prisa. A cada segundo se siente obligada a mirarse en el espejo. Los ojos ligeramente pintados de negro, hacen resaltar sus preciosas pupilas verdes; sus labios, de un tono más alegre y claro. Cada uno de sus rizos, mucho más definidos de lo habitual, se deslizan divertidamente por sus hombros, sujetados por una pequeña cinta negra decorada con un lazo en el costado. Mira una y otra vez la hora, histérica.
-¡¿Paola, quieres salir de una vez del baño?! ¡nos van a dar las uvas!
-Todavía faltan dos horas para la fiesta, ¡no te estreses!
-¡Ya, pero sabes que quiero llegar antes!
Adara oye las risas de su amiga, y siente que su impaciencia está llegando al límite. Decide esperarla cinco minutos, sentada en la cama.
Se levanta, se vuelve a sentar. Mira la hora, camina de un lado para otro, vuelve a sentarse. Mueve la pierna, se acerca de nuevo al baño. De repente, oye el sonido del agua cayendo. Su desesperación la lleva al punto de coger su bolso y dirigirse a la salida de la habitación.
-¡No me puedo creer que te duches ahora! -grita enfadada Adara.
-¡Pero Adara, sabes que no tardaré nada!
-¡Me da lo mismo, me voy!
-¿Como que te vas?
Paola oye un portazo. Apaga el grifo y sale de la ducha. Se envuelve en la suave toalla azul y se asoma para ver si verdaderamente la ha dejado ahí sola. Abre la puerta del baño, busca con la mirada a Adara. Nada, no ve a nadie. Está completamente sola. Paola no se lo puede creer, aún faltan dos horas y se ha ido sin ella. Algo molesta, se dirige al baño de nuevo, pero ve que la puerta se abre poco a poco. Con una sonrisa, espera a que Adara entre.
-¿Qué son esos gritos, todo bien?- Lucas entra y la mira sorprendido- ¡Perdón!- se da la vuelta avergonzado.
Paola, más avergonzada aún y roja como un tomate, estira de las sábanas improvisadamente de la cama ya hecha y se cubre con ellas.
-Eh...tu hermana se ha ido.
-¿A dónde?
-A casa de Danel, o eso creo...- Paola habla con un tono nervioso, incontrolable.
-¿No ibais a ir juntas?
-Parece que ya no...
-Si quieres, puedes venir conmigo.
-No te preocupes, cogeré mi moto- contesta Paola, esperanzada de que Lucas insista.
-¿Pero tú sabes dónde vive Danel?
-No...por eso tenía pensado ir con tu hermana...
Lucas sonríe para sus adentros, aún de espaldas.
-Cuando acabe de arreglarme, te vienes conmigo, ¿vale?
-Bueno, bien...- contesta ella, feliz- aunque tendré que acabar de ducharme...y arreglarme,y peinarme, y...
-Cuando acabemos los dos...¿de acuerdo?
-¡Sí, señor!-imita a un soldado levantando la mano y colocandosela en la frente, lo que hace que la sábana se le caiga y se quede protegida solamente con la corta toalla azul. En un instante, desaparece corriendo, metiendose de nuevo en el cuarto de baño, mucho más nerviosa y avergonzada que antes.
Paola se dirige a las escaleras, vestida con unos shorts vaqueros muy cortos y una camisa de tirantes azul turquesa, decorado con pequeñas lentejuelas y un escote pronunciado. El sonido de los tacones azules envuelve el pasillo. Los labios, apenas pintados con un toque de gloss, y los ojos, decorados con un poco de rimel y eye-liner negro, le buscan a él. Su pelo oscuro, liso y suelto baila al son de cada paso que ella da.
Se acerca a las escaleras y allí, abajo, en la puerta, la espera él. Con su sonrisa perfecta, la mirada verde que la observa, la camisa blanca no demasiado ajustada, al contrario de sus vaqueros. Unas nike blancas le protegen los pies, y una corbata estrecha y mal atada cuelga de su cuello.
Baja los escalones sin apartar la mirada de él, ensimismada y sin mirar nada más. En un instante, deja de verlo. Sus finos tacones la hacen caer escaleras abajo. Lucas corre y la alcanza, rodeandola con los brazos.
-¡¿Paola, estás bien?!- repite, una y otra vez, preocupado.
-Sí...creo..., me duele un poco el pie - cada una de las palabras salen torpemente de su boca.
-No me extraña, ¡menuda ostia te has dado! -dice él, riéndose, mientras le aparta con dulzura el pelo de la cara.
Ella ríe también, aunque un poco nerviosa. La cara de él está demasiado cerca de la suya. Huele su aroma, oye su respiración agitada por la risa. Lucas sonríe. De cerca, la sonrisa es más perfecta de lo normal, y sus ojos verdes esmeralda más intensos. Sus miradas se entrelazan. Ella siente que no puede apartar sus ojos de los suyos. De repente, un sonido estridente los devuelve a la realidad.
-Perdona...es mi móvil- Lucas busca en sus bolsillos, y da con lo que busca.
Se aleja un poco para contestar y Paola lo observa irritada. ¿Otra vez la de siempre?, piensa, ¡estúpida novia!
-Sí, sí, ¡ya voy! no tardo nada.
¿Ya voy? ¿No me incluye?, Paola se siente cada vez más molesta.
-¡Que sí!- Lucas sigue hablando- ¿Ves? Sin mí no puedes vivir...
-¡Claro, estoy pensando dejar a Adara para casarme contigo! -contesta Danel al otro lado de la línea, riendo.
-Y yo aceptaría casarme contigo...
Paola abre exageradamente los ojos, al igual que la boca. Cada vez está más perpleja. ¿Está dispuesto a casarse con esa? ¿Ahora? Es muy joven, y guapo...¡no me lo puedo creer!
Lucas cuelga con una sonrisa en la boca y sacudiendo la cabeza. Se acerca a Paola y abre la puerta, invitándola a salir. Paola no quiere ni mirarle, está molesta, disgustada. Pasa velozmente y se acerca al coche, cruzando los brazos.
Lucas la observa desde la puerta. Observa sus movimientos fugaces, parece enfadada. Arquea las cejas, no entiende qué le ha podido pasar para que cambie tan repentinamente de humor. ¿Habrá sido la caída?-piensa-¿o quizá esté molesta por lo mucho que me he acercado a ella?
Abre el coche. Paola entra y cierra dando un portazo. Él la mira irritado, pero cree que es mejor no decir nada. Entra y cierra la puerta. Arranca el coche. Dentro, una canción rompe el incómodo y tenso silencio que hay entre los dos. <<For so many nights now I find muyself thinking about her now>>. Paola escucha atentamente, memoriza cada una de las palabras de la canción, aunque se la sepa de memoria. Desde hace tiempo, siente que es la canción que la describe. Que describe todo lo que siente. <<'Cause obviously, She's out of my league, but how can I win, she keeps draggin' me in and I know I never will be good enough for her>>.
Suena el timbre. Adara se percata y se acerca veloz a la puerta. Abre y los observa.
-¡Llegais tarde! ya está aquí la mayoría de la gente...¿ves como no quería esperarte?
-Que sí, que sí, lo siento...había mucho tráfico- responde Lucas.
-No, fue culpa mía- Paola entra en la casa con cierto enfado y se pierde entre la multitud.
-¿Qué le has hecho? - Pregunta molesta Adara, mirando a su hermano.
-¡¿Yo?! ¡Igual es porque la dejaste tirada!
-¡No la dejé tirada, es que se estaba duchando! Y no puedo llegar tarde al cumpleaños de mi novio.
Lucas decide no contestar y adentrarse en la casa. Algunos lo saludan, otros lo miran con curiosidad; otras, con deseo y sonrisas pícaras.
Adara lo sigue a paso ligero, sensual. Sonríe, está realmente satisfecha. Danel y ella han empleado casi toda la tarde en decorar la gran casa de arriba a abajo. Observa a la gente que comenta la preciosa decoración, el buen repertorio de música que los envuelve, la gran mesa blanca repleta de comida y bebida que hay enmedio del salón. Hay gente aquí y allá. Bailando, charlando, riendo, cantando. También fuera, alrededor de la piscina, en las tumbonas, incluso algunos bañándose, a pesar de que la noche ya empiece a refrescar.
Hace ya un rato que desapareció. Impaciente, lo busca con la mirada por cada uno de los rincones de la casa, pero no lo encuentra.
Decide buscarlo en el jardín. Atraviesa la gran puerta de cristal y mira de un lado a otro. Sigue sin verlo. Paola está sentada en el borde de la piscina, con la mirada perdida. Lentamente se acerca a ella.
-Paola, ¿has visto a Danel?
-No. - Su respuesta es breve, seca. Adara la mira extrañada.
-Es que no lo encuentro...
Paola no responde, ni siquiera la mira. Tiene la mirada fija en el suelo.
-¿Y a tí qué te pasa? ¿qué te ha hecho Lucas?
-Nada.
-¿Entonces he sido yo? Perdóname, de verdad. Pero pensé que tardarías y...
-No has sido tú ¿vale? estoy bien.
-Joder Paola...¡no me interrumpas cuando te estoy pidiendo disculpas!
Paola alza la vista, y la mira. Siente que le está estropeando una bonita noche, una noche importante para ella. Piensa que poniendo mala cara y contestando de mala manera, sólo conseguirá el enfado y el mal rato de su amiga, y decide cambiar de actitud, mostrándo una sonrisa.
-Estoy bien, de verdad, sólo que...¡me aburro y...necesito un cubata!
Adara ríe y se pone de pie, ayudando a su amiga a levantarse. Entran y se acercan a las bebidas. Llenan dos vasos hasta arriba con lo primero que encuentran y se acomodan en un gran sofá de cuero rojo.
- Mmm..¡está buenísimo! ¿qué es?
-No tengo ni idea...
Las dos rompen a reír, sin saber muy bien porqué. Una famosa canción suena en la sala y, como locas, se levantan para bailarla.
-¿Te gusta mi nuevo color de labios? - Pregunta Adara a su amiga, intentando levantar la voz por encima del sonido estridente de la música.
Paola asiente con la cabeza, le da otro sorbo a su cubata y mientras siguen bailando le hace un gesto con la mano para que se lo preste.
-Es de mi madre. Se lo he quitado- responde Adara, orgullosa de su hazaña- Está en el bolso, ahora te lo traigo.
Adara se dirige hacia las escaleras de caracol, situadas en una esquina, cerca de la puerta del jardín, para subir a la habitación de los padres de Danel donde está su bolso. Al pie de las escaleras encuentra a su hermano, que la agarra antes de pisar el primer escalón.
-¡Ada! ¿Dónde vas?¿Por qué no estás bailando con Paola? -pregunta Lucas, y en su tono de voz se entrevé cierto nerviosismo.
-¿Y tú? ¿Qué haces aquí solo?
-No tengo que darte explicaciones, soy tu hermano mayor, en todo caso me las tienes que dar tú a mí.
-Vale, sr. hermano mayor- responde Adara con sarcasmo- Voy al piso de arriba, a por el bolso. O bueno...iba, ya que un gilipollas me lo impide- mira las manos de su hermano, todavía agarrando sus brazos- me haces daño.
-¡No! Tú y yo nos vamos a bailar ahora mismo, ¿no oyes la canción?
-De momento, no estoy sorda y no, no pienso bailar contigo.
-Entonces...¡vamos a por un cubata! venga Ada... -Lucas la mira con un brillo en los ojos.
Adara señala su cubata, aún por la mitad, y se lo ofrece. Lucas enarca las cejas.
-Pero Ada, el tuyo es muy suave. ¡Sígueme! yo te enseñaré lo que es un buen cubata...
-¡Que me dejes! Tengo que subir a por el pintalabios...Me lo ha pedido Paola, creo que quiere llamar la atención de algún chico...Yo creo que se trata de Rubén, ese -se gira, señalándole- el de la piscina.
Lucas mira con cierta perplejidad al chico. De repente, se siente ligeramente celoso y su hermana se da cuenta.
-¿Pasa algo?
-¿Qué va a pasar, Ada?
-¡No me llames Ada, y déjame pasar! Paola se va a creer que me he ido de nuevo sin ella...
Lucas ya no sabe qué más hacer y suelta a su hermana, resignado. Así que sonríe mientras ella sube las escaleras, esperando algún milagro, y se dirige hacia donde está Paola, sabiendo en el lío en el que se ha metido. ¿Pero acaso tenía otra opción?
Adara baja las escaleras, bolso y abrigo en mano. Su amiga y su hermano la ven correr escaleras abajo, en busca de la puerta, roja, llena de rabia y con algunas lágrimas escapándose se sus ojos. Por las escaleras, detrás de ella, aparece Danel subiéndose los pantalones y sin camiseta, dejando ver el tatuaje de la estrella que tiene en el pecho y que se hizo por ella, por la chica rubia que ahora se escapa de su casa, ya que es el mismo que lleva el cantante de su grupo preferido.
-¡Adara, espera!- Danel se queda quieto en el centro del salón al ver que ella se da la vuelta en la entrada, antes de salir por la puerta, dispuesta a escuchar su explicación.
Danel, consciente de la escena que está montando y de que todos los invitados observan curiosos, se acerca a Adara, susurrando disculpas y escusas incomprensibles y sin sentido.
-Amor...yo...no sé que pasó...no...yo...Yo te quiero.
Adara, que hasta ese momento tenia la vista fija en el suelo, al oír aquellas últimas palabras, levanta la cabeza. Su mirada se clava en la de él con furia, con tensión, con odio. Danel se asusta, en el verde esmeralda de los ojos de su novia, en los que al principio de la noche sólo veia amor, ahora ve dolor y desprecio, están encendidos en rojo fuego. Sólo entonces se da cuenta de hasta dónde ha metido la pata.
Adara se acerca todavía más a él. Querría pegarle, darle un puñetazo, uno de esos golpes que su madre le enseñó después de aprender defensa personal y romperle la nariz. Pero cuando le mira a la cara, lo único que puede hacer es escupirle, y lo hace. Él cierra los ojos, asqueado, y sabe que es mejor no decir nada más. Adara siente verdadero asco por él, y sale de la casa dando un estridente portazo.
En el salón reina un absoluto silencio, nadie se atreve a hablar, ni siquiera a moverse.
-¡¿Qué coño miráis?!- Danel desgarra el ambiente con un fuerte grito que recorre cada lugar de la casa, molesto por ser el centro de atención- ¡Seguid con lo vuestro!
-¿Qué ha pasado?- le pregunta Paola a Lucas, una vez todo a vuelto a la normalidad.
-Pasa que tendría que haber parado esto antes. Ve a buscar a mi hermana porfavor, yo iré a hablar con Danel- Y antes de seguir a su amigo hasta la cocina, sonríe mostrando tranquilidad y le da un beso en la mejilla a Paola. Esta enrojece, sonriendo como hace mucho que no lo hacía, y se despide de Lucas con la mano dirigiéndose hacia la calle, donde estará su amiga.
Para sorpresa de Paola, la moto de Adara no está donde estaba cuando llegó.
Piensa que algo muy fuerte debe de haber pasado para que su amiga se marchara sin despedirse. Coge el móvil y marca su número. Tiene el móvil libre, pero nadie le coge. Prueba de nuevo. Nada, sigue sin contestar. Por un instante, teme lo peor.
Pero lo que ella no sabe es que Adara ya está lejos de ahí. Muy lejos.
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