domingo, 9 de enero de 2011

CAPÍTULO CINCO.

-¿Se puede saber dónde estabas? - Lucas se levanta del escalón de la entrada y se acerca a ella.

Adara se quita el casco y pone los ojos en blanco. Está destrozada, cansada. No quiere discutir con su hermano a altas horas de la madrugada.
Apoya la Vespa al lado del Seat Ibiza de su hermano y se dirige hacia la puerta. Lo único que desea es tumbarse en la cama y dormirse profundamente. Y, si es posible, no abrir los ojos nunca.
La mano de lucas agarra el brazo de su hermana y se pone delante, mirándola a los ojos.

-¿Otra vez igual? ¿no tuviste suficiente antes, tomándome el pelo? - la pregunta de Adara hace que Lucas baje la mirada al suelo, sin saber qué decir o qué contestar, pero ella no necesita una respuesta y sigue, en un tono más alto que el anterior- ¡No me puedo creer que tú seas el mismo imbécil que él!
-Adara, él quería decirtelo al acabar la fiesta, y yo no quería que...
-¡¿Pero qué coño me estás diciendo?!- le interrumpe nerviosa, sintiendo que los ojos se le vuelven a empañar ligeramente- ¡eres peor que él!¡soy tu hermana!¡¿cómo eres capaz de no contarme lo que estaba pasando?!

Lucas sacude la cabeza ante las acusaciones de su hermana. Sabe que cada palabra que salga de su boca la hará sentirse aún peor, y decide callarse. No. No era esa mi intención Adara, yo te quiero, sólo quería protegerte-piensa- soy tu hermano mayor, sangre de tu sangre. Jamás me gustaría verte sufrir, pero ahora es tarde, y quiero ayudarte. Quiero ayudarte a salir de esto.
Adara aparta la mirada, no quiere verle. Se deshace de su brazo y camina rápidamente hasta la puerta, llorando. No puede creerse que su hermano le haya ocultado la verdad. Abre la puerta y se queda inmóvil. No quiere entrar. Se gira y vuelve a mirarlo. Está de espaldas. Piensa que él se ha portado mal, pero no tiene la culpa de que su novio le haya engañado con otra. Debería haberle contado todo, pero tal vez tenga razón y quisiera dejar que fuera Danel quién se explicase. Camina lentamente hacia Lucas, apartándose de la cara las tristes y curiosas lágrimas que han presenciado todas las escenas de la noche. Él se gira, con la mirada verde más apagada de lo común.

-Perdóname, enserio, de verdad que no...

Ella no lo escucha, lo abraza pegando un salto y sigue llorando, destrozada. No quiere pelearse también con su hermano, y sólo le apetece abrazarle. Adara siente que la coge en brazos, como hacía tiempos atrás, y cuando se aparta de él se da cuenta de que ya está dentro de casa, sentada en el amplio y blanco sofá.
-Deja de llorar Ada, o se te caerán los ojos.
-De pequeña funcionaba, pero ahora ya no me lo creo...- el tono de la chica suena quebrado.
Silencio. Silencio incómodo y absurdo, o tal vez silencio adecuado. Adecuado con la situación. Él, preso de un sentimiento de culpa, intentado hacer sonreír a su hermana. Ella, dolorida y cansada, traicionada por el amor de su vida. Lucas decide romper el frío hielo que los está cubriendo por segundos.

-Paola te ha estado llamando, estaba preocupada...
-Lo sé.
-¿Y porqué no le has contestado?
-No podía -contesta débilmente, y añade, casi por obligación- Lo siento.

Él la mira sin querer seguir con la conversación. Ve que no puede hacer nada más.

-No te preocupes, la he acompañado a casa.
-Gracias por cuidarla.
-No hace falta que me las des.
-Lucas, me voy a dormir, ¿vale?
-Vale...Mañana será un nuevo día, no te preocupes- finaliza, dándole un beso en la frente a su hermana pequeña.

La observa levantarse, despedirse con una sonrisa que apenas dura tres segundos contados y le da la espalda. Lucas piensa que ha crecido mucho, que ya no es la niña pequeña que acostumbraba a tomar el pelo. Recuerda como se burlaba de ella mientras la veía andar, dando graciosos saltos y brincos. Ahora, da suaves y delicados pasos marcados y sutiles, acompañados por unos altos tacones que jamás se hubiera imaginado que vería en sus pequeños y ligeros pies. Sin duda, ha cambiado. Ha cambiado muchísimo.
 
 
 
Da vueltas molesta por la cama. El alto sonido del móvil la incomóda muchísimo. Abre lentamente los ojos, cegándose por la luz que traspasa las finas cortinas blancas de su ventana. Ni siquiera ve con claridad. Le duelen los ojos, inchados y rojizos tras horas y horas derramando lágrimas frágiles e incomprendidas. Se los frota con la mano y se acerca al móvil, que no ha parado de sonar. Mira la pantalla. No me lo puedo creer -comenta, cubriendo todas y cada una de las esquinas de la habitación con su voz- ¿Qué querrá Paola a las...-mira la hora- doce y media? Bueno, es comprensible. Querrá saber cómo me encuentro, ayer la ignoré en varias ocasiones. Me siento mal, culpable.

-¡No me lo puedo creer, por fin ! -la voz chillona de Paola suena desde el otro lado de la línea, pero Adara está segura de que su voz ha llegado hasta el salón.
-Siento no haber hablado contigo Pao...
-¡No te preocupes! Que...¿me vas a contar de una vez lo que te pasó ayer?

Adara traga saliva, no quiere hablar con nadie, pero ella es Paola, su mejor amiga...Decide contárselo todo.
Paola abre los ojos y la boca exageradamente, no da crédito a cada palabra que Adara pronuncia. Su mirada va cogiendo un color diferente. El odio que siente hacia Danel es increíble, y apreta los puños.

-Espérame, voy enseguida a tu casa.

Adara responde tan rápidamente como puede.

-Paola, hoy estoy ocupadísima y, además, tengo comida y cena con mis tíos...-miente.
-Sólo será un momento, te lo prometo, ¡quiero verte Adara!
-Y yo a tí -en realidad, sólo desea estar sola y no quiere a nadie que sienta pena por ella en esos momentos- pero hoy es imposible. Perdona.
-Supongo que no pasa nada- responde resignada Paola, con una voz triste- pero mañana quedamos ¡sí o sí!
-Bueno....
-¿Bueno qué?
-Te tengo que colgar.
-Está bien, hasta mañana cariño.
-Un beso.

Adara cuelga. En un instante, se siente destrozada de nuevo. No sabe cómo ni porqué, pero ha rechazado una visita de su amiga y, encima, le ha mentido. Se tira otra vez en la cama, con la mirada clavada en el techo. Cierra los ojos, y se obliga a sí misma a dormirse una vez más. Pero no lo consigue, se ha desvelado. Levantándose de la cama, vestida con el corto camisón rosa de seda, se acerca a la puerta y sale. Baja las escaleras descalza, sintiendo el frío suelo guiando sus pies. No ve a nadie. Busca a su madre, hoy no trabaja. Sabe que su padre no está en casa. Seguramente estará en una de esas reuniones importantes que siempre le mantienen fuera de casa, ocupadísimo.

-¡Mamá...! ¡¿Mamá...?!

Recorre toda la casa, buscándola. No está en su habitación, ni en la cocina, ni en el salón, ni en el jardín...
Sólo quiere encontrarla, abrazarla, contarle uno a uno los detalles de la noche más espantosa de su vida. Su madre, para ella, es como una segunda mejor amiga. Es capaz de contárselo todo sin cortarse. Se sienta en el sofá, decidida a esperarla, y busca nerviosa el mando de la televisión. Lo ve en el mueble de enfrente y se levanta molesta a por él. Lo coge y, de reojo, ve una pequeña nota. La coge también y se sienta de nuevo en el cómodo sofá. La abre lentamente, sin prisa, y lee:

"Querido Luís. Soy Míriam. Estoy casi segura de que el primero en coger el mando de la televisión serás tú, te levantas antes que cualquiera de nosotros y siempre ojeas el telediario antes de irte a trabajar. Lo mejor hubiera sido decírtelo todo a la cara, pero no me he visto capaz de hacerlo. Perdóname. No puedo más, lo siento. Me he ido de casa, me he ido para no volver. Tú siempre estás fuera y quién sabe qué haces. Los niños son lo que más quiero, pero todo me supera y ellos ya son mayores. Tú cuidarás de ellos y ellos cuidarán de tí. No intentes buscar culpables, por favor. La única soy yo. Ya está. Perdóname de nuevo, te lo ruego, aunque sé que no lo harás. A Lucas y a la niña ya se lo explicarás tú conforme quieras, con tus palabras, con tranquilidad. Cuídate mucho, y que nunca olviden lo mucho que les quiero aunque me vaya...Seguiré en contacto con ellos. Adiós."
Adara moja el trozo de papel con las lágrimas que caen veloces de sus ojos esmeralda. No se lo puede creer. ¡No, no, no! ¡Ahora no, mamá! ¿Pero porqué? Las preocupaciones y las preguntas sin respuesta le sacuden la cabeza como si quisieran que explotase. Su madre no quería que nadie más, salvo Luís, el padre de Adara, leyera la nota, y aún así, ella la ha leído. Y ahora llora, y se siente morir de verdad. Siente que su madre se ha ido y, con ella, la mitad de su cuerpo, la mitad de su alma. Siente que el estómago le da un vuelco y que su garganta se tambalea de un lado a otro intentado no vomitar. Se tapa la boca con la mano. Corre hacia el baño y se arrodilla. Se sujeta la larga cabellera rubia que reluce con las manos y vomita. Una y otra vez. Violentamente se sacude sin poder aguantarse. El corazón se le desgarra poco a poco, y se dobla en dos como si cuarenta agujas le traspasaran cada uno de los tejidos de su fina y delicada piel. Cree estar en una de sus peores pesadillas, y se pellizca con una fuerza bruta una y otra vez, intentando despertarse. Se clava las uñas en el brazo, con fuerza, hasta sangrar. Se tira en el suelo sin dejar de llorar, sin dejar de chillar, y se acaricia el brazo herido. Con la respiración entrecortada, intenta calmarse. El dolor del brazo se va desvaneciendo en comparación con el dolor que recorre sus adentros.
Pasan los segundos, lentos y aburridos segundos. A ellos les siguen los minutos, pesados, agobiantes. Cuando se despista, se da cuenta de que han pasado algunas horas y ella sigue sentada ahí, en el amplio y reluciente baño, sin moverse. Con la mirada clavada en un lugar o en otro. Perdida.
Oye el molesto tic tac que proviene del grande reloj del salón, y se siente incapaz de moverse del lugar en el que se encuentra. -¿Por qué a mi?- no para de repetirse esa misma pregunta, pero no encuentra respuesta. Siente que su vida perfecta se deshace, se escapa de sus manos, entre los dedos, como si de barro se tratase. Quiere despertarse, encontrarse en su cama, que sea viernes, que nada haya pasado aún. Pero sabe que es imposible. Lo que pasa es real. Lo sabe por el dolor en el brazo, por los ojos enrojecidos de tanto llorar y por el vacío que siente dentro de ella. Siente que no existe. Una mitad de ella se fue anoche, al ver a Danel con otra, y la otra mitad, la que le quedaba, en la que pensaba refugiarse, donde pensaba que encontraría la calma, se ha ido por el retrete al ver la nota de su madre. ¿Qué será ahora de ella? ¿Quién es? Se levanta poco a poco del frío suelo que ha estado horas con ella encima, y se acerca al espejo. Se tapa la boca con la mano para ocultar un nervioso grito.Observa perpleja su pelo, alborotado y despeinado. Sacude la cabeza y se peina con los dedos, pero no consigue arreglarlo demasiado. Los ojos, inchados y enrojecidos, están cubiertos por unas prominentes y oscuras ojeras. El brazo forma tranquilamente un pequeño moratón, fruto de su furia. Nunca se había visto así antes. No le gusta lo que ve, siente que se ha vuelto la chica más repugnante del mundo, pero aun así no puede apartar los ojos del espejo. Arquea las cejas como signo de desaprobación y cierra los ojos.
Los abre de nuevo, deseando que su imagen vuelva a ser la de siempre, pero sigue ahí. Divisa una pequeña estatua hecha de metal al lado del lavamanos. Es de su madre. Todavía recuerda como se quedó mirándola mientras Adara escogía un cuadro para su habitación. Le gustó de verdad, y se la compró. Y decidió poner la estatua en el baño porque se cansó de ella, igual que se había cansado de sus hijos y de su marido.Y mientras sigue mirándose, llena de odio, lo ve a él. Lo ve por el reflejo del espejo. Está justo detrás, a pocos pasos de ella. Lucas la mira confuso, preocupado, y se acerca a su hermana. Antes de poder llegar a ella, Adara, como enloquecida, agarra con fuerza la pesada y dura estatua de su madre y la lanza contra el espejo, cubriéndose la cara de los miles y miles de pedazos de cristal que saltan compitiendo por ver quién se lanza más rápido. El espejo queda hecho trizas, y Lucas corre hacia ella, sorprendido y mucho más preocupado que antes. Ella se encuentra rodeada de trozos de cristal afilados que la amenazan, descalza. Él la coge en brazos y se la lleva fuera.

-¡¿Pero qué has hecho, te has vuelto loca?! ¡podría haberte pasado algo! -Lucas está nervioso, no puede parar de dar gritos y de alzar la voz.

Pero ella no puede contestarle. No sabe que puede decir, y empieza a llorar de nuevo. Le duele todo. La despedida de su madre, la ruptura con su novio, el brazo. Le duele incluso llorar. Tiene los ojos realmente irritados, pero aun así siente que necesita derramar más lágrimas. Lucas la abraza con fuerza, con dulzura, con tranquilidad. Le acaricia ligeramente el cabello, intentando calmarla. Pero ella no puede parar de llorar, y le da la carta. Él la lee, con cierta rapidez, y la mira de nuevo, con la cara desencajada. La vuelve a abrazar. Siente que todo se desvanece, que nada tiene sentido, que su madre se ha ido. Pero es mayor, y su hermana está destrozada. Y siente que lo único que puede hacer en ese momento es protegerla con el mejor de sus abrazos.
 
 
 
Lucas se mueve suavemente en el sofá, intentando acomodarse. Le duele la postura en la que se encuentra. La misma postura que mantiene desde hace varias horas. Se balancea de un lado a otro, tranquilamente. No quiere despertarla. Encuentra una posición más o menos agradable, y se queda quieto. Observa sin atención alguna la televisión. Un programa del que no recuerda el nombre se refleja en la pantalla. Es aburrido e incluso algo repetitivo, pero no tiene ganas de cambiar de canal. Con la mano izquierda, acaricia dulcemente la larga cabellera rubia de Adara. Ha estado masajeándola durante horas, y no parece cansado. La mira y sonríe. Está satisfecho de haber conseguido que se durmiera. Después de llorar y llorar enmedio del recibidor, Lucas guio a Adara al salón, donde la acostó con la cabeza encima de él, y poco a poco la fue calmando. Mantiene una respiración lenta y apacible. Parece la niña pequeña que veía crecer con los años. Pero ahora el pelo le ha crecido, y los labios también. Los ojos son más grandes, pero la nariz sigue igual de pequeñita y respingona. También es más alta y mucho más delgada. Y sin duda, ahora es más guapa.
La puerta se abre y saca a Lucas de sus pensamientos. Es su padre. Ha estado esperándole y por fin ha vuelto.
Lucas se levanta con sumo cuidado y aparta con muchísima suavidad a Adara. Coloca la cabeza con mucho tacto de nuevo en el sofá, y se acerca a su padre.

-¡Lucas!¿Qué haces despierto? Son las...
-Doce y media. Lo sé papá.
-Pensé que volvería más tarde- Luís se acerca al perchero y cuelga de él una chaqueta negra impecable, igual que su sonrisa- Pero bueno, mejor¿no?
-Sí, supongo. Papá, ¿has leído la nota de mamá?
-¿Qué nota?
-Esta -Lucas saca un trozo de papel ligeramente arrugado y lo desdobla- creo que mamá quería que tú fueses el primero y último en leerlo.
-Aver, deja que vea...- Luís coge la nota y la lee para sí mismo, andando de un lado para otro con cierto nerviosismo. No da crédito a lo que ve, abre y cierra los ojos. Se los restriega con las manos para evitar que lágrimas rebeldes caigan de ellos. Lee cada palabra con mucha atención y con algo de odio, de desprecio. Por un momento empieza a pensar que quizá hubiera podido dar más de él para salvar su relación. Jamás se habría imaginado que peligrara tanto. Se da cuenta de cuanto la quería ahora que acaba de perderla. Y con ella sus ilusiones, sus ganas de levantarse cada mañana, sus ganas de vivir, de criar a sus hijos. Y empieza a imaginar como van a ser sus despertares. Solitarios, deprimentes. Sus día a día serán iguales o incluso peores. No sabe qué hacer, qué decirle a su hijo mayor que le observa en ese justo momento. No quiere hacerse el débil. No quiere que le vea mal. Opta por la peor idea. Mentir.

- Sí, ya había leído la carta antes...
-¿Y qué vamos a hacer papá? ¿ir a buscarla?
- ¡No, claro que no! Ella y yo ya hemos hablado, hemos tenido largas discusiones y pensamos que lo mejor era esto.
-Pero entonces, ¿ a qué viene la carta?
-Eso mismo me pregunto yo, pero tranquilo Lucas, estoy bien. Vamos a seguir adelante.

Se abrazan como hacía mucho tiempo que no lo hacían. Lucas quiere a su padre, pero no mantienen una buenísima relación. Es más bien una relación de conocidos. Pero no puede más, y explota. Llora como nunca antes había llorado. De hecho, Lucas es de esas personas que nadie ha visto jamás llorar. Y detesta hacerlo, pero lo hace. Delante de su padre, deja escapar millones de lágrimas al mundo exterior. Las deja salir, deja que broten de sus ojos esmeralda. Y al segundo se arrepiente de haberlo hecho, pero no para. Llora y llora y cada vez más y más fuerte. Y Luís lo abraza, dejando escapar también alguna lagrimilla. Pero él no se deja ver. Y se esconde entre el pelo rubio de su hijo.
 
 
 
Domingo. Domingo de nuevas sensaciones, de nuevos acontecimientos. O tal vez de nuevos dolores, de nuevos llantos. Pero sobre y ante todo, es domingo. Ella se levanta del sofá. Ha pasado toda la noche durmiendo en él y siente que la espalda le cruje y un dolor intenso recorre su cuerpo. Sube las escaleras y se dirige a su habitación. Se quita el camisón y se pone una camiseta ligeramente transparente, conjuntada con unos vaqueros que se ciñen a su cuerpo. Se acerca al tocador y se peina rapidamente, sin maquillarse siquiera. Baja de nuevo las escaleras, dando pequeños saltos. Corre hacia la cocina en busca de Emilia, y la encuentra.

-Emilia, voy a salir a dar una vuelta, quiero despejarme.

Emilia la observa preocupada, posando sus ojos en las marcadas ojeras de Adara.

-¡Pero cariño! ¿qué te ha pasado? - corre hacia ella y le acaricia el rostro.
-Nada- empuja su mano suavemente -enserio, no es nada. Me voy, ¿vale?
-¿Sin desayunar? De eso nada...
-No tengo hambre, de verdad. Luego comeré el doble.
-Bueno...¡a la una y media está la comida!
-Que sí...

Adara finaliza la conversación con una sonrisa cariñosa aunque incómoda, y sale de la cocina. Cuando abre la puerta, se gira y se asegura de que Emilia ha entrado ya en la cocina. No la ve. Cierra la puerta de un portazo, pero no sale. Corre silenciosamente hacia las escaleras y oye la dulce voz de su criada.

-¡Esta niña siempre pegando portazos!

Sonríe aunque está sola y sube corriendo a su habitación de nuevo. Cierra la puerta con mucho cuidado y echa el cerrojo. No quiere salir a la calle, pero tampoco quiere verla a ella. Paola. Se siente mal consigo misma pero no le apetece verla. No quiere que sienta lástima por ella. No quiere ver a nadie. Sólo desea estar sola. Se acerca a su ordenador y lo enciende. Conecta el reproductor. Suena una canción, una de sus favoritas. Se deja caer en la cama, mirando fijamente el techo. <<Tú, llegaste a mi vida para enseñarme, tú supiste encederme y luego apagarme, tú te hiciste indispensable para mí>>. Le viene a la cabeza la imagen de Danel. Sí, él se hizo indispensable para mí -piensa- me encendió, y ahora me ha apagado, y parece que ya nunca volveré a encenderme. Cierra los ojos, y sigue escuchando dolorosamente << Mientes, me haces daño y luego te arrepientes>> Y otra imagen suya. Y otro recuerdo. Y un largo suspiro. Y muchos nuevos pensamientos sobre su historia, la que hace no tanto tiempo empezaron a escribir juntos, y sigue escuchando <<No me quedan ganas de sentir>>. Ni a ella. A ella tampoco le quedan ningunas ganas de sentir. Y mucho menos, sentir algo parecido al amor.
 
 
 
En la misma casa, escaleras abajo.
Lucas corre hacia la puerta. La abre y ve la estrecha y dulce silueta de Paola. Sonríe y la mira. Se hace a un lado, invitándola a pasar. Ella entra y se situa justo detrás de él. Lo mira con cierto aire nervioso y con un ligero toque de vergüenza.

-Hola Lucas, ¿dónde está Adara?
-Emilia me ha dicho que ha salido hace un rato, no sé muy bien dónde ha ido.
-Joder, qué mala suerte. Ayer no pude venir porque teníais cena con vuestros tíos, y hoy se va.
-Perdona, ¿ayer qué?
-Pues eso, que teníais cena familiar y claro, no quise venir. ¿Todo bien Lucas?
-Sí, claro -Lucas se para a pensar, ¿qué cena dice? decide no darle más vueltas y seguir charlando- pero si quieres puedes quedarte y acabamos la partida que el otro día no pudimos empezar...
Paola siente como sus mejillas enrojecen y su piel se ruboriza, y decide aceptar. Y se acercan al salón. Y cogen los mandos y empiezan a jugar, divertidos, compartiendo risas y miradas cómplices. Por un instante él se olvida de todo. De su madre, de la pequeña depresión que Adara está comenzando. Ella, por el contrario, no consigue mantener la cabeza libre. Le asaltan varios temores. ¿Tiene alguna posibilidad con él? No lo cree... Pero, ¿y si la tiene? ¿Qué hace? Decide intentar olvidarse de todo por un instante, y concentrarse justo en él. En Lucas. Y esos juegos durarán segundos, minutos y horas. Durarán casi toda la tarde. Y Adara no aparece. No es consicente de que Paola está ahí abajo, a pocos metros de ella. Pero está dormida, y la envuelven diversas letras de grupos musicales. Y no se percata de nada. Y ellos dos tampoco. Por un instante, Paola se olvida de su amiga. Y él se olvida de su nombre. Concentrados en ganar la partida, no se dan cuenta de que tarde o temprano ganarán mucho más.

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